Diez hombres y mujeres estaban apretados en un grupo muy compacto delante de la puerta del simulador. La entrada estaba abierta. Justo al otro lado del umbral, unas cuestas poco pronunciadas conducían a un grupo de umbrosos árboles. Una brisa hacía susurrar sus ramas cubiertas de hojas. Unas construcciones de madera pintadas de un rojo oscuro se alineaban contra la pared opuesta a la entrada; y las imágenes de pastos que se proyectaban creaban un paisaje de prados que se extendía hasta un lejano horizonte.
El granjero Leonard se acercó con prevención a la entrada y olfateó el aire. Era fresco y llevaba el perfume de la madreselva. Inhaló profundamente, saboreando el conocido aroma.
—Principios de la primavera, justo la época de la siembra.
Algunos de los colonos más tímidos lo observaban con cautela, pero él no manifestó ninguna impresión negativa. Otros se acercaron a su lado.
—Nunca había visto tanto verde en todos los años que pasamos en Grzydc —suspiró Charla—. Es igual que Yonada.
Tomás resopló ostensiblemente y retrocedió.
—Es un decorado barato. Una ilusión. —Y se tiraba con malhumor de la barba.
—Después de todos estos meses en el espacio, me conformo con una ilusión —dijo Mry—. No puede ser peor que la realidad.
Ella fue la primera en pasar del metálico suelo a la mullida tierra; Leonard la siguió inmediatamente después. La atracción del aire libre y el tibio calor del sol eran demasiado fuertes para que los demás se resistieran durante mucho tiempo. De uno en uno y de dos en dos, transpusieron la entrada.
Tomás se quedó de pie y a solas.
—¡Qué vergüenza! —gritó tras sus espaldas—. Lo he dicho antes y lo diré ahora: antes entraré en la cueva de un dragón que poner el pie en una simulación holográfica. —Alzó la voz al irse alejando ellos—. Vosotros aplaudisteis mis principios entonces, pero es evidente que los vuestros no pueden resistir la tentación.
—Ven, Tomás —le contestó Myra. La anciana se demoraba en la entrada—. Puedes desaprobarlo con la misma facilidad desde dentro que desde cualquier otra parte.
Tomás no se movió. Se metió los pulgares entre el cinturón y los pantalones para detener el temblor de sus manos.
—Puedo ver perfectamente bien desde aquí.
Sus ojos se entrecerraron al contemplar a su hermana y Leonard que reían y rodaban por la hierba del prado.
—Mry es una mujer atractiva —comentó Myra con una risa ahogada—. Y lo bastante mayor como para tener hijos.
—Puede que sí —dijo él—. Pero yo tendré algo que decir con respecto al padre.
Apretó los dientes y avanzó.
En cuanto él transpuso la entrada, la puerta metálica se cerró produciendo un sonido sibilante, y se confundió con el paisaje. La ilusión era completa. Tomás estaba de pie en un ondulado campo de hierba. Un cielo límpido se extendía muy por encima de su cabeza, y el calor que desprendía aquel sol amarillo lo impulsó a desabrocharse los botones superiores de la camisa de franela.
El joven Stvn se dejó caer de rodillas. Cogió un puñado de tierra y desmenuzó los terrones negros entre los dedos. El viejo Steven arrancó una brizna de hierba y masticó la raíz.
—No es apropiada para el maíz, pero el trigo crecería muy bien.
—Esto es para los animales, no para las semillas —dijo Tomás al tiempo que miraba enojado a los dos hombres.
—De todas formas, es un desperdicio de buena tierra el no plantar nada —declaró el joven Stvn, intercambiando asentimientos con su tío—. Serán necesarias décadas de duro trabajo para convertir Nueva Oregón en un mundo tan agradable como éste.
La siguiente mirada de enojo de Tomás fue dirigida contra Dnnys y Wesley al salir los dos corriendo del granero y atravesar el prado a la carrera para recibir a los adultos.
—Otro cortocircuito y nuestras ovejas estarán pastando en una cubierta metálica —le soltó a Dnnys cuando el muchacho estuvo al alcance de su voz.
—Creo que han hecho un trabajo maravilloso —dijo Mry. El aleteo de unas alas le rozó una mejilla, y luego se alejaron revoloteando—. ¡Mira una mariposa anaranjada! Nunca antes había visto una viva. ¿Quién ha pensado en un detalle tan encantador?
—Eh… fue idea mía —admitió Wesley.
—Así que es usted un artista además de un ingeniero —dijo, y se quitó una brizna de hierba del pelo.
—¿Qué te sucede? —Dnnys dio un leve codazo en un flanco de su amigo—. Estás poniéndote todo rojo.
—El sol es demasiado fuerte —contestó Wesley. Mry le sonrió y él volvió a sonrojarse—. Será mejor que revise las órdenes de configuración.
—Ojalá que vivir en una granja fuera tan divertido como hacer el programa de una finca —suspiró Dnnys—. En ese caso no me importaría…
Su prima levantó una mano y le tocó los labios con un dedo.
—Calla, Dnnys. Te oirán. —Miró nerviosa a los otros granjeros.
Myra avanzó hacia ellos pisando fuerte, el entrecejo peligrosamente fruncido.
—No os entretengáis. Quiero ver los corrales.
—No tiene objeto ver nada más —declaró Tomás con desesperación.
Myra apartó su protesta mediante gestos de mano, como si se tratara de un olor desagradable.
—Esto es una granja y una granja significa trabajo. Los más jóvenes han permanecido ociosos durante demasiado tiempo; han olvidado el valor del trabajo duro. Yo les refrescaré la memoria.
Azuzados por Myra, la totalidad del grupo se encaminó hacia los edificios. Tomás marchaba junto a su hermana, utilizando su volumen para protegerla de las atenciones de Leonard. Todas las objeciones respecto a la simulación habían quedado olvidadas.
Estaban hechos todos los preparativos para el encuentro con la nave choraii, bautizada ahora como Si bemol, pero aún no había llegado el momento de que Deelor se hiciera con el control del puente. Durante aquel paréntesis de inactividad, él y Ruthe no podían hacer nada excepto esperar.
Deelor estaba sentado e inmóvil como un gato agazapado, listo para un salto pronto. No se había movido del asiento durante más de una hora, pero su mente iba y venía sin descanso entre el pasado inmutable y un futuro excesivamente incierto.
Ruthe, por su parte, se encontraba tumbada en la cama del camarote escuchando los suaves compases de un chelo con acompañamiento, procedente de la fonoteca de la nave. Era obvio que se contentaba con el presente.
—A Riker le gustas —dijo Deelor de pronto.
—¿Ah, sí? —Ella levantó hacia él una mirada perezosa, perdida en la música.
Deelor se preguntó si los choraii tendrían una más alta opinión de los seres humanos si pudieran escuchar esta suite de Bach o un concierto de Mozart.
—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó ella.
—Por la forma en que te mira.
—¿Tengo que hacer algo al respecto?
—No. Si no quieres hacerlo no. —El aire dio paso a una gavota, la parte preferida por ella de la suite en re mayor. La conocía lo bastante como para guardar silencio hasta que hubiese acabado. Al comienzo de la giga, él prosiguió.
—Piensa que nosotros somos amantes.
—¿Quién lo piensa? —preguntó ella.
—Riker.
—Ah, él. —Ella arrugó la nariz—. ¿Por eso me pidió que tocara para él? ¿Porque le gusto?
—En parte. De todas formas, probablemente actuaba bajo órdenes, querría conseguir más información sobre los choraii.
Ruthe se acurrucó, señal segura de que sus palabras la habían trastornado.
—¿Qué le contaste?
Deelor puso buen cuidado en hablar casi con desinterés. Si ella percibía cualquier tensión en la pregunta, dejaría de hablar.
—No me acuerdo.
Era probable que así fuese. El pasado tenía para ella tan poco interés como el futuro. Deelor se levantó de la silla que ocupaba. Pulsó mandos del panel del camarote e interrumpió la música.
Ella se sentó de golpe. Deelor había captado su atención.
—Ruthe, tú sabes cuál es mi posición. Si el capitán y su tripulación llegaran a entrever tu acuerdo con los choraii, yo no tendré posibilidad de respaldarte. Estás actuando sin aprobación oficial. Por tu propio bien, ten mucho cuidado cuando estés con Riker y los demás.
—De todas formas, él no me gusta.
—A mí tampoco —rió Deelor—. Pero tú sí me gustas. —Suspiró ante la mirada cautelosa de ella—. Y no, no tienes que hacer nada al respecto.
Mediante un único y leve tecleo en el panel del terminal de observación, Data hizo que se desplegara una representación gráfica de la red energética de los choraii en la pantalla principal del puente. Volvió a pulsar, y la extensa telaraña azul relumbró.
—Esto es solamente una teoría —advirtió el androide a los dos oficiales.
—Sí, lo comprendo —repuso Picard a la vez que semicerraba los ojos ante la repentina brillantez de la imagen que había en la pantalla. Se frotó el puente de la nariz con gesto ausente—. Por favor, continúe.
—La red de los choraii está construida de hebras flexibles de energía. Creo que es posible impactar en uno de esos filamentos y curvarlo, creando un área de debilidad que pueda ser traspasada por una sonda especialmente modificada.
—¿Con qué propósito? —le preguntó Riker, al tiempo que estudiaba el trazado del diseño hecho por Data. En la pantalla frontal la sonda entró en contacto con la red.
—Para absorber la energía de la red. —Mientras Data hablaba, las líneas azules perdieron su fulgor—. O bien podemos hacer que la energía se disperse por el espacio, o utilizarla en nuestro provecho. En cualquiera de los dos casos, el campo debilitado será ineficaz contra nuestros escudos.
—Suena arriesgado —dijo Riker arrugando el gesto—. ¿Qué pasaría si no pudiéramos controlar el flujo?
—Hay un treinta y cuatro por ciento de posibilidades de que se produzca una sobrecarga que provoque una explosión —informó Data—. Como ya he dicho, este procedimiento es sólo teórico y podría requerir algunos ajustes durante el curso de la operación.
Picard consideró los peligros de poner a prueba una defensa semejante durante un combate.
—Esperemos que no llegue a ser necesario, teniente Data.
—Estamos a sólo cuatro horas de distancia del punto de encuentro —comentó Riker. Estaba desplomado en el asiento, demasiado cansado para mantener su habitual postura erguida. Los oficiales del puente habían trabajado durante varios turnos sin descanso—. Eso no nos deja muchas opciones.
—Tendremos que confiar en el tacto y la destreza de Andrew Deelor. Es de suponer que el embajador posee esas cualidades en alto grado, habida cuenta que no las desperdicia con los subordinados. —El capitán miró con mayor atención a su primer oficial—. El tiempo que nos queda será mejor que lo dediquemos a descansar un poco. Eso lo incluye a usted, número uno.
Riker se enderezó, corrigiendo al punto la postura desgarbada que lo había traicionado.
—A condición de que también usted abandone el puente, señor. —Y estaba preparado para la resistencia que sabía opondría el capitán—. Si se lo preguntáramos, estoy seguro de que su oficial médico insistiría en ello.
Una débil sonrisa cruzó el rostro de Picard. Al parecer, no había ocultado su fatiga con más éxito que Riker.
—No hay necesidad de molestar a la doctora Crusher. Me iré a la cama como un niño bueno. —Tras levantarse del asiento, el capitán se dirigió al único oficial del puente que no necesitaba descansar—. Teniente Data, queda usted al mando.
Sin embargo, una vez que hubo llegado a su camarote, Picard no pudo quedarse dormido. Permaneció tendido en su cama, inmóvil, los ojos cerrados, pensando. Andrew Deelor exigiría muy pronto el control de la Enterprise. La almirante Zagráth había dejado bien claro que el capitán tenía que entregarle ese control a Deelor.
«No malgaste su suerte con nosotros, capitán Picard. Usted la necesitará más».
La advertencia de D’Amelio resonó en el oído de Picard. Sintió el peso de Phil Manin cuando se le moría en los brazos. El capitán de la Ferrel había seguido las órdenes del embajador y vivido durante el tiempo suficiente como para lamentarlo. ¿En qué punto la obediencia a la autoridad se transformaba en absoluta estupidez?
Pasaron las horas.
Picard aún no había respondido a esas preguntas cuando Data lo llamó para que regresase al puente. Se levantó de la cama con una sensación de cansancio mayor que cuando se había acostado.
El teniente Worf había soportado con estoicismo el insulto de la insistencia del capitán Picard en que descansara, y luego se había marchado obedientemente a su camarote. Como klingon, Worf acataba las órdenes al pie de la letra. Como klingon, también se sentía en libertad de transgredir el espíritu de esas órdenes si no le iban bien. Permaneció dentro de su habitación durante unos dos minutos, y luego regresó de inmediato al puente.
—Los humanos duermen demasiado —le comentó Worf a Data a modo de explicación—. Eso embota los reflejos.
Puesto que Data no tenía necesidad de dichos períodos de inactividad, no estaba capacitado para juzgar la validez de esta declaración. De todas formas, tenía una observación que hacer.
—Parecen encontrar que el sueño es un proceso agradable.
—Ésa es otra razón para evitarlo.
Worf se puso a trabajar en el problema que se había burlado de él durante días: cómo aumentar la fijación de un rayo tractor. Las esferas choraii eran escurridizas, podían continuar moviéndose pese a su fijación aunque no pudiesen librarse de él. Al conformarse en una larga sarta, habían conseguido que la Enterprise incrementara su consumo de energía, y las simulaciones por computadora indicaban que la forma de anillo produciría los mismos efectos. Cada configuración forzaba el rayo tractor más allá de su asignación energética.
—No consiguieron soltarse del rayo tractor —comentó Worf cuando le mostró los resultados a Data—. Tuvimos que desactivarlo porque el coste era muy elevado.
—Quizá la Ferrel intentó retenerlos durante demasiado tiempo —conjeturó Data—. Eso podría explicar por qué la nave fue tan vulnerable a la matriz eléctrica.
—Según las computadoras, necesitamos más energía.
—Sin duda, ésa sería la solución más sencilla —aseguró Data—. Tal vez con mayor energía en los rayos fásicos los habríamos detenido.
Worf frunció el entrecejo ante el riesgo que subyacía en las palabras de Data.
—Pero el primer oficial Riker encontró una forma de dañar a la Si bemol con menos energía, estrechando el rayo fásico. En otras palabras, las soluciones corrientes no funcionan con los choraii.
Worf regresó al terminal científico con una perspectiva nueva. La búsqueda de respuestas por computadora se basaba en los parámetros establecidos, pero si se cambiaban los parámetros del rayo tractor podrían aparecer soluciones nuevas.
Una hora más tarde, Worf encontró la respuesta.
—Teóricamente, esto podría funcionar —dijo Data mientras miraba la nueva simulación.
Worf había dividido el rayo tractor en cuatro. Cada uno se fijaba sobre una sola esfera. Independientemente de la disposición que adoptaran las esferas las unas respecto de las otras, los rayos se adherían a sus blancos. El gasto de energía global no era mayor que el necesario para un solo rayo.
—Esta vez no van a escaparse —afirmó Worf. Esta certeza sí que era un alivio, más que el sueño.
La doctora Crusher oyó el sonido de unos pasos que entraban en su despacho, pero no levantó los ojos de la pantalla de la computadora.
—Márchese, estoy ocupada.
La sombra que estaba al otro lado de su escritorio no desapareció.
—Una enfermera me advirtió que iba usted a ciegas.
La cabeza de Crusher se levantó de pronto al oír la burlona voz de Deelor.
—Como oficial médico en jefe, es responsabilidad mía hacer los preparativos para la llegada de los supervivientes de Hamlin, pero sin una información precisa no puedo llevar a cabo más que preparativos generales. Es de esperar que sufran desorientación emocional; las deficiencias vitamínicas son también probables. Más allá de eso pueden presentarse numerosas afecciones, desde los trastornos leves a las discapacidades graves. —Dio un golpecito en la pantalla que había centrado su atención—. Si las naves choraii carecen de gravedad, a los cautivos no les quedarán huesos, sólo cartílago blando que se doblará bajo el peso de sus cuerpos. Y eso es sólo el principio…
—Deje de preocuparse —le respondió él con tono indiferente—. Yo tengo una cura para lo que le aflige, doctora. —Lanzó un disquete sobre el escritorio—. Estos historiales clínicos responderán a la mayoría de sus preguntas acerca de los cautivos.
—¡Ya era hora!
—De nada. —El frívolo buen humor de él sólo aumentó la irritación de Crusher—. Y, doctora Crusher, acerca de esos historiales…, estoy seguro de que no necesito recordarle que es todo material de alto secreto. —El tono era ahora distendido, pero las palabras muy serias.
—Soy consciente de ello, embajador. —Ella deslizó el disquete en la computadora y se puso a leer.
Para el momento en que Picard entró en el puente, su primer oficial estaba al mando y Data había ocupado el terminal de navegación. Riker tenía un aspecto insólitamente sombrío cuando recibió al capitán.
—El embajador Deelor desea verle.
Picard había esperado algo así.
—Dígale que se encuentre conmigo en la sala de reuniones.
—Señor, ya está allí.
Cuando Picard entró en la sala, Deelor se encontraba junto a la luneta contemplando el espacio.
—¿No quiere sentarse? —preguntó Picard con sequedad.
Le indicó el asiento del capitán que se hallaba detrás del escritorio.
Deelor se apartó de la luneta.
—El escritorio es suyo, capitán, pero el puente es mío. Me hago cargo del mando de la nave a partir de este momento.
—Usted tiene el control de la misión, embajador —contestó Picard—. No de la Enterprise.
Deelor frunció el entrecejo pero no manifestó ninguna sorpresa.
—La almirante Zagráth…
—No está aquí ahora mismo —dijo el capitán con calma—. Mi principal responsabilidad es para con mi tripulación, y no pondré su suerte en las manos de usted.
—¿Ni siquiera a riesgo de un consejo de guerra?
—Un consejo de guerra exigiría el hablar abiertamente de los choraii y de los cautivos de Hamlin. Y de la Ferrel.
—Muy astuto —dijo Deelor—. Phil Manin no fue capaz de ver que tenía esa baza. Pero existen muchas formas de perder un puesto de mando, capitán Picard. Hay destinos de vía muerta en planetas apartados de todo. Destinos que ponen término a una carrera.
—Es mejor que perder esta nave. Usted destruyó la Ferrel; no destruirá la Enterprise.
El fruncimiento del entrecejo del embajador se ahondó.
—Su preocupación es admirable pero está fuera de lugar. Yo he tratado antes con los choraii. Puedo tomar las decisiones basándome en una información más completa.
—En ese caso, cuénteme lo que sabe.
—Es usted un hombre testarudo —dijo Deelor y suspiró—. No permita que lo ciegue el desagrado que siente por mí. Independientemente de lo que usted piense, mis actos no son ni caprichosos ni infundados.
Dio unos golpecitos suaves en el cristal de la pared del acuario, y observó cómo los peces del interior mordisqueaban el reflejo de sus dedos. Cuando se volvió a mirar a Picard, sonreía con tristeza.
—Conserve el control de su nave, capitán. No podemos permitirnos el lujo de pelear entre nosotros; los choraii no dejarían de aprovechar cualquier división existente. Pero si aprecia usted la Enterprise, escuche cualquier consejo que yo le dé.
Picard sintió la primera sombra de duda en su interior. Deelor era inteligente y manipulador. También era sorprendentemente elegante en la derrota.
Los dos hombres salieron juntos de la sala de reuniones y regresaron al puente. Picard percibió la mirada escrutadora de su primer oficial pero no dijo nada para mitigar la curiosidad de Riker respecto a lo que había sucedido. Manteniendo una expresión de jugador de póker, el capitán ocupó su sillón de mando; Deelor se sentó a la izquierda de él. Entonces, y sólo entonces, miró Picard a los ojos de su primer oficial.
—Dirija el acercamiento, número uno.
—Energía de impulso, LaForge —ordenó Riker.
—Abandono de velocidad hiperespacial, ahora.
El primer oficial volvió a dirigirse al timón.
—Lecturas de sensores, Data.
—Aún no hay señales de los choraii.
—Detengan completamente los motores.
Habían llegado al emplazamiento escogido por Ruthe. La Enterprise se hallaba suspendida en el espacio.
—¿Y bien, embajador? —preguntó Picard en un tono seco—. Estamos aquí, en el lugar acordado y a la hora prevista. ¿Dónde están los choraii?
Había comprometido su carrera por este encuentro. Si la Si bemol no se presentaba, sus esfuerzos serían vanos.
—Paciencia, capitán. Estoy seguro de que vendrán. —Deelor se giró y adoptó una expresión ceñuda—. Al igual que Ruthe.
—De hecho, hemos llegado con un poco de antelación —señaló Data—. Hemos llegado un minuto y quince segundos antes de la hora.
Picard estaba demasiado tenso para soportar la aséptica exactitud de la respuesta del androide.
—Data, no hay ninguna nave al alcance de los sensores, lo cual significa que los choraii llegarán con retraso. Si es que llegan a venir.
—¡Capitán! —gritó Yar—. Los sensores de largo alcance parecen captar un objeto… No, lo captan, con claridad. ¡Se acerca a una velocidad increíble!
Picard se tensó en su asiento.
—Levanten escudos.
—¡Miren eso! —dijo Geordi, señalando la pantalla frontal.
Segundos antes no había habido ninguna imagen en su superficie. Ahora acababa de aparecer un objeto que luego aumentó de tamaño de forma vertiginosa. La Si bemol empezó a desplazarse describiendo círculos, en dirección a la Enterprise.
—Vienen directos hacia nosotros —advirtió Yar cuando el racimo de burbujas azafranadas ocupó toda la pantalla. Una alarma de alerta amarilla se puso a ulular como protesta ante la aproximación.
Picard respiró profundamente y dijo:
—Maniobras evasivas.
—No —lo contradijo Deelor—. No están atacando.
—¿Cómo puede estar tan seguro?
Pese a la ausencia de respuesta, Picard se contuvo.
En el último momento antes de la colisión, la nave choraii se detuvo, sus esferas se estremecían a causa de la repentina deceleración.
—Veintidós segundos antes de la hora —comentó Data—. Su puntualidad es impresionante.
—También lo es su velocidad —dijo Picard con una ceja alzada. Ahora entendía por qué la Flota Estelar había escogido a un agente de Inteligencia para una misión diplomática.