DONDE se niega el conocimiento definitivo, el misterio debe reinar. Toda empresa es propiciada por él; todas las palabras se basan en él. Vive sobre todo en las ruinas de ciertas ciudades, donde todo ha sido negado e incluso las sombras se ahogan en el denso éter del misterio.
Se puede dedicar incluso un tipo de culto a las ruinas, consagrando objetos terrenales que en su decrepitud logran un estatus divino. Columnas rotas se desprenden de su carga, renuncian a su función, y se alzan serenamente sobre los escombros de viejos frontones. Y las cúpulas y pináculos que todavía permanecen en alto echan sus redes sobre las grises alturas de un yermo horizonte. Abajo, imágenes talladas de dioses y bestias se abandonan en una fragmentada confusión, sus imágenes en otro tiempo perfectas ahora están apiladas y corroídas y su significado perdido. Los esqueletos desprovistos de toda carne se mezclan abiertamente con piedras y polvo, liberados de los deberes de la vida.
En efecto, el ideal de la necrópolis parece ser la aniquilación. Por todos lados las cosas borran o disimulan su existencia, buscando una máscara de sombras o un velo de pálida luz ondeando sobre sus superficies desfiguradas. Pero su lucha por la oscuridad sigue siendo tan solo una cuestión de forma… una invasión de vitalidad aún amenaza a las ruinas de ciertas ciudades. Y aunque puede llegar bajo distintos disfraces, el resultado será el mismo: una nueva génesis.
Justo antes del momento de revivificación puede tener lugar una repentina oscuridad que envuelve a la ciudad muerta, y en la oscuridad grandes relámpagos de luz crean la apariencia de que las cosas se mueven. Puede aparecer tan solo una niebla frágil que flota entre las ruinas y penetra en todas y cada una de sus grietas. O puede que no haya nada en absoluto, o nada que pueda ser contemplado. Y, sin embargo, siempre ocurre que algo comienza a agitarse donde, hasta entonces, todo había permanecido inmóvil. Entonces parece que los esqueletos han roto el silencio con gemidos de vida y que hasta las propias piedras emergen de su sueño. Y otras cosas se unen en este despertar, mientras los viejos sueños se hunden en el océano de la desmemoria y las ruinas son recreadas con un nuevo semblante.
La fuente de esta resurrección venidera podría seguir siendo desconocida, y sus propósitos permanecer ocultos en los confines más remotos de la creación. Sin embargo, jamás ninguna fuerza ha logrado resistirse a la acción de este misterioso hacedor de nuevos mundos, al igual que no se permite que ningún mundo perdure en su grandeza. Porque a nada se le permite un rostro a menos que este sea tan solo una máscara sin un alma constante; a nada se le permite una máscara a menos que esta pueda marchitarse y finalmente ser arrancada de su rostro. Y solo sobre estas verdades todas las cosas podrán prosperar en las grandes cadenas de ese extraño e interminable sueño, y florecerán —por así decirlo— en la misteriosa atmósfera de devastación.
Porque allí donde el misterio sirve de cimiento, solo ruinas pueden ser erigidas. Allí, toda estructura es secretamente arrasada al erguirse, porque debajo yacen los ondulantes sustratos y una forma de vida extraña que no se mezcla con ninguna otra. Sin embargo, aún es más sorprendente que tampoco tolere durante mucho tiempo la dignidad de un deterioro pintoresco, y por ello se arrastra eternamente por ruinas desoladas de ciertas ciudades para profanar el sueño de estas. Entonces las ruinas resucitan con nuevas formas, el decorado se alza en otro escenario, caras alegres pintadas sobre actores muertos con las extremidades atadas con cables.
Pero el propio misterio permanece guardado, su vida sellada lejos de su creación. Y en un mundo que simplemente parece poseer una vida propia, desfilan figuras en un estado de terror que es inmortal, inmutable y que perdura a través de todas las fases de un fatídico suplicio, como su único e inviolable derecho de nacimiento.