No le cabía ni la menor duda de que aquello terminaría realmente en repugnancia, ahora mismo, al mirarla (con una mirada indagadora y penetrante), ya se producía cierta repugnancia, pero lo curioso era que aquello no le molestaba, por el contrario, le excitaba y le motivaba, como si desease aquella repugnancia: el deseo de coito se iba aproximando dentro de él al deseo de repugnancia; el deseo de leer en su cuerpo lo que durante tanto tiempo no le había sido permitido conocer se mezclaba con el deseo de degradar de inmediato lo que leyese.
¿De dónde provenía aquello? Tuviese o no conciencia de ello, el hecho es que se le presentaba una oportunidad única: su visitante representaba para él todo lo que no había obtenido, lo que se le había escapado, lo que se le había pasado, todo lo que con su ausencia hacía insoportable su edad actual con los cabellos que raleaban y aquel balance tristemente pobre; y él, teniendo conciencia de ello o sólo intuyéndolo vagamente, podía ahora restar importancia y colorido a aquellas satisfacciones de las que se había privado (porque era precisamente ese terrible colorido lo que hacía tan tristemente descolorida su vida), podía descubrir que eran insignificantes, que no eran más que apariencias y desaparición, que no eran más que polvo disfrazado, podía vengarse de ellas, humillarlas, destruirlas.
—No se resista —repitió tratando de atraerla hacia sí.