6

—El chico necesita un tío —declaró Dolora mientras doblaba otra camisa y la guardaba en el baúl que estaba sobre la cubierta del camarote.

—Bueno, pues no lo tiene —contestó Patrisha.

Arrellanada en el mullido sillón contemplaba los esfuerzos de la mujer de más edad. En unas circunstancias diferentes, podría haber disfrutado de sus habitaciones a bordo de la Enterprise. Los principios de los granjeros nunca habían estado en contra de los muebles cómodos ni los espacios amplios, pero la comunidad raras veces podía permitirse semejantes comodidades. Sin embargo, una semana de compartir las habitaciones con su tía había hecho el viaje casi insufrible a pesar de dichas comodidades.

—Otro ejemplo de la irreflexión de mi madre al morir joven.

Dolora frunció sus finos labios. A veces el sentido del humor de Patrisha le resultaba retorcido.

—Tomás ocuparía el lugar de su tío con que sólo se lo pidieras.

—Tomás ya intenta desempeñar el papel de hermano mío sin que nadie se lo pida.

—Es tu primo.

—Es… —Patrisha se tragó la réplica. Tomás era un burro cabezota, pero también era el hijo de Dolora. En lo de su naturaleza irritante tenía a quien salir—. Es muy amable por su parte interesarse por nuestro bienestar, pero puedo arreglármelas sola con Dnnys.

Dolora examinó vacilante el contenido del baúl, considerando si convenía sacarlo todo fuera y comenzar desde el principio otra vez.

—El ser hija única te ha hecho voluntariosa.

—Gracias a Dios. —La mención de Dios, prohibida para ellos fuera de los oficios y la lectura de la Biblia, salió de sus labios antes de que Patrisha pudiera contenerse—. Lo siento, tiíta Dolora. —Utilizó desvergonzadamente la antigua expresión cariñosa—. Es sólo que la noticia que nos trajo Dnnys me ha trastornado.

Las mejillas de la tía aún seguían enrojecidas, pero la mujer aceptó las disculpas.

—¿Crees lo que dice el chico?

—Oh, sí —respondió Patrisha—. Está bastante seguro de que la nave ha cambiado de curso, alejándose de Nueva Oregón.

—Cosa que demuestra que Dnnys no ha aprendido la lección de la última regañina —dijo Dolora sorbiendo por la nariz—. Continúa escabullándose del área reservada a la comunidad.

Y ya estaban de vuelta en la discusión inicial. Patrisha se puso de parte de su hijo como antes, teniendo buen cuidado en argumentar apelando al interés de los granjeros.

—Necesitamos su conocimiento de la Enterprise para protegernos a nosotros, y a nuestro cargamento.

Este razonamiento no podía ser desechado, ni siquiera por parte de alguien tan poco reflexivo como Dolora, pero ella encontró con facilidad otro blanco para sus críticas.

—Me sentiría mucho mejor si fuera una chica. Los chicos son demasiado sensibles a los atractivos de los nuevos entornos.

—Si fuera una chica, entonces Krn no tendría un hermano —señaló Patrisha.

—Respecto a Krn… —comenzó a decir Dolora con una expresión que no auguraba nada bueno. Había perdido todo interés en la tarea de guardar la ropa.

La discusión se hubiera ido agriando de no haber sido por la llegada de Dnnys. Patrisha trató de despachar al chico sirviéndose de una mirada de advertencia, pero él los salvó a ambos de un ataque directo por parte de Dolora.

—El capitán ha venido a verte, madre.

Patrisha se levantó del asiento y Dolora se apresuró a anunciar que había dejado su mejor jersey en la otra habitación. Se retiró, dijo, para recuperarlo. Patrisha la conocía demasiado bien para esperar su regreso mientras el capitán estuviese presente.

—Bienhallada sea, granjera Patrisha —dijo Picard al entrar. Se movía con toda la confianza pero nada de la impaciencia que ella había advertido durante la primera entrevista de ambos.

—Después de demasiado tiempo, capitán Picard. —Patrisha decidió ir de inmediato al tema que quería tratar, lo cual no era una costumbre granjera, pero ocultó la fuente de su información, proceder típico de su pueblo—. En nuestra comunidad ha surgido un rumor muy inquietante. Algunos de entre los nuestros creen que la Enterprise ya no está viajando hacia Nueva Oregón.

Picard miró de inmediato a Dnnys.

—Te has hecho muy amigo de Wesley Crusher, ¿verdad? —Su actitud estaba calculada para intimidar el ánimo del chico.

—Él no me lo contó, si es eso lo que quiere decir —replicó Dnnys frunciendo el ceño—. Puede que yo sea un granjero, pero soy lo bastante listo como para darme cuenta de un acentuado cambio de rumbo. Lo único que tengo que hacer es mirar por una luneta.

—Sí, es bastante cierto —admitió Picard. Volvió a mirar a Patrisha—. Su hijo posee unas dotes de observación encomiables.

El elogio no la distrajo.

—Entonces es verdad que ya no nos dirigimos hacia Nueva Oregón.

—Se trata de un desvío menor —dijo Picard—. La Base Estelar Diez ha solicitado que nos encontremos con otra nave en este sector para intercambiar algunas mercancías. Como puede ver, la Enterprise cumple muchas funciones aparte de la exploración; servimos como transporte para pasajeros, nave mercante y nave de rescate.

Su letanía era un sutil recordatorio de la imposición de su presencia en la nave. La capitana del transporte anterior se había mostrado menos comedida. Un viaje de cuatro meses con los granjeros había agotado hasta el límite su paciencia. Había dejado a toda la comunidad en la Base Estelar de la Federación que tenía más cerca, y no hubo ruegos suficientes para conseguir el regreso de la misma a bordo de la nave, la Forox. El recordar la vergüenza de aquel abandono debilitó la resolución de Patrisha.

—Gracias por tomarse el tiempo para explicármelo.

—En absoluto —repuso él afablemente—. Para eso estamos los capitanes.

Después de que se marchara Picard, y antes de que Dolora apareciera de nuevo, Patrisha le preguntó a su hijo:

—¿Estaba diciendo la verdad?

—No lo sé —contestó Dnnys de malhumor—. Y Wesley no quiere decirme qué está sucediendo.

Riker y Data se situaron a ambos lados de la teniente Yar, mirando atentamente la lectura de sensor en el monitor del puente.

—¡Lo tengo! —gritó Yar, triunfante—. Dirección treinta y cuatro, localización doce.

Data asintió con la cabeza para confirmárselo al primer oficial.

—El residuo puede ser seguido con bastante facilidad ahora que el perfil del elemento ha sido determinado.

Picard salió del turboascensor y vio al grupo de oficiales.

—¿A qué se debe el alboroto?

—¡La caza comienza, señor! —anunció Data con gran entusiasmo—. Hemos encontrado una pista de sangre.

—¿Sangre?

Riker sonrió ante la confusión del capitán.

—Data estaba hablando en sentido metafórico, capitán. Hemos determinado una forma de seguirle la pista a la nave choraii.

—Excelente —dijo Picard mientras descendía hasta el asiento reservado a él.

—La verdad es que el uso de la palabra sangre no ha sido estrictamente metafórica. —Data siguió al capitán—. Un examen de fragmentos recogidos en el lugar de la batalla muestra que la nave choraii está construida de una extraordinaria mezcla de materia inorgánica y orgánica. Al destruir varias de sus esferas, lo que hicimos fue herir la nave. Ahora hemos ajustado nuestros sensores para detectar el rastro de la particular combinación de elementos liberada desde el lugar en el que se produjo el impacto.

LaForge flexionó todos sus dedos con un ademán teatral.

—Estoy preparado en cuanto usted lo esté.

El vuelo libre, sin controles de computadora ni un curso trazado, era el sueño de un piloto. Todo lo demás era la rutina que había que soportar hasta la siguiente oportunidad de hacerse con el timón.

—Adelante a factor hiperespacial seis —ordenó el capitán.

—¿Qué te pasa? —preguntó Beverly Crusher cuando su hijo apareció por la enfermería—. ¿Te encuentras mal?

—Estoy bien —dijo él como quien protesta, pero ella, de todos modos, le puso una mano sobre la frente.

—No tienes fiebre —dictaminó—, así que, ¿por qué tienes aspecto de haber perdido a tu mejor amigo?

—Porque lo he perdido.

La doctora retiró la mano de la cara del muchacho y le dio un abrazo. Wesley ni siquiera se sintió violento.

—Dnnys sabe que está sucediendo algo extraño y quiere saber qué es. No se trata sólo de curiosidad; está preocupado por su familia. Y yo no puedo contarle nada debido a la restricción de seguridad impuesta sobre la información referida a Hamlin.

Su madre suspiró. Una fiebre habría sido más fácil de tratar que este problema.

—Wesley, si la carrera en la Flota Estelar es algo serio para ti… —acalló con un gesto la protesta automática de él—, tendrás que encontrar un equilibrio entre las exigencias del deber y las de tu vida personal. No siempre pueden conciliarse.

En el relativo escaso tiempo que llevaban a bordo de la Enterprise, la doctora Crusher había visto a su hijo madurar mental y físicamente, aunque Wesley era todavía demasiado joven para entender cabalmente lo doloroso que resultaba el conflicto entre esos dos compromisos. Sin embargo, no le agradaría oír eso de boca de su madre, así que ella guardó silencio.

—He hecho un juramento —dijo Wesley muy serio—. Tengo que atenerme a él sin importar lo que ocurra.

La gente señalaba con frecuencia que Wesley se parecía a ella físicamente, pero en este momento Crusher vio lo mucho que se parecía a su padre. Ello le producía orgullo y miedo a partes iguales. La devoción de su esposo para con la Flota Estelar había sido algo tan consustancial a su carácter que no había lugar para criticarla sin criticarlo a él; pero ella aún lamentaba su prematura muerte.

Alargó una mano y le alborotó el pelo a Wesley, pero esta vez él se zafó de la caricia, lo cual significaba que ya se sentía mejor. Al mirar a través del tabique de vidrio que el muchacho tenía detrás de sí, la doctora vio que Andrew Deelor entraba en la enfermería.

—Hablando de juramentos —dijo ella con un suspiro al ver acercarse al embajador—, ha llegado el momento de que yo me concentre en el hipocrático. Tengo una cita concertada, así que lárguese de aquí, alférez Crusher, de inmediato, o le haré unas cuantas pruebas también a usted. —Se sintió aliviada al ver que su hijo sonreía mientras salía a escape. Wesley tenía un temperamento demasiado apacible como para permanecer apesadumbrado durante mucho tiempo.

—Excelente. La quemadura está casi curada —observó Crusher al quitarse Deelor el uniforme y dejar a la vista el injerto de piel sintética que cubría la herida. El material artificial estaba casi del todo sustituido por el crecimiento de nuevas células. Ella levantó la parte superior del escáner y le hizo un gesto para indicarle que subiera a la mesa. La exploración confirmó su primer diagnóstico.

—Sus tejidos tienen una notable capacidad de reproducción. —Observó más atentamente las lecturas del escáner; luego, se concentró en la fantasmal imagen que se le ofrecía de lo oculto por la capa epidérmica. Unas pulsaciones de las teclas de los mandos aumentaron el área de exploración—. Lo cual es muy afortunado considerando el número de heridas que parece haber sufrido usted en el pasado. Cicatrices en el tejido interno, cerca del corazón y el hígado… —volvió a desplazar el punto focal—, herida punzante cercana al pulmón izquierdo, y numerosas cicatrices de fractura en las costillas.

Acabado el examen, ella desplazó el panel articulado que había estado suspendido por encima del pecho del hombre.

—No tenía ni idea de que el servicio diplomático fuese tan peligroso.

—Soy propenso a los accidentes —fue la única respuesta de Deelor mientras bajaba de la mesa.

—¿Como eso de caer ante un disparo fásico perdido?

Deelor se puso la ropa con lentitud. Ya había pasado la etapa en la que vestirse le resultaba doloroso, pero aún notaba cierta tirantez.

La doctora Crusher volvió a hablar.

—¿Por qué no aparecen esas viejas heridas en su historial médico?

—¿No lo están? —le preguntó él alzando las cejas. Su fingida sorpresa resultaba muy convincente de ordinario, pero esta doctora estaba en guardia.

—Tal vez es usted distraído además de patoso. Echo en falta los actuales informes médicos de los supervivientes de Hamlin.

—Todo a su debido tiempo, doctora Crusher. —Se cerró la cremallera del uniforme sobre el pecho como si sellara dentro un secreto—. Todo a su debido tiempo.

La gravedad artificial y los amortiguadores de inercia mantenían la ilusión de un vuelo uniforme para el millar de personas que vivían a bordo de la Enterprise. Caminando tranquilamente por sus largos corredores, descansando en los comedores o profundamente dormidos en sus camarotes, eran inconscientes del vuelo que describía rizos y virajes mientras Geordi LaForge seguía el rastro de partículas desprendidas que marcaba el rumbo seguido por los choraii. No obstante, cualquier luneta ponía de manifiesto el verdadero curso trazado por la Enterprise, y los que no lo sabían aprendieron pronto a apartar la mirada del tambaleante cosmos. En el puente, los prolongados bandazos de las estrellas dentro del marco de la pantalla principal eran más difíciles de evitar, y más de uno de los miembros de la tripulación del puente se había marchado haciendo eses camino de la enfermería. El resto mantenía los ojos fijos en sus terminales respectivos.

Esto era difícil para el capitán Picard porque el teniente Data estaba dándole su informe mientras permanecía en pie, justo ante la pantalla. Una y otra vez la mirada del capitán iba y venía entre un punto neutral y el rostro de Data, detrás de cuya cara las estrellas se desplazaban entre vertiginosos tumbos. Picard trató de hacer caso omiso a las incipientes nauseas todo lo que pudo, confiando en que desaparecerían por sí mismas, pero la desagradable sensación era cada vez más pronunciada.

—Ya es suficiente. —Picard se detuvo para tragar saliva de forma involuntaria. Las últimas frases de Data ni las había oído—. Vayamos a mi sala de reuniones.

—Buena idea, señor —dijo Riker.

—Will, está usted tan pálido como Data —observó el capitán cuando ya se había cerrado la puerta de la sala.

Riker sonrió débilmente. Colocó la silla de manera que la única luneta de la habitación quedara a sus espaldas.

El androide, sin embargo, no parecía afectado por la discrepancia entre el movimiento real y el aparente. Continuó su informe sin interrupción.

—Desgraciadamente, la mayoría de los sondeos de nuestros sensores fueron alterados por la red energética. El embajador Deelor nos proporcionó un registro del encuentro con la Ferrel, pero las lecturas de esos instrumentos estaban afectadas de forma similar.

Picard frunció el entrecejo ante las consecuencias de lo que acababa de oír.

—¿Significa eso que no podemos planificar una defensa efectiva contra el armamento choraii?

—No, señor —contestó Data—. La tarea es difícil pero no imposible. Disponiendo del tiempo suficiente para estudiar el asunto, puede llegarse a una solución. —Se anticipó a la siguiente pregunta del capitán—. Pero no puedo especificar cuánto tiempo se requerirá.

—Cuanto menos, mejor, Data —manifestó Picard tras un suspiro—. Preferiría encontrarme con los choraii contando con mayor ventaja que la última vez.

—Comprendido. —Data dejó un pequeño cilindro metálico encima del escritorio. Como si acabara de ocurrírsele, y agregó—: Esto es interesante. La tecnología de este vocoder en particular es bastante avanzada, diferente de cualquiera de los que he visto que usa el personal de la Flota Estelar. De hecho, yo lo consideraría más apropiado para ciertas operaciones informativas de los servicios de Inteligencia.

—¿Es una opinión o un hecho, teniente? —preguntó Riker.

—Una opinión, señor —admitió Data—. Pero, en mi caso, las dos cosas corren parejas con frecuencia.

—Bueno, guarde para sí su opinión, amigo mío. Está caminando usted sobre arenas movedizas.

Tras echar una mirada de sobresalto a la cubierta que tenía bajo sus pies, Data asintió con aire de comprensión.

—Ah, ya veo. Usted está utilizando una metáfora que connota peligro. Tal vez eso explicaría los blancos que hay en la grabación: censura de seguridad. ¿Debo informar sobre lo que he averiguado?

—Puede contárnoslo a nosotros —respondió Picard al tiempo que se inclinaba hacia delante. El malestar de su cuerpo quedó olvidado en el momento en que a su mente se le planteó un interrogante.

—Los registros del vocoder cubren sólo la última parte del encuentro, después de que la nave choraii atrapara a la Ferrel en su matriz energética. Varias grabaciones han sido borradas, pero yo he conseguido recuperar alguna información de los datos que faltaban.

—¿Y qué ha descubierto?

—Una descripción de la situación energética de la nave justo antes de que fuera arrojada la red de energía. Parece que las reservas de la Ferrel estaban insólitamente bajas, lo cual los dejaba muy vulnerables a la red contráctil.

—Data, ¿explica la grabación cómo se agotó la energía de la Ferrel? —preguntó el capitán.

—No, señor, no lo hace. Si la información estuvo allí alguna vez, ha sido borrada sin posibilidad de recuperación.

—Así que el embajador todavía está llevando a cabo sus pequeños juegos de seguridad.

Picard se frotó el mentón con gesto pensativo. Desde la nada, le volvió a la cabeza la última advertencia de D’Amelio: «No malgaste su suerte con nosotros, capitán Picard. Usted la necesitará más». ¿El peligro se encontraba en los choraii o en Andrew Deelor?

Los pasos de Wesley resonaban a lo largo del estrecho corredor y enmudecían ante las profundas sombras que aguardaban su llegada. Las sombras permanecían justo fuera de su alcance por mucho que paseaba el muchacho. Cada diez pasos que avanzaba despertaba a la vida una luz en estado de reposo al tiempo que se apagaba otra a sus espaldas. Su paso se aceleró al evocar su imaginación relatos de horror medio olvidados que cobraban vida en las tinieblas.

Un repentino sonido sibilante le arrancó una exclamación ahogada, al tiempo mismo que su mente reconocía el sonido de una puerta abriéndose. Riendo por aquel terror infundido sin motivo real, Wesley pasó corriendo por la abertura al interior de la sala cavernosa que había al otro lado. Dnnys le había mostrado ese camino hasta la bodega de carga, y al poco se había convertido en un atajo favorito.

Antes de que llegaran los granjeros, Wesley nunca había explorado las secciones de carga de la Enterprise. Se sentía atraído por naturaleza hacia la intrincada tecnología de los motores hiperespaciales y los sistemas de control del puente. Sólo un comentario casual de uno de los ingenieros había puesto a Wesley sobre aviso respecto al sistema de estasis que los granjeros habían subido a bordo. La curiosidad lo llevó a realizar una visita y el encuentro con el muchacho a cargo del equipo lo llevó a su amistad.

Wesley suspiró al recordar que la amistad podría haber acabado ya. Avanzó serpenteando por entre las altísimas pilas de contenedores, contando inconscientemente los giros a izquierda y derecha. Incluso antes de llegar al claro que le esperaba pudo oír la corriente de nitrógeno líquido que circulaba por las tuberías del sistema de estasis.

—¿Dnnys?

Por lo general podía encontrar al granjero en algún lugar de las proximidades durante el ciclo diurno de la nave. Ésta era la única área a la que se le permitía acudir fuera de las dependencias de pasajeros, y Dnnys pasaba en la bodega de carga todo el tiempo posible.

Una cabeza desgreñada asomó por detrás de la estructura en forma de panal de las cámaras de estasis, y luego volvió a ocultarse. Wesley había temido aquel encuentro y ahora sus miedos se vieron confirmados por el silencioso rechazo. Permaneció en pie, indeciso respecto a su siguiente movimiento.

—Bueno, ¡date prisa! —gritó Dnnys, su voz amortiguada por el compartimiento de control—. Ya era hora de que llegaras. Tengo un problema.

—Podrías haberme llamado —dijo Wesley mientras se apoyaba sobre manos y rodillas y gateaba al interior del compartimiento. El espacio era el justo para que los dos permanecieran agachados el uno junto al otro.

Dnnys hizo caso omiso de esta afirmación.

—Algo va mal. —Le dio unos golpecitos a un manómetro. La aguja indicadora tembló—. Todas las lecturas son normales, pero algo va mal.

Wesley aceptó la valoración de su amigo sin sorpresa. Las máquinas de estasis eran anticuadas, una reliquia abandonada que sólo un planeta pobre como Grzydc habría conservado; era necesario un estricto régimen de mantenimiento diario para garantizar que continuaran funcionando. Valiéndose de los conocimientos teóricos de Wesley y de su propia familiaridad con la mecánica, Dnnys consiguió por fin descubrir la fuente del problema. Tendido de espaldas, se introdujo en un estrecho espacio hecho para técnicos alienígenas, de ahí su peculiar forma y tamaño. Extendió una mano en las profundidades de las entrañas de una caja de controles, de donde sacó un microcircuito ennegrecido.

—Completamente fundido —dijo Wesley, examinando la placa—. Debe haber ocurrido cuando nos atraparon en la red energética.

Las comprobaciones de los sistemas de seguridad de las computadoras de la Enterprise habían detectado todos los fallos de este tipo en la nave estelar, pero la maquinaria de estasis era demasiado antigua para ser registrada por un dispositivo pensado para la más avanzada tecnología. Le entregó a Dnnys un microcircuito de repuesto y observó cómo los indicadores se modificaban entre fluctuaciones.

Una sección del caótico panel de instrumentos llamó de inmediato la atención de ambos. Los dos muchachos miraron fijamente el cronómetro. Los números estaban corriendo en progresión positiva, uno a uno, cada vez con valores más altos.

—Se ha iniciado el ciclo de decantación —gritó Dnnys—. Han pasado muy pocos días desde la última reactivación.

El muchacho salió trabajosamente del nicho y apoyó el rostro sobre la ventana del ingenio más cercana. Un mortecino resplandor rojo apenas dejaba ver la diminuta forma enroscada de un embrión que flotaba dentro; había crecido desde su última inspección. Wesley se desplazó hasta la ventana siguiente e inspeccionó la imagen que había detrás del vidrio que reverberaba en rojo. Este embrión era más grande, sus rasgos más distinguibles. Lo que recordaba a una pequeña pezuña se movió.

—¿No puedes detener el ciclo? —preguntó Wesley.

—No sin un alto índice de muertes —contestó Dnnys—. Wes, tengo que saberlo. ¿Existe alguna posibilidad de que lleguemos a Nueva Oregón antes de que comencemos a decantar?

Wesley negó con la cabeza. No podía explicar la causa del desvío, pero el retraso respecto a las previsiones se haría obvio para los colonos antes o después.

—Bueno —dijo el granjero—. Vamos a estar hasta las cejas de cerdos y ovejas, por no hablar de los perros y los pollos. Espero que a tu capitán le gusten los animales.

—Creo que será mejor que llame al puente —respondió Wesley.

Con suerte, podría explicarle antes el problema al comandante Riker.