—Habitualmente no se lo cuenta a nadie —dijo Deelor mientras él y el capitán entraban en la sala de reuniones. Con una mirada inequívoca dirigida hacia la puerta de su oficina, la doctora Crusher les había dejado claro que quería hablar con Ruthe sin las distracciones de un auditorio—. Y el secreto no era mío, no podía revelarlo.
—Sí, eso lo comprendo —repuso Picard al tiempo que asentía con la cabeza—. Las sorpresas de esta misión parecen no acabarse nunca —añadió.
El capitán ocupó su lugar detrás del escritorio, se retrepó en el asiento y lo hizo girar a fin de hablar con Deelor que estaba admirando a los peces león.
—¿Cuándo fue rescatada?
—En el primer intercambio, hace quince años. —Ahora que el origen de ella era conocido, Deelor decidió que tenía poco sentido guardarse los detalles—. Fue uno de los cautivos canjeados por el ferengi. —Al sentarse en una silla, cambió la contemplación del espectáculo del acuario por el de la luneta que había detrás de Picard.
—Y los tres adultos murieron —recordó Picard—. No es de extrañar que Ruthe se negara a ayudarnos a traer a Jasón a bordo de la Enterprise. ¿Qué sucedió con la otra criatura?
—Está viva y goza de buena salud. Era una niña más pequeña que Ruthe y se adaptó con bastante rapidez a la vida entre humanos.
Según los historiales clínicos, la adaptación de Ruthe había sido más difícil, pero eso no era asunto de Picard.
—Bueno, le aseguro que admiro la valentía de ella —dijo el capitán—. Esta misión tiene que ser un doloroso recordatorio de su cautiverio.
—Se presentó voluntaria. Gracias a ella, la Federación ha recuperado a cinco de los descendientes de Hamlin en los últimos años.
Aunque Deelor sospechaba que varios cautivos se le habían escapado antes de que él descubriera la aversión de ella a negociar la devolución de adultos.
—Supongo que la oportunidad de rescatar a otros supervivientes de Hamlin hace que la angustia que la invade merezca la pena —comentó Picard.
—Sí, debe de ser así. —Al menos eso era lo que Deelor había pensado en un principio. Sin embargo, una vez concluido el intercambio, Ruthe nunca preguntaba por los niños. Ese pensamiento le llevó a otro—. ¿Cómo la persuadió de que acudiera a la enfermería?
—Psicología inversa. —Picard esbozó la estrategia que había utilizado—. Así que la única forma que ella tenía de luchar contra mi decisión de rescatar más adultos era acudir a la enfermería y demostrar que no están siendo maltratados por los choraii.
—Lógico. Muy inteligente, capitán. —Deelor había pasado toda su carrera manipulando a la gente de ese mismísimo modo, y a menudo su vida, al igual que sus misiones, dependían de esa habilidad. Una estratagema tan sencilla como ésa tendría que habérsele ocurrido. ¿Por qué no había pensado en ella?
Una vez que la pregunta estuvo formulada, él entrevió una respuesta y la descartó inmediatamente, para protegerse. Deelor siempre viajaba solo. No necesitaba complicaciones.
La doctora Crusher nunca había hablado a solas con Ruthe. A corta distancia, sin la distracción de la fuerte personalidad de Andrew Deelor, la actitud reservada de la mujer era aún más pronunciada. La carencia de expresión no habría constituido un rasgo notable en el caso de una vulcaniana, pero en un ser humano dicha conducta era extrañamente inquietante. Por primera vez, Crusher vio a Ruthe como algo más que una simple pasajera. Era también una paciente.
—La droga es inofensiva —declaró Ruthe mientras le devolvía a Crusher el frasco de líquido que olía a canela—. Es probable que los choraii sólo estuvieran intentando ayudar a una adaptación. Sin la influencia de la droga, Jasón se habría mostrado más cauto cuando se le acercó la teniente Yar.
La doctora no se dejó tranquilizar por la interpretación que la intérprete hacía del propósito de la droga.
—Puede que ése sea el caso, pero aumentó su agitación cuando fue transportado.
—Siempre reaccionan de forma violenta al principio, incluso los pequeños. —Ruthe inclinó la cabeza. Los débiles gritos del niño podían ser oídos a través de las paredes de la enfermería—. ¿Es ése el otro?
—Sí —dijo en tono lastimero Crusher.
El don de Iovino no era un sustituto del alimento, y el niño continuaba sin comer.
—La canela lo calmaría.
—Necesita comida, no drogas. —La doctora luchó para que el enojo no se manifestara en su voz. No podía permitirse que la intérprete se enemistara con ella ahora. Así que Crusher utilizó el tema para iniciar la conversación hacia el pasado de Ruthe—. ¿Cuándo comió usted por primera vez tras salir de la nave choraii?
Ruthe se encogió de hombros con indiferencia.
—No lo recuerdo.
Crusher había esperado que persistiera su resistencia. Pese a carecer del perfil psicológico que le proporcionaría el historial clínico de Ruthe, la doctora había adivinado que el distanciamiento emocional le servía a Ruthe como un escudo que la protegía de un pasado doloroso. Sin embargo, las esperanzas más fundadas de supervivencia de Jasón residían en conseguir que Ruthe recordara lo que ella prefería olvidar.
—Tengo un plan para tratar a Jasón, pero necesito su ayuda.
—Ya he respondido a su pregunta acerca de la canela —le contestó Ruthe—. Eso es todo lo que estoy dispuesta a hacer. —Y le volvió la espalda a la doctora.
—Quiero recrear el interior choraii en un simulador —dijo Crusher armándose de calma—. Si Jasón puede regresar a un medio ambiente similar, a lo mejor conseguimos sacarlo de su retraimiento. —Atenta, buscó el más mínimo indició de reacción por parte de Ruthe, pero la mujer era bastante difícil de interpretar. Al tiempo que procuraba no presionarla de una manera obvia, Crusher continuó con su explicación—. Data posee bastante información a partir de los sensores como para determinar las características generales de la estructura de una de esas burbujas y la composición de su atmósfera. La teniente Yar puede proporcionarnos alguna idea del interior, pero no muchos detalles. Usted es la única persona que puede confirmarnos una reproducción fiel.
—Ese niño es muy escandaloso —fue el comentario de Ruthe—. ¿No se cansa de todos esos gritos?
—Sí, me canso.
«No la fuerces —se recordó Crusher—. Deja que sea ella quien decida ayudar por su propia voluntad».
—Inténtelo con uvas. —Ruthe dio media vuelta para colocarse frente a la doctora—. O cualquier cosa redonda de textura suave. La comida choraii siempre tenía forma de burbujas.
Tras haberle dado ese único consejo, salió de la enfermería.
La doctora Crusher pulsó su insignia-comunicador.
—Data, podemos comenzar con el proyecto del simulador.
Ruthe no había dicho que no, y eso era lo bastante prometedor como para empezar con el trabajo.
A primera vista la sala era simple, un cubículo de paredes lisas y desnudas, así como el suelo. Las apariencias eran engañosas. El simulador era uno de los dispositivos de mayor complejidad tecnológica de la Enterprise.
Este simulador en particular era más pequeño que el que contenía la granja de Oregón, y la ilusión que creaba quedaba confinada en el centro de la sala. Una sola burbuja transparente, fija, se estremecía y su curvada línea se achataba en el punto de contacto con la cubierta. Su lisa superficie brillaba en la difusa luz ambiental utilizada para iluminar la etapa inicial del proyecto.
Dentro de la esfera, Tasha Yar flotaba suspendida, moviéndose en el agua con perezosas brazadas; sus rubios cabellos se ondulaban alrededor de su cabeza como un halo.
Sacudió una mano y la simulación desapareció, dejándola caer sobre la cubierta con un golpe sordo.
—¡Data! —gritó a modo de protesta.
Mientras se levantaba de la postura acuclillada gracias a la cual había absorbido el impacto de la caída, se apartó un mechón de pelo que le caía por delante de los ojos.
El androide levantó la mirada del panel de control que había en la entrada de la sala, la frente arrugada de perplejidad. Captó la irritación de la voz de Yar, pero tardó un momento en deducir el motivo de esa emoción e inferir que era necesaria una disculpa.
—Lo siento. El campo de gravedad está ligado a otros parámetros del programa. Hará falta una puerta de entrada, pero me he concentrado en el interior de la nave choraii. No obstante, puedo tomarme el tiempo necesario para…
—No se preocupe por eso. —Con los pulgares y los índices, inconscientemente Yar se separó el traje de su cuerpo, y luego se detuvo al darse cuenta de que la tela estaba seca. Cuando Data había suspendido el programa, todo el líquido desapareció a la par que la burbuja que lo contenía—. De todas formas, la sensación que produce el programa está mejorando.
—¿Podría ser más concreta? —preguntó él.
—La temperatura parece la correcta y también la densidad del líquido. Al menos eso creo. —Se concentró para volver a evocar las sensaciones físicas de su breve visita a la nave choraii. Los recuerdos, que ella había creído indelebles, se desdibujaban un poco más cada vez que se sumergía en la simulación—. Pero hay algo que no es igual.
Data abrió la boca para hablar, pero Yar levantó una mano para detenerlo.
—Ya lo sé, por favor, sea más concreta —dijo. El androide asintió y ella volvió a intentarlo—. La flotación continúa sin ser la correcta.
—¿En qué sentido? —preguntó Data.
La doctora Crusher le había proporcionado muestras de la atmósfera interior, unos pocos milímetros obtenidos de la ropa de Yar, pero las propiedades de la sustancia eran difíciles de determinar a través de unas cantidades tan pequeñas. Al aumentar la masa del líquido, sus cualidades cambiaban. Esta mutabilidad era fascinante desde el punto de vista teórico, pero frustrante por lo que se refería a sus intentos de reproducir los efectos.
—No puedo decírselo. Simplemente produce una sensación distinta. —Yar se apresuró a señalar otros puntos antes de que él tuviera la posibilidad de obligarla a que concretase más—. Y las paredes todavía son demasiado rígidas.
—Ah. Esa característica en particular es muy interesante —dijo Data mientras ajustaba las instrucciones del programa para la construcción de la burbuja—. Los choraii presentan una asombrosa habilidad para controlar la tensión superficial…
—¿Y podemos intentarlo con el color añadido? —preguntó Yar—. A lo mejor eso ayudaría a conseguir que parezca más real.
Data asintió con la cabeza y entró otra serie de órdenes. Las estructuras generales de la nave choraii ya habían sido determinadas, pero estos detalles menores jugaban un papel igualmente importante en el establecimiento de la necesaria verosimilitud. Por desgracia, la imprecisión humana estaba alargando un proceso que consumía de por sí mucho tiempo. Si Data hubiera sido transportado a la Si bemol en lugar de la teniente, el proyecto ya estaría terminado a estas alturas. Él inició una vez más el programa.
—¡Eh!
Yar fue una vez más levantada por los aires sin previo aviso al reactivarse el campo de baja gravedad. Una esfera anaranjada translúcida apareció de forma repentina en torno a ella.
Cuando Wesley Crusher entró en el simulador de los granjeros, los prados iluminados por el sol estaban todavía mojados por la lluvia matinal y un delicado arco iris se extendía en el cielo. El idílico paisaje se veía realzado por la vista de blancos corderos que brincaban sobre la mullida alfombra de húmeda hierba verde, y un potrillo de patas largas que corría alrededor de una manada de terneros que pastaban. Caminando a través de las dispersas manchas de flores silvestres, Wesley se preguntó cuánto tardarían en crecer los champiñones y si alguien repararía en ellos.
—Buen tiempo estamos teniendo —dijo el viejo Steven cuando Wesley pasó por la huerta. El hombre se hallaba sentado sobre un tronco, pelando cuidadosamente una manzana con su navaja.
—Ya lo creo que sí —respondió el muchacho.
No podía saber si el viejo Steven había hecho el comentario a modo de cumplido o como simple observación. En cualquiera de los dos casos sería una grosería admitir que el mérito era suyo. Continuó caminando.
Wesley era un visitante frecuente de la granja; y a pesar de sus ropas propias de una nave estelar, el alférez a veces conseguía confundirse de una forma notable con la comunidad granjera. Cultivaba el mismo paso resuelto que utilizaba Dnnys cuando iba camino de sus tareas, y se guardaba para sí sus opiniones como un buen muchacho granjero. Al final, algunos de los más hostiles de los colonos se habían habituado a su presencia; otros, como el viejo Steven y Mry eran abiertamente cordiales cuando lo saludaban. Pero la mayoría se contentaba con hacer caso omiso de él.
—Dnnys está arriba, en el henil —dijo Mry cuando Wesley entró en el granero.
La muchacha estaba a cargo de la alimentación de los conejos y se encontraba atareada en la preparación de los biberones para la siguiente comida de los animalitos.
Cogiendo con una mano uno de los animalillos, Wesley le acarició las largas orejas y se maravilló ante la suave textura de su pelo.
—Obtienen ustedes lana de las ovejas y leche de las vacas, pero ¿qué hacen con los conejos?
—Nos los comemos —contestó Mry.
Él bajó los ojos hacia el pequeño bulto marrón.
—¿Se los comen?
—Por supuesto. ¿Por qué le sorprende tanto? —Ella alargó las manos para que le entregara al animal.
—No lo sé. —Le dio el animal, pero no sin una punzada de pesar—. Supongo que había supuesto que eran ustedes vegetarianos.
—Son muy monos —afirmó la granjera mientras el conejillo chupaba el biberón—. Pero también tienen buen sabor. Y su pelo da calor.
—¡Cuidado! —gritó una voz desde lo alto, pero no con la bastante prontitud como para que Wesley pudiera apartarse del heno que caía, Dnnys se asomó a mirar desde lo alto y sonrió al ver que su amigo se sacudía el heno de encima entre toses—. Sube aquí, estarás a salvo.
Wesley se apresuró a subir por la escalerilla. Una vez cerca, vio la tensión subyacente tras la sonrisa del muchacho.
—¿Qué tal lo hice? —susurró Dnnys.
Clavó la horca en una bala ya abierta, y removió el heno para encubrir el sonido de las voces de ambos.
—He comprobado las respuestas de tu prueba esta mañana. Has aprobado, pero por los pelos.
Dnnys frunció el entrecejo por un momento y luego suspiró resignado.
—Creo que si tuviera más tiempo para estudiar, podría hacerlo mejor.
—Yo sé que podrías —declaró Wesley—. Captas los conceptos matemáticos muy rápidamente y has cogido mucha experiencia práctica durante el viaje. Sólo te falta un poco más. —Cogió la horca de las manos de Dnnys y arrojó una carga de heno hacia abajo—. Así que ponte a trabajar. No puedo reemplazarte en tus tareas durante más de una hora.
Dnnys se dirigió hacia el fondo del granero y una vez allí, sacó un libro de debajo de una tabla suelta. Las páginas se abrieron en la mitad del volumen. Entrecerrando los ojos, a la mortecina luz del henil, el chico se puso a leer.
Iovino arrancó la última uva verde de un pedúnculo ya desnudo. Varios pedúnculos más estaban dispersos por la mesa.
—¿Uva? —preguntó vocalizando mucho.
Moisés asintió vigorosamente con la cabeza y alargó su manita para coger la fruta. Arrebatándosela de la mano, Moisés se puso la uva contra los labios y luego la chupó. Finalmente la hizo entrar en su boca con un ruido sonoro. Volvió a alargar la mano para pedir más.
—Ya has comido bastantes uvas por ahora —dijo Iovino.
El niño no había ingerido nada más ese día, pero era un buen comienzo de cara a la comida sólida. Incluso parecía reconocer la palabra. Sin embargo, continuaba existiendo una dificultad más seria. Se negaba a tragar líquidos. Tal vez la comida de su nave natal le había proporcionado el agua suficiente, pero a bordo de la Enterprise estaba corriendo el riesgo de sufrir una deshidratación.
Iovino tenía un plan para evitarlo.
Exagerando todos sus movimientos para captar la atención del niño, cogió un vaso de agua que había sobre la mesa. De éste salía una pajita de brillantes colores. Iovino se llevó con lentitud el vaso a los labios y chupó ruidosamente la pajita hasta que las mejillas le quedaron hinchadas con el agua que ella retenía en la boca.
Acercando su rostro al de él, Iovino lanzó un chorrito de líquido a la cara de Moisés. El agua le bajó desde la frente, por las mejillas y acabó goteándole del mentón. El niño rió ante el truco.
—¿Te ha gustado? —preguntó ella—. ¿Quieres que lo haga otra vez?
Él no reaccionó ante las palabras, pero cuando ella volvió a levantar el vaso profirió una carcajada.
Ella repitió la secuencia de movimientos varias veces, y luego le ofreció al niño la pajita. No necesitó ninguna enseñanza sobre su uso, lo cual no dejaba de ser significativo, y se llenó la boca con agua de la misma manera que lo había hecho ella. Lo hacía incluso mejor que Iovino. Un chorrito bañó la nariz de la mujer.
—Muy bien —dijo la enferma entre risas—. Ahora vuelve a ser mi turno.
El juego continuó entre el uno y el otro hasta que ambos quedaron empapados. Ella volvió a llenar el vaso y le ofreció la pajita a Moisés, pero esta vez deslizó las manos hasta la boca del niño antes de que éste pudiera lanzar el líquido. Con los pulgares le selló los labios y lo obligó a tragar el agua presionando cada mejilla con un dedo índice.
Él no rió, pero antes de que pudiera echarse a llorar, Iovino le ofreció la oportunidad de hacerle el mismo truco a ella. La mujer se tragó el agua que tenía en la boca cuando los torpes dedos de él le apretaron las mejillas.
—¿No ha sido divertido?
Resultó evidente que Moisés estaba de acuerdo, porque chupó por la pajita e hinchó los carrillos pero no escupió el contenido. Es más, aguardó a que la doctora ejecutara su parte en este nuevo juego.
La doctora Crusher le leyó en voz alta al capitán Picard algunos pasajes del informe de Iovino, pero por deferencia a la dignidad de la doctora adjunta se contuvo de mostrarle las grabaciones visuales. La vista del regocijado niño que arrojaba chorros de agua a la cara de Lisa le había proporcionado a la oficial médico en jefe un divertimiento que necesitaba mucho; pero la escena no sería vista por nadie más.
—Es una forma ingeniosa de abordar el problema —comentó Picard.
Sonrió al escuchar la descripción hecha por la doctora de la batalla de agua, pero le preocupaba el aspecto de agotada de Beverly Crusher. La fatiga realzaba sus altos pómulos y le despojaba el semblante de todo color.
—Es una de mis mejores médicos —declaró Crusher con orgullo, inconsciente del examen al que la estaba sometiendo Picard—. El niño está haciendo grandes progresos bajo sus cuidados. Puede que ya camine para cuando lleguemos a la Base Estelar Diez. Por supuesto, ayuda el hecho de que sea tan pequeño. Los niños poseen una asombrosa capacidad para readaptarse.
Quince años antes la intérprete había pasado por el mismo proceso de rehabilitación. Picard intentó calcular cuánto tiempo haría de eso, pero resultaba difícil determinar la edad actual de ella.
—¿Qué edad tenía Ruthe cuando fue rescatada?
—Los resultados de su examen médico inicial indicaron que tenía alrededor de diez, pero esa estimación podría equivocarse en varios años. No tenemos prácticamente ninguna información sobre los efectos causados por el medio ambiente choraii sobre el crecimiento.
—Diez años de edad —dijo Picard pensativo—. Imagínese aprender a respirar aire, a caminar y hablar, a beber agua, todo por primera vez a esa edad.
—Peor aún —agregó Crusher—, imagine ese mismo esfuerzo con más de cincuenta años.
Sus expectativas respecto a la rehabilitación de Jasón eran más modestas: mantenerlo con vida. El proyecto del simulador había parecido prometedor al principio, aunque los recuerdos de Yar eran limitados y Data tenía cada vez más reservas acerca de las posibilidades de diseñar una simulación análoga.
—Beverly, está usted cojeando —dijo Picard alarmado al observar a la doctora cuando atravesaba la habitación en dirección a su escritorio.
—No me había dado cuenta.
Ahora que él le llamaba la atención sobre el detalle, sintió una punzada sorda en la pierna derecha. El darse cuenta de eso no la inquietó. Había experimentado dolores intermitentes desde que se había lastimado la pierna dos semanas antes.
—Pensaba que la herida estaba ya curada.
La lesión había sido profunda y la pérdida resultante de sangre estuvo a punto de tener consecuencias fatales. De hecho, Picard nunca había admitido realmente ante sí mismo lo cerca que Beverly Crusher estuvo de la muerte en el planeta Minos.
—Está curada. Lo único que sucede es que he estado de pie durante demasiado tiempo.
—¿No es usted la que me advirtió en contra de eso de sentirse invencible?
Crusher rió débilmente.
—Yo me siento más bien como un bicho aplastado.
—Entonces, duerma un poco como el resto de nosotros. —Se contuvo para no decirle lo agotada que parecía.
La doctora Crusher estaba demasiado preocupada como para escuchar el consejo. Se volvió a mirarlo, y por un momento perdió su habitual compostura, derivada de su profesión, como si estuviera bajando una defensa que se hubiese hecho demasiado pesada para mantenerla.
—Jean-Luc, si no tenemos éxito en el proyecto de crear una simulación de la nave choraii, no sé qué más puedo hacer por Jasón.
Su voz delataba un miedo que Picard no le había conocido antes, ni siquiera cuando la propia vida de ella había estado en peligro en las cavernas de Minos. Entonces, al igual que ahora, él no tenía respuestas.
Al desaparecer la simulación Yar perdió el sostén que aquélla le proporcionaba. La teniente ya había aprendido a prevenir la caída y aterrizó sobre los dos pies, manteniendo el equilibrio. Le dolían las piernas a causa de los repetidos impactos, pero era demasiado orgullosa para pedirle a Data que agregara la puerta antes de lo previsto. En especial porque ella no prestaba gran ayuda para que el proyecto avanzara.
El androide la miró expectante, esperando un comentario.
—No puedo decirle nada más —gritó Yar, lanzando las manos al aire presa de desesperación—. Más tibia, más fría, más presión, menos presión. Data, la he probado de tantas formas que ahora estoy hecha un verdadero lío. —En una ocasión su mente había retenido una clara y nítida imagen de la nave choraii, pero ya no podía confiar en esa imagen. Siempre que ella intentaba apresarla desaparecía como un espejismo en el desierto.
—Tal vez deberíamos trabajar a continuación sobre el grado de viscosidad —sugirió Data—. Usted dijo que eso estaba casi conseguido.
—¿Cuándo dije yo eso? —gimió Yar—. Data, no tiene ningún sentido continuar. —Apartó de la vista del androide, su rostro enrojecido por la rabia.
Data poseía una infinita paciencia y habría proseguido durante todo el tiempo que fuera necesario, pero también él percibía la futilidad de los esfuerzos de ambos.
—La doctora Crusher se sentirá decepcionada.
Las emociones humanas lo desconcertaban a menudo; pero esta vez había detectado positivamente la confianza de la doctora Crusher en este proyecto. Y su urgencia.
Volvió a crear la proyección de la imagen y estudió su apariencia con ojo crítico. Independientemente de la programación del interior, el exterior de la burbuja choraii era análogo al registro visual del androide.
—Tal vez esto sea suficiente para el tratamiento.
—Tal vez —suspiró Yar.
Intentó una vez más evocar un recuerdo sobre el que se habían superpuesto las percepciones de las pruebas realizadas en el simulador; aunque sólo sintió que la imagen real se alejaba aún más. Su experiencia había sido demasiado breve como para centrarse en los detalles.
Data se resignó al hecho de que el proyecto había llegado a su fin. Estaba preparándose para fijar el modelo más reciente cuando la expresión de sorpresa de la cara de Yar lo alertó de la presencia de una tercera persona.
Ninguno de los dos había oído acercarse a Ruthe. La intérprete apareció como salida de la nada en la entrada del simulador. Permaneció de pie, en silencio e inmóvil, hipnotizada por la translúcida esfera azafranada del interior. Luego, como si la empujaran al otro lado del umbral en contra de su propia voluntad, avanzó un paso, después otro, hasta que tuvo la imagen al alcance de la mano.
Ruthe extendió un brazo para tocar la superficie de la burbuja. Cuando sus dedos encontraron resistencia, se retiró como si el contacto la hubiese quemado. Se volvió para mirar a Yar.
—¿Cómo puedo meterme dentro?