11

Él le aseguró que seguía siendo hermosa, que en realidad nada había cambiado, que las personas siguen siendo las mismas, pero sabía que la engañaba y que era ella la que tenía razón: conocía perfectamente su hipersensibilidad hacia lo físico, el creciente rechazo que le producían los defectos externos del cuerpo femenino, que en los últimos años lo había llevado a buscar a mujeres cada vez más jóvenes y, por tanto, como advertía amargamente, cada vez más vacías y tontas; sí, no cabe duda: si la fuerza a hacer el amor, aquello terminará en repugnancia y esa repugnancia salpicará de barro no sólo el momento presente, sino también la imagen de la mujer a la que amó hace mucho tiempo, una imagen que conserva en su memoria como una joya.

Sabía todo eso, pero todo eso no eran más que pensamientos y los pensamientos nada pueden contra el deseo, que sólo sabía una cosa: la mujer cuya inaccesibilidad e inimaginabilidad le habían hecho sufrir durante quince años, esa mujer está aquí, por fin puede verla a plena luz, por fin puede leer en su cuerpo actual su cuerpo de entonces, en su rostro actual su rostro de entonces. Por fin puede leer su (inimaginable) gesticulación amorosa y su espasmo amoroso. La cogió por los hombros y la miró a los ojos:

—No se me resista. No tiene sentido que se resista.