AL otro lado de las ventanas se extiende una densa niebla por el cementerio, y unas cuantas luces brillan en brumosas profundidades, reluciendo como viejos faroles en una calle vacía. La noche comienza suavemente.
Dentro de la ventana hay barrotes finos, tanto verticales como horizontales, que la dividen en varias ventanas más pequeñas. En las intersecciones, estas barras forman cruces que se reflejan más allá de los cristales, en aquellas otras cruces que sobresalen entre la niebla pegada a la tierra del cementerio. Lo que contemplo por la ventana tiene toda la apariencia de ser un cementerio en las nubes.
Sobre el alféizar de la ventana hay una vieja pipa que parece haber sido mía en otra vida. La oscura cazoleta de la pipa debió de iluminarse con un fulgor dorado y rojizo mientras fumaba y miraba por la ventana al cementerio. Cuando el tabaco se consumió por completo, quizás golpeé suavemente la pipa contra la pared interna de la chimenea, rociando las maderas y piedras con cenizas calientes. La chimenea está encastrada en una pared perpendicular a la ventana. Al otro lado del cuarto hay un enorme escritorio y una silla de respaldo alto. La lámpara situada en el rincón derecho más alejado del escritorio debe servir de iluminación a toda la habitación, un modesto accesorio que añade su luz a la de aquellos pálidos faroles al otro lado de la ventana. Hay algunos libros viejos, plumas y papeles esparcidos por el escritorio. En las sombrías profundidades de la habitación, sobre la cuarta pared, hay un altísimo reloj que marca las horas silenciosamente.
Estos son, entonces, los principales objetos del cuarto en el que me encuentro: ventana, chimenea, escritorio y reloj. No hay puerta.
Nunca soñé que morir mientras se duerme pudiera implicar el propio sueño. Quizás soñé con frecuencia con esta habitación y ahora, cuando estoy al borde de la muerte, me he convertido en su prisionero. Y aquí mi forma sin sangre está cautiva mientras mi otro cuerpo yace en algún lugar inmóvil y sin esperanza. No cabe ninguna duda de que mi presente estado carece de realidad. Aunque solo sea eso, sé lo que es soñar. Y aunque aquellas luces al otro lado de la ventana, aquella niebla y el cementerio inspiran un universo de extraña sensación, no son más reales que yo. Sé que no hay nada más allá de aquellas luces y que el oscuro terreno allá fuera jamás podría soportar mis pasos. Si me aventurase allí fuera, caería directamente en una absoluta oscuridad, en lugar de aproximarme poco a poco a ella en mis sueños moribundos.
Y es que otros sueños precedieron a este… sueños en los que veo luces más brillantes, una niebla incluso más densa, y lápidas con nombres que casi puedo leer desde la distancia de esta habitación. Pero todo está apagándose, disolviéndose y oscureciéndose. El siguiente sueño será aún más oscuro, y todo estará un poco más confuso, mis pensamientos… vagarán. Y los objetos que forman ahora parte de la escena pronto desaparecerán; quizás incluso mi pipa —si es que realmente fue mía en alguna ocasión— desaparezca para siempre.
Aquellas luces parpadeando en la niebla parecen el mismísimo rostro del infinito, los rasgos definidos de una máscara vacía. El reloj comienza a sonar en el cuarto y durante un instante el silencioso vacío encuentra una voz reverberante. Todo se oscurece, se disuelve… el siguiente sueño será todavía más oscuro. Y cuando me despierte el cuarto estará más oscuro, se disipará a mi alrededor como si fuera niebla, una niebla negra en la que todo se ahogará y todos mis pensamientos desaparecerán para siempre.
Pero de momento estoy seguro en mi sueño, este sueño. Al otro lado de la ventana se extiende una niebla densa por el cementerio, y unas cuantas luces brillan en brumosas profundidades, reluciendo como viejos faroles en una calle vacía. La noche comienza suavemente.