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En efecto, el señor Zaturecky pronto volvió a la Facultad a preguntar por mí y se quedó desolado cuando mi secretaria le comunicó que me había ido repentinamente a Alemania.

—¡Pero eso no es posible! ¡El señor profesor ayudante tenía que escribir un informe sobre mi trabajo! ¿Cómo ha podido marcharse de ese modo?

—No lo sé —dijo la señora Marie—, de todos modos dentro de un mes estará de regreso.

—Otro mes más… —se lamentó el señor Zaturecky—. ¿Y no sabe su dirección en Alemania?

—No la sé —dijo la señora Marie.

Así que tuve un mes de tranquilidad.

Pero el mes pasó más rápido de lo que yo había pensado y el señor Zaturecky ya estaba de nuevo en el despacho.

—No, aún no ha regresado —le dijo la señora Marie, y en cuanto me vio, un poco más tarde, me rogó:

—Ese hombrecillo suyo ha vuelto otra vez por aquí, dígame usted, por Dios, qué tengo que decirle.

—Dígale, Marie, que me ha dado una hepatitis en Alemania y que estoy internado en el hospital de Iena.

—¡En el hospital! —exclamó el señor Zaturecky cuando Marie se lo comunicó algunos días más tarde—. ¡Eso no es posible! ¡El señor profesor ayudante tiene que escribir un informe sobre mi trabajo!

—Señor Zaturecky —le dijo la secretaria en tono de reproche—, el señor ayudante está gravemente enfermo en el extranjero y usted no piensa más que en su informe.

El señor Zaturecky se encogió de hombros y se marchó, pero al cabo de catorce días ya estaba de vuelta en el despacho:

—Le he enviado al señor profesor ayudante una carta certificada al hospital, ¡y me la han devuelto!

—Ese hombrecillo suyo me va a volver loca —me dijo al día siguiente la señora Marie—. No se enfade conmigo. ¿Qué podía decirle? Le dije que ya había regresado. Tendrá que arreglárselas usted mismo.

No me enfadé con la señora Marie. Había hecho todo lo que podía. Y además yo no me sentía ni mucho menos derrotado. Sabía que nadie podría darme caza. Vivía totalmente en secreto. En secreto daba mis clases los jueves y los viernes y en secreto me agazapaba todos los martes y los miércoles en el portal de una casa que estaba enfrente de la Facultad y me divertía viendo al señor Zaturecky haciendo guardia delante de la Facultad y esperando a que yo saliese.

Tenía ganas de ponerme un sombrero hongo y una barba falsa. Me sentía como Sherlock Holmes, como Jack el enmascarado, como el Hombre Invisible que recorre la ciudad, me sentía como un niño.

Pero, un buen día, el señor Zaturecky se aburrió de hacer guardia y atacó frontalmente a la señora Marie.

—¿Cuándo da sus clases el camarada ayudante?

—Ahí tiene el horario —dijo la señora Marie señalando la pared en la que había un gran tablón de anuncios cuadriculado donde, con ejemplar prolijidad, estaban dibujadas las horas de clase de todos los profesores.

—Eso ya lo sé —respondió con decisión el señor Zaturecky—. El problema es que el camarada ayudante no da nunca clase ni el martes ni el miércoles. ¿Está dado de baja por enfermedad?

—No —respondió dubitativa la señora Marie.

Y entonces el hombrecillo se encaró con la señora Marie. Le reprochó el desorden que tenía en el horario de los profesores. Le preguntó irónicamente cómo era posible que no supiese dónde estaban en cada momento los profesores. Le comunicó que iba a presentar una queja contra ella. Le gritó. Afirmó que iba a presentar una queja contra el camarada ayudante por no dar las clases que tenía que dar. Le preguntó si el rector estaba presente.

El rector, por desgracia, estaba presente.

El señor Zaturecky llamó a su puerta y entró. Al cabo de unos diez minutos regresó al despacho de la señora Marie y le pidió sin más rodeos mis señas.

—Vive en la ciudad de Litomysl, calle Skalnikova número 20 —dijo la señora Marie.

—¿Cómo en Litomysl?

—El señor ayudante tiene en Praga su domicilio provisional y no desea que le comunique a nadie su dirección…

—Haga el favor de darme las señas del domicilio del camarada ayudante en Praga —gritó el hombrecillo con voz temblorosa.

La señora Marie perdió por completo la serenidad. Le dio la dirección de mi buhardilla, de mi pobre refugio, de la dulce cueva en la que debía ser cazado.