TREINTA Y SEIS

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21.15 HORAS, 3 NOVIEMBRE 25S2 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA DORADUS / POSICIÓN INDETERMINADA EN LA ESTRUCTURA DE LOS FORERUNNERS CONOCIDA COMO ONYX

Kurt hizo una nueva seña a Fred, Ash, Linda y Mark para que acortaran distancias.

Avanzaron por el pasillo de dos en dos, deslizándose de columna en columna, los SPARTANS-III que iban por delante eran apenas visibles en sus armaduras, en parte sombras y en parte veteadas franjas de ónice. Los SPARTANS-II cerraban la marcha como mercurio líquido rodando sobre terciopelo, con movimientos gráciles y silenciosos.

Las diferencias entre sus dos generaciones se habían dejado atrás. Los equipos Sable y Azul actuaban como una única unidad, una familia que se había unido en una situación de crisis.

Kurt observó su rastreador de movimiento, con identificaciones superpuestas en la parrilla. Los Spartans tenían las mejores posiciones posibles: dispuestos a lo largo de cada una de las columnas que se alzaban hasta el techo del pasillo de diez metros de altura. Kurt, Tom y Lucy iban en cabeza.

Olivia estaba de reconocimiento, con su identificación desactivada, de modo que Kurt no estaba seguro de su ubicación precisa en la habitación situada al frente.

Aquel pasillo estaba enlosado con símbolos entrelazados de los Forerunners de jade, turquesa y lapislázuli. La doctora Halsey suponía que se trataba de un poema épico que describía una contienda que había tenido lugar en el remoto pasado de los Forerunners.

Todo lo que Kurt sabía era que se trataba de un lugar peligroso, con muy pocos lugares en los que refugiarse y largos ángulos de tiro. Un buen lugar para tender una emboscada.

Olivia hizo centellear su luz verde de situación tres veces: la señal de que todo estaba despejado.

Kurt hizo una seña a Tom y a Lucy para que lo siguieran, y se escabulleron sigilosamente al interior de la habitación situada al frente. Las sombras envolvían hileras de máquinas achaparradas, y la única luz provenía de ocho sarcófagos con aspecto de vaina apelotonados en el centro.

Aquellas vainas eran semitranslúcidas, y dentro de cada una yacía una persona cuyas facciones quedaban ocultas.

—Cinco de éstos tienen que ser el equipo Katana —susurró Olivia, colocándose junto a Kurt—. Este todavía lleva la etiqueta verde lima de «muerto» del ejercicio para obtener los máximos honores.

Kurt pasó el guantelete sobre la superficie de la vaina. ¿Estaban vivos allí dentro? ¿Muertos? ¿Algo entre ambas cosas? Se había dirigido allí primero, en lugar de ir tras la tecnología que el UNSC necesitaba, arriesgándolo todo por el equipo Katana.

Uno jamás deja atrás a un camarada caído.

Pero no era sólo aquello: ante la alternativa de elegir entre tecnologías alienígenas que podrían salvar a toda la humanidad y aquellos cinco Spartans…, los había elegido a ellos primero. Habría hecho cualquier cosa para protegerlos.

—Veamos con qué nos enfrentamos aquí —dijo.

Puso en marcha las luces tácticas de su casco y las hizo girar por toda la sala. Apéndices orgánico-metálicos acunaban cada vaina, y de ellos irradiaban ramificaciones que conectaban con hileras de cubos de dos metros.

Tras una inspección más atenta, Kurt descubrió una luz tenue que escapaba de aquellos cubos…, y al mirar más de cerca advirtió que no eran cubos en absoluto; los bordes estaban distorsionados e irradiaban dimensiones adicionales.

Retrocedió tambaleante, llevándose las manos instintivamente a las sienes. La desorientación se apoderó de él al sentir la tenue luz verde, al inhalar los aromas polvorientos procedentes de los símbolos del suelo y escuchar el tintineo de la electrónica orgánica de las vainas.

Dobló una rodilla en tierra y el enmarañado aporte sensorial se desvaneció.

—Manteneos a distancia —advirtió a los demás, y por el transmisor dijo—: Will, escolta a la doctora Halsey hasta aquí.

Otra oleada de desorientación invadió a Kurt y su visión se nubló. Cuando volvió a ver, la doctora Halsey estaba arrodillada junto a él.

—Apártalo de las máquinas —dijo a Will.

Will lo arrastró de vuelta a la entrada de la estancia, y la visión de Kurt se aclaró al instante y la sensación de mareo desapareció.

—¿Qué era eso? —preguntó a la doctora.

—Un campo de Slipspace sin protección —respondió ella.

El rostro de la mujer era una máscara de concentración mientras contemplaba fijamente la envoltura de la máquina cúbica. Frunciendo el entrecejo, se dirigió a las vainas.

—Linda —dijo—, ayúdame por favor.

Linda se aproximó a la doctora Halsey, con el rifle de precisión apuntando al suelo.

—Usa el telémetro de tu arma y apunta al interior de la vaina.

Linda asintió, alzó el rifle y apuntó al Spartan del interior de la vaina. Tras un momento, bajó el arma, comprobó la fijación de la mira Oráculo, y luego repitió la acción. Negó con la cabeza.

—¿Lees un alcance infinito? —inquirió la doctora Halsey.

—Sí —respondió ella, con una inusitada irritación en el tono de voz—. Algo no debe de funcionar bien.

—No —repuso la doctora—, me temo que funciona perfectamente.

Se volvió hacia Kurt.

—No puedo revivir a sus Spartans ni a los otros tres, capitán. No se encuentran en suspensión criogénica.

Kurt se sacudió de encima los últimos vestigios de desconcierto.

—Explíquese —dijo.

—Están embutidos en un campo de Slipspace. El proceso para estabilizar un campo así en el espacio normal está totalmente fuera del alcance de cualquier tecnología que nosotros o el Covenant poseamos. Esencialmente, estos Spartans se encuentran aquí pero no lo están, se hallan extrudidos dentro de un conjunto alternativo de coordenadas espaciales y excluidos del tiempo.

—Están aquí mismo —dijo Linda, y señaló las vainas.

—No —replicó la doctora Halsey—; simplemente contemplas su postimagen. Es como contemplar una masa acelerada más allá del horizonte final de un agujero negro. La imagen puede permanecer allí eternamente, pero la masa se ha ido.

—¿De modo que se han ido? —murmuró Linda.

—Oh, no —respondió la doctora—; están justo aquí.

—Acaba de decir que no están —intervino Kurt—. ¿Cuál es la verdad?

La mujer reflexionó al respecto por un momento y luego respondió:

—Ambas. Las implicaciones de la mecánica cuántica no pueden traducirse en términos clásicos, sencillos y desprovistos de paradojas.

—Entonces mantengámonos en la terminología práctica —replicó Kurt, cada vez más irritado—. ¿Están a salvo?

La doctora ladeó la cabeza, meditando, y luego respondió:

—Podría detonar una cabeza nuclear sobre estas vainas, y puesto que el Slipspace extrudido en su interior no se encuentra en esta dimensión, no tendría ningún efecto en su contenido.

Ante aquella referencia a «cabeza nuclear», Ash cambió de posición su mochila, que contenía las dos bombas FENRIS desactivadas.

—¿Podemos moverlos? —preguntó Kurt.

La doctora Halsey fue hasta el extremo de una vaina, examinó la línea principal conectada allí y la desenchufó. Se produjo un siseo y la vaina se alzó medio metro del suelo.

—Parece que las diseñaron para ser movidas —dijo, y sus últimas palabras se apagaron en profunda reflexión.

—Equipos Sable y Azul —dijo Kurt, señalando las vainas— desenchufadlas. Las llevaremos con nosotros hasta la entrada de la habitación del núcleo.

Los Spartans soltaron los contenedores.

Mientras Ash maniobraba una vaina, la doctora Halsey alzó una mano, indicándole que parara. La mujer se inclinó más cerca de la última vaina y pasó los dedos sobre los iconos que los Forerunners habían colocado a lo largo del costado, traduciéndolos mientras lo hacía:

—«Aquello que debe ser protegido… tras el afilado borde del escudo… fuera del alcance de las espadas… para los reclamados». No, ése no es el significado correcto.

—Reclamados… —repitió Ash—. ¿Quizá «recuperadores»?

La doctora Halsey alzó los ojos hacia él, sobresaltada.

—Sí. Un título. Concretamente, un tratamiento honorífico.

—Sí —dijo él—, eso es lo que nos llamó el Centinela.

—¿Uno de ellos habló? —inquirió ella.

Se subió las gafas por el puente de la nariz y se acercó a Ash.

—Lo había olvidado con todo lo que está sucediendo. —Ash negó con la cabeza, avergonzado.

—¿Qué dijo exactamente? —exigió saber ella—. Las palabras concretas. Podría ser importante.

Ash se removió, cambiando el peso de un pie a otro.

—No lo recuerdo, señora.

El Jefe Méndez se acercó y posó una mano sobre el hombro del muchacho.

—Inspira profundamente, Spartan. Retrocede en el tiempo y piensa: ¿qué hacíais justo antes de que la cosa hablara?

—Nos habíamos movido hasta el borde de la Zona 67 —respondió Ash, hablando lentamente—, para alejarnos de los equipos Katana y Gladius. Entonces fue cuando empezaron a volar los búnkeres de la ONI…, y luego uno marchó tras nosotros. Persiguió a Holly justo hasta el borde un precipicio.

»Atraje su atención. Arrojé una piedra a la cosa y ella me persiguió, me inmovilizó en un barranco. Empecé a transmitir en canal abierto para indicar a Sable que se podían traspasar sus escudos con un objeto balístico lento; no tenía mucho que perder en aquel momento. Pero el Centinela atenuó mi señal de radio y la transmitió de vuelta a mí.

—Ve un poco más despacio —murmuró el Jefe Méndez—. Tómate tu tiempo. ¿Qué sucedió a continuación?

—Al principio no tenía ningún sentido —continuó Ash—. Como el idioma del Covenant sin traducir; sólo que era distinto. Un especie de jerigonza. Intenté hablar con él. Le dije que no comprendía. Volvió a hablar pero seguía siendo un galimatías, pero entonces dijo «non sequitur/>. Estuve seguro de que había hablado en latín.

—Análisis lingüístico basado en una muestra microscópica de conjuntos —dijo la doctora Halsey—. Intentó comunicarse con un lenguaje raíz.

—Luego dijo: «Protocolos de seguridad habilitados» y «Escudo en modo de cuenta atrás. Intercambia contrarrespuesta apropiada, recuperador». Le dije que no quería hacerle ningún daño. Imagino que fueron las palabras equivocadas, porque fue entonces cuando me dijo que no era un recuperador, y me reclasificó como «subespecie aborigen».

La doctora Halsey clavó la mirada en el vacío, pensando.

—Sí… —murmuró—. Todo tiene sentido.

—Estaba a punto de dispararme su haz de energía cuando el resto del equipo Sable apareció y le arrojó unas cuantas piedras. —Se encogió de hombros—. Eso es todo, señor.

Kurt había oído suficiente… Más importante aún, había visto la reacción de la doctora Halsey. La mujer sabía mucho más de lo que les contaba. Y ya era hora de que él averiguara qué era.

—De acuerdo —dijo Kurt—. Coged las vainas entre todos y llevadlas a la plataforma de translocalización.

Se acercó más a la doctora Halsey.

—Me gustaría hablar con usted, señora.

Los Spartans maniobraron con las vainas de vuelta al pasillo. Méndez dedicó una mirada a Kurt y a la doctora Halsey, y luego se marchó.

—No tenemos mucho tiempo —dijo Kurt a la mujer.

—Cuarenta minutos para ser exactos —respondió ella, echando un vistazo a su reloj—, hasta que la entrada de la habitación del núcleo se cierre.

—Usted sabe lo que hay dentro.

Se produjo una leve vacilación, y entonces ella respondió:

—¿Cómo podría saberlo, capitán?

—Usted no me lo ha contado todo.

Los ojos de la doctora Halsey se endurecieron y su boca adoptó lo que Méndez habría denominado una cara de póquer.

—Doctora, no voy a arriesgar las vidas de mis Spartans sin saberlo todo. Incluso lo que usted pueda considerar un detalle insignificante podría tener importantes repercusiones tácticas.

—Ya lo creo —murmuró ella, y su expresión se suavizó un poco—. Si significan tanto para usted, entonces hábleme primero sobre el acrecentamiento neural que han recibido.

Kurt se puso tenso, no muy seguro de cómo proceder. La doctora Halsey era un civil que estaba fuera de su cadena de mando. Existían reglas y protocolos que dictaban como interactuaban los militares con los civiles bajo su protección; todo ello demasiado lento para sus propósitos. De no haber dependido de su pericia científica, Kurt había considerado una acción más directa. En lugar de ello, volvió a intentarlo.

—No voy a hacer trueques, doctora. Carece de la autorización adecuada para obtener tal información. Ahora, por favor, hábleme del núcleo. Podría salvar vidas.

—Salvar vidas es exactamente lo que intento hacer —replicó ella, y cruzó los brazos.

El gesto era idéntico al que Kelly efectuaba cuando decidía mostrarse decididamente obstinada.

Kurt estaba acorralado. Si amenazaba a la doctora, podía perder su cooperación. Si no conseguía la información, podría perder vidas. Con el tiempo agotándose, sólo tenía una opción y ella lo sabía.

Inspiró profundamente y dijo:

—Muy bien. La mutación neural de los SPARTANS-III altera su lóbulo frontal para ampliar la respuesta agresiva. En momentos de suma tensión los convierte en casi inmunes al estado de shock, capaces de soportar daños que ni siquiera un SPARTAN-II podría aguantar.

—¿Cómo Dante? —preguntó ella—. ;Que seguía moviéndose cuando debería haber estado en coma?

Kurt revivió aquel momento. Se vio sosteniendo a Dante que apenas un segundo antes se había cuadrado ante él y le había dicho que creía que le habían dado.

—¿Efectos secundarios? —inquirió la mujer.

—Sí —respondió él—. Con el paso del dempo, las funciones superiores del cerebro quedan reprimidas y los Spartans pierden su criterio táctico. Un contraagente bloquea ese efecto, pero hay que administrarlo regularmente.

—No estoy segura de estar de acuerdo en que ese sacrificio merezca la pena —dijo—. A menos que sus necesidades fueran, incluso según los parámetros de los Spartans, extraordinarias. —Estudió a Kurt cuidadosamente y luego murmuró—: ¿Qué le sucedió a la compañía Alfa?

—Los desplegaron para eliminar un astillero en los límites del espacio del UNSC.

Kurt se detuvo, esforzándose por contener la oscuridad que se alzaba en su interior. Shane, Robert, todos ellos estaban muertos, y la culpa era suya.

—Jamás oí hablar de esa operación —dijo la doctora Halsey.

—Porque fue un éxito —respondió Kurt, recuperando un cierto control—. De no haberlo sido, el Covenant habría destruido todas las colonias del lado de Orion… Pero toda la compañía, trescientos Spartans, cayó.

La doctora Halsey hizo intención de alargar la mano hacia él, y luego se detuvo, cambiando de idea.

—¿Tom y Lucy…?

—Los únicos supervivientes de la compañía Beta de la operación Pegasi Delta —respondió él.

Permanecieron en silencio un momento. Kurt luchó por sobreponerse a sus emociones y a los recuerdos; pero con tantos muertos sobre su conciencia sintió como si se ahogara.

—Comprendo el motivo de que se arriesgara con un protocolo tan ilegal —admitió la doctora—. Usted haría cualquier cosa para ayudarlos, a sus Spartans…, igual que yo haría por los míos.

—Estamos en la plataforma, señor —dijo la voz del Jefe Méndez en la radio—. Aguardamos nuevas órdenes.

—Manténganse a la espera —respondió Kurt.

Desterró sus sentimientos a un sombrío recipiente en su mente, uno que estaba lleno hasta rebosar de dolor, y luego se concentró en la doctora Halsey.

—¿Por qué está aquí? —le preguntó—. Desde luego no es para recuperar tecnología de los Forerunners. Si realmente lo hubiera sospechado, se lo habría dicho a John y él habría enviado más efectivos que una única Spartan y una nave de cincuenta años transformada para uso civil.

La mujer bajó la mirada al intrincado suelo de baldosas.

—No hay necesidad de todo este fingimiento con usted —murmuró—. Lo que sucede es que uno se acostumbra tanto a guardar secretos que se acaba olvidando como contar nada… a nadie. —Su frente se arrugó casi como si le doliera hablar—. Está en lo cierto. No vine a Onyx buscando tecnología de los Forerunners. Vine a buscar a los Spartans. Queremos la misma cosa: su supervivencia.

La doctora posó la mano sobre su garganta; fue un instintivo gesto defensivo para protegerse.

—Ésta no es una guerra que el UNSC pueda ganar, Kurt. Seguramente ya se le ha ocurrido.

Él asintió, aunque en realidad no había sido así.

Ella pareció aceptarlo, no obstante, y prosiguió:

—Hemos estado perdiendo lentamente esta guerra. «Lentamente», creo, porque no hemos sido el foco de atención principal de la hegemonía del Covenant hasta hace muy poco. Ahora han encontrado la Tierra y centrado su atención en ella. Añada a este sombrío escenario el Flood…, una biología emergente que ni siquiera los Forerunners pudieron controlar.

—Pero es necesario que luchemos —dijo Kurt—. El Covenant no hace prisioneros. Y por lo que nos ha contado del Flood… no existe otra opción.

—Eso es tan propio de un Spartan… —La doctora Halsey sonrió—. Y al mismo tiempo es usted tan diferente de ellos. Cruzó una línea que ninguno de los de su clase se ha atrevido a cruzar con anterioridad: infringir las normas y urdir una inmensa tapadera. Todo para proteger a aquellos que están a su cargo. Lo que yo había planeado, no obstante, iba mucho más allá…

La voz de Fred en la radio los interrumpió.

—Señor, los controles de los Forerunners de la plataforma se mueven. Se han vuelto locos. No estoy seguro de qué puede significar.

—Manténganse a la espera —replicó Kurt.

—Verá —dijo la doctora Halsey—, mis SPARTANS-II jamás abandonarían una pelea. Están demasiado adoctrinados para conocer otro modo de actuar. Pero cuando me enteré de la posibilidad de que existiera una generación nueva de Spartans, comprendí que había una posibilidad de atraerlos con alguna excusa. Tal vez colocarlos en criogénesis y volar tan rápido y tan lejos como se pudiera de este sector de la galaxia.

—Para vivir y pelear otro día —murmuró Kurt.

—Tropezar con esta instalación de los Forerunners —continuó ella— fue pura casualidad… O tanta «casualidad» como lo fue construir el campamento Currahee junto a la Zona 67. En cualquier caso, aquí puede que exista, o no, tecnología armamentística a la que podamos dar nueva utilidad. Quién sabe. Sin embargo, sí existe algo mucho más valioso para nosotros: un modo de salvar sus vidas, lo que creo que tal vez formaba parte del plan original de los Forerunners. Existe un refugio para esos «recuperadores» que…

En el pasillo resonaron disparos.

Kurt se dio la vuelta y alzó su rifle.

—Un destacamento de reconocimiento del Covenant apareció en la plataforma de translocalización —anunció la voz de Fred en la radio—. Eliminados tres Elites. Ningún herido aquí. Panel de control todavía activo. Solicitamos instrucciones.

—Escuche atentamente si quiere que vivan —dijo la doctora Halsey a Kurt.

La mujer volvía a mostrar su cara de póquer y su voz denotaba una determinación inflexible.

—Ordene a Fred que coloque las vainas en esa plataforma… ahora.