Ruthe flotaba libremente dentro del cálido fluido, en el centro mismo del racimo de burbujas choraii. La esfera más interior era grande, varias veces el largo de ella; estaba limitada por todas partes por los óvalos planos que marcaban sus puntos de unión con las esferas que la rodeaban. Con perezosas brazadas nadó en dirección a otra de las burbujas y dio una patada a la suave envoltura, estirando así el flexible tejido. La membrana, al volver a su forma original, la empujó hacia el interior del lado opuesto. Utilizando sus manos como cuchillos atravesó otra membrana, y oyó el leve sonido sonoro de la entrada al cerrarse. Apoyando la planta del pie contra la superficie más cercana, se dio impulso y recorrió una sucesión de esferas.
Su impulsión a través del racimo de burbujas había comenzado por el puro placer de hacerlo. Se desplazaba al ritmo de una alegre música que resonaba como un eco a través del líquido circundante y que parecía temblar al contacto de su piel. Dio una voltereta y ascendió con despreocupada facilidad hasta que un sonido monótono, lúgubre y de notas más bajas, comenzó a ahogar la música precedente. Se diría que el miedo iba en pos de ella. El juego se había transformado en una cacería y ella era la presa.
A medida que Ruthe continuaba nadando, las esferas del racimo se hacían más pequeñas. Ella nadaba cada vez más y más rápido, dejando atrás burbuja tras burbuja, pero la persecución continuaba. Patada, desplazamiento, patada, desplazamiento… Cuando vio la luz difractada de las estrellas que destellaban al otro lado de la membrana, supo que se hallaba en la capa exterior de la nave choraii. El sonido de las entradas que se cerraban se hacía más audible a medida que su perseguidor se acercaba más. Le alcanzó una corriente que llevaba consigo un aroma desconocido, uno que olía a peligro.
El terror superó toda razón. Ruthe penetró a través de la última pared; al alcanzar el vacío helado como el hielo del espacio que se extendía al otro lado gritó y el líquido desapareció de sus pulmones…
Deelor avanzó a tientas por la oscuridad del camarote, atraído por el ruido de los gritos de Ruthe hasta el rincón en que ella estaba durmiendo. Abrazó el cuerpo de ella, que luchaba violentamente contra él, y la llamó por su nombre una y otra vez hasta que los alaridos cedieron paso a los sollozos y ella dejó de forcejear contra su abrazo. De modo gradual, mientras le acariciaba el cabello y le hablaba en un constante susurro tranquilizador, la tensión de los músculos de Ruthe se aflojó. Hacia la convencional mañana, cuando la venció el sueño, aún un tanto inquieto, Deelor se apartó de su lado.
—No miren hacia abajo —dijo Yar a los demás al entrar en el simulador.
Beverly Crusher observó de inmediato sus pies. Se encontraban por encima de un abismo negro, a años luz de distancia de las brillantes estrellas que había allá abajo. Luchando contra el ataque de vértigo que se apoderó de ella, la doctora alzó los ojos y se concentró en la esfera azafranada que estaba suspendida delante de ella. Data había sugerido colocar la burbuja choraii en un escenario cósmico y Crusher se mostró de acuerdo en que eso aumentaría la verosimilitud de la experiencia. El resultado era pasmoso. Y llegaba a confundir.
—Se lo advirtieron —dijo Troi comprendiendo lo que le pasaba por la cabeza.
—Ahora, recuerde, inspire sin cuidado, no se retenga. —Yar no se molestó en ocultar el perceptible contento que le producía la oportunidad de repetirle a la doctora el mismo consejo que ésta le había dado—. Inhale el líquido. No tiene problema.
—Gracias, Tasha —dijo Crusher con sequedad.
La doctora se recordó que esto no era nada más que una sala de simulador y no una verdadera nave choraii, pero eso le sirvió de muy poco una vez que hubo entrado en el interior del medio ambiente alienígena. A medida que se desplazaba lánguidamente por el líquido, su cuerpo se negaba a aceptar la orden que la mente le daba de respirar.
Haciendo gala de su dominio de la braza, la doctora nadó hasta el lado de Jasón. Yar lo había transportado directamente de la enfermería al centro de la proyección. Todavía estaba flotando, encogido como antes o quizás un poco menos. Crusher alargó una mano para coger el diminuto escáner que llevaba sujeto a la cintura e inició su examen. Recorrió el cuerpo del hombre y descubrió que había metabolizado hasta el último resto de los sedantes; la actividad cerebral demostraba que el hombre era consciente de la presencia de ella. Una diferencia sustancial respecto de su estado anterior.
Crusher regresó nadando a la entrada, pero justo antes de salir de la burbuja se obligó a realizar una rápida inspiración de la atmósfera, llenándose los pulmones de aquel líquido al que no estaba acostumbrada, ni a él ni a su peso. El respeto de Crusher por Yar aumentó varios puntos. La jefa de seguridad tenía agallas.
—Está dando resultado —dijo Crusher al salir. Recogió su cabello y se escurrió los restos del virtual y acuoso interior. Por el uniforme le bajaron riachuelos de líquido y formaron charcos sobre la superficie de la invisible cubierta—. Está mejorando.
—Sí —asintió Troi, aunque falta de entusiasmo. Las emociones que había captado al despertar Jasón estaban lejos de ser tranquilizadoras.
Patrisha aún tenía en las manos el libro de texto cuando Dnnys entró en la habitación.
—Eso es mío —dijo él en tensión.
—Lo siento, Dnnys. No tenía intención de fisgonear. —Ella dejó el libro sobre la cómoda del camarote, junto a la ropa que había sacado del cajón—. Estaba guardando tus cosas para nuestra llegada a Nueva Oregón. Has estado tan ocupado últimamente… —Sus dedos recorrieron el título de libro—. Ahora puedo ver por qué.
Él bajó la vista al suelo.
—No lo lamento. Sea cual fuere el castigo, no voy a decir que lo siento.
—No, no esperaría que lo hicieses —dijo Patrisha con cierto deje de abatimiento—. Si Tomás no ha conseguido meterte a golpes un poco de sensatez a estas alturas, ya no queda ninguna esperanza.
La cabeza de su hijo volvió a alzarse con brusquedad, los ojos destellando de furia.
—Tú no crees en sus estúpidas reglas. ¿Por qué debería hacerlo yo?
Patrisha sintió que la garganta se le cerraba a causa del miedo.
—¿Tan claro resulta? —preguntó.
—Tal vez no para los otros, pero yo me doy cuenta.
—Y este libro… ¿qué ganarás con leerlo?
—Un título de mecánico —replicó Dnnys—. Un pasaje para marcharme de Nueva Oregón en la primera nave de carga que necesite uno.
Jasón podía ser visto desde el exterior de la burbuja choraii, pero sólo como una fantasmagórica figura pálida que flotaba a la deriva. Sus ojos estaban cerrados y no parecía advertir la presencia de las tres personas que lo contemplaban y hablaban de él en voz baja. A pesar de que los brazos y piernas ya no los mantenía entrelazados con su cuerpo, los movimientos de los mismos eran lánguidos y limitados.
—¿Y si Data repitiera la configuración de la burbuja y creara un racimo? —sugirió Beverly Crusher. Sus cejas se habían unido, la preocupación dibujada en el rostro—. La estructura sería aún más parecida a la original…
—No serviría de nada —dijo Troi—. La construcción de la esfera no es el problema. Él está buscando algo que nosotros no podemos proporcionarle.
Una vez más, aunque no sin cierto temor, la consejera relajó su escudo emocional y notó lo que Jasón sentía. Buscó palabras para describir lo que él anhelaba…, la sensación de abandono, pero la voz se le ahogó en lágrimas.
—Está escuchando para ver si oye a los choraii —musitó Ruthe, un poco aparte de las otras dos mujeres—. A pesar de que sabe que no están.
—¿Tocaría usted para él? —preguntó Crusher—. Tal vez su música pueda llegarle.
La intérprete permaneció inmóvil durante un momento antes de responder.
—Cuando yo era pequeña y mi madre y yo andábamos por las aguas de nuestra nave natal, ella solía contarme la historia de Hamlin. Aquel día oyó la canción de los choraii y rió y dio palmas de júbilo ante el embriagante sonido de su música, a pesar de que todo a su alrededor estaba convirtiéndose en polvo y fuego. Y me dijo que los choraii salvaron a la niña, y a todos los otros niños, para que pudieran escuchar las melodías durante el resto de sus vidas.
—¡Qué horrible! —gritó Troi.
—¿Lo cree así? —preguntó Ruthe casi con dulzura.
—Ruthe, por favor —pidió Crusher, el sufrimiento atenazándole la garganta—, ayúdenos a salvar a Jasón.
La mujer negó con la cabeza.
—No han entendido lo que quería decir. El débil aliento de mi flauta no puede compararse con la música coral. Además, lo único que siento son canciones tristes.
Dio media vuelta y salió del simulador.
—Maldita sea —dijo la doctora, su furia bien patente.
Troi alargó una mano y aferró a Crusher por un brazo.
—Beverly, esto también está afectándola a ella. Cuando Ruthe llegó a bordo por primera vez, se había aislado de todo sentimiento. Ahora se está viendo forzada a revivir su pasado a través de Jasón y del niño. Puedo percibir una enorme cantidad de emociones que despiertan a la vida en su interior. Tenemos que tener mucho cuidado con lo que le pedimos que haga.
—Bueno, pues para mí no tiene ningún sentido —dijo Riker mientras él y Data avanzaban por los corredores camino del puente—. ¿Cómo se puede tener una religión si uno no puede hablar de ella?
—Algunas culturas prohíben que se hable del sexo, y a pesar de eso consiguen reproducirse.
Data no había tenido intención de divertirlo, pero el primer oficial se echó a reír ante la observación.
Data sacudió la cabeza.
—Usted nunca muestra la misma reacción cuando cuento un chiste.
—Eso se debe a que cuando lo hace nunca es gracioso —replicó Riker y rió con más fuerza.
—El tema requiere mucho estudio —consideró Data.
—No estoy muy seguro de que pueda desarrollar sentido del humor mediante el estudio —dijo Riker. Vio una silueta conocida e intentó darle alcance—. Es algo que viene de forma natural.
—¿Como el dormir? —Sin esfuerzo aparente Data imprimió más velocidad a sus piernas hasta igualar el largo paso del primer oficial—. Ése es también un tema difícil. Hasta ahora no he conseguido comprender el atractivo de la inconsciencia.
Riker ya no lo escuchaba.
—Deanna.
Troi no se volvió hasta que él la hubo llamado dos veces más.
—¿Qué sucede? —preguntó Riker en tono vivo cuando alcanzó a ver su cara.
—Sólo estoy cansada —respondió la consejera. Levantó una mano y se tocó la humedad que le impregnaba las mejillas—. Vaya, he estado llorando.
—Deanna…
—Estoy bien, Will. Simplemente he pasado demasiadas horas con el cautivo de Hamlin. Se siente tan solo, tan lleno de desesperación…
A pesar de que era demasiado consciente de las miradas de soslayo de los miembros de la tripulación que pasaban y de la no disimulada curiosidad de Data, Riker sentía reticencia a abandonar a Troi.
—Te acompañaré hasta tu camarote.
—Gracias, Will —dijo Troi, y agregó de inmediato—: Pero ahora mismo preferiría estar sola. Son sólo emociones de otros, pero mientras no consiga librarme de su influencia soy vulnerable. —Apresurando el paso, Troi se sumó a dos pasajeros que ya aguardaban en el interior del turboascensor.
—¡Deanna!
Las puertas se cerraron entre ambos.
—También tengo unas cuantas preguntas acerca de la secreción de lágrimas —dijo Data—. Tal vez esto sería un buen…
—Ahora no, Data —le espetó Riker y echó a andar con mayor rapidez.
—Aunque, por otra parte, puede que no —dijo Data para sí.
Agregó otra pregunta a su constante lista de desconcertantes comportamientos humanos.
La doctora Iovino se escurrió la parte delantera de su uniforme.
—Creo que ya has bebido suficiente —dijo al tiempo que apartaba el vaso de Moisés.
Aún no había conseguido convencerlo de lo divertido que sería jugar a lo mismo con la comida.
—¡No! —gritó el niño enérgicamente.
—Imaginaba que dirías eso. —Le hablaba de forma constante, y la capacidad de comprensión del niño parecía aumentar cada vez más, casi como si ya estuviera familiarizado con las palabras, aunque todavía le costaba hablar. De momento, poseía un vocabulario de una sola palabra—. Por si te interesa, tu desarrollo está justo dentro de lo previsto.
—¡No!
—Eso sí que es una rotunda negativa, ¿verdad? —Luego, a modo de respuesta, ambos gritaron el invariable: «¡No!». Moisés rió alegre ante el coro de sus voces.
Una sombra se proyectó sobre el suelo e Iovino levantó la mirada para ver quién entraba en la habitación. Reconoció a la mujer como a uno de los supervivientes de la Ferrel y sospechó que Ruthe tenía algo que ver con el extraño niño. Ella misma se parecía bastante a una niña tímida. Lisa hizo caso omiso de la presencia de Ruthe y continuó hablando con el niño.
—Mira lo que tengo. —Iovino le enseñó un trozo de chocolate—. ¿Quieres un poco?
—¡No! —aseguró el niño rotundamente.
Ella lo escondió detrás de su espalda y esperó para ver la reacción de él. Cuando empezó a gimotear, ella le habló vocalizando mucho.
—Pero si me has dicho que no querías.
A pesar de estar mohíno, se mostraba atento a lo que ella decía.
—¿Quieres un poco? —volvió a ofrecerle Iovino—. ¿Sí?
El labio inferior del niño dejó de temblar.
—Ssssí —dijo articulando un exagerado sonido sibilante. Le arrebató el chocolate de la mano y volvió a ser todo sonrisas.
—Parece feliz —dijo Ruthe con un atisbo de sorpresa en la voz.
—Es muy despierto, y muy majo. A Moisés le irá bien acabe donde acabe.
La doctora frunció el ceño ante su propio comentario. Había estado tan atareada con el presente bienestar del niño que no había pensado en su futuro. De repente sentía curiosidad sobre qué sería de él.
—Me pregunto si les gustará a todos.
—¿A todos? ¿Quiénes? —inquirió Iovino. Ahora la sorprendida era ella.
—A los otros niños. He intentado no pensar en ellos, pero tal vez también ellos sean felices.
La mujer salió de la habitación de una forma tan de improviso como había llegado, dejando a Iovino a solas para meditar sobre el preocupante comentario. Meditabunda, la doctora contempló a Moisés comerse el último trozo de chocolate. Comía con cuidadosos mordisqueos que le dejaban la cara notablemente limpia; y es que el niño detestaba ensuciarse. Lo del agua era distinto.
—Piensa en ello, Moisés. Más niños como tú.
—Ssssí —dijo él con gran convicción.
Jasón abandonó la vida en silencio.
Flotó en paz durante un minuto antes de que el equipo médico llegara al simulador y desactivara la ilusión de la esfera choraii. Un grupo de gente, Beverly Crusher en su centro, se reunió en torno al hombre tendido sobre la dura superficie del desnudo cubículo. Ásperos chasquidos metálicos y voces subidas de tono resonaban entre las lisas paredes al aplicar una y otra vez el equipo de reanimación de emergencia.
Ruthe contemplaba la lucha que los doctores libraban sobre el pálido cuerpo inmóvil, pero sabía que sus frenéticos esfuerzos eran en vano. Jasón se les había ido.
Crusher tenía la cabeza desplomada, pero Picard vio que había demasiada tensión en su columna como para que estuviese durmiendo. Avanzó otro paso.
—¿Beverly? —Ella se enderezó pero no le habló—. Ya ha perdido pacientes antes de ahora —dijo él en voz baja.
—Pacientes enfermos o heridos —contestó ella—. Con lesiones o afecciones demasiado graves como para que pudiera curárselas, sí. Esas muertes son inevitables. Pero Jasón estaba bien y no pude mantenerlo con vida.
—Fue decisión mía la de traerlo a bordo.
—No estoy culpándole. Ni siquiera estoy culpándome a mí misma. En ese momento parecía lo más correcto de hacer, pero Ruthe conocía mejor la situación. Tendríamos que haberlo dejado donde estaba.
—¿En cautividad? —El horror que él sentía hacia las condiciones en que debía de desarrollarse la vida de los niños de Hamlin no era fácil de hacer a un lado.
—Para él, esto era la cautividad —dijo ella, queriendo abarcar con un gesto toda la nave—. Jasón se suicidó. No directamente, no se autolesionó; sencillamente decidió dejarse morir.
Picard escuchó el temblor de la voz de ella con profunda preocupación; y advirtió que aquella palidez de la doctora seguía impresionándole.
—Está usted demasiado cansada para esta conversación.
—No puedo dormir —contestó ella bruscamente al tiempo que se levantaba del escritorio—. Tengo trabajo que hacer.
—No le devolverá la vida a Jasón poniéndose a dar vueltas por la enfermería.
—Tengo otros pacientes que cuidar.
—¿No confía en su personal, doctora Crusher?
—Bueno, por supuesto que…
—Entonces, ¿qué problema hay?
—De hecho, creo que estoy demasiado cansada para poder dormir.
Picard conocía la sensación. Pasado un cierto punto, el agotamiento se alimentaba de sí mismo y la mente corría a toda velocidad sin considerar el descanso que necesitaba el cuerpo.
—Un sedante le ayudaría.
—No practique la medicina sin tener el título —le aconsejó ella mientras se encaminaba hacia la puerta de la oficina—, y yo no daré órdenes en el puente.
Él la dejó pasar, ella fue para la antesala con su garboso caminar, y luego la siguió. No llegó muy lejos antes de que la detuvieran.
—¿Qué sucede, Iovino? —preguntó Crusher sin ocultar su impaciencia.
Picard aguardó hasta que la joven doctora adjunta estuvo de pie junto a Crusher; entonces la llamó:
—Beverly…
Ella se volvió a mirarlo. Con una habilidad admirable, Iovino sacó una hipodérmica y la presionó contra el brazo de la oficial médico en jefe. Crusher se apartó bruscamente, pero no antes de que el contenido estuviese inyectado en su cuerpo.
—¿Qué demonios está haciendo, Iovino?
—Obedeciendo mis órdenes —replicó Picard que avanzaba hacia ellas. Había abrigado la esperanza de poder evitar esta táctica, pero ante la obstinación de Crusher parecía no haber alternativa. Afortunadamente, la doctora Iovino consintió de inmediato en realizar la maniobra.
—Maldición, nadie le da órdenes a mi personal, excepto yo. —Crusher se había enfurecido con Picard, el cual se quedó impasible. La doctora se volvió a mirar a Iovino—. ¿Retranine?
—Diez centímetros cúbicos.
—Tendría que abrirle un expediente por esto.
—Mientras no me escupa… —dijo la interna sin arrepentimiento alguno—. Estoy cansada de que me escupan.
Crusher vaciló. El sedante ya estaba haciéndole efecto. Tras un leve resoplido exasperado, dijo:
—Cinco centímetros cúbicos habrían sido más que suficientes.
Iovino se encogió de hombros.
—Sabía que tendría que inyectárselo a través de la chaqueta.
—Ah, tiene razón —dijo Crusher. De pronto sintió la cabeza muy pesada.
—Vamos. —Picard la asió firmemente por un codo—. La acompañaré hasta su camarote.
La tripulación del turno de noche del puente era reducida. Data supervisaba el timón mientras el teniente Worf controlaba los terminales de popa. Podía contar con personal de apoyo, pero el klingon no requeriría ayuda. Realizó otra comprobación en el panel de comunicaciones, la tercera hasta el momento, e informó de los resultados manteniendo la expresión impasible.
—No hay respuesta.
—Maldición. —Riker se inclinó hacia delante en el asiento del capitán—. ¿Data?
—Estamos dentro del radio de contacto, señor —declaró Data, volviendo la cabeza desde el terminal de observación—. Algo anda mal.
El primer oficial enumeró las posibles razones que podían justificar el silencio de Nueva Oregón.
—Avería en los equipos, interferencia de una tormenta de iones…
—Esa posibilidad ya se me había ocurrido —intervino Data—. He realizado el preceptivo sondeo y hallado unos niveles de iones estables.
Riker continuó con la enumeración:
—Frecuencia equivocada…
—Comprobando todas las bandas de comunicaciones —comunicó Worf mientras sus pesadas manos efectuaban ligeras pulsaciones sobre el teclado—. No hay transmisiones en ninguna frecuencia.
Riker suspiró pesadamente.
—Lo cual nos deja o una avería del equipo o… —Dejó la frase sin terminar suspendida en el aire.
—Cualquier otra conjetura sería altamente especulativa —señaló Data.
—Lo sé, Data, pero tendremos que suponer lo peor hasta que estemos seguros de lo contrario; la experiencia obliga a esa interpretación. ¿Cuál es nuestro tiempo estimado de llegada?
—Dentro de quince horas, veintitrés minutos… —Data hizo una pausa y agregó—: Y cinco segundos.
Riker estaba demasiado ocupado en pensar como para decirle una vez más a Data que en esos casos no era preciso ser tan exactos. Lo que le preocupaba al primer oficial era que muchas cosas podían suceder en quince horas.
—Aumente la velocidad a factor hiperespacial siete.
—Factor hiperespacial siete —confirmó Data, y la nave respondió con un estremecimiento casi imperceptible.
Sin embargo, el capitán lo sentiría. Esta vez, Riker pulsó su insignia-comunicador antes de que Picard exigiera una explicación.
—Capitán, se solicita su presencia en el puente.