TRAS calcular nuestro número de días en este mundo, todavía tendríamos que multiplicar este total varias veces para incluir nuestros sueños… esos días dentro de nuestras noches. Varias vidas más deben ser añadidas, incluyendo aquellas en las que los muertos continúan viviendo y aquellas en las que los vivos están muertos; aquellas en las que sucesos tan triviales como una risa inocente adquieren una profunda importancia y aquellas en las que los acontecimientos más sorprendentes no tienen ninguna en absoluto; aquellas que se tornan sumamente extrañas por poderes sobrenaturales y aquellas en las que la propia magia parece algo cotidiano; aquellas en las que hacemos de nosotros mismos y aquellas en las que parecemos ser otra persona; aquellas en las que todo parece aterrador y dañino y aquellas en las que la indiferencia es la única nota que suena desde el principio hasta el fin.
Estas contradicciones hacen que nuestros sueños parezcan insignificantes, y esto es lo que hace que sean ignorados en ese cálculo de nuestros días.
Pero todavía quedan aquellos sueños que esperan que lleguen otros sueños cuyos términos y condiciones los anulen. Son sobras de sueños, nuestros días oscuros, que aún tienen que someterse a las matemáticas, y son los únicos que cuentan para cualquier cosa. Y lo mismo ocurre con nuestros días de vigilia. Sólo unos pocos de ellos evitan quedar anulados por la contradicción, ese proceso de anulación que actúa todo el tiempo.
En cualquier caso, ni los sueños ni los días sobreviven mucho tiempo antes de que sus contrarios los aniquilen. Es bastante probable que, en nuestros últimos instantes, no quede nada hacia lo que echar la vista atrás y contemplar como nuestra vida.
Pero ¿perdurará este mismo vacío, o será también anulado por alguna forma de existencia inviolable e insospechada, terminando finalmente en una especie de doble inconsciencia?