—¿Serán los animales lanzados al espacio? —preguntó Patrisha, consternada.
—Desde luego que no —contestó Riker. Sin duda ella no esperaba una reacción tan decidida—. No tenemos ninguna intención de dañar a los animales.
—Pero entonces, ¿dónde vamos a meterlos?
Picard formuló la misma pregunta con una fuerza considerablemente mayor y la inclusión de una palabrota. Como cuadraba a un primer oficial competente, Riker había preparado una respuesta antes de que ni el capitán ni la granjera se enterasen del problema que se avecinaba en la bodega de carga.
—Los simuladores de la nave pueden programarse para que proporcionen pasturas y tierras de cultivo, así como graneros y corrales. Wesley Crusher está trabajando ahora en las instrucciones de computadora.
El capitán había insistido en asignarle la tarea al chico, como si culpara al mensajero por las malas noticias. De todas maneras, el joven alférez estaba encantado con la oportunidad de reprogramar las prestaciones de los simuladores. Con Dnnys oficiando como asesor de las necesidades de los granjeros, la tarea se parecía más a un juego que a un trabajo.
El rostro de Patrisha estaba todavía tenso de ansiedad.
—Un simulador. Oh, vaya.
—¿Ocurre algo malo? —preguntó Riker. Dnnys había aceptado la solución con alivio, pero su madre parecía aún más preocupada que antes.
—Es la única forma, en realidad. Me doy cuenta —dijo la granjera—. Sin embargo, los simuladores son… —Se encogió de hombros en señal de impotencia.
—¿Obras del diablo? —sugirió Riker en un tono burlón que no había tenido intención de dejar traslucir.
—Nosotros no somos supersticiosos, señor Riker. —El fastidio que sentía Patrisha no ofrecía duda, pero por suerte no estaba gravemente ofendida—. Como granjeros intentamos evitar la tecnología innecesaria, para reducir nuestra dependencia de las máquinas.
—Pero sus creencias permiten las cámaras de estasis —señaló Riker.
De todos los colonos, esta mujer parecía la que podía ofenderse menos, pero debería haber traído a Troi consigo para que le advirtiera si inadvertidamente ponía a Patrisha entre la espada y la pared.
—Sólo debido a que nuestra necesidad es demasiado grande —dijo ella—. No teníamos otra elección. A pesar de la acuciante urgencia, muchos granjeros se han opuesto al uso de un método para ellos tan extraño para transportar a los animales. La aceleración del proceso de la estasis reforzará el poder de sus argumentos. Serán difíciles de rebatir.
Riker notó que la reserva de Patrisha cedía, como si estuviese demasiado cansada para mantener las distancias. Por primera vez, la mujer le hizo un gesto para indicarle que se sentara en el sofá del camarote. Ella tomó asiento en una silla, tensa pero menos a la defensiva.
—Somos nómadas, comandante. Ziedorf, el más viejo de nosotros, nació en Titán hace casi doscientos años. Mi madre y mi tía nacieron en Yonada, y yo nací durante el viaje a Grzydc. Cada uno de esos mundos fue considerado el lugar perfecto, así que nosotros adoptamos algunas costumbres locales, cambiamos nuestros nombres para adaptarlos al idioma nativo, pero los cambios fueron siempre superficiales. Primero y ante todo éramos granjeros de Oregón y finalmente las diferencias nos obligaron a marcharnos. Con cada mudanza a un planeta nuevo nuestra comunidad y nuestras posesiones se hicieron más reducidas.
—Y Nueva Oregón será otro hogar.
—El último, espero. —Sonrió no sin tristeza—. Aunque mi madre dijo lo mismo de Grzydc. —Sacudió la cabeza y prosiguió en tono más enérgico—. Mi hija Krn está esperándonos en los territorios de conformación terrícola, realizando los últimos arreglos para nuestro asentamiento. La hemos bautizado según nuestro hogar original, un lugar de la Tierra llamado Oregón. Alrededor de un millar de personas salió de allí hace unos tres siglos. Nosotros somos todo lo que queda de ese grupo. Y los embriones de animales es casi lo único que nos queda de nuestras pertenencias.
—Lo comprendo, granjera Patrisha. —Riker se puso en pie para despedirse—. La Enterprise los llevará a ustedes, y a su ganado, sanos y salvos a Nueva Oregón. —Agradeció que ella no le preguntara cuándo.
—¿Qué época del año quieres? —preguntó Wesley.
La computadora parpadeaba de forma regular con un signo de interrogación y aguardaba pacientemente la nueva entrada de datos.
—¡Primavera! —gritó Dnnys de inmediato.
El año de Grzydc era muy largo, y él sólo había conocido cuatro veces en su vida la gloriosa estación de crecimiento. No sabía muy bien cómo era la primavera terrícola, pero estaba seguro de que sería mejor que lo que le había ofrecido Grzydc, como lo era casi todo lo que Dnnys había encontrado desde que salió del planeta.
—Y agregaré algunos detalles de fantasía —continuó Wesley mientras entraba una serie de números en el programa del simulador—. El comandante Riker dice que si puedes tomarte el tiempo necesario para hacer un buen proyecto, no te lleva mucho más conseguir que sea excelente.
—Parece una frase de Dolora —dijo Dnnys tras resoplar—. Pero no me desagrada viniendo del señor Riker. Me cae bien.
—También a mí. —Los dedos de Wesley detuvieron sus rítmicas pulsaciones sobre el teclado—. A veces me pregunto si… —Pero no acabó la frase.
—Continúa —lo instó Dnnys.
—Bueno, es sólo que yo era bastante pequeño cuando murió mi padre. Intento recordar cómo era, pero me resulta difícil. —Le resultaba igualmente difícil admitir eso ante su madre. Era probable que ella lo entendiese, pero saber que los recuerdos que Wesley tenía de su padre estaban desdibujándose la pondría triste—. Así que a veces me pregunto si se parecería en algo al señor Riker.
—El no tener un padre debe de ser igual que el no tener un tío en mi caso —dijo el muchacho granjero—. Excepto por el hecho de que tú echas en falta a una persona real, mientras que yo sólo pienso en una de ficción.
Nunca le había confesado esa fantasía a nadie, pero su amigo entendería el sentimiento que la animaba.
El programa de simulación quedó olvidado de momento.
—¿Así que eso es lo que te aflige a ti?
—No con mucha frecuencia, en realidad —contestó Dnnys, encogiéndose de hombros. A veces no pensaba en un tío durante semanas enteras. Otras, la sensación de pérdida lo impelía a buscar la compañía de Tomás, el cual no le gustaba mucho, pero estaba hecho de carne y hueso en lugar de ilusiones—. Y me llevo bastante bien con mi madre, a diferencia de mi hermana Krn. Siempre estaban peleándose. Pienso que ésa es una de las razones por las que Krn se ofreció voluntaria para ir a Nueva Oregón por delante del grupo.
Wesley trató de representarse la imagen de la pelirroja hermana de Dnnys chillándole encolerizada a su propia madre, pero la idea misma lo hizo reír.
—¿No se caen bien la una a la otra?
—Por supuesto que sí. O al menos se quieren. —Él captaba con más claridad que las dos mujeres—. Tomás dice que son astillas de un mismo palo.
Una profunda voz masculina le hizo eco a esa frase.
—¿De un mismo palo? —Riker había entrado en la sala en el momento en que Dnnys acababa de hablar—. ¿Están construyendo una granja o jugando a cartas?
Los muchachos se echaron a reír y luego indicaron mediante gestos al primer oficial que se acercara a la computadora y examinara su trabajo. La conversación de padres y tíos cedió paso a las exigencias de la reprogramación de los simuladores.
Picard, como de costumbre, permanecía en el nivel inferior del puente. A medida que la búsqueda se prolongaba advirtió el ceño fruncido que Tasha Yar le dirigía a su terminal. Cuando el ceño se ahondó pero ella continuó guardando silencio, el capitán emprendió un paseo hasta la zona de popa. La jefa de seguridad no solía ir con rodeos para decir lo que pensaba, incluso era demasiado directa en ocasiones, pero su tenaz intento de disciplinarse podía ir demasiado lejos. Yar tenía una gran intuición que no podía desaprovecharse por un exceso de cautela.
—¿Ha descubierto algo, teniente? —preguntó en tono de fingida indiferencia.
La pregunta la pilló desprevenida.
—Sí, señor —dijo, y rectificó, agregando—: Quiero decir, tal vez.
Picard bajó la mirada a la cuadrícula de búsqueda. Parecía normal.
—¿Una corazonada?
Ella se removió con incomodidad ante lo que podía tomarse como una insinuación de que se dejaba llevar por sus impresiones en vez de centrarse en los fríos datos.
—Probablemente no sea más que una distorsión periférica, capitán. —Con un dedo atrajo la mirada de Picard hacia una diminuta ondulación en la zona exterior del campo de sondeo—. Esta coordenada no está en la trayectoria actual de LaForge.
—Data, ¿qué conclusiones saca usted de las lecturas de la teniente?
La interpretación que hizo Data de la alteración tampoco fue inconcluyente.
—Si se trata de la nave choraii, estamos viajando muy alejados de su curso.
—¿Qué curso? —preguntó Geordi. Sus ojos cubiertos por el visor estaban fijos en la señal de computadora que trazaba el rumbo en la pantalla de navegación—. Esta gente viaja describiendo rizos y serpenteos, no en líneas rectas. Su nave podría acabar en cualquier parte.
Picard sopesó con rapidez los informes de sus oficiales. El repaso fue un proceso racional, pero la decisión final estuvo más basada en la intuición que en la lógica. A diferencia de Yar, él había vencido su miedo a seguir las corazonadas.
—LaForge, ponga rumbo directo hacia las alteraciones detectadas por los sensores.
—Sí, capitán —repuso el piloto.
Las temblorosas estrellas de la pantalla frontal describieron un último y perezoso bandazo y luego quedaron inmóviles.
—La navegación por computadora tiene ciertas ventajas —le comentó Picard al teniente Worf.
Worf asintió con solemnidad. Un extraño sonido gorgoteante le recordó a Picard que el klingon había desdeñado la oferta de la doctora Crusher de administrarle una inyección de Horizone; a pesar de que todos los demás lo habían aceptado de buen grado. A juzgar por los sonidos provenientes del cuerpo del teniente, los klingon eran tan propensos a la náusea como los humanos, si bien estaban mucho menos dispuestos a admitir su malestar.
Satisfecho de que los problemas de la cubierta de popa estuvieran ahora resueltos, Picard se volvió hacia su puesto. Con un par de pulsaciones en la insignia-comunicador, convocó a Riker y Troi al puente; contactaría con el embajador Deelor después de dirigirle la palabra a la tripulación del puente. El capitán había prometido plena cooperación en esta misión, y Deelor la obtendría; pero no contaría con una obediencia ciega. Picard quería una detallada cuenta de los actos del embajador a partir de ese momento.
Andrew Deelor tenía el sueño ligero. La llamada desde el puente lo llevó de inmediato al estado de vigilia, y no había rastro de sueño en su voz cuando habló con Picard.
El intercambio de palabras que tuvo lugar fue breve, y Deelor se deslizó fuera de la cama en cuanto la comunicación concluyó. Dado que la Enterprise había captado el rastro de la nave choraii, el hombre se había metido en la cama completamente vestido, preparado en cualquier momento para que lo convocaran desde el puente.
—¿Ruthe?
Encendió las luces del camarote, parpadeando una sola vez a causa de la repentina claridad que lo invadió, y buscó la capa gris de la intérprete. Ella se encontraría acurrucada debajo de la misma. La noche anterior, Ruthe se había llevado todas las almohadas de la cama de él y dormido sobre la cubierta, pero esta noche la encontró enroscada en un sillón que había en un rincón.
Deelor la sacudió suavemente hasta despertarla y le susurró las noticias al oído. Ruthe detestaba los sonidos subidos de tono. Desenroscó su cuerpo, se estiró con pereza, y se dispuso para salir del camarote. Los dos tenían eso en común: ambos tardaban poco en estar prestos para cumplir con sus deberes.
Los corredores de la nave estaban en calma —las pocas personas con las que se encontraron caminaban a solas—, pero el puente reflejaba un sorprendente contraste de animadas voces y movimientos. Deelor percibió que Ruthe se retraía una vez salieron del turboascensor.
—La nave está entrando y saliendo constantemente del radio de alcance de los sensores —les explicó Picard a Deelor y Ruthe cuando se reunieron con él—. No podemos acercarnos lo suficiente para realizar una lectura sólida.
—Ni siquiera lo intente —dijo Deelor. Le hizo al primer oficial Riker un gesto con la mano para que se apartara a un lado, y ocupó el asiento que estaba a la derecha del perteneciente al capitán—. Los choraii no responden ante una persecución.
—¿A qué responden? —preguntó Picard con un deje de malhumor.
—A esto.
Ruthe sacó las manos de debajo de los pliegues de su capa. En ellas tenía las tres secciones de un tubo con intrincados dibujos tallados. Con la facilidad de la práctica, logró que los tres segmentos quedaran unidos.
Dejándose caer cerca de los pies de Deelor, Ruthe se sentó sobre la cubierta con las piernas cruzadas. Y se llevó el instrumento musical a los labios, adoptando la postura de un flautista; pero el sonido que produjo era de un timbre más profundo, más parecido al del oboe o el del fagot. En contra de lo esperado no tenía la calidad de la caña.
—Den comienzo ahora a la transmisión —ordenó Deelor. Detectó la resistencia de Yar a la apropiación del mando por parte de él. La joven aguardó hasta que el capitán asintió para dar su confirmación antes de abrir un canal de transmisión. Se estaba acercando rápidamente el momento en que Picard tendría que ceder su autoridad de forma total. Muy pronto, pero todavía no.
La cadencia de las notas de la flauta devolvió la atención de Deelor a Ruthe. La melodía que estaba tocando era sencilla, poco más que una escala tocada una y otra vez con sutiles variaciones de tempo, y un tanto obsesiva. Cada frase llevaba a la misma nota, se demoraba en ésta, y luego la abandonaba rápidamente para regresar a ella.
—Si bemol —comentó Riker tras escucharla durante varios minutos—. A intervalos de una octava pero siempre si bemol.
—Es una manera de designar una nave choraii tan buena como cualquier otra —contestó Deelor.
Al llegar al final de la melodía de salutación, Ruthe sostuvo la nota que designaba la nave hasta que se quedó sin aliento. Dejó caer el instrumento sobre su regazo y aguardó.
La transmisión de respuesta fue más intrincada que la suya. Tres flautas por separado, o posiblemente voces, se entrelazaron subiendo y bajando en torno a un tono si bemol mantenido de forma continuada por un cuarto músico. Tras escuchar durante un rato, Ruthe comenzó a tocar otra vez, combinando su parte con las ejecutadas por los otros. El intercambio de mensajes duró varios minutos, y una a una las voces fueron callando y dejaron nuevamente el solo de Ruthe.
Con los ojos cerrados ante las personas que se encontraban alrededor de ella, la intérprete estaba todavía tocando cuando Yar anunció que la nave choraii había salido del radio de alcance de los sensores. Deelor tocó con levedad a Ruthe en un hombro. Ella se interrumpió de pronto, como si despertara de un trance.
—Tienen una canción que terminar antes de poder reunirse con nosotros, pero están de acuerdo en concertar otro encuentro.
—¿Incluso después de los daños que le causamos a su nave? —preguntó Picard—. Yo habría esperado que se necesitara mayor persuasión para acordar otro contacto.
—Ah, eso. —Ruthe se encogió de hombros, como quitándole importancia al enfrentamiento anterior—. Nadie resultó herido; la nave ha sanado.
—¿Cuándo y dónde vamos a reunimos con ellos?
Ruthe dudó, y luego volvió a tocar su flauta. Ejecutó otra vez un segmento del intercambio de mensajes, y tradujo las notas a conceptos humanos.
—Dentro de veinte de las horas de ustedes. He sido yo quien ha escogido el lugar. Les dije que nos encontraríamos en las coordenadas ocho cinco seis punto doce.
—Podemos llegar al lugar en el tiempo fijado si viajamos a factor hiperespacial seis —anunció Data después de trazar las coordenadas en su terminal—. Pero ¿por qué allí? El emplazamiento no tiene ningún significado aparente.
—Me gusta cómo suena.
Riker sonrió ante la consternación del androide.
—A veces, el marco y la presentación son más importantes que el contenido, Data.
—Continúo sin comprenderlo.
—Más tarde, teniente Data —dijo el capitán con tranquila firmeza—. Ahora que ya ha quedado acordado el encuentro, la sección del platillo puede ser desprendida y dejada atrás. Nos reuniremos con los choraii en el puente de batalla.
—Bajo ninguna circunstancia —declaró Deelor—. La nave no se divide.
Picard se tensó ante la contraorden.
—No puedo arriesgar de forma deliberada la vida de los pasajeros.
—Estarán muchísimo más seguros con la sección armada de lo que estarían si se quedaran solos. Los choraii son erráticos por lo que respecta a su navegación, y con toda facilidad podrían volver sobre su propio curso. La sección del platillo sería una presa fácil.
—Comprendo su punto de vista —dijo Picard haciéndose cargo—. El pasaje correrá un riesgo de cualquiera de las dos formas.
—Muy cierto. —Deelor no sentía ningún deseo de continuar debatiendo el asunto. Se puso en pie y llamó a Ruthe con un gesto para abandonar el puente. Gritó una última orden desde la cabina del turboascensor—. Puede usted trasladarse al punto del encuentro, capitán Picard.
—El embajador debería aprender mejores modales —murmuró Picard después de que el turboascensor se hubiese llevado a Deelor del puente.
Acto seguido, dio instrucciones a LaForge para que se dirigiera hacia las coordenadas de Ruthe, aunque no sin ciertos recelos. Picard no era ningún músico; mientras que Riker se había quedado embelesado por el concierto, el capitán había escuchado con creciente inquietud aquella transmisión ininteligible.
—No contamos más que con la palabra de Ruthe respecto a qué se dijeron entre ellos —le señaló a Riker—. Y a pesar de que no tengo ninguna razón para no creer en lo que ella dice… —Lanzó las manos al aire con gesto de frustración—. Sencillamente no confío ni en ella ni en Deelor.
El capitán miró a Troi en busca de una opinión, pero la consejera tenía poco que ofrecerle.
—Ruthe pensaba solamente en su música. Y Deelor, como siempre, puso buen cuidado en levantar una coraza alrededor de sus emociones. Él sabe que yo soy mitad betazoide, y su capacidad de bloquear su mente es notable.
—Yo tengo grabada la totalidad de la transmisión, capitán —dijo Data, tercero en la línea de atención del capitán—. Teóricamente, las computadoras lingüísticas pueden realizar una traducción, pero el habla de los choraii parece ser muy intrincada, más emotiva que literal. Necesitaré más información con el fin de acelerar el proceso de traducción y afinar ésta al máximo.
Picard se volvió hacia su primer oficial.
—Usted es el músico, número uno. Yo le he oído tocar.
—Soy un aficionado —opuso Riker—. Y la verdad es que sólo sé jazz.
—Sea o no un aficionado, usted es la única persona con acceso a la información reservada que tiene alguna afinidad con la naturaleza del idioma musical de los choraii. —El capitán consideró las otras aficiones del primer oficial, y asintió ante lo apropiado de su elección—. Sí, estoy convencido de que puede usted persuadir a la intérprete Ruthe de que le comente su trabajo.
—Pero capitán…
—Ella no es diferente de la señora Beata de Ángel Uno. La labia que entonces desplegó usted la impulsó a concederle clemencia a la tripulación de la Odin.
Según ciertas fuentes extraoficiales, la persuasión de Riker se había basado en algo más que en su elocuencia. Picard les concedió mayor credibilidad a esos informes cuando advirtió que las puntas de las orejas de Riker enrojecían.
—Lo intentaré, señor.
A pesar de la evidente incomodidad del primer oficial, Picard detectó en él una cierta expectación cuando aceptó la tarea que le encomendaba.
—Simplemente asegúrese de que Deelor no esté cerca cuando lo haga. Me da la impresión de ser un poco celoso.
Fue fácil preparar una maniobra de diversión. A la doctora Crusher no le agradó nada que le hicieran utilizar el examen médico de Deelor como pantalla para ocultar las actividades de Riker, pero cuando insistieron consintió en concertar una visita con el embajador. El arrastrar a Ruthe fuera del camarote resultó ser más difícil. Pasaron varios minutos antes de que ella contestara a las persistentes llamadas de Riker. Su ofrecimiento de un recorrido por la nave fue recibido por una mirada carente de expresión, pero puesto que ella no le dijo que se marchara, él lo intentó otra vez de forma más directa.
—Me sentí fascinado por su concierto de flauta en el puente. ¿Tocaría para mí?
—¿Aquí? —preguntó ella, algo desconcertada.
Riker decidió interpretar su respuesta como un asentimiento ante su solicitud, y sugirió una sala de descanso cercana como lugar más afín. Tras un poco más de persuasión, Ruthe lo siguió hasta un área abierta provista de asientos acolchados y frondosas plantas. En el lugar no había nadie, cosa que evidentemente le causó satisfacción a ella porque su resistencia desapareció. Avanzó delante de Riker y se sentó en una silla de cara a una luneta. La vista también tuvo que complacerla. Sonrió ante el panorama del espacio profundo.
Todo estaba previsto para crear la atmósfera adecuada. Los guardias de seguridad de la teniente Yar estaban apostados en todos los cruces de corredores que llevaban hacia la sección. Tenían instrucciones estrictas de mantener alejados del salón a todos los tripulantes no implicados en la acción. El esfuerzo de separar a Ruthe de Andrew Deelor había sido planificado con todo cuidado para sacar pleno provecho del poco tiempo de que disponían.
Riker había elaborado una estrategia para ganarse la confianza de la mujer tras un rápido repaso de los archivos musicales de la nave.
—Lo poco que he oído del mensaje de los choraii me recordó la música terrícola de la Edad Media. Las formas del canto occidental presentaban varias voces, pero no estaban ligadas por la melodía ni por el ritmo…, cada una se movía de forma independiente.
Ruthe se sorprendió ante el comentario. Apartó la mirada de las estrellas y la fijó en él.
—Sí, el desarrollo polifónico es similar, aunque los modos armónicos de los choraii están más próximos a las escalas desarrolladas en el siglo veinte por Schónberg.
—¿Así que es una gran conocedora, además de intérprete? —preguntó.
La frase anterior era la más larga que había pronunciado en público y Riker estaba deseoso de que continuara hablando. La pregunta tuvo el efecto contrario.
Ruthe volvió a mirar hacia la luneta.
—He estudiado historia de la música —dijo lacónicamente.
—La melodía de salutación que tocó usted… —Riker tarareó algunos compases de la melodía que había oído en el puente—, ¿era de su propia composición? ¿O los choraii tienen una composición formalizada para llamar a otra nave?
—Las notas son siempre las mismas —contestó ella—, pero el ritmo es libre. —Sacó los trozos de su flauta—. La canción cambia cada vez que la entono.
Mientras Riker observaba cómo Ruthe unía las secciones del instrumento, se sintió una vez más impresionado por la belleza de ella. Una parte de su mente se concentró en la música que tocaba; la otra se deleitaba en las bien dibujadas líneas del perfil de Ruthe mientras ella soplaba la flauta y sus dedos evolucionaban sobre las llaves y palancas de la misma.
Ruthe no interrumpió su concierto cuando Data entró distraídamente en el salón, aunque su melodía se rezagó al observarlo mientras él tomaba asiento. Él se mostró más interesado en el informe que traía consigo que en la música de ella, así que Ruthe retomó el tempo original. Riker sabía que el vocoder alojado en la palma de Data gravaba cada una de las notas que ella estaba tocando.
Deanna Troi fue la siguiente persona que entró. Riker temía que la presencia de la consejera pudiese trastornar a Ruthe, pero la intérprete estaba demasiado absorta en su canción como para que le molestase tener un oyente más.
Desgraciadamente, Riker apenas podía reprimir su irritación ante el creciente auditorio.
Amparándose en la música, Deanna le susurró:
—Tal vez podría usted concentrarse mejor en un ambiente más íntimo.
Un si bemol sostenido marcó el final de la canción que estaba tocando Ruthe.
—Ha sido hermoso, a pesar de que no entiendo lo que significa —comentó Riker—. Pero, por otro lado, estoy seguro de que los choraii encuentran que nuestra habla es igual de misteriosa.
Ruthe sacudió la cabeza.
—En absoluto. Los choraii aprendieron de los niños el idioma de la Federación. De hecho, lo hablan bastante bien, pero es una forma tan fea y torpe de comunicarse que prefieren no utilizarla.
Sin duda, valía la pena comunicarle ese hecho a Picard, pero fue el último dato que Riker pudo obtener de la intérprete.
—Will… —le advirtió Troi cuando el embajador Deelor estaba a pocos metros de distancia.
—Me preguntaba dónde estarías. —Deelor le dirigió la palabra sólo a Ruthe.
—Me aburrí de esperar en el camarote.
—Eso no volverá a suceder —le aseguró Deelor—. Mis excursiones a la enfermería han terminado.
Este último comentario fue dirigido al primer oficial.
El embajador llamó a Ruthe a su lado mediante un ademán. Ella se levantó del asiento y lo siguió fuera del salón.
Riker frunció el entrecejo mientras veía alejarse a la pareja. Ruthe se marchó sin una palabra de despedida, sin una mirada atrás.
—No me gusta la forma en que Deelor le da órdenes constantemente.
—A ella no parece importarle —comentó Troi—. ¿Por qué tendría que importarle a usted?
Él se volvió para contestarle pero se tragó la réplica cuando vio que Data aún estaba sentado cerca de ellos. El androide había abandonado su anterior pose de desinterés y los contemplaba con una curiosidad no disimulada.
—Data, ya es hora de que se marche —le dijo Riker.
Data arrugó el gesto, buscando en su memoria alguna tarea olvidada.
—No tengo ningún cometido en particular programado para esta hora. —Estudió la expresión de Riker de manera atenta—. ¿Desea usted que me marche?
—Sí, Data —contestó Troi con mucha firmeza.
El androide no se movió.
—Mi entendimiento de la interacción humana mejoraría si tuviese más oportunidades para llevar a cabo observaciones directas. La conversación de ustedes promete ser muy esclarecedora por lo que hace a ciertas cuestiones.
—Nos gustaría tener un poco de intimidad —insistió Riker.
—Pero es que esa intimidad es lo que impide que comprenda las complejidades de las relaciones interpersonales.
—Hasta luego, Data —dijo Riker.
Data se levantó del asiento y salió de la sala, pero caminaba lentamente. El primer oficial se preguntó cuáles serían los límites de la capacidad auditiva del androide y esperó hasta que Data quedó fuera de la vista antes de hablar.
—Deanna, si no te conociera mejor diría que estás celosa.
—No tengo ningún derecho a estar celosa. Cuando nos separamos, eso quedó claro.
—Y tampoco hay razón para estar celosa.
—Eso ya lo sé, Will —admitió ella y luego suspiró—. En verdad, puedo percibir un interés pasajero por Ruthe, tu admiración por su belleza, pero ninguna atracción seria. En cuanto a ella…
La vanidad de Riker empezó a esfumarse ante los hipotéticos sentimientos de Ruthe.
—¿No querrás decir que está enamorándose de mí?
—No. No, no lo está haciendo —contestó Troi con una certidumbre mayor de la que él esperaba—. De hecho, no siente por ti ni el más mínimo interés.
Troi sonrió ante el fugaz fastidio que recorrió las facciones de Riker. Las siguientes palabras borraron los restos de orgullo de él y explicaron la inquietud que traslucía ella.
—Es exactamente así. No siente interés por nada que no sea su música. Está vacía, Will, despojada de todo sentimiento.