EL repique de esas campanas en la montaña envuelta en niebla significa que el Maestro del Templo está muerto. Y lo cierto de todo este asunto es que los monjes de aquel lugar finalmente lo mataron.
Parece ser que hace algunos años el Maestro del Templo comenzó a exhibir algunos extraños y desagradables comportamientos. Aparentemente, perdió cualquier sentido de decoro terrenal, e incluso el control sobre su propio cuerpo. En un momento determinado una nueva cabeza brotó a un lado del cuello del Maestro, y esta horrible criatura comenzó a lanzar todo tipo de órdenes e instrucciones a los monjes, y sólo el alto sentido de la decencia y el orden de estos les impidió llevarlas a cabo. Finalmente, el Maestro del Templo fue confinado a una pequeña habitación en una parte aislada del monasterio. Allí cuidaron a su señor, que en otro tiempo fuera sabio y amado, como a un animal. Durante varios años los monjes toleraron los ruidos que el Maestro emitía, las distintas formas que adoptó. Al final, lo mataron.
Se rumorea entre estudiosos de la Iluminación que se puede alcanzar un estado de existencia en el que la propia Iluminación pierde todo significado, con la consecuencia de que así uno se ve sujeto a todo tipo de extraños destinos.
¿Y los monjes? Tras el asesinato huyeron en todas direcciones. Algunos se escondieron en otros monasterios, mientras que otros regresaron a sus vidas cotidianas de habitantes de este mundo. Pero no podían escapar de su pasado simplemente huyendo de él, al igual que no podían librarse de su antiguo amo simplemente matándolo.
Porque incluso tras la muerte de su yo material, el Maestro del Templo sale a la búsqueda de los que en otro tiempo estuvieron bajo su guía, y ahora ha conferido a estos infelices discípulos, y de forma un tanto insistente, su terrible Iluminación.