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21.30 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA DORADUS / POSICIÓN INDETERMINADA EN LA ESTRUCTURA DE LOS FORERUNNERS CONOCIDA COMO ONYX
Los Spartans estaban dispuestos en una formación de combate en semicírculo alrededor de la plataforma. En el centro de ésta habían colocado las vainas con aspecto de sarcófagos.
Los cuerpos de tres exploradores Elites ataviados con armaduras azules habían sido arrastrados a un rincón y despojados de sus armas, y su sangre fluorescente se acumulaba allí, apestando igual que alquitrán fresco.
La doctora Halsey se encaminó directamente a la consola de control. Mientras pulsaba y organizaba símbolos holográfi-cos, dijo a Kurt:
—Los campos de Slipspace que convierten a las vainas en inmunes al ataque bloquean eficazmente cualquier translocalización entrante de materia. Se hallan totalmente a salvo.
—Si sirve de algo, señor —informó Fred a Kurt—, los Élites parecieron sorprendidos. No creo que supieran que estábamos aquí.
—Bueno, probablemente ahora sí lo saben —respondió él—. ¿Doctora?
—No estoy segura de cómo aprendió tan rápidamente la gente del Covenant —respondió ella mientras unos refulgentes símbolos se reflejaban en sus gafas—, pero estoy registrando intentos repetidos de obtener acceso a esta plataforma. Se han activado sistemas cercanos. Intentan hallar rutas alternativas para alcanzar nuestra posición.
—Entonces nos vamos —dijo Kurt.
—Si las vainas obstaculizan la translocalización —dijo Ash—, ¿podrían viajar a través del sistema?
La doctora Halsey reflexionó al respecto.
—Creo que sí. Están diseñadas para ser transportadas. Una vez que sus campos de Slipspace queden atrapados en la estela de una distorsión espacial generada localmente, deberían poder trasladarse sin problemas.
—Fijen cronómetros de misión en cuenta atrás —les indicó Kurt, y miró a la doctora Halsey.
—Treinta y dos minutos para que el acceso a la habitación del núcleo se cierre —dijo ésta, consultando su reloj.
—A mi señal —dijo Kurt—. Ahora.
«32:00» apareció en la esquina inferior derecha de su visualizador frontal de datos.
—Formación de defensa beta —ordenó, e hizo una seña para que todos subieran a la plataforma—. Usad las vainas como cobertura.
Will llevó el cuerpo envuelto de Dante y lo depositó con cuidado sobre la plataforma. Kurt apartó rápidamente los ojos. Cada vez que veía el cadáver, éste le recordaba que la muerte de Dante era responsabilidad suya, y que le había fallado al joven Spartan.
Los SPARTANS-II formaron un círculo dentro de la zona delimitada por las vainas protegiendo a Méndez. Los SPARTANS-III se tumbaron en el suelo y apuntaron por debajo de las vainas flotantes, lo que les proporcionaba un ángulo de tiro de 360 grados.
La doctora Halsey se reunió con ellos en la plataforma, apretándose contra el Jefe Méndez. Abrió su ordenador portátil y conectó con los controles de los Forerunners.
—¿Está seguro? —preguntó a Kurt—. El Covenant tal vez pueda seguirnos la pista hasta la habitación del núcleo. Podríamos conducirlos directamente a ella.
La expresión del rostro de la mujer resultaba indescifrable.
Kurt reconoció la pregunta como estratégica: ¿proseguir hasta la habitación del núcleo o escapar mientras todavía había fuerzas del UNSC en el espacio sobre Onyx?
La doctora Halsey también había insinuado que existía un modo de salvar las vidas de los Spartans; algo ligado al plan original de los Forerunners para aquellos «recuperadores». Pero él no podía permitirse el lujo de elaborar planes basados en las teorías medio explicadas de la doctora. Se ceñiría a su plan: llegar hasta la habitación del núcleo, apoderarse de cualquier tecnología o armas que encontraran allí, y abandonar aquel mundo. Tenía una misión que cumplir, y si eso fallaba —su mirada se trasladó a Ash y a su mochila con las dos ojivas FENRIS—, todavía podía negarle al enemigo su trofeo.
—Habitación del núcleo —dijo Kurt.
La doctora Halsey suspiró y asintió. ¿Era resignación lo que detectó en su rostro? ¿O alivio? Aquella mujer era la persona más difícil de descifrar que había conocido nunca.
Anillos de luz dorada los envolvieron, las paredes del pasillo se derritieron, y Kurt sintió que le arrancaban las tripas y se las retorcían y luego volvían a introducirlas en su armadura.
Sin embargo, la luz no se desvaneció como había sucedido antes, sino que se intensificó hasta alcanzar el blanco aún más brillante de una llamarada de magnesio.
Méndez hundió la mano en el bolsillo de su chaleco y se colocó un anticuado par de gafas de espejo.
Las gafas de la doctora Halsey se oscurecieron automáticamente.
El visor de Kurt no se polarizaba para compensar la luz, de modo que él mismo aumentó manualmente el tinte en un sesenta por ciento.
En un principio confundió el lugar en el que estaban por una llanura nevada al aire libre, en algún punto de la región polar septentrional, pero entonces vio paredes en la nebulosa lejanía. Calculó cinco kilómetros.
Incrementó la polarización al ochenta por ciento.
El suelo se hizo visible, cubierto de baldosas con símbolos de los Forerunners en plata, rubí, esmeralda y ámbar. Cada línea y cada curva entrelazadas en una precisa geometría Penrose, aunque si existía alguna pauta repetitiva ostensible Kurt no la descubrió.
Los símbolos parecían cantar en su mente, y se sintió frustrantemente cerca de comprender lo que decían…, alguna especie de significado galáctico más trascendente.
Sacudió la cabeza para eliminar la falsa ilusión.
Regresó a su adiestramiento. Escudriñó el lugar en busca de movimiento. No se divisaba ningún enemigo. Tampoco se veían posiciones defendibles. Comprobó su rifle: cargador de munición lleno. Todos los sistemas de la armadura SPI comprobados.
A medida que su visión seguía ajustándose, una colina apareció en el centro de aquella «habitación». El suelo mostraba una inclinación uniforme que ascendía con suavidad y luego se arqueaba hiperbólicamente una docena de metros. A Kurt le recordó un hormiguero. Alrededor de la cúspide de aquella colina descansaba una corona de aletas elevadas hacia el cielo; reforzadas con un contrafuerte en las bases y acabadas en punta, se elevaban otros diez metros por encima de la estructura.
—Si esto es el núcleo del planeta —murmuró Kelly—, debería existir muy poca gravedad, o más bien ninguna. La sensación es normal.
—Translocalización confirmada —dijo la doctora Halsey, volviendo a comprobar su ordenador—. Estamos en el centro de Onyx. La gravedad es artificial.
—Desplegaos en equipos de dos, dispersaos, efectuad un reconocimiento —ordenó Kurt—. Doctora, Jefe, Ash, vamos a ir hacia esa estructura.
Se encendieron luces verdes de confirmación.
—Señor —dijo Holly—, ¿qué pasa con el equipo Katana? ¿Con las vainas?
—Dejadlas en la plataforma. Impedirán la translocalización de las fuerzas del Covenant hasta este lugar. —De todos modos no parecía correcto dejarlos allí solos, así que ordenó a Holly—: Quédate a custodiarlas.
Se pusieron en marcha, y a medida que Kurt avanzaba, los símbolos bajo sus botas se fundían en una senda dorada. La estática crepitaba en la parte interior de su SPI, recorriéndola de arriba a abajo, y el exterior era un derroche de colores mientras los circuitos fotorreactivos intentaban fusionarse con el arlequinado terreno local.
Méndez se detuvo y alzó una mano en dirección a la doctora Halsey.
—Vigile donde pisa, señora —dijo, y señaló el suelo.
Un reborde se alzaba unos veinticinco centímetros por encima del suelo, difícil de distinguir porque los símbolos de los Forerunners centelleaban a lo largo de su pared lisa al igual que por la parte superior.
La mujer se arrodilló y dio unos golpecitos con el dedo a la montura de sus gafas, echando un vistazo a derecha e izquierda.
—Un anillo… que circunscribe la totalidad de la estructura central. —Luego contempló la colina—. En realidad, toda la deformación es una serie de círculos concéntricos similares.
Kurt subió a la superficie elevada. Inspeccionó la colina y contó las torres con forma de aleta: eran trece. Incrementó el factor de aumento de su visor facial y advirtió que la superficie curvada de la formación central era realmente una serie de anillos que formaban una escalera.
—Me recuerda el Infierno de Dante —dijo Méndez, y ofreció la mano a la doctora Halsey.
Ésta la aceptó y ascendió a la cresta.
—El infierno de Dante era un conjunto de anillos descendentes —dijo—. Éstos son más representativos de…
El suelo se movió.
Kurt se agachó instintivamente para mantener el equilibrio, pero no había necesidad de ello; sólo había descendido unos pocos centímetros.
Toda la habitación se acomodó, no obstante, y la distorsión se propagó hacia la colina con un retumbo subsónico.
—Si la habitación del núcleo está en el centro —indicó la doctora Halsey, apresurando el paso—, deberíamos darnos prisa.
—Hay algo aquí, señor —anunció Fred a través de la radio—. Será mejor que lo vea usted mismo.
Kurt giró en dirección a las señales de identificación de Fred y Mark en su visualizador frontal de datos. Eran siluetas recortadas en la intensa luz, a ciento cincuenta metros de distancia.
—Ash, jefe, escolten a la doctora a la estructura. Manténganme al corriente.
—Entendido, señor —dijo Ash.
Kurt trotó hasta donde se encontraban Fred y Mark y vio que los Spartans estaban de pie junto al borde de un agujero negro, una zona lisa de siete lados desprovista de iconografía de los Forerunners. Había una consola holográfica junto a ella con iconos en movimiento.
—Una plataforma de translocalización —murmuró Fred—. Activa, si leo correctamente esos controles.
—Usaremos otra vaina para bloquearla —dijo Kurt.
Hizo intención de activar su radio, pero entonces le llegó la voz de Ash a través de ella:
—Señor, he llegado a cierta altura, y veo… puntos en el suelo.
—¿Puntos negros? —preguntó Kurt.
—Sí, señor. Cuento una docena, no, deben de ser al menos treinta de ellos desperdigados en un tosco círculo.
A Kurt se le cayó el alma a los pies.
Había demasiados puntos de egresión que bloquear. Potencialmente se enfrentaban a un enemigo superior en número y en potencia de fuego, y todo lo que tenían era una única posición semidefendible.
«26:00» se metamorfoseó en «25:59» en la cuenta atrás de su cronómetro.
Estaban cerca de la habitación del núcleo, de un posible tesoro oculto de secretos de los Forerunners. Con una fuerza del Covenant de proporciones considerables tras su pista no sería suficiente con llegar allí primero. También tenían que impedir que el enemigo lo hiciera.
Kurt sopesó las vidas de sus Spartans y las de los billones de personas que podrían salvarse… y, desgraciadamente, la elección le quedó muy clara.
Kurt efectuó un doble clic en el transmisor del equipo.
—Olivia, Will, Holly, coged esas vainas y alcanzad lo alto de esa colina lo antes posible. Kelly instala el resto de minas LOTUS alrededor de la estructura. Todos los demás, subid a la cima y sacadlo todo, cargad todos los rifles. Preparaos para defenderos de fuerzas enemigas a punto de llegar.