11

La llamada de la doctora Crusher alertó al departamento médico de la presencia de enfermos de urgencia en la plataforma del transportador. Siguiendo las apresuradas instrucciones de ella, el equipo de auxiliares sanitarios y enfermeras se preparó para los nuevos pacientes.

Data fue el primero en llegar a la enfermería. Atravesó corriendo las puertas portando el cuerpo inconsciente de Tasha Yar. La teniente había caído directamente en sus brazos desde la plataforma del transportador, y en lugar de esperar una camilla la había trasladado él mismo.

—Por aquí —le indicó un auxiliar sanitario, al tiempo que señalaba el escáner.

Data depositó allí a la mujer. Tenía el uniforme completamente empapado; sus cabellos estaban pegados a la cabeza.

—¿Un accidente en la piscina? —inquirió una enfermera, pero estaba demasiado ocupada en comprobar las lecturas del diagnóstico como para darse cuenta de que Data no respondía—. Las lecturas están acercándose a los niveles. Ya no tiene ni rastro de agua en los pulmones.

—Tathwell, quiero un análisis químico del líquido —dijo Crusher entre jadeos al acercarse por detrás de ellos.

Podía oler el persistente aroma a canela de la piel y las ropas de Yar. Cuando Ruthe y el niño regresaron a la Enterprise, la atmósfera choraii había sido inodora.

Riker entró en la enfermería y entregó el cuerpo del hasta hace un momento cautivo a los miembros del personal sanitario. Había rechazado el ofrecimiento de Data de transportar tanto a Yar como a Jasón… Y ahora el esfuerzo de seguirle el paso al androide había dejado al oficial sin aliento.

—Si le falta aire, vaya a otro lugar —dijo Crusher al tiempo que empujaba a Riker a un lado a fin de poder leer los resultados de la exploración de Jasón—. No puedo estar por más gente.

Jadeando demasiado como para contestar, Riker dejó que fuese Data quien se interesara sobre el estado de Yar y Jasón.

—Estable —contestó la doctora.

Al igual que el niño cautivo, Jasón se había debatido, confuso, en cuanto fue transportado a bordo, y el único recurso que le quedó a Crusher fue el de sedarlo. Para cuando la doctora pudo volver su atención hacia Yar, la teniente ya se había desmayado.

—El capitán esperará que pueda pronosticar cuándo se recuperará.

El pecho de Riker aún inspiraba y expiraba de forma acentuada a causa de la fatiga de trasladar en brazos a Jasón, pero finalmente pudo hablar.

—Más tarde —contestó Crusher con brusquedad—. Después de que haya tenido oportunidad de examinarlos con mayor detalle.

Estaba demasiado preocupada por sus dos pacientes como para dedicarle más atención a Riker, y se olvidó de él, así como de Data en cuanto salieron de la enfermería.

—¡Doctora Crusher! —La enfermera Tathwell repitió en voz alta los cambiantes signos vitales que anunciaban que Yar estaba a punto de recobrar el conocimiento. La teniente despertó con un jadeo estrangulado, como si luchara por respirar.

—¡Tasha! —gritó Crusher al tiempo que sujetaba a la mujer por los hombros—. Está de vuelta en la Enterprise.

La doctora no aflojó la presa hasta que Yar dejó de forcejear y su mirada cesó de estar perdida, pero la doctora advirtió que aún tenía las pupilas dilatadas.

—Tengo que haber estado soñando. —La voz de Yar temblaba al hablar—. Pensé que estaba ahogándome.

—Simplemente no está habituada a respirar una atmósfera líquida —repuso Crusher con una sonrisa tranquilizadora mientras le apartaba a Yar un mechón empapado de la frente.

Yar continuaba respirando convulsivamente, pero los indicadores del panel de diagnóstico se habían estabilizado. Su estado físico era bueno; su recuperación emocional llevaría más tiempo.

—¿Cómo está él? —preguntó la teniente haciendo un gesto con la cabeza en dirección a Jasón, que yacía boca abajo en una camilla cercana—. ¿Se encuentra bien?

—Estará inconsciente hasta que se le pasen los efectos del sedante.

Crusher hizo un gesto a dos enfermeras para indicarles que se llevaran a Jasón a otra sala y así continuar con su observación, y luego volvió a girarse al oír el chasquido de una sujeción metálica que se soltaba. Yar había apartado el brazo articulado del escáner y ya estaba con los pies en el suelo.

—¿Adónde piensa que va a ir?

—Ya me encuentro bien, doctora —dijo Yar, aunque al mismo tiempo se sujetaba al borde de la plataforma metálica para mantener el equilibrio—. Debería estar en mi puesto.

Crusher vio que la palidez de la mujer cedía paso a un rubor provocado por su pérdida de conocimiento. Yar se sentiría aún más mortificada si supiera que Data la había llevado hasta la enfermería.

—Ha sido usted relevada de sus obligaciones, teniente. Quiero que permanezca bajo observación médica durante veinticuatro horas.

—Pero si estuve inconsciente durante apenas unos minutos.

La doctora conocía el testarudo temperamento de Yar y no perdió el tiempo en intentar persuadirla.

—Tasha, si no vuelve a acostarse, la haré sedar.

La frase era a todas luces una amenaza, y consiguió el efecto deseado. La doctora no tenía ninguna intención de dejar marchar a la oficial hasta que hubiese sido excluida cualquier posible reacción negativa a su exposición al medio ambiente choraii, y se hubiera hallado una explicación para el aroma especiado.

—¿La teniente Yar se desmayó?

—Parecía tener dificultades para respirar, señor.

Puede que la primera intención de Data fuera la de tranquilizar al capitán comunicándole que el rescate había concluido con éxito, pero su gráfica descripción de la escena de la sala del transportador sólo había aumentado la alarma de Picard.

El embajador Deelor, sin embargo, parecía satisfecho al saber que la teniente y el cautivo se encontraban en la enfermería.

—Teniente Worf, abra un canal de comunicación con la Si bemol —ordenó, y tamborileó, impaciente, con los dedos, cuando el klingon miró a Picard en busca de la confirmación de la orden.

—¡Ladrones! —Los choraii eran uno solo en su acusación—. Esto no ha sido un intercambio.

—Bueno, vamos a ver si podemos restablecer unas relaciones fluidas —susurró Deelor a Picard. Alzó la voz para responder a la acusación choraii—. El plomo ofrecido sigue siendo suyo. Ofrecemos un pago por lo que nos hemos llevado.

—¡Guárdense su metal, sólo déjennos marchar!

Picard oyó la discordancia de sus voces y advirtió la futilidad del intento del embajador.

—Si retenemos su nave durante más tiempo, los choraii podrían atacarnos.

—Muy bien —respondió Deelor tras una corta pausa—. Déjenlos en libertad.

Un impasible teniente Worf cortó la energía de los rayos tractores. En cuanto los cuatro se retrajeron, la Si bemol se alejó a toda velocidad. La totalidad de la tripulación observó fascinada mientras el racimo de burbujas se encogía hasta el tamaño de una cabeza de alfiler en la pantalla, y luego desaparecía.

—Están saliendo del radio de los sensores de largo alcance —anunció Worf—. Ya no son detectables.

De una forma tan repentina como había comenzado, el enfrentamiento con los choraii acabó. La Enterprise había ganado. El capitán Picard reflexionó brevemente sobre el triunfo de su nave, y luego tornó a las exigencias del presente. Miró al embajador.

—Ahora no soy más que un pasajero —dijo Deelor, adivinando la pregunta que el capitán tenía en mente—. Puede usted desembarcarme en la Base Estelar Diez, junto con Ruthe y los supervivientes de Hamlin.

—Eso tendrá que esperar hasta que hayamos llevado a los granjeros a su hogar —replicó Picard—. Nuestros pasajeros ya han sufrido bastantes contratiempos hasta el momento. —Esperaba una protesta, pero Deelor se limitó a encogerse de hombros. El hombre tenía una extraordinaria habilidad para saber en qué temas el capitán cedería y cuáles no merecía la pena discutir con él—. Timón, ponga rumbo a Nueva Oregón. Factor hiperespacial cuatro.

Data se había anticipado a la orden y ya tenía preparadas las coordenadas necesarias.

—Curso entrado, señor.

Picard se sentó en su sillón de mando. Unos días sin incidentes serían bienvenidos después de los azarosos sucesos recientes.

—Adelante.

Geordi puso rumbo a Nueva Oregón, y luego comprobó los controles de su panel.

—Data, esto no puede ser correcto. —El piloto se volvió en redondo para hablarle al capitán—. Tiempo estimado de llegada a Nueva Oregón, dentro de treinta y seis días.

—¿Qué? —El capitán se levantó de su asiento de un salto—. Señor Data, explique.

—Más precisamente, treinta y seis días, cinco horas y doce minutos. —Data estaba asombrado por la agitación de sus compañeros de tripulación—. La nave choraii nos arrastró fuera de nuestro curso cuando la teníamos atrapada en los rayos tractores.

—Sí, pero ¿más de un mes? —protestó el capitán—. El lugar original de la cita estaba a sólo un día y medio de distancia de Nueva Oregón.

—La Si bemol alcanzó un máximo de velocidad de factor nueve coma nueve durante varios segundos —dijo Data—. Puedo enseñarle la exacta relación distancia/velocidad de…

—No será necesario, señor Data —lo interrumpió el capitán. Suspiró ante la idea de una prolongada estancia del embajador Deelor, la gente con él asociada y los más de cien conflictivos granjeros—. Señor LaForge, aumente la velocidad a factor seis.

Data, diligente, calculó el tiempo del viaje.

—Doce días, diez horas…

—Comprendido —dijo Picard interrumpiendo a Data.

El humor del capitán no mejoró de forma apreciable como consecuencia del ahorro de tiempo; de todos modos los colonos exigirían una explicación por la demora. Riker podría proporcionársela, decidió Picard. Uno de los privilegios del mando era la posibilidad de delegar ciertas tareas desagradables.

Ninguno de los granjeros había resultado herido cuando la Enterprise fue arrastrada de improviso por la nave choraii. Tentados por los rumores que empezaron a correr, todos los miembros de la comunidad se habían apretujado dentro del simulador para ver con sus propios ojos la maravilla simulada. La mayoría de los colonos estaban aún explorando los prados cuando fueron arrojados sobre la hierba primaveral por la repentina sacudida.

Algunos de los más intrépidos habían llegado al grupo de construcciones de madera, pero los suelos de los graneros estaban cubiertos por gruesas capas de heno seco que amortiguaron su caída. De todos ellos, Tomás fue el más desafortunado. Fue golpeado en el temporal por la hoja superior de una puerta partida al balancearse aquélla, cosa que le hizo perder brevemente el conocimiento.

—Tomás, mi hijo, mi pobre hijo —chillaba Dolora inclinada sobre el corpulento cuerpo tendido en tierra. Miró con ansiedad a la mujer que le estaba tomando el pulso al hombre. Un amplio círculo de granjeros que se había reunido en tomo a ellos, miraba a Tomás y aguardaba el pronunciamiento de Charla.

—Ni siquiera puedo encontrarle un chichón —dijo Charla ahogando una carcajada.

Los ojos del hombre se abrieron con un parpadeo y se fijaron en el rostro de su madre. Profirió un gemido.

—¡Ay, no te muevas! —gritó Dolora cuando él se sentó. Le tiró de los brazos, intentando evitar que se levantara, pero Tomás se puso en pie trabajosamente—. Te pondrás peor, hijo.

—Por favor, madre —contestó él, los labios apenas entreabiertos. Trató de apartar la mirada de los otros granjeros, pero los concurrentes formaban un círculo completo en tomo a él—. No soy un niño.

—No, afortunadamente. Eres un hombretón con la cabeza muy dura —comentó Patrisha. Tomás hizo caso omiso del sarcasmo; se sacudió las briznas de hierba de la ropa y se metió el faldón de la camisa dentro del pantalón. Uno a uno, los hombres y mujeres se alejaron. Cuando Tomás volvió a levantar la mirada, captó de inmediato la presencia de Dnnys y Wesley.

—Terremotos, ¡qué detalle tan encantador! —dijo con voz gangosa, imitando el anterior elogio de su hermana—. ¿A quién se le ha ocurrido eso?

—No está en el programa —protestó Wesley, y luego agregó en tono débil—: Pero tal vez he cometido una pequeña equivocación en alguna parte.

Sospechaba cuál era la verdadera causa del movimiento, pero prefirió cargar con la culpa antes que atraer la atención hacia otra de las maniobras de combate de la nave estelar. Un error de programación tenía menos probabilidades de suscitar la cólera de los granjeros.

—¿Y qué otras sorpresas nos tiene reservadas, alférez Crusher? —Tomas estaba comenzando a atraer la atención de los desconcertados colonos—. ¿Incendios? ¿Tornados? ¿Quizás una inundación de proporciones bíblicas?

—¡Tomás! —le gritó su madre—. Estás yendo demasiado lejos.

El hijo de Dolora se sonrojó.

—Lo siento, madre. Será por el golpe que me he dado en la cabeza. —Salió del granero mientras se disculpaba.

Aprovechando la distracción, Wesley y Dnnys se escabulleron subiendo por una escalera hasta lo alto de un henil. Desde esa altura, las preocupaciones de los adultos parecían igual de desconcertantes pero de una importancia mucho menor.

—¿A qué venía eso? —preguntó Wesley—. ¿Por qué estaba disculpándose?

Dnnys musitó una respuesta ininteligible mientras trepaban con dificultad por las balas de heno. El polvo que levantaban sus botas les cosquilleaba la nariz y los hacía estornudar. Llegaron a las puertas de la zona superior y las abrieron, respirando grandes bocanadas del aire del exterior.

—Vamos, cuéntamelo —volvió a pedir Wesley después de que ambos se hubieran sentado con las piernas colgando en el borde. El sol del crepúsculo proyectaba largas sombras sobre el corral que había debajo.

—Nosotros no hablamos de esas cosas.

—¿Qué cosas?

Para sorpresa de Wesley, su amigo se puso rojo como un tomate. Dnnys respiró profundamente y luego susurró la respuesta.

—Ya sabes, religión.

—Ah.

Wesley puso buen cuidado en no manifestar ningún signo de que esto le resultaba gracioso. Su contacto con una amplia variedad de culturas le había enseñado a respetar un número igualmente amplio de tabúes, y esta prohibición no era más extraña que otras. Cambió de conversación para ahorrarle a su amigo más embarazo.

—¿Cuándo comienza la decantación?

Dnnys se metió una paja en la boca y se reclinó sobre los codos.

—Mañana por la mañana —dijo con acento sombrío, como si pronunciara una sentencia de muerte.

Wesley lo entendía. Una vez que los animales hubiesen sido llevados al simulador, Dnnys perdería su excusa para trabajar en la bodega de carga. Lo cual también significaba perder la excusa para vagar en libertad por la Enterprise.

—Oye, si hay algo que yo pueda hacer…

—Lo hay —respondió Dnnys—. Tengo un favor que pedirte. Un favor grande.

Wesley esperó una explicación, pero Dnnys parecía renuente a continuar.

—¿De qué se trata, Dnnys? Tú sabes que te ayudaré.

—Tengo un plan. —El muchacho se enjugó unas gotas de sudor de la frente—. Pero tiene que ser un secreto.

Wesley escuchó atentamente la explicación de su amigo.

Y mientras escuchaba, su entrecejo comenzó a fruncirse.

La cámara de aislamiento había sido inteligentemente diseñada para cumplir, entre otros, un doble propósito. Si el paciente era contagioso, la cámara se cerraba al vacío, mediante un escudo y mantenía el agente infeccioso en el interior. En el caso de un enfermo con un sistema inmunológico deficiente o alterado, el mismo sistema de sellado evitaba que los virus y las bacterias entrasen. Las luces rojas de baja intensidad eran calmantes para los ojos debilitados por la fiebre y la fatiga, mientras que el especial acolchado y la baja gravedad se adaptaban perfectamente a los pacientes con quemaduras.

Era lo más parecido al medio ambiente de la nave choraii que la doctora Crusher podía preparar con poco tiempo.

Un escáner examinaba constantemente al paciente allí tendido. Ahora controlaba el efecto de la última inyección sedante; pero el aparato no podía decirle lo que ella de verdad quería saber. Estudió la figura dormida del hombre conocido como Jasón, buscando una respuesta para las inquietantes preguntas suscitadas por las muertes de los otros cautivos adultos. Aún tenía lastimada la piel en codos y rodillas. Se había desplomado en cuanto se desvaneció el rayo del transportador y su cuerpo perdió el sostén de la atmósfera líquida de la nave choraii en la que se desplazaba suspendido. Aquí, el rostro de él estaba distendido, en reposo, pero la mente de la doctora sobrepuso una imagen de la sala del transportador: cuando lo miró a los ojos y vio un terror cerval.

Jasón se había precipitado sin previa aclimatación a un mundo radicalmente diferente, y sus gritos se vieron estrangulados por la entrada del leve aire en sus pulmones. Si él era uno de los niños de Hamlin originales, su lejana infancia no había facilitado la transición. Incluso Tasha, que sólo había estado allí durante unos minutos, estaba desorientada al regresar a la nave.

¿Habría llegado demasiado tarde el rescate para este hombre? ¿Moriría al igual que los otros?

La doctora Crusher posó una mano sobre el escudo. El contacto lo hizo obscurecerse, garantizando la intimidad de Jasón dentro de la cámara. Permanecería inconsciente durante unas horas más, pero ella salió silenciosamente de la sala como si temiera despertarlo.

En la sala contigua, la otra unidad de aislamiento también contenía un cuerpo dormido; pero el profundo sueño del niño no era provocado. Su piel color caramelo y sus rizados cabellos negros contrastaban con la palidez de Jasón.

—Tanto llorar le cansó —dijo Troi, que se encargaba de su vigilancia. Siguió la penetrante mirada que la doctora Crusher le dirigió al indicador del nivel de azúcar en la sangre—. Estaba demasiado alterado para comer; ya tendrá hambre cuando despierte. Estoy segura de que más tarde podré tentarlo con alguna comida.

Crusher asintió inconscientemente, y luego sacudió la cabeza.

—No va a ser tan sencillo, Deanna. —Un breve repaso de los historiales clínicos de Hamlin se lo había hecho ver con claridad—. Ha sido criado en un medio ambiente líquido. Será necesaria una rehabilitación completa para enseñarle cómo funcionar en nuestro mundo.

—Lo cual significa que necesitará una supervisión constante —agregó Troi—. Así que, ¿cómo vamos a explicarle la presencia del niño a su departamento y mantener el secreto de la misión?

—Buena pregunta. —Sólo algunas personas habían visto a Crusher cuando introdujo al niño a hurtadillas en la cámara de aislamiento, y Troi se había responsabilizado directamente de su cuidado cuando llamaron a la doctora, pero su presencia no podría ocultarse durante mucho tiempo más. La aparición no anunciada de un niño de dos años, un desconocido no registrado, suscitaría un montón de preguntas—. Y ya que estamos en ello, ¿cómo vamos a explicar la presencia de Jasón?

—Supervivientes del naufragio de una nave espacial —sugirió Troi—. No es muy original, pero no está demasiado lejos de la verdad.

—Es bastante creíble, supongo —aventuró la doctora y suspiró—. Aunque será mejor que nos aseguremos de que el resto de la tripulación del puente dé la misma versión de la historia. Nada atraería la atención con mayor celeridad que explicaciones contradictorias. —Avanzó hacia la puerta de la sala—. Pasaré por aquí más tarde y comentaremos qué hacer cuando se despierte.

—Beverly —la llamó Troi cuando la mujer llegó al umbral—. No podemos continuar llamándole «el niño» ni «la criatura». Necesita tener un nombre.

—¿Qué le parece Moisés? —sugirió Crusher, y salió por la puerta para continuar con sus visitas.

Mientras avanzaba a largos pasos por el corredor, la doctora en jefe apartó su atención de los cautivos de Hamlin y la concentró en el próximo grupo de pacientes. La enfermería estaba casi llena, y aquel incremento de casos significaba que iba a estar trabajando toda la noche.

El anuncio de advertencia hecho por el capitán Picard antes de que la Enterprise fuera arrastrada fuera de su curso por la nave choraii, dejó poco margen de tiempo, demasiado poco para preparar a la totalidad del millar de personas a bordo para la sacudida. Algunas personas no llegaron a oír la alerta y fueron arrojadas contra cubiertas y paredes. Otros fueron un poco lentos en reaccionar. La extensión de sus heridas dependía de qué parte de sus cuerpos había sido golpeada y con cuántos objetos. Los que tenían huesos rotos o heridas llegaron al poco a la enfermería en camillas flotantes portadas por asistentes sanitarios o fueron llevados por sus compañeros de tripulación. A lo largo de la hora siguiente, un torrente cada vez más crecido de personas había llegado cojeando hasta la enfermería, en busca de un remedio para contusiones y torceduras.

—Duncan está recobrándose muy bien —le dijo el enfermero a cargo de cuidados intensivos. E hizo aparecer en la pantalla de la computadora una alentadora configuración de nervios en vías de regeneración.

Crusher se sintió aliviada al ver que la columna vertebral del astrónomo había recibido una contusión en lugar de resultar seccionada por un telescopio que se balanceó y golpeó a la altura del sacro.

—¿Qué tal está Butterfield?

El herido más grave de la tripulación era un botánico que se había estrellado de cabeza contra una palmera de grueso tronco. Butterfield sería el primero en reírse de la ironía de que una de sus plantas le hubiese provocado heridas, si alguna vez recobraba el conocimiento. La doctora Crusher había soldado el cráneo fracturado del científico, pero sólo el tiempo podría decir si su cerebro funcionaría con la brillantez anterior.

Doswell se encogió de hombros.

—Sin cambios.

La recuperación ya no estaba en sus manos. La doctora reaccionó con enojo ante su impotencia…, y encontró un blanco para descargar ese enojo aguardándolo en su oficina.

—Capitán, tengo una enfermería llena de heridos, y debido a las restricciones de seguridad de Deelor ni siquiera saben qué ha pasado. O no era su misión o la desconocen, pero han pagado un precio por ella, en algunos casos alto.

Las duras palabras de ella hicieron eco a los pensamientos de Picard. Él era el único responsable de la gente que estaba tendida en las salas de la enfermería.

—Éstos son pasajeros. Jamás deberían de haber sido arrastrados a una situación que usted sabía que iba a ser peligrosa —dijo Crusher con amargura—. Tendría que haber separado el módulo del platillo.

De hecho, su primer instinto lo había impulsado a ordenar la separación. Le habían hecho cambiar de opinión los argumentos de Deelor en contra. ¿O se había debido a que no estaba dispuesto a luchar con la suficiente fuerza para hacer valer sus decisiones? ¿Qué habría sucedido si la sección del platillo hubiese sido dejada atrás? ¿Habrían encontrado al volver a estas personas asesinadas por los errabundos choraii?

—Preferí no hacerlo —fue la lacónica respuesta de Picard.

—Cuénteles eso a mis pacientes.

—Soy responsable en mis acciones.

—Al menos usted puede responsabilizarse de algo, Butterfield y Duncan no tuvieron arte ni parte.

Lamentó la observación en cuanto la hubo hecho… pero Picard no le dio tiempo para retractarse.

—Parte de su trabajo es enmendar las consecuencias de mis errores —dijo con aspereza—. Agradezca que puede lavarse la sangre de las manos.

—Capitán, lo siento, no debería de haber dicho eso. Ha sido injusto por mi parte.

—Nunca se disculpe por decir la verdad, doctora Crusher —replicó Picard, no dispuesto a aceptar la absolución por sus pecados. Salió a zancadas de la oficina antes de que ella pudiese volver a hablar.

Uno a uno, los oficiales superiores se retiraron hacia otras zonas de la nave hasta que Geordi LaForge se quedó a cargo del puente. El intercambiar su posición ante el timón por el asiento del capitán, incluso durante la tranquilidad reinante, lo llevaba de modo inevitable a tener sueños de mando. Puesto que había observado a Picard en acción contra los choraii, el teniente se preguntó cómo habría reaccionado él en una emergencia similar. Y no es que fuese a tener una oportunidad de descubrirlo en algún futuro próximo.

—¿Geordi?

Sobresaltado ante el sonido de su nombre, LaForge levantó la mirada para ver quién lo había pronunciado.

—Ah, hola, Wesley. —No había advertido la entrada del muchacho en el puente. Geordi agradeció que hubiera sido un alférez el que lo hubiese sorprendido inmerso en sus pensamientos—. Puede utilizar cualquiera de los terminales desocupados…

—No he venido a trabajar —dijo Wesley al tiempo que negaba con la cabeza—. Tengo que pedirle un favor.

—Pídalo, pues —lo instó Geordi, que percibía urgencia en la expresión sombría del joven alférez.

—Bueno, no es un asunto relacionado con la nave —se disculpó Wesley—. Pero un amigo mío necesita cierta información.

—¿Qué clase de información?

Wesley se giró nervioso, y luego se inclinó para susurrar algo en el oído de Geordi. Una vez que Geordi hubo oído la solicitud, la identidad del amigo de Wesley le resultó evidente.

—La persona más indicada para pedir esa información probablemente sea Logan.

—Ah.

Geordi sonrió ante la reacción carente de entusiasmo del muchacho.

—Eh, sé que nuestro ingeniero en jefe no es el mejor amigo que tiene usted, pero apostaría a que responderá a sus preguntas. Al fin y al cabo, eso le dará la oportunidad de darle a usted algunas respuestas, para variar.

—Sí, supongo que sí —contestó Wesley mientras se volvía.

—Y, Wes, dígale a Dnnys… quiero decir, a su amigo, que le deseo suerte.

—Gracias, Geordi —dijo alzando la voz el alférez mientras ascendía a la carrera por la rampa del puente—. Va a necesitar toda la suerte que pueda conseguir.

Riker se dirigía camino de su camarote cuando la obsesionante melodía lo desvió de su curso, haciéndole recorrer una confusión de corredores en busca de la música. Giró en un recodo y el sonido se hizo más fuerte, giró en otro y disminuyó hasta un débil susurro. Volviendo sobre sus propios pasos, descubrió que los agradables compases de la flauta provenían de un conducto en el techo. Escuchó durante unos instantes, dejando que las tristes notas lo bañaran como lágrimas al caer.

Agarrándose a uno de los remates del conducto, se subió a pulso hasta el interior del hueco. Sus hombros rozaron las estrechas paredes curvas. Trepó por la escalerilla, hasta llegar a un ensanchamiento a medio camino entre dos cubiertas.

Ruthe se encontraba sentada con las piernas cruzadas sobre una repisa metálica al pie de la abertura y que parecía cumplir funciones de depósito. La música de ella empezó a languidecer cuando Riker salió del conducto, y luego se detuvo del todo cuando él se sentó a su lado. Ella dejó caer la flauta sobre el regazo pero no pareció tomarse a mal la intromisión del primer oficial.

—Está lastimada —comentó él, frunciendo el entrecejo ante la línea de sangre seca que le bajaba por la mejilla. Le apartó un mechón de cabello y dejó al descubierto una contusión purpúrea que tenía en la frente.

Ella se apartó del contacto de él.

—Cantos afilados y metal duro. De eso están hechas las naves.

—Hemos traído a Jasón a bordo. Pensaba que debería saberlo. —Picard le había descrito su enfrentamiento con la intérprete y la resistencia de ella al rescate—. La doctora Crusher hará todo lo…

—Él mintió —afirmó Ruthe de repente.

Riker estuvo a punto de preguntarle a quién se refería, pero en realidad había una sola persona de la que ella podía estar hablando. La dejó continuar.

—Él lo supo durante todo el tiempo.

El capitán había sospechado algo semejante.

—¿Por qué lo negó Deelor, entonces?

Ruthe no respondió. Desarmó el instrumento, y luego deslizó las piezas en unos bolsillos practicados en el interior de la capa. Cada sección tenía su sitio.

—Él sabe otras cosas. Cosas peligrosas que no cuenta.

—¿Me las contaría usted? —preguntó Riker.

Ella levantó la cabeza de forma brusca. Estudió el rostro de Riker como si lo viese por primera vez.

—Yo ya le he contado cosas antes. Ahora le toca a él.

Apartando a Riker de un empujón, ella bajó rápida y ágilmente por el conducto. Él descendió tras ella, pero para cuando se dejó caer nuevamente en el corredor, Ruthe había desaparecido.