11.35 HORAS, 3 DE JULIO DE 2545 (CALENDARIO MILITAR)/SISTEMA 51 PEGASI-B, ZONA OBJETIVO APACHE, PLANETA PEGASI DELTA
La cápsula orbital colisionó y el metal se retorció y chisporroteó. En el interior de su envoltura de titanio, lámina de plomo y revestimiento ablativo indetectable, Spartan-B292 vio estrellas negras estallando ante sus ojos, sintió el regusto de la sangre en la boca y los últimos restos de aire abandonaron sus pulmones.
El entrenamiento que Tom había recibido lo hizo reaccionar al instante: hizo pedazos el retorcido armazón de la cápsula y pestañeó bajo la brillante luz solar azul.
Algo no estaba bien. Se suponía que 85 Pegasi-9l4A era un débil sol amarillo. Esto era azul eléctrico…, hirviente plasma azul.
Saltó, rodando a un lado mientras la onda expansiva pasaba sobre él. Las capas exteriores de su armadura de infiltración semipropulsada (SPI) se abrasaron y se desprendieron como la piel tras una grave quemadura solar.
«Adiestramiento —había dicho su instructor, el capitán de fragata Ambrose—. Vuestro adiestramiento tiene que convertirse en parte de vuestro instinto. Entrenad hasta que forme parte de vuestros huesos». Tom reaccionó sin pensar; toda una vida de adiestramiento asumió el mando.
Alzó su fusil de asalto MA5K y disparó a lo largo de la trayectoria del proyectil de plasma, asegurándose de efectuar un barrido bajo.
Su visión se aclaró, y mientras recargaba automáticamente el arma, vio finalmente la superficie de Pegasi Delta. Podría haberse tratado del infierno: rocas rojas, un cielo cubierto de polvo anaranjado, las cicatrices de una docena de impactos y cráteres a su alrededor, y treinta metros por delante de él, oscuras salpicaduras púrpura de sangre Jackal empapando la arena.
Tom sacó el arma que llevaba colgada a la cintura y avanzó con precaución hacia los alienígenas caídos. Eran cinco con heridas de consideración en las patas inferiores. Le disparó una vez a cada uno en las curiosas cabezas angulares que recordaban a un buitre, luego se arrodilló, los despojó de sus granadas de plasma y les quitó los escudos de energía que portaban en el antebrazo.
Aunque Tom llevaba una armadura de infiltración semi-propulsada de cuerpo entero (familiarmente denominada «armadura SPI» por los tecnólilos de la Sección Tres), sus placas endurecidas y sus paneles fotoreactivos sólo podían resistir unos pocos disparos de refilón antes de agotarse. El camuflaje del blindaje chisporroteó y se estabilizó, y una vez más se fundió con el terreno rocoso.
Todo SPARTAN-III había recibido un adiestramiento amplio sobre la utilización del equipo del enemigo, de modo que Tom improvisaría. Sujetó uno de los escudos de los Jackals a su antebrazo. Era una protección excelente, siempre y cuando uno se acordara de agazaparse tras él y cubrir las piernas, una táctica que los soldados de mayor tamaño del UNSC (Mando Espacial de la Unión de Naciones) tendrían problemas para llevar a cabo.
El visualizador de su visor facial se encendió con un parpadeo, convirtiéndose en una superficie transparente de fantasmal topología verde. A cien kilómetros por encima de su cabeza, el Satélite de Reconocimiento Aéreo Táctico Indetectable, o STARS, acababa de conectarse.
Apareció un único punto parpadeante que representaba su posición. Tom estaba cinco kilómetros al sur de su objetivo principal.
Escrutó el horizonte y vio la ciudad factoría del Covenant a lo lejos, surgiendo de la superficie rocosa como un castillo de óxido con chimeneas gigantescas y espirales de plasma azul latiendo en sus profundidades. Más allá de la fábrica se hallaba la costa azul lavanda de un mar tóxico.
Puntos adicionales aparecieron en su visualizador frontal de datos…, una docena, dos docenas, y luego cientos. El resto de la compañía Beta estaba conectada. Doscientos noventa y un miembros. Nueve no lo habían conseguido, bien porque habían muerto en la reentrada o porque los había matado la colisión o las fuerzas del Covenant antes de que consiguieran salir de las cápsulas.
Tras la misión, comprobaría la lista para ver a quién habían perdido. Por el momento, envió sus sentimientos a un rincón oscuro de la mente.
Tom suspiró aliviado al ver que las ocho X que representaban a la nave subpatrulla de exfiltración Black Cat aparecían y luego se desvanecían en su visualizador. Aquél era el único medio de abandonar aquella roca una vez cumplida la operación TORPEDO.
Un texto se desplegó verticalmente en su visualizador: «EQUIPO FOXTROT AVANCEN SOBRE VECTOR CERO OCHO SEIS. FACILITEN APOYO LATERAL AL EQUIPO INDIA».
No era necesaria una respuesta. Las órdenes se transmitían desde el STARS situado sobre sus cabezas, y cualquier interrupción del silencio en las comunicaciones por radio revelaría la posición del grupo.
Tres de los puntos del visualizador parpadearon, y unos números diminutos aparecieron poco a poco, B091 era Lucy, B174 era Min. Y B004, ése era Adam. Sus amigos. El equipo de ataque Foxtrot.
Tom corrió hacia adelante a largas zancadas, encontró un saliente rocoso y se refugió tras él, aguardando a que los demás lo alcanzaran.
Para mantenerse concentrado en su tarea y que no lo distrajeran los latidos acelerados de su corazón, repasó una vez más la operación TORPEDO. Pegasi Delta albergaba una refinería del Covenant. El mar de aquel mundo diminuto era excepcionalmente rico en deuterio y tritio, que el enemigo utilizaba en sus reactores de plasma. La fábrica trataba el material y reabastecía sus naves, conviniendo aquella operación en la frontera del Covenant con territorio del UNSC en un objetivo fundamental, pues permitía al enemigo un fácil acceso al espacio humano.
Habían existido operaciones anteriores para neutralizar el objetivo. El mando central del UNSC había enviado armas nucleares lanzadas desde el Slipspace, pero el plutonio emitía un aura de radiación Cherenkov al reintegrarse al espacio normal, haciendo inútiles todos los recubrimientos de invisibilidad y revestimientos de plomo. El Covenant no había tenido ningún problema para detectarlas y destruirlas.
Asimismo, había demasiadas naves del Covenant cerca de la luna para lanzar a distancia un lento proyectil nuclear a través del espacio normal. Tampoco valía la pena intentar una invasión corriente o usar a la élite del ODST, los Helljumpers. El UNSC tenía sólo una posibilidad de tomar la fábrica antes de que el enemigo pudiera poner en marcha sus defensas.
Así que los enviaron a ellos.
A los trescientos Spartans de la compañía Beta los habían lanzado hacía siete horas al Slipspace desde el transporte del UNSC All Under Heaven. El viaje lo habían tenido que efectuar en cápsulas indetectables de largo alcance de desembarco de órbita, lo que les hizo padecer náuseas extenuantes en la transición sin protección al espacio normal, para a continuación entrar casi en ebullición durante el viaje al atravesar la atmósfera hasta la superficie de Pegasi Delta.
Por el cálido recibimiento ofrecido por aquellos cinco Jackals, Tom comprendió que los habían detectado, aunque tal vez el Covenant no conociera aún el tamaño de la brecha en su sistema de seguridad. Tendría que moverse con rapidez, aprovechar cualquier elemento sorpresa que quedara, volar la fábrica y, de ser posible, los objetivos secundarios en forma de depósitos de municiones y reservas de metano.
Todavía podían hacerlo. Tenían que hacerlo. La destrucción de aquella fábrica triplicaría la distancia de las líneas de suministro del Pacto hasta el espacio del UNSC. Eso era exactamente para lo que Tom se había entrenado desde los seis años; años de instrucción, simulacros de combate y alecciona-miento. Pero eso podría no ser suficiente.
Oyó el crujido de la grava bajo el peso de una bota. Giró en redondo, con el rifle alzado, y vio a Lucy.
Todos los SPARTANS-III tenían el mismo aspecto bajo su armadura de infiltración semipropulsada. El cambiante dibujo angular de camuflaje de la armadura SPI era en parte malla de legionario, en parte armadura corporal táctica y en parte camaleón. No obstante, Tom reconoció los pasos cortos y cuidadosos de Lucy.
Efectuó el ademán en forma de dos dedos sobre la placa facial, el antiquísimo saludo mudo Spartan, y ella le dedicó un apenas perceptible movimiento de cabeza.
Tom le entregó una unidad escudo Jackal y dos granadas de plasma.
Adam fue el siguiente en llegar, y Min lo hizo al cabo de diez segundos.
Una vez colocados todos los escudos requisados, Tom efectuó una serie de rápidos ademanes con la mano ante el equipo Foxtrot, ordenándoles que avanzaran describiendo un arco amplio. Sigilosamente, pero con rapidez.
Cuando se incorporaba, se oyó un retumbo, una llamarada centelleó en el cielo, y una sombra los cubrió… y desapareció. Las siluetas en forma de lágrima de los cazas Seraph del Covenant rugieron sobre el escondite del grupo.
Una línea de plasma estalló a un centenar de metros detrás de ellos; un infierno que se hinchó y floreció dirigiéndose directamente hacia su equipo.
Tom saltó a un lado a la vez que activaba su escudo Jackal, sosteniéndolo entre él y las llamas a trescientos grados centígrados que derretirían su armadura SPI como si fuera de mantequilla. El campo de fuerza llameó debido a la radiación; la piel de las palmas de las manos se le llenó de ampollas.
El plasma pasó… se diluyó… y se evaporó. El aire se enfrió.
El apoyo aéreo del Covenant había entrado ya en acción, y eso hacía que la situación fuera cien veces peor.
Con un parpadeo, Tom cambió su visualizador frontal de datos de mapa táctico a lectura biológica del equipo. Todos los miembros del equipo Foxtrot mostraban pulsaciones y presión sanguínea aceleradas al máximo. Pero todos seguían apareciendo de color verde. Todos estaban vivos. Magnífico.
Echó a correr. El sigilo ya no era una prioridad operacional. Llegar hasta la fábrica, donde no podrían bombardearlos, era lo único que importaba.
Detrás de él, Lucy, Adam y Min lo siguieron en fila, recorriendo el agreste terreno con largas y poderosas zancadas a casi treinta kilómetros por hora.
Óvalos rojos aparecieron en el mapa táctico de Tom: Seraphs del Covenant en otra misión de ataque. Más numerosos que antes… Tres… seis… diez.
Tom echó una ojeada a ambos lados y vio a sus camaradas, a cientos de Spartans corriendo a través del irregular terreno. El polvo que levantaba su carga llenaba el aire y se mezclaba con el humo de las últimas explosiones de plasma.
Tres Spartans se rezagaron, se dieron la vuelta y apuntalaron bien los pies en el suelo; llevaban lanzamisiles M19-B SAM. Dispararon, y los misiles salieron a toda velocidad hacia la atmósfera, dejando tras ellos sinuosas estelas de vapor.
El primero rebotó en el escudo de un Seraph que iba en su dirección; el misil estalló sin dañar la nave, pero lanzándola contra la que volaba a su lado. Ambas naves efectuaron una voltereta, perdieron cincuenta metros de altitud, y luego se recuperaron; pero sus bordes anteriores arañaron el suelo, haciendo que sus debilitados escudos se desvanecieran, y giraron sobre sí mismas convertidas en molinetes llameantes.
Los otros dos misiles impactaron en los escudos sobrecargados de los blancos elegidos, dejando a los Seraphs alcanzados cubiertos de hollín pero, por otra parte, intactos. Los dos Seraphs cancelaron el ataque.
Una pequeña victoria.
Tom aminoró la marcha a un trote y contempló como los seis Seraphs restantes descendían en picado y soltaban sus cargas de plasma, luego ascendían, daban la vuelta, y desaparecían en la neblina.
Cada carga de plasma lanzada era un puntito brillante que se alargó hasta convertirse en una lanza de hirviente zafiro avivado por el sol. Al impactar contra el suelo, estallaban y las llamas se abrían hacia el frente en abanico, propulsadas a una velocidad de trescientos kilómetros por hora por el impulso y la dilatación térmica.
Un muro de fuego apareció a la izquierda de Tom e hizo que los paneles de camuflaje de su armadura SPI se estremecieran. Pero no se movió. Se quedó paralizado contemplando como las otras cinco cargas envolvían a docenas de Spartans.
El plasma aminoró su velocidad, hirviendo aún, y luego las nubes se enfriaron y disiparon hasta convertirse en una apagada neblina gris, dejando chisporroteante tierra cristalizada y trocitos de hueso carbonizado a su paso.
En su mapa táctico, docenas de puntos se apagaron con un parpadeo.
Lucy pasó corriendo junto a Tom, y la visión de la joven lo devolvió bruscamente a la acción, impulsándolo a correr también.
Ya habría tiempo para el miedo más adelante. Y para la venganza. Una vez que volaran aquella fábrica habría mucho tiempo para vengarse con saña.
Desvió la atención del mapa táctico de la placa facial de su casco y la concentró más adelante, en su objetivo principal, ahora sólo a quinientos metros de distancia.
El resplandor azul que surgía de la parte central de aquella fábrica del tamaño de una ciudad era demasiado intenso para contemplarlo directamente, y proyectaba intensas sombras en la telaraña de tuberías y el bosque de chimeneas. La construcción tenía un kilómetro cuadrado, con torres que se alzaban a trescientos metros de altura, perfectas para apostar en ellas a francotiradores.
Tom se obligó a correr más de prisa, por delante de Lucy, Adam y Min, moviéndose rápidamente de un lado a otro. Sus compañeros comprendieron e imitaron su táctica evasiva.
Proyectiles de plasma estallaron cerca de sus pies. Zigzagueó con un movimiento de vaivén en medio de una granizada de proyectiles disparados desde arriba. Sus sospechas sobre la presencia de francotiradores habían sido correctas.
Esquivó, siguió corriendo, y miró al frente entrecerrando los ojos en dirección al extremo de la fábrica. El visor facial respondió automáticamente y pasó a ampliar cinco veces la imagen.
Había otra amenaza: rebordes luminiscentes en movimiento de campos de fuerza de escudos de Jackals. Y en las sombras, los ojos arrogantes de un Elite del Covenant con armadura morada que le devolvían la mirada.
Tom frenó en seco con un patinazo, agarró el rifle de precisión colgado a su espalda y apuntó a través de la mira. Aquietó su jadeante respiración. Un proyectil de plasma chisporroteó cerca de su hombro haciendo crepitar el recubrimiento de la armadura SPI y chamuscándole la carne, pero hizo caso omiso del dolor, irritado tan sólo porque el disparo le había hecho perder momentáneamente el blanco. Aguardó la fracción de segundo que mediaba entre los latidos de su corazón, y apretó el gatillo.
El impulso de la bala hizo girar al Elite, y la articulación de la gorguera salió arrancada de la criatura con un estallido. Tom volvió a disparar y lo alcanzó en la espalda. Un chorro de brillante sangre azul salpicó las tuberías.
De las sombras de la periferia de la fábrica emergieron Jackals, arrastrándose por detrás de tuberías y tubos de plasma.
Había cientos de ellos. Miles.
Y todos abrieron fuego.
Tom se lanzó al suelo, aplastándose en el interior de una ligera depresión. Adam, Min y Lucy también se dejaron caer, con los rifles de precisión sujetos frente a ellos, listos para disparar.
Proyectiles de plasma y fragmentos de cristal se entrecruzaron por encima de la cabeza de Tom; demasiados para esquivarlos. El enemigo no necesitaba verlos; todo lo que debía hacer era llenar cada centímetro cuadrado de aire de proyectiles letales. Su equipo estaba inmovilizado, convertido en un blanco fácil para la siguiente pasada que efectuaran aquellos Seraphs.
¿Cómo había podido organizar el Covenant una contrarrespuesta tal con tanta rapidez?
Si los hubieran detectado antes, habrían vaporizado sus cápsulas de desembarco durante el trayecto. A menos que hubieran tenido la terrible mala suerte de llegar allí mientras una nave insignia estaba atracada en la fábrica. ¿En el lado ciego? ¿Era posible que el STARS hubiera pasado por alto algo tan grande?
Una de las primeras lecciones del capitán de fragata Ambrose resonó en la mente de Tom: «No os fiéis de la tecnología. Las máquinas se rompen con facilidad».
La radio de Tom crepitó:
—MI9 SAM para ejecutar maniobra Bravo. Blancos marcados. Todos los demás equipos listos para moverse.
Tom comprendió: necesitaban ponerse a cubierto. Y la única protección estaba justo frente a la fábrica.
Desde el terreno seis manchas de vapor se abrieron paso al frente hacia la fábrica. Los M19 SAM detonaron al entrar en contacto con las tuberías y conductos de plasma…, explotando en forma de nubes de humo negro y chispas azules.
El fuego enemigo aflojó.
Aquélla era su oportunidad.
Tom rodó, poniéndose en pie, y echó a correr hacia donde el humo era más espeso. El equipo Foxtrot lo siguió.
Todos los demás Spartans del campo de batalla cargaron también; cientos de figuras acorazadas semicamufladas, que corrían y disparaban a los aturdidos Jackals, apareciendo como una oleada de guerreros espectrales, medio líquidos medio sombras, una parte espejismo y la otra pesadilla.
Profirieron un grito de batalla que ahogó momentáneamente el sonido de disparos y explosiones.
Tom gritó con ellos; por los caídos, por sus amigos y por la sangre de sus enemigos. El sonido era ensordecedor.
Hubo Jackals que rompieron filas y se volvieron para huir, y fueron abatidos por disparos en la espalda al girar con ellos sus escudos protectores.
Pero otros cientos mantuvieron su posición, solapando sus escudos para formar una falange invulnerable.
Tom condujo al equipo Foxtrot al interior de las sombras inundadas de humo de la fábrica. Encontró una tubería del tamaño de una secuoya que goteaba agua condensada y líquido refrigerante verde y se guareció tras ella. En la neblina vio que Lucy, Adam y Min también ocupaban posiciones a cubierto. Les dio instrucciones de fuego graneado haciendo señales con la mano: «Entrad y matad».
Giró en redondo, con su rifle MA5K alzado, y se encontró cara a cara con un Elite del Covenant que tenía las mandíbulas separadas en una imitación imposible de una enorme sonrisa burlona humana. El monstruo empuñaba una espada de energía en una mano y una pistola de plasma en la otra.
Disparó y blandió la espada.
Tom eludió los mortíferos arcos de energía, posicionó el pie entre las piernas muy separadas del Elite…, empujó y disparó al mismo tiempo.
Su oponente quedó tendido en el suelo, y Tom resiguió su cuerpo, acribillando a balazos la abertura de su casco. No falló.
El equipo Foxtrot se acercó a él dejando a seis Jackals muertos tras ellos, con los cuerpos quebrados como muñecas de trapo.
A su espalda, en el campo de batalla, sonaron estallidos rápidos y fogonazos de calor: granadas de plasma.
Jackals y Élites salieron de sus escondites en la fábrica para enfrentarse al resto de la compañía Beta, comprendiendo tal vez que sería un suicidio combatir con Spartans cuerpo a cuerpo.
Miles de guerreros del Covenant chocaron con doscientos Spartans en combate a campo abierto. Balas trazadoras, fragmentos de cristal, proyectiles de plasma y escudos llameantes convirtieron la escena en un caos borroso.
Los SPARTANS-III se movían con una velocidad y reflejos que ningún guerrero del Covenant podía imitar. Esquivaron, partieron cuellos y extremidades, y con espadas de energía capturadas se abrieron paso entre el enemigo hasta que el terreno quedó cubierto de ríos de entrañas y sangre azul.
Tom vaciló, indeciso entre adentrarse más en el complejo fabril y llevar a cabo la misión y retroceder a toda prisa para ayudar a sus camaradas. No se abandonaba a los camaradas.
El cielo se oscureció y las nubes sobre sus cabezas se tornaron de un gris acerado.
La radio de Tom se puso en marcha con un chisporroteo:
—Omega tres. ¡Ejecutar ahora! ¡AHORA!
Aquello lo dejó petrificado. Omega tres era el código de alarma, una orden para romper filas y salir corriendo costara lo que costase.
¿Por qué? Iban ganando.
En ese momento, Tom vio que las nubes se movían. Sólo que… no eran nubes.
Todo quedó muy claro para él entonces. El motivo de que hubiera tantos miembros del Covenant allí. Y por qué naves Seraph, aeronaves diseñadas para el combate espacial, los estaban bombardeando.
Siete cruceros del Covenant descendieron de las nubes. Con una longitud de más de un kilómetro, sus cascos bulbosos y oblongos proyectaban sombras sobre todo el terreno. Si aquellas naves habían estado estacionadas en formación, reabasteciéndose sobre el complejo, el STARS podría haber confundido unas estructuras tan grandes con una parte de la fábrica.
—Tenemos que ayudarlos —susurró Lucy en la radio del equipo.
—No —replicó Min, efectuando un rápido gesto de cortar con la mano—. La orden Omega.
—No vamos a salir corriendo —intervino Adam.
—No —convino Tom—, no lo haremos. La orden es… un error.
Sintió escalofríos a pesar de los controles medioambientales de su armadura SPI.
Cazas Seraph abandonaron los cruceros, docenas de ellos, y se agruparon en enjambres. Rayos de luz misteriosamente luminiscentes surgieron del vientre de cada crucero: haces transportadores, y por su interior desfilaron cientos de Elites en dirección al campo de batalla.
—Pero tampoco podemos ayudarlos —susurró Tom a su equipo.
La mitad de la compañía Beta se dio la vuelta para enfrentarse a la nueva amenaza. Las probabilidades de vencer eran nulas, incluso para los Spartans, pero así darían tiempo al resto para ponerse a cubierto.
Encontrar un lugar donde guarecerse era una táctica inútil. Siete cruceros del Covenant tenían potencia de fuego suficiente para neutralizar incluso a doscientos Spartans. Podían inmovilizarlos y enviar refuerzos de tierra a miles, o si así lo querían, vitrificar toda la luna y sacarla de la órbita.
Eso dejaba una sola opción.
—El núcleo —les dijo Tom—. Esa sigue siendo nuestra misión, y nuestra única arma efectiva.
Hubo un segundo de pausa, y tres luces verdes de confirmación se encendieron con un parpadeo en su visualizados Sus amigos sabían lo que pedía.
El equipo Foxtrot avanzó como una sola persona, corriendo al interior de la fábrica a toda velocidad, esquivando tuberías y cápsulas de suministros.
Había un pelotón de seis Élites situado al frente, agazapado tras una maraña de conductos.
Tom lanzó un puñado de granadas sónicas para desorientarlos mientras su equipo seguía corriendo. Cualquier retraso —incluso para enfrentarse a un enemigo que podía dispararles por la espalda— podía acabar con su única posibilidad.
Los Élites supervivientes se recuperaron y dispararon.
Adam cayó, intentado sujetar con una mano los fragmentos de cristal que atravesaban su armadura y le perforaban la parte inferior de la columna.
—¡Marchaos! —gritó Adam, haciendo señas con la otra mano para que siguieran—. Los retendré.
Tom no interrumpió la marcha. Adam sabía qué había que hacer: seguir peleando hasta quedarse sin fuerzas.
El núcleo estaba cien metros más adelante y era imposible pasarlo por alto; su brillo era tal que el visor facial de Tom se polarizó automáticamente, y aun así seguía siendo difícil mirarlo directamente. El núcleo, del tamaño de un edificio de diez pisos, palpitaba como un corazón gigantesco, alimentado por conductos refulgentes y humeantes tuberías de refrigerante, y estaba recubierto de sistemas electrónicos de cristal. Era una maravilla de ingeniería alienígena de gran complejidad…, lo que esperaba que significara también que era fácil de sabotear.
—Los conductos de refrigeración principales aquí y ahí —gritó Tom por el comunicador mientras señalaba con la mano—. Yo bloquearé la válvula de descarga.
—Avanzó hacia la base del núcleo.
Las luces de confirmación de Lucy y Min parpadearon.
La estática interfirió el visualizador del casco de Tom, que a continuación chasqueó y se quedó en blanco. El reactor de plasma y la intensa fluctuación de su campo electromagnético hacían estragos en los sistemas electrónicos de los tres.
Localizó la válvula de descarga, un mecanismo del tamaño de una nave de desembarco Pelican, justo debajo de la cámara principal. Desenrolló el cable de carbono térmico y lo pasó alrededor de la válvula dos veces; luego cebó y activó la carga. Una veloz línea de relampagueante resplandor llameó y chisporroteó a través de la aleación, fundiendo la válvula en una masa sólida.
Tom echó una ojeada a Lucy. Esta colocó una carga explosiva en una de las dos líneas de refrigeración que alimentaban el reactor y luego fijó el temporizador del detonador.
Min también estaba fijando ya su temporizador… cuando, de improviso, se desvaneció en medio de un fogonazo de humo y un gran estruendo. El núcleo llameó, más brillante que el sol. Vapores de líquido refrigerante escaparon de la retorcida tubería con un chirrido agudo y las alarmas se dispararon.
—¡No! —chilló Lucy.
Pasó corriendo junto a Tom en dirección a la ondulante humareda de tóxico refrigerante. El la agarró de la muñeca, deteniéndola violentamente.
—Se ha ido —dijo—. El campo electromagnético debe de haber hecho estallar el explosivo.
Lucy se desasió violentamente de su mano.
—Hemos de salir de aquí —indicó Tom.
La muchacha vaciló, dando un paso en dirección a Min.
La estructura de sostén crujió y empezó a fundirse y combarse desde el núcleo cada vez más recalentado.
La Spartan se volvió otra vez hacia Tom, asintió, y salieron corriendo de la sala…, adentrándose más en el complejo fabril entre una maraña de puntales y conductos sibilantes, y chapoteando a través de lagos de hirviente líquido refrigerante vertido al exterior.
La carga explosiva que Lucy había fijado estalló y acalló las alarmas del reactor.
Incluso dándole la espalda al reactor y corriendo a toda velocidad, el resplandor deslumbrante procedente del núcleo se duplicó al alcanzar una fase casi supercrítica. Era demasiado para poderlo soportar, a pesar de la placa facial polarizada, y Tom entrecerró los ojos hasta casi cerrarlos.
Doblaron una esquina, se deslizaron por la barandilla de una escalera en ángulo y salieron a una pasarela que asomaba por encima de una repisa. Quinientos metros más abajo, un océano batía contra los rocosos acantilados.
Habían conseguido atravesar la fábrica y salir por detrás, donde unas tuberías enormes absorbían el agua del océano para procesarla.
Lucy miró atrás en dirección a la fábrica y luego a Tom. Le tendió la mano.
Tom la tomó.
Saltaron.
En plena caída libre, Tom se debatió, moviendo las piernas como si pedaleara. Lucy le soltó la mano y enderezó el cuerpo. El hizo lo mismo y luego apuntó con los pies hacia abajo un instante antes de golpear el agua.
El choque lo aturdió, luego notó el sabor de la sal en la boca y boqueó debido al agua que llenaba su casco. Arañó denodadamente el agua intentando alcanzar la superficie, pero el revestimiento de su SPI se hinchó, absorbiendo agua y arrastrándolo hacia el fondo.
Por fin consiguió salir a la superficie, impeliéndose con las piernas con toda la energía de que disponía para mantenerse a flote. Su mano buscó frenéticamente el sistema de liberación del casco y por fin consiguió sacárselo.
Junto a él, Lucy también se había quitado el casco y jadeaba.
—Mira —dijo él, e indicó con la cabeza la parte superior de los acantilados.
Desde aquel ángulo, Tom veía los cruceros del Covenant sobrevolando el terreno. Lanzas de fuego láser llovían de las armas colocadas en los costados de las naves y acribillaban a sus camaradas Spartans. Era una potencia de fuego diseñada para el combate de naves insignia…; ¿cómo podía nadie sobrevivir a aquello?
Un nuevo sol hizo acto de presencia. El núcleo en estado supercrítico llameó y su luminosidad inundó el mundo. Los cruceros ondularon, se deformaron, al mismo tiempo que sus revestimientos de aleación se cocían en aquel calor insoportable. AJ desintegrarse, sus fragmentos salieron disparados hacia el exterior.
La prominencia rocosa se hizo añicos, convertida en escombros fundidos.
—¡Abajo! —gritó Tom.
Lucy y él se sumergieron para escapar de la hiperpresión y la onda expansiva incineradora. En aquellos momentos, la armadura empapada tal vez podría salvarle la vida.
Sobre sus cabezas, el agua se evaporó con un fogonazo. Go-titas de roca líquida y metal sisearon junto a él. El calor lo sofocó…, y una mano gigantesca lo oprimió hasta que todo lo que Tom pudo ver fue oscuridad.
* * *
Tom estaba tumbado en el suelo jadeando. Habían estado a punto de ahogarse tras la explosión, pero consiguieron despojarse de sus armaduras, y finalmente, exhaustos, nadar de vuelta a la orilla y arrastrarse alrededor del límite del campo de batalla y penetrar en las colinas.
Lucy y él habían llegado al punto de extracción seis, donde habían visto a una de las naves indetectables de exfiltración.
No aparecieron refuerzos del Covenant. Todos habían muerto al estallar el reactor. La operación TORPEDO había sido un éxito…, pero había costado las vidas de todos los demás miembros de la compañía Beta.
Todo lo que quedaba de la fábrica, de los cruceros del Covenant y de las fuerzas de tierra de la compañía Beta era un cráter cristalizado de cuatro kilómetros de diámetro. No había huesos, ni siquiera un panel de camuflaje de un traje blindado SPI. Todo había desaparecido. Eran murmullos en el viento.
Lucy se alzó lentamente, apoyándose en el casco de la nave subpatrulla Black Cat, con el cuerpo estremecido. Hizo intención de volver a descender la colina con pasos tambaleantes.
—¿Adonde vas?
—Supervivientes —musitó ella, y dio un vacilante paso al frente—. Foxtrot. Hemos de echar un vistazo.
Nadie había sobrevivido. Habían comprobado todas las frecuencias de radio, registrado la costa, los campos y las colinas.