El capitán Picard se paseaba por la cubierta de su sala de reuniones, describiendo círculos en torno a la mesa de conferencias y las tres personas que se encontraban sentadas ante ella. Se detuvo frente a Ruthe.
—Data siguió su recorrido por cada una de las esferas de la Si bemol. Usted sabía que a bordo había otro ser humano.
—Sí —admitió ella a la defensiva—, pero él no cuenta. Es demasiado viejo para traerlo de vuelta.
—¿Y quién es usted para formular ese juicio? —Picard desvió la mirada hacia Deelor, que se hallaba sentado junto a ella—. ¿O ha sido una decisión suya?
—Yo no sabía nada del asunto —replicó Deelor—. La política de la Federación es muy clara al respecto. Deben recuperarse todos los supervivientes de Hamlin.
—Yo hablé con Jasón —dijo Ruthe—. Le pregunté si quería venir conmigo y con el niño, pero la idea de dejar a los choraii le atemorizaba. Ha permanecido con ellos durante demasiado tiempo como para querer otra vida.
Picard se detuvo en medio de un paso y seguidamente ocupó un asiento ante la mesa.
—Por supuesto, tendría que haberme dado cuenta de ello…, es natural que cualquier cautivo se sienta confuso ante su liberación…, pero puede ayudarse a ese hombre a readaptarse a su entorno de origen. No podemos abandonarlo sólo porque tenga miedo.
Ruthe negó con la cabeza. Las palabras tranquilizadoras del capitán no la hicieron cambiar de opinión.
—Cuéntales lo que sucedió —le pidió la mujer a Deelor—. Haz que lo entiendan.
Deelor no le contestó. Miró fijamente el sobre de la mesa, como si estuviera buscando una respuesta en su brillante superficie. No encontró ninguna.
Ella se impacientó ansiosa ante el silencio de él.
—Por favor.
El embajador dio un respingo al oírla proferir esa palabra, que la mujer utilizaba en muy contadas ocasiones. Levantó la cabeza, pero sólo miró a Picard cuando habló.
—La política oficial de la Federación dicta que debemos recuperar a todos los supervivientes de Hamlin.
—¡No! —exclamó Ruthe. Su rostro, de habitual frío y carente de expresión, estaba animado por el resentimiento—. Es inútil. Él morirá. Les sucede a todos.
—¿Es eso cierto? —preguntó Picard.
Pero Deelor volvió a guardar silencio. La doctora Crusher respondió a la pregunta por él.
—De los cinco cautivos de Hamlin que se recuperaron a través del ferengi, los tres adultos murieron antes o después. Sólo los dos niños vivieron.
—Ya veo —dijo Picard, arrastrando de manera inquietante las dos palabras. Se sentía perturbado tanto por esa información como por el hecho de que la doctora estuviese en posesión de la misma—. ¿Por qué no se me informó antes de esto?
—Lo lamento, pero yo recibí los informes pertinentes hace apenas unas horas…
Picard apartó a un lado la disculpa de ella con un gesto de la mano; sabía quién era el culpable. El dividir para vencer parecía ser una de las máximas favoritas de Deelor.
—Continúe, doctora.
—La causa exacta de la muerte fue diferente en cada caso, pero el estrés emocional fue reconocido como un factor determinante. Uno sufrió un ataque cardíaco fatal; el segundo murió de neumonía. —Crusher inspiró para luego proseguir—. El tercero se suicidó.
—Así pues, ¿cuál es su recomendación desde el punto de vista médico? —preguntó Picard al tiempo que se preguntaba si la decisión de acciones futuras sería suya. Deelor había abandonado todo intento de hacer valer su autoridad desde el anuncio de Data en el puente—. ¿Vivirá ese hombre si lo traemos de vuelta?
—No puedo predecir el resultado basándome en tres personas —protestó Crusher—. Es una muestra demasiado pequeña para sacar de ella conclusiones válidas. Por otra parte, no hay forma de juzgar qué efectos tuvo sobre su salud el lapso que estuvo con el ferengi.
—Ferengi o humano —dijo Ruthe—. ¿No se dan cuenta de que es todo lo mismo? Este lugar es demasiado diferente de la nave choraii. Déjenlo en paz.
—No podemos —replicó Deelor en voz baja—. La decisión ya ha sido tomada a más altos niveles. No tenemos otra elección que la de negociar por el otro cautivo.
—Yo no traduciré —declaró Ruthe con terquedad.
—Pero los choraii pueden hablar el idioma de la Federación. —La declaración de Picard sobresaltó tanto a Ruthe como a Deelor—. Ruthe le dijo a mi primer oficial que lo habían aprendido de los niños de Hamlin.
—Sí, es verdad —contestó Deelor, asintiendo con un renuente movimiento de cabeza—. No obstante, nuestra forma lingüística no tiende a facilitar las comunicaciones. La aspereza del sonido pone a los choraii a la defensiva.
—No tenemos más elección que intentarlo —dijo Picard, y Deelor no lo contradijo. El capitán apeló luego a Ruthe—. Estoy seguro de que se da cuenta de eso.
—No. Y no los ayudaré. —Tras esta última negativa, Ruthe salió corriendo de la sala.
El sonido no viaja por el vacío del espacio, pero el inconsciente colectivo de una especie no se extingue con facilidad. Así que mientras la Enterprise seguía el rastro de la Si bemol, los miembros de la tripulación del puente asumieron la conducta de los predadores que acechan a su presa. Hablaban sólo cuando era necesario, y caminaban con silenciosos pasos sobre la cubierta enmoquetada. Incluso los motores estaban acallados, reducidos a velocidad de impulso. La navegación de la Enterprise se había acomodado al pausado desplazamiento de la nave choraii mientras ésta entonaba su particular canción. Data había establecido una correlación entre la navegación en espiral de la nave y las notas de su idioma, pero el significado de la configuración continuaba escapando a su entendimiento. Tal vez Ruthe podría haber descifrado lo que significaba, pero la intérprete no había regresado al puente.
—Informe de situación, número uno —exigió el capitán al tiempo que avanzaba hasta el centro de mando. Su voz adquirió un automático tono bajo por deferencia al ambiente quedo.
Riker le respondió con una moderación igual.
—La Si bemol avanza despaciosamente. Hemos puesto buen cuidado en mantenernos justo fuera del radio de alcance de los sensores a fin de que no detecten nuestra presencia.
—Ruthe se niega a prestarnos su ayuda para llamarlos de vuelta —dijo Picard, sin dar más explicaciones sobre esa negativa—. Tendremos que enviarles nosotros mismos una señal.
—Eso requerirá un pequeño truco… y creo que Data podría tener justo lo que necesitamos. —Riker miró al androide que le hizo un gesto de asentimiento a modo de respuesta—. Ruthe tocó una versión de la salutación para mí en una sala de descanso, y Data se las arregló para grabarla en el vocoder del embajador. Puesto que los choraii nunca han oído antes esta canción en particular, podrían pensar que la está tocando ella en persona.
—Excelente —dijo Picard.
Data se apartó de la terminal de observación para entregarle el vocoder a la teniente Yar y darle instrucciones sobre su manejo.
—La salutación está a punto para comenzar. Empiece a transmitir en cuanto nos encontremos dentro del alcance del contacto por radio.
—Es usted un hombre muy persuasivo, señor Riker —observó Deelor mientras tomaba asiento junto al primer oficial—. ¿Engatusa a todas las mujeres con su encanto? ¿O sólo las que son confiadas como Ruthe?
Las mandíbulas de Riker se tensaron pero él no contestó.
—Acérquese a la Si bemol, LaForge —ordenó Picard—. Mantenga energía de impulso, pero prepárese para pasar a velocidad hiperespacial cuando se lo ordene.
—Hemos llegado a distancia de llamada. La salutación de Ruthe está siendo transmitida —anunció la teniente Yar.
La Si bemol respondió a los compases de la flauta trazando un recorrido irregular de regreso a la Enterprise. El racimo de burbujas se hizo más grande en la pantalla. Al igual que antes, las voces choraii respondieron con su propia melodía, y guardaron silencio a la espera de que Ruthe explicara por qué habían vuelto a llamarlos.
—Embajador —dijo Picard—. ¿Les hablará usted a los choraii o lo hago yo?
Deelor despertó de la contemplación fija de la pantalla. Sus anteriores modales desenvueltos se habían hecho más pausados.
—Yo hablaré con ellos.
La animación regresó a sus facciones. El embajador se puso en pie, realizó una inspiración profunda, y respondió a los choraii con la nota mantenida que denominaba a la Si bemol. Su voz de tenor era asombrosamente buena, pensó Picard.
—¿Quién es usted? —articuló una modulada voz choraii, filtrada por el entorno líquido de la nave alienígena. Sus palabras continuaban subiendo y bajando según las exigencias de una cadencia musical y el efecto que eso tenía sobre los oídos humanos era como la obsesionante llamada de una sirena.
—Yo soy Deelor —contestó el embajador, esforzándose por limar las asperezas del habla.
—¿Dónde está la otra? ¿Por qué no canta ella para nosotros?
—Está cansada y necesita reposar. Mi habla no es tan placentera como las canciones de ella, pero ¿me escucharán?
Una segunda voz choraii reemplazó a la primera.
—¿Qué quiere?
—La negociación nos ha satisfecho —explicó Deelor—. Queremos negociar otra vez y proporcionarles más plomo.
—Pero nosotros no podemos pagarlo.
—Sí que pueden… —Deelor titubeó por un instante, y luego se recobró—. Pueden pagarnos con otro humano.
Una barahúnda de notas resonó por la línea de emisión. Los cuatro choraii se unieron en una confusión de sonidos hasta que uno de ellos recobró el dominio.
—No hay negociación.
Picard reconoció la voz del cuarto cantante, el que se había opuesto a los términos del intercambio del primer cautivo. Deelor adoptó el tono engatusador de un comerciante.
—Les ofrecemos cualquier metal de valor para ustedes.
—Jasón fue un regalo. No está a la venta.
—El niño tenía un precio —insistió Deelor.
—Porque todavía no se le había dado un nombre. Jasón es diferente; nos gusta demasiado para renunciar a él.
—Si le tienen cariño a Jasón, nos lo devolverán a nosotros. Él debe estar con su propio pueblo.
—¡Márchense, seres salvajes! —Deelor intentó contestarle, pero el choraii ahogó sus palabras—. Sus notas son feas. No cantaremos más con ustedes.
—Han cortado la comunicación —dijo la teniente Yar.
—Se alejan a factor hiperespacial uno —agregó Data.
El embajador miró a Picard para ver cuál era su reacción.
—Si intentamos detenerlos, su nave correrá peligro.
El capitán asintió con gravedad.
—Sí, ya lo sé, pero tenemos algunos trucos nuevos para tratar con los choraii.
—En ese caso, haga lo que pueda —respondió Deelor, dejándole a Picard el mando de la nave como había prometido—. Yo no interferiré.
A una orden de Picard, la Enterprise se lanzó en persecución de la nave que se alejaba. Los choraii, que no estaban preparados para la aceleración de sus enemigos, le imprimieron a su nave una velocidad mayor, pero no fue suficiente para escapar de los cuatro rayos que se sujetaron a las cuatro burbujas del racimo.
—Rayos tractores fijados —anunció el teniente Worf.
La nave choraii se estremeció. Se formó una pequeña abertura en el centro del racimo, y luego se agrandó hasta convertirse en un gran agujero, creando un anillo. El anillo se agrandó, afinando sus lados hasta que la línea del círculo tuvo sólo una esfera de grueso. Los cuatro rayos tractores giraron junto con las esferas que se desplazaban, adheridos con firmeza a sus objetivos. El anillo volvió a cambiar velozmente su estructura. Dos esferas se separaron del conjunto una de la otra y luego se independizaron la una de la otra, éstas se convirtieron en los extremos de la hilera que se conformó, hilera que había sobrecargado a la anterior fijación tractora.
—Como estaba previsto, no hay incremento en el consumo de energía.
La hipótesis de Worf era ahora un hecho.
Picard, haciendo un gesto, le indicó a Yar que abriera una frecuencia de llamada a la nave alienígena.
—Éste es el capitán Jean-Luc Picard. Repetimos la anterior solicitud. Dejen que traigamos a Jasón a bordo de la Enterprise.
Las burbujas se reagruparon y separaron, configurando a toda velocidad una serie de formas geométricas, pero ninguna de las variaciones consiguió liberarse de la fijación energética ideada por Worf. Como último recurso, una sola burbuja se separó. Flotó sin rumbo fijo, arrastrando consigo el rayo. En cuestión de segundos, Worf llevó al desviado rayo y con él, a la burbuja, de vuelta al racimo principal. La maniobra no fue repetida.
Las burbujas se juntaron en una masa informe. La teniente Yar trató de establecer contacto por radio, pero la Si bemol estaba en silencio además de inmóvil.
—No ceden con facilidad —comentó Riker—. Intentarán alguna otra cosa, tal vez la matriz energética.
Picard sacudió la cabeza.
—Nuestros disparos fásicos los habrán disuadido del uso de esa táctica. Recuerde que ya han perdido cuatro esferas, una pérdida que reduce el potencial de la nave.
—Y el respeto de los demás —agregó Deelor—. Evidentemente, cada nave comienza como un grupo de tres o cuatro burbujas, pero a medida que madura su tripulación van agregándose más burbujas. Son generadas y desarrolladas por ellos, hasta donde hemos podido determinar. Una nave grande impone respeto en virtud de su edad, deducible por su número de esferas.
—¿Y qué haremos a continuación? —preguntó Riker—. ¿Cómo…?
La cubierta del puente se sacudió con violencia, haciendo balancearse a los tripulantes de un lado a otro. Las sirenas de alerta amarilla despertaron a la vida, y Picard captó de inmediato el gemido de los motores de la nave que iba en aumento. Indicios de sobrecarga se extendieron como un incendio por la consola de Worf.
—¡Informen todas las secciones! —gritó Picard, mientras se aferraba a los posabrazos del asiento para mantenerse en el sitio—. ¿Qué está sucediendo?
Geordi LaForge fue el primero en determinar la causa.
—La Si bemol está intentando soltarse del rayo tractor con sus motores hiperespaciales.
—Data, ¿durante cuánto tiempo podemos retenerles? —preguntó Picard, temblando en su asiento a causa del esfuerzo de los motores para mantener la posición de la nave. El estruendo le ensordecía.
—Desconocido. Dependerá de la velocidad máxima de ellos, e ignoramos cuál es.
—Hiperespacial factor nueve coma nueve —dijo Deelor, y luego sonrió de torcido—. Por cierto, ésa es información de alto secreto.
Data inclinó la cabeza para examinar el resultado de los cálculos.
—En ese caso, nuestras reservas de energía quedarán agotadas en aproximadamente catorce coma seis minutos.
Picard se puso de pie, preparándose para los movimientos de balanceo de la cubierta.
—Yar, prepárese para disparar contra los choraii.
—Energía fásica al cuarenta por ciento de su capacidad, capitán —respondió la teniente.
—Si desviamos energía a los rayos fásicos —dijo Data tras un veloz cálculo de sus cifras—, agotaremos nuestras reservas energéticas en cinco coma dos minutos.
—¡Capitán, mire!
Riker señalaba hacia la pantalla. Una esfera violeta había aparecido entre las burbujas anaranjadas de la nave choraii.
—Maldición —soltó Picard—. Van a atacarnos con todo lo que tienen.
Riker se volvió a mirar al capitán, expectante.
—¿Y ahora, qué, señor?
—Worf, mantenga los rayos tractores.
Al mismo tiempo que daba la orden, la mente de Picard examinaba las opciones restantes. Podía intentarlo con el neutralizador de campo energético de Data, pero la sonda no había sido puesta a prueba. Si la táctica fallaba, la nave podría ser destruida.
Picard respiró profundamente y transmitió una segunda orden a través de su insignia-comunicador.
—A todo el personal. Prepárense para una aceleración repentina. Ingeniería, corte suministro energético…
De forma sorpresiva, se produjo un tremendo salto hacia delante al salir disparada la nave choraii, arrastrando tras de sí la nave estelar que no ofrecía resistencia. Los amortiguadores de inercia absorbieron parte de la convulsión, pero no pudieron evitar una severa sacudida. Picard fue arrojado de vuelta sobre su asiento con una fuerza que lo dejó sin aliento. En la pantalla, las estrellas se transformaron en listas de luz.
—Factor dos —dijo Data. Se había agarrado a los bordes del teclado temporal de observación que ahora mostraban las impresiones de sus manos—. Factor cinco.
Picard intentó hablar otra vez, y consiguió emitir un susurro áspero.
—Informe de daños.
—Sólo desperfectos menores —contestó Riker una vez que la información llegó al puente—. Todos los sistemas esenciales operan con absoluta normalidad.
—Factor nueve —anunció Data.
Yar fue la siguiente en informar.
—Capitán, los niveles de energía de las armas han vuelto a su plena capacidad.
—Enfermería a puente —dijo la enfurecida voz de la doctora Crusher resonando en el puente—. ¿Qué demonios ha sido todo eso? Una advertencia de dos segundos de antelación no es la idea que tengo yo de un margen adecuado de tiempo. Estoy recibiendo informes de heridos de todas las cubiertas.
—Ahora no, doctora Crusher.
Picard había recuperado el habla. Cerró con una decidida pulsación la conexión. Los informes de accidentes tendrían que esperar hasta más tarde.
—Teniente Yar, fije el disparo de rayos fásicos estrechos en la periferia del racimo, pero no lo dirija a ninguna esfera con lecturas de formas de vida.
—Factor hiperespacial nueve coma siete —advirtió Data.
Yar seleccionó al azar una esfera no habitada.
—Rayos fásicos preparados.
—¡Fuego! —gritó Picard.
Al igual que en la ocasión anterior, el objetivo estalló en cuanto lo alcanzó el rayo y la atmósfera de la destrozada burbuja se desparramó, proyectando violentos borbotones en el espacio. Picard contuvo la respiración, aguardando la reacción del enemigo.
Al principio no hubo cambios. Luego la cubierta se tambaleó.
—Los choraii han reducido la velocidad a factor ocho —dijo Data—. Factor seis.
—Han cedido —comentó Riker con una sonrisa de admiración—. Sabía que usted podía superarlos en ingenio.
Picard le devolvió la sonrisa y procuró ocultar su propio alivio ante el resultado de la lucha. La cuenta de Data continuaba siendo descendente, curiosamente coincidía su ritmo con el del pulso de Picard.
—¡Seres salvajes, basta! —fue el mensaje que les llegó de la Si bemol cuando ésta hubo reducido la velocidad hasta detenerse—. Llévense a Jasón, detengan el fuego.
—De acuerdo —respondió el embajador antes de que Picard pudiera hablar. Concluido el ataque, Deelor volvía a tener el control de la misión. Se volvió hacia la popa—. Teniente Yar, prepárese para transportarse a la nave choraii.
—¿Sola? —inquirió Yar. Los ojos de la mujer se abrieron de par en par.
—Yo no tengo ninguna intención de ir en persona, teniente. —Deelor miró con inquietud hacia la pantalla—. Los choraii mantienen una vigilancia muy estrecha durante una negociación, y yo puedo observar mejor sus acciones desde el puente.
Riker saltó rápidamente en defensa de la teniente.
—Solicito permiso para acompañar…
—Denegado, comandante —replicó Deelor de forma terminante—. Esto no es una invasión. Y si Ruthe puede manejar ella sola estas transacciones, estoy seguro de que la teniente Yar también puede arreglárselas.
La jefa de seguridad reaccionó exactamente como Picard sabía que lo haría. Y como también Deelor tenía que haber previsto.
—Iré, señor. Si hubiera algún problema, podría solicitar apoyo con una señal.
El capitán decidió cubrir a Yar de la única forma que le restaba.
—Riker, Data. Acompañen a la teniente a la sala del transportador.
Mientras la cabina del turboascensor descendía, Data le describió en detalle la curiosa composición del medio ambiente de la nave choraii. Yar escuchó con calma el detallado y frío análisis que no se ocupaba en absoluto de su terror a la inmersión. Su esfuerzo por mantener la serenidad fue sometido a una prueba mucho más dura cuando llegaron a la sala del transportador; la doctora Crusher estaba aguardándola allí, y su consejo se centró en el mismo vértice del remolino de temores de Yar.
—Inspire sin cuidado, no se retenga. Expulse de los pulmones todo el aire que pueda, y luego inhale.
—La transportaré a unas cuantas esferas de distancia del punto en que se encuentra Jasón —dijo Data al tiempo que se hacía cargo de los controles del transportador—. Eso le dará tiempo para adaptarse al medio ambiente.
—En ese caso, vamos allá —concluyó Yar, subiendo con determinación a la plataforma. No quería tener tiempo para meditar sobre lo que la esperaba.
Yar se materializó en el calmo mar de la atmósfera choraii. A pesar de las instrucciones de Crusher, contuvo de inmediato la respiración. Su instinto se oponía a que exhalara el aire que tenía en los pulmones.
Desplazándose con alados movimientos, trató de orientarse en el entorno alienígena. Se encontraba suspendida dentro de una esfera de unos diez metros de diámetro. La música rumoreaba en tomo a ella, y un resplandor rojizo irradiado desde las paredes curvas se filtraba a través del transparente líquido. No podía ver ninguna abertura.
Yar sabía que podía contener la respiración durante varios minutos más, posiblemente durante el tiempo suficiente para hallar el camino hasta la esfera siguiente e incluso encontrar al cautivo y llevarlo a las coordenadas de transporte. Si todo salía bien. En caso contrario, tendría que acabar respirando. Sería mejor hacerlo ahora, antes de que su miedo fuera mayor como para vencerlo. Expulsó con rapidez un rosario de burbujas de aire, y luego inhaló. Su mente fue enturbiada por un súbito pánico al llenársele los pulmones de un líquido tibio un tanto espeso; pero contrariamente a todas sus expectativas, no se sofocó. Hizo otra profunda inspiración. El fluido entraba y salía por la nariz, más perceptible que el aire pero igual de respirable. Le dejaba un aroma de canela.
Unas brazadas a lo mariposa la llevaron hasta un pequeño círculo plano que marcaba la intersección de dos esferas. La membrana opaca era suave y fresca al tacto. Yar presionó la palma de una mano contra ella y sintió que la superficie cedía un poco. Empujó más, pero no pudo atravesarla. Al recordar el ataque ordenado por Riker con un rayo estrecho contra el exterior de las esferas, volvió a intentarlo con los dedos y las palmas unidas como si fuera a zambullirse, y esta vez sus manos atravesaron fácilmente la membrana. Una vigorosa patada hizo que su cuerpo entero se deslizara hasta el compartimiento siguiente. Se encontraba vacío, pero el que había después de éste no lo estaba.
En él había un hombre flotando, los ojos cerrados, escuchando la arrullante canción de los choraii que resonaba por la cámara. La entrada de Yar agitó el fluido del interior, y una corriente que rozó la piel desnuda de Jasón lo alertó de la presencia de ella. Yar esperaba que huyera al ver a una extraña, pero en cambio él nadó en su dirección, curioso y confiado. Resultaba difícil determinar la edad que tenía. Era rollizo, con el rostro suave y sin arrugas de un niño, pero tenía hebras plateadas en sus cabellos castaños. Cuando llegó a su lado, ella envió una señal a la Enterprise.
El cálido abrazo del líquido cedió paso a la ahora áspera sensación cortante del aire y al estorbo del peso de su cuerpo devuelto a la gravedad. No estaba preparada para la brusquedad de la transición. Un violento fulgor de luz blanca la cegó.
Yar intentó respirar. Se desplomó de rodillas sobre la plataforma del transportador, tosiendo de forma convulsiva al mezclarse fluido y aire en sus pulmones. Los agudos espasmos le bloqueaban la garganta. Segundos después se desmayó.