13

Patrisha estaba apartada de los otros granjeros. Los hombres y mujeres de la comunidad se encontraban reunidos en semicírculo en torno al frente del granero, hablando entre sí con voces susurrantes, dando ocasionales patadas en el suelo para mantenerse en calor en el frío aire del alba. Ella permanecía un poco más atrás, observándolos. La luz del amanecer bañaba la estructura de madera. El escenario estaba preparado para el drama que se avecinaba.

Un silencio cayó sobre el grupo cuando Dnnys y Wesley se abrieron paso a través del mismo y marcharon hacia el granero, conscientes de que cada uno de sus movimientos era observado. Al tiempo que intercambiaban sonrisas nerviosas, los muchachos desatrancaron las puertas y las abrieron. Los granjeros se acercaron con lentitud, los cuellos estirados para captar un atisbo del equipo criogénico que se encontraba en el interior. Aparte de algunos murmullos de desprecio ante la complejidad de la máquina a ojos de los granjeros, no se produjo ningún otro comentario.

Patrisha se sentía casi avergonzada por la prácticamente incondicional aceptación de la presencia del equipo de estasis en el simulador. Absolutamente nadie, ni siquiera Tomás, se encolerizó ante la ausencia de huellas y marcas del transporte manual en la tierra. Patrisha se sentía agradecida por el hecho de que el señor Riker hubiera obrado su magia durante la noche y no estuviera presente esta mañana. Era seguro que un intruso se reiría de una gente a la que se podía engañar con tanta facilidad, aunque Patrisha lo había propiciado con el consejo que le dio al oficial de la nave estelar.

Dnnys inició el primer paso del proceso de decantación al separar una de las celdas de la estructura que recordaba un panel de abejas. Wesley asomó por la parte trasera de las cámaras, desenrollando los bucles entrecruzados de una manguera fina y flexible. Le entregó al joven granjero el extremo de conexión. Desplegando una seguridad nacida de la mucha práctica, Dnnys acopló el extremo provisto de rosca que encajaba en el conducto de evacuación de una celda. Accionó un interruptor y la bomba de succión entró en funcionamiento emitiendo una serie de gorgoteos y eructos.

—Dnnys nunca fue tan diestro en las tareas de la granja —dijo Tomás, deslizándose junto a Patrisha.

—Ahora es mayor que cuando salió de Grzydc. —¿Y cuándo se había robustecido con tantos músculos su flaco niño?—. Tendrías que estar contento de que alguien sea capaz de hacer el trabajo.

Patrisha había defendido la decisión de su hijo de hacerse cargo del mantenimiento del anticuado equipo durante el largo viaje hasta Nueva Oregón, dado que la comunidad se habría visto en serios problemas en caso de tener que costear un técnico cualificado. Ahora presenció la desenvuelta familiaridad del muchacho con el equipo criogénico y deseó que ésta no hubiese sido conocida por los otros granjeros.

Ella y Tomás observaron mientras Wesley repetía los mismos movimientos con otras celdas, mirando a menudo hacia Dnnys para que le diese instrucciones. Estaba claro que el principal operador de este equipo era Dnnys, no el alférez de la nave estelar.

Una de las presentes se reunió con ellos.

—Es hijo tuyo, no hay duda.

Patrisha no confundió el comentario de Dolora con un elogio.

Un zumbido agudo indicó que la primera celda había quedado vacía de nitrógeno líquido y los hombres y mujeres reunidos se agitaron y susurraron comentarios los unos a los otros, mientras esperaban conocer el estado del contenido. Dnnys levantó la cubierta y metió la mano dentro del receptáculo. Sacó un rosado conejillo, luego otro.

—Están vivos —anunció con orgullo cuando los pequeños animalillos se retorcieron y profirieron chillidos.

—El más ofensivo nacimiento que yo haya visto jamás —declaró el viejo Steven y escupió al suelo para agregarle énfasis a la frase.

Patrisha vio que la boca de Dolora se apretaba, un indicio seguro de que su tía había oído la maldición. El viejo Steven era el único granjero que se atrevía a renegar en presencia de Dolora. Ellos dos ya no estaban juntos, pero él había engendrado los hijos de ella y esa conexión sentimental parecía conferirle una cierta inmunidad.

—¡Eh, miren esto! —gritó Wesley emocionado.

Había destapado una celda en la que había una camada de perrillos. Tenían los ojos cerrados, y cuando recogió a uno con manchas negras y blancas, el cachorro le rozó con el hocico la palma de la mano en busca de leche.

Myra le arrebató el perrito.

—Ponte a trabajar antes de que el muchacho los mate a todos —dijo con brusquedad, pasándole el animal a Charla.

Patrisha avanzó para recibir al siguiente. Impelidos por la mordaz lengua de la mujer, los granjeros se llevaron a los animales tan pronto como los operadores de la unidad de estasis podían entregárselos. Los cachorros fueron seguidos por una camada de cerdos y nidadas de pollos y patos a punto de salir del huevo. Todos los recién nacidos, privados de sus madres, tendrían que ser alimentados por el hombre y atendidos durante las veinticuatro horas del día. Después de diez meses de ocio obligado los colonos eran llamados de vuelta al trabajo.

El duro trabajo de la granja continuaría durante el resto de sus vidas.

—¡Y pasado mañana comenzaremos a decantar los caballos! —dijo Wesley. Su madre lo miraba mientras él hablaba pero no reaccionó en absoluto—. Mamá, no me estás escuchando.

—¿Ah, no? —dijo la doctora Crusher, y luego espiró prolongadamente—. No, supongo que no. —Dejó a un lado la tablilla con los informes y volvió a espiar.

—Y tampoco has ido a ver la granja del simulador. —El muchacho cambió un abultado paquete de un brazo al otro—. Yo he de volver después de mi última clase. ¿Quieres acompañarme?

—Lo lamento, Wesley. Sé que trabajaste mucho en el proyecto del simulador y de verdad que quiero verlo, pero…

—No, ya sé que tú también has tenido mucho trabajo —dijo Wesley sin doblez—. De hecho, tienes aspecto de estar bastante cansada. —Unos meses atrás el muchacho no se habría dado cuenta de eso.

—No he dormido mucho estos últimos días. —La verdad es que Wesley no podía recordar la última vez que su madre había estado en el camarote que compartían—. Pero en cuanto las cosas se calmen, iré a ver la granja.

—Los cautivos… no están muy bien, ¿verdad?

Ella no respondió a la pregunta.

—Será mejor que te des prisa o llegarás tarde a la clase de física.

—Astronomía —le corrigió Wesley mientras se alejaba del despacho. Se detuvo en la puerta—. Mamá, si un amigo te pidiera un favor, uno que podría crearle líos con su familia…

—¿Qué has dicho, Wesley?

—Nada. Hasta luego, mamá.

La doctora Crusher le hizo un distraído gesto de despedida a su hijo y luego recogió su tablilla con los informes. Parecía más pesada cada vez que la cogía. Comprobó el siguiente punto de su agenda…: un listado de los que aún se encontraban en la sala de ingresados. La mayoría de las camas habían quedado libres esa mañana.

Estaba deseando vivamente darle el alta a la próxima paciente.

—Regrese al puente —ordenó—. Su último examen indica que está usted bien.

—Eso es lo que yo he estado diciéndole desde el principio —dijo la teniente Yar al tiempo que saltaba de la cama—. No sentí en ningún momento efecto alguno debido a la droga.

—Aparte de desmayarse —señaló Crusher. Por fortuna, la exposición de Yar al narcótico había durado sólo unos minutos. Si Jasón hubiera podido recuperarse con tanta facilidad…, pero él había pasado los últimos cincuenta años a bordo de esa nave y a menos que se lo devolvieran a los choraii… Comenzó a ver un atisbo de solución—. ¿Ha afectado la droga a los recuerdos que tiene de la nave?

—Oh, no. No es probable que olvide esa experiencia en tiempo.

Crusher se alegró por la respuesta de la teniente, pero Yar estaba demasiado contenta por su alta médica como para preguntar por qué.

—Respecto a Troi…

—Sé que está cansada. Ya he escogido a alguien para que la ayude con el niño —le aseguró Crusher. Eran demasiados los detalles que interrumpían de forma constante sus pensamientos, pero la partida de Yar reduciría en parte esas interferencias—. Y, Tasha, no quiero verla de vuelta por la enfermería durante mucho tiempo.

—No se preocupe —dijo Yar mientras avanzaba deprisa hacia la puerta—. No me volverá a ver.

La doctora Crusher se quedó de pie allí mismo, dando cuerpo a su idea. El siguiente paso fue llamar a Data. Él respondió por la insignia-comunicador y escuchó pacientemente mientras la doctora describía lo que necesitaba para llevar a cabo su proyecto.

—Sí, desde el punto de vista técnico, es factible —dijo Data tras la debida consideración—. Yo tengo acceso a la mayor parte de la información pertinente.

Luego continuó explicando qué necesitaría saber.

—Es posible que Tasha pueda proporcionarle una parte de eso —repuso Crusher, pensativa—. Pero, sin duda, Ruthe puede hacerlo.

Si la mujer accedía a cooperar.

—¿Desea comenzar ahora?

—Todavía no, Data —respondió Crusher—. Ya le avisaré cuándo.

Esperaría hasta tener noticias de Deelor respecto a su primera petición. Si Ruthe la rechazaba, jamás consentiría en la segunda.

Lisa Iovino le siguió el rastro a la consejera Troi por el sistema de escuchar los alaridos de su joven pupilo. La mujer y el niño se encontraban en el departamento de la dietista, del cual era obvio que la enfermera al cargo había huido en busca de un entorno más calmado. Troi estaba demasiado absorta en lo que hacía para reparar en que Iovino se le acercaba. La doctora tuvo la oportunidad de observarles durante algunos minutos.

La consejera se hallaba sentada ante la mesa del sintetizador de alimentos sosteniendo al niño que se agitaba y revolvía sobre el regazo. Delante de ellos había un amplio surtido de platos, la mayoría casi intactos. Lo que faltaba cubría el rostro y pecho de Troi.

—Mira, prueba éste —dijo con voz almibarada al tiempo que sostenía una cuchara llena de puré de patatas. El niño abrió la boca para chillar. Con una sincronización perfecta ella le metió la cuchara dentro.

Tras un momento de silencio, él le escupió la comida encima, agregándole nuevos manchurrones al ya sucio uniforme. Luego se puso a llorar a moco tendido otra vez. Troi también parecía al borde de las lágrimas.

—Soy el turno de relevo —anunció Lisa entrando en la habitación—. La doctora Crusher dice que usted necesita un descanso.

Su propia opinión, después de haber visto a la consejera, era que el descanso llegaba con mucho retraso. Los penetrantes alaridos del niño resonaban por toda la sección médica desde hacía horas.

—Pero él no está habituado a los desconocidos —replicó Troi con voz de agotada. Los niños son muy directos para transmitir sus emociones, y el levantar un escudo mental para defenderse de la infelicidad de la criatura había requerido un enorme esfuerzo de concentración—. Tengo miedo de que vaya a asustarse si me marcho.

—Bueno, lo que es seguro es que no podrá gritar más fuerte, sea quien fuere quien esté con él.

Iovino extendió los brazos y recogió al berreante niño de las manos de Troi.

El cambio sorprendió a Moisés hasta el punto de hacerle guardar un silencio momentáneo. Dejó de gritar durante el tiempo suficiente para examinar a su nueva cuidadora, cogió con fuerza la suave manta verde en la que estaba, y luego prorrumpió en un gimoteo suspicaz. Se encontraba literalmente embadurnado con una mezcla pegajosa, al igual que su cara cubierta en lágrimas.

—No tienes demasiada hambre, ¿verdad? —le preguntó Iovino al niño.

—Por el contrario, tiene mucha hambre.

El niño volvió el rostro hacia Troi al oír el sonido de la voz de la consejera. A pesar de sus sollozos continuados, Moisés escuchaba atentamente la conversación de las dos mujeres, pero Troi se preguntaba si podría entender sus palabras. El sonido en una atmósfera líquida sería a buen seguro muy diferente de lo que él estaba oyendo ahora.

—Lo que sucede es que no está habituado a nuestra comida —prosiguió Troi, al tiempo que deseaba que el intercambio con los choraii hubiese incluido algunos de los principales productos alimenticios de éstos. Pudo percibir la frustración del niño ante los sabores y texturas desconocidos que ella le había ofrecido—. Lo he intentado con sopas, budín, helado, puré de frutas, y verduras.

—Acabará por comer —dijo Iovino—. Los niños no se mueren de hambre si tienen algo comestible al alcance de la mano.

Los cabellos castaño claro y la piel blanca y rosada de Iovino proyectaban un aspecto de inocencia y dulzura, pero Troi se daba cuenta de que la respuesta indiferente de la interna era un indicativo más fiable de su personalidad.

—Éste es un niño especial. —La consejera dudó, insegura de cuánto más podía contarle sin violar el alto secreto—. Ha tenido una crianza poco corriente.

—Sí, ya lo sé —replicó Iovino. Era claro que había leído el expediente médico revisado sobre los misteriosos supervivientes del naufragio espacial. El historial clínico del niño no era muy detallado y sin duda no se ajustaba a las detalladas normas de la doctora Crusher. Pero las preguntas sin respuesta debían quedar sin ser contestadas—. Déjelo conmigo, no se preocupe.

A pesar de su agotamiento mental y físico, Troi sentía bastante reticencia a dejar a Moisés al cuidado de otra persona hasta que se dio cuenta de que el niño había dejado de llorar. Ella bajó su escudo mental y percibió que estaba intrigado. No podía saber qué había despertado la curiosidad de la criatura.

—Tiene usted mano con los niños.

—Sí, me temo que es así —se lamentó Iovino. Moisés clavó en Iovino una mirada fija e hipó. La joven doctora adjunta le dio unos suaves golpecitos en la espalda con aire ausente para aliviarle los espasmos—. Provengo de una familia numerosa, muy numerosa. —Sacudió la cabeza ante el recuerdo de su mundo natal. Los extensos continentes de LonGiland habían sido poblados en apenas unos centenares de años por sus prolíficos colonos—. En mi mundo, los casamientos prematuros son una tradición firmemente arraigada, así que he estado cuidando durante toda mi vida de hermanos y hermanas menores, por no hablar de sobrinos y sobrinas.

—Pero usted se enroló en la Flota Estelar en lugar de seguir esa tradición —dijo Troi con aire meditativo—. Sé lo difícil que puede ser una decisión así. También yo rompí con las costumbres de mi pueblo.

—Yo no he escapado del todo —contestó Iovino sin poder contener una carcajada. Moisés se le había quedado dormido en los brazos—. Todo el mundo en la enfermería me machaca continuamente con lo de mi buena relación con los niños. Si no me ando con cuidado, acabaré en el departamento de pediatría.

La discusión había comenzado en el área externa de la enfermería, pero la doctora Crusher vio las miradas que apartaban con premura los miembros de su equipo de enfermeros y se dio cuenta de que estaba perdiendo el control. O el embajador estaba mostrándose inusitadamente exasperante o bien su propia falta de sueño comenzaba a afectar sus emociones; Crusher prefirió echarle la culpa a él. Condujo a Deelor a la intimidad de su oficina.

—No puedo mantenerlo sedado durante todo el tiempo hasta que lleguemos a la Base Estelar Diez —continuó Crusher—. Ya ha estado así durante mucho más tiempo del conveniente.

—Aplíquele dosis menores —sugirió Deelor.

—Maldición, yo no necesito su consejo médico… —Pero eso era exactamente lo que ella había estado solicitando. Respiró en profundidad y habló más calmada—. Ya he intentado reducirle la dosificación, pero de todas maneras, el sedante aumenta la confusión que siente Jasón. Y lo estoy perdiendo.

—Eso podía ocurrir.

—¡A mis pacientes no!

Deelor se encogió de hombros.

—No puedo ayudarla.

—Pero Ruthe sí puede.

—Se lo he pedido, pero se niega.

Crusher abandonó todo intento de contener su furia.

—¡Entonces vuelva a pedírselo!

—¡No! —La réplica de Deelor igualó el acaloramiento de la frase de ella—. Estoy seguro de que se da cuenta de lo que supone esa solicitud.

—Estoy intentando salvarle la vida a Jasón.

Los gritos de ambos ahogaron el sonido de los pasos que se acercaban. El capitán Picard entró en la habitación y se detuvo, aguardando alguna explicación del comportamiento de ellos. Cuando no llegó, expresó en voz alta sus motivos para haber acudido a la enfermería.

—He recibido sus informes médicos referentes a la atmósfera choraii. ¿Cuál es la naturaleza de esta droga?

—Los análisis químicos indican que se trata de un narcótico suave —respondió Crusher en tono distraído—. Es posible que haya contribuido al desmayo de la teniente Yar tras su regreso de la Si bemol, pero ella no presenta ninguna reacción negativa duradera y le he dado el alta. —El fruncimiento del entrecejo de la doctora estaba dirigido contra Deelor—. Sin embargo, todavía estoy intentando determinar si Jasón o el niño están sufriendo un síndrome de abstinencia. Las pruebas de una posible dependencia no han sido concluyentes.

—¿Y cree usted que Ruthe podría tener más información a ese respecto?

Picard había oído lo bastante de la conversación como para adivinar el tema en disputa.

Crusher asintió con la cabeza.

—Excepto que ella no me da la oportunidad de formularle preguntas.

—Embajador, es usted el único que tiene alguna influencia sobre ella —dijo Picard con acento desafiante.

—¿Yo? —ironizó Deelor—. La conozco desde hace mucho tiempo, pero no confunda eso con el tener influencia. Ruthe sigue los dictados de su propia voluntad.

Por el tono que empleó el hombre, Crusher sospechó que admiraba ese rasgo de Ruthe.

El capitán insistió.

—Ya sé que Ruthe era contraria a la transacción, pero estoy seguro de que no permitirá que Jasón sufra.

—Ruthe no quiere tener nada que ver con los cautivos.

—¿Por qué? —preguntó Picard.

—No puedo responder a eso —dijo Deelor.

—No se preocupe —afirmó Picard enojado—. Se lo pediré yo mismo. —Avanzó hacia la puerta de la oficina pero Deelor le impidió el paso—. ¿Está usted ordenándome que no lo intente, embajador?

—No —replicó Deelor al fin y se apartó a un lado.

Él y Crusher permanecieron en un incómodo silencio, a la espera de que regresara el capitán.

A Picard le fue permitida la entrada, pero Ruthe no se encontraba en la habitación inmediata y él se vio obligado a ir en su busca. El camarote estaba desprovisto de efectos personales. El capitán sabía que Deelor y Ruthe habían perdido todas sus pertenencias cuando la Ferrel fue destruida, pero era evidente que no habían hecho uso de los almacenes de la nave para reemplazar esos objetos. Deelor, al menos, se había procurado un nuevo juego de ropa, pero la intérprete iba siempre envuelta en la misma capa gris gastada.

Picard encontró a Ruthe en un dormitorio.

—La doctora Crusher tiene algunas preguntas referentes al estado de Jasón.

—Yo no tengo nada que ver con eso. —Se encontraba sentada en la cama de la habitación, las rodillas recogidas contra el mentón—. Yo les dije que no lo trajeran a bordo.

La postura de ella no era seductora, pero Picard habría preferido que la conversación fuera llevada a cabo en otro lugar del camarote. El entorno le confería a la entrevista un incómodo grado de intimidad.

—Y la muerte de Jasón demostrará que tenía razón. ¿Vale su orgullo una vida humana?

—Mi trabajo es traducir, nada más. Los cautivos de Hamlin no son asunto mío.

—Usted no puede limitarse a rechazar responsabilidades porque sean molestas o desagradables —argumentó Picard…, pero se daba cuenta de que no estaba llegando a ella. Ruthe puso a dar bruscos tirones de la desordenada ropa de cama al ceder paso al desasosiego su actitud defensiva inicial—. Usted dijo que los choraii valoraban a sus humanos, pero a Jasón le han hecho daño.

Esta acusación atrajo la inmediata atención de Ruthe.

—¿Por qué dice eso?

—La doctora Crusher ha descubierto restos de una desconocida sustancia química, una droga, en la atmósfera choraii, la cual le ha afectado gravemente. Dadas las circunstancias, no puedo lamentar mi decisión de traerlo a bordo y voy a recomendarle con mucha firmeza a la Flota Estelar que se realicen todos los esfuerzos posibles para recuperar a todos los cautivos adultos que sea posible.

Ruthe desenroscó su cuerpo, se puso en pie, muy erguida, sobre la cama y dirigió una intensa mirada hacia el capitán. Por un momento, Picard pensó que iba a atacarle. En lugar de eso, la mujer bajó de un salto a la cubierta.

—Muéstreme esa droga.

Recogió los ondulantes pliegues de la capa en torno a su cuerpo y siguió a Picard fuera del camarote.

Cuando llegaron a la enfermería, Beverly Crusher adoptó la actitud de un profesional de la medicina, pero no antes de que Picard captara la expresión de alivio de sus ojos. Vio la sorpresa en Deelor… y un destello de disgusto.

Ruthe repitió su exigencia de ver la droga, y Crusher le entregó a la intérprete un pequeño frasco de vidrio que contenía unos pocos milímetros de líquido ambarino.

—Noté su olor cuando la teniente Yar regresó de la nave choraii.

Ruthe destapó el frasco, e indecisa, olió el contenido.

—Canela —susurró.

Se quedó congelada en el sitio, rodeando el frasquito con las manos, hasta que Deelor la llamó por su nombre.

—¿Ruthe?

—Lo había olvidado. —Sus ojos continuaban absortos. Luego el contacto de la mano de Deelor sobre su brazo la devolvió a la habitación en la que se hallaba. Ella volvió a ponerle el tapón al frasco, encerrando el aroma en su interior.

—¿Se ha encontrado antes de ahora con esta droga? —le preguntó el capitán.

—Hace años —dijo Ruthe—. Cuando era niña.

Picard no entendía.

—Pero ¿cómo puede ser eso?

Ella ocultó el frasquito entre los pliegues de la capa.

—Yo nací en una nave choraii.