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20.50 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA DORADUS, PLANETA ONYX / COMPLEJO DE FABRICACIÓN DE CENTINELAS SITUADO BAJO LA REGIÓN POLAR SEPTENTRIONAL
Kurt gateó hasta el borde en el que Linda y el Jefe Méndez se habían apostado y fijó la mirada sobre la enorme fábrica situada al otro lado, aunque la palabra «fábrica» resultaba de todo punto inadecuada para describir aquel paraíso de la ingeniería.
Desde su puesto de observación se extendía un espacio cavernoso tan enorme que detectó el leve arco de la curva del planeta a lo lejos. El techo se hallaba más allá del alcance de la mira de precisión Oráculo de Linda, y unas finas nubes negras flotaban dos tercios por debajo de la altura del techo.
Una máquina del tamaño de una nave de combate escupía un río de aleación fundida al aire. Aquel metal licuado describía un arco hacia las alturas y luego caía en cascada al interior de una torre hueca que palpitaba con colores bioluminiscentes y de cuya parte inferior salían rodando incontables piezas diminutas que emitían destellos de luz. Aquellas piezas las retiraban a toda velocidad cintas de energía refulgente tan distorsionada que Kurt no veía lo que ocurría en su interior…, aunque del extremo opuesto surgía una procesión interminable de cilindros de tres metros.
Una pirámide cinco veces la altura de la gran pirámide de Giza se alzaba a kilómetros de distancia del punto de observación de Kurt. Pero en lugar de bloques de piedra, aquella construcción estaba compuesta de esferas doradas flotantes que giraban y brillaban con jeroglíficos de los Forerunners grabados en sus superficies.
Cada seis segundos una esfera de la cúspide de la pirámide ascendía en medio de un haz de luz plateada, y a medida que se elevaba, la luz se intensificaba hasta tal punto que ni siquiera con el visor facial polarizado al máximo podía Kurt distinguir lo que sucedía allí. Cuando la esfera emergía, tres botalones la acompañaban, todas las partes girando en gravedad cero y desplazándose hasta que las piezas se asentaban en su configuración letal: un Centinela de Onyx.
El nuevo drone volaba en dirección a las nubes situadas en las alturas… que Kurt calculó eran miles de unidades finalizadas.
Pestañeó, preguntándose cómo iban a destruir aquel lugar, y se apartó del borde.
Más hundida en las sombras de la amplia repisa descansaba una plataforma de cuatro metros de diámetro y una diminuta consola holográfica: el aparato de translocalización de la doctora Halsey.
La mujer, arrodillada en el centro, escudriñaba los símbolos en movimiento y de vez en cuando pulsaba uno que le interesaba.
Los había salvado…, los había trasladado desde la sala del mapa hasta aquella fábrica de Centinelas en un abrir y cerrar de ojos.
Fred, Kelly y Will estaban acuclillados en la plataforma, con los rifles de precisión al hombro. No es que disparar hubiera sen-ido de nada, pero al menos verían a cualquier Centinela que se acercara.
Frente a los SPARTANS-II estaban sentados Ash, Holly, Olivia, Mark, Tom y Lucy; una colección de negros y grises moteados en sus armaduras SPI de camuflaje. Sostenían guanteletes escudo Jackals, listos para activarlos y proteger a los demás.
La translocalización había provocado fuertes sensaciones de náusea. «Errores de indeterminación» los había llamado la doctora.
A Kurt le pareció como si le hubieran desenrollado los intestinos y luego se los hubieran vuelto a meter en el cuerpo del revés.
Holly había vomitado durante el viaje, y la muchacha sacudía ahora la cabeza, despejando el visor todo lo que podía. No se atrevía a despojarse del casco estando en terreno hostil. Disponía de una válvula de desempañar que secaría todo aquello, pero harían falta unos cuantos minutos.
La muchacha se acercó más a Dante y posó una mano sobre su hombro. El cuerpo del joven Spartan descansaba apoyado contra la pared, envuelto en una manta térmica.
Kurt desvió la mirada; todo resultaba demasiado doloroso y se alegraba de que nadie pudiera ver su expresión crispada.
—¿Está segura de que no podemos utilizar armamento nuclear? —preguntó a la doctora Halsey.
—La pulsación electromagnética afectaría al sistema de translocalización durante días. —Echó una ojeada a su reloj de pulsera—. En sesenta y ocho horas, lo que se desencadenó al activarse los anillos Halo llegará a su término en este mundo. La entrada a la habitación del núcleo de Onyx se cerrará. Sin el sistema de translocalización no tendremos modo de entrar, recuperar las tecnologías, y escapar.
—Si esas cosas salen —dijo Fred, indicando la fábrica con un movimiento de cabeza—, se enfrentan a la flota del UNSC y vencen, estaremos atrapados aquí.
La doctora Halsey abrió su ordenador portátil, pulsó unas cuantas teclas y luego giró la pantalla de cara a los Spartans. Allí aparecía una vista aérea de la fábrica.
—Aquí, aquí y aquí —dijo, señalando con el dedo—. Eliminad estas estructuras y la producción de Centinelas se detendrá indefinidamente.
Los objetivos eran un cristal emisor de energía del tamaño de un edificio de tres pisos, un objeto en forma de «U» tan grande como un crucero del UNSC y una esfera colosal que se extendía diez mil metros bajo el suelo.
—Vaya…, facilísimo —bromeó Kelly.
—Si usamos el resto del C-12 —indicó Will— y unos cuantos misiles SPNKR, podríamos hacer pedazos ese cristal.
—Mirad la escala del mapa —replicó Fred, negando con la cabeza—. Los blancos se encuentran a treinta kilómetros unos de otros. Hará falta demasiado tiempo para llegar allí y montarlo todo.
—O sea, que debemos estar en tres lugares simultáneamente —dijo Holly con una tosecilla—, y necesitamos diez veces la potencia de luego de que disponemos en estos momentos. No es posible.
Kurt dio un respingo al oírlo, recordando el credo «nada es imposible para un Spartan». ¿Cuántas vidas había costado demostrarlo? Tal vez en aquella ocasión sí que se encontraban en un atolladero táctico insoluble.
Todos contemplaron fijamente el diagrama, perplejos.
—Conejo —murmuró Ash.
Kurt aguardó una explicación, pero Ash se limitó a seguir examinando el mapa de la doctora Halsey.
—¡Lo tengo! —Kelly chasqueó los dedos y luego soltó una risotada—. Un plan atrevido, chico.
—Sí que podemos estar en tres sitios al mismo tiempo —declaró Ash, volviéndose de cara a ellos—. Y disponemos de cien veces la potencia de fuego que necesitamos. —Se dio la vuelta y contempló la fábrica—. Todos vamos a ser conejos.
* * *
Ash reprimió el impulso de vomitar. Era el plan más estúpido que se le había ocurrido jamás. Aunque en aquellos momentos era demasiado tarde para dar marcha atrás.
No hacía ni un momento estaba sobre la repisa mirando a la doctora Halsey mientras ésta manipulaba los símbolos holográficos… y ahora todo el equipo Sable se encontraba ya en el suelo de la fábrica, él con las tripas revueltas, y todos corriendo como alma que lleva el diablo.
Desde las nubes de Centinelas situadas en las alturas, un centenar de parejas se despegaron del resto y descendieron en picado tras ellos.
Los Spartans del equipo Sable se desperdigaron, escondiéndose bajo tuberías y resplandecientes conductos de cristal, sin dejar de moverse tan rápido como podían. La velocidad era la única táctica viable en aquellos instantes.
Ash distinguió el objetivo, irguiéndose tan enorme ante él que parecía más un accidente geográfico que un objeto destructible. La pirámide de esferas se elevaba hacia el infinito, millones y millones de bolas doradas balanceándose en sus puestos mientras giraban suavemente, todas ellas inmovilizadas allí por tres descomunales generadores subterráneos de campos de fuerza.
El suelo era de metal azul decorado con símbolos entrelazados de los Forerunners. Al frente, una refulgente mancha plateada brillaba como un faro. Con sólo diez metros de ancho, aquello era el ápice de un generador que se extendía diez mil metros por debajo de la fábrica.
Sobre sus cabezas, un surtidor de acero fundido describía un arco de kilómetros en el aire, un brillante arco iris de fuego. El acoplamiento de la alineación magnética de la base era el objetivo del equipo Sable. Tom y Lucy se habían infiltrado por delante de todos ellos para volar el cristal, alto como un edificio de tres pisos, situado en el otro extremo de la fábrica.
Ash se detuvo un instante y se volvió para ver dónde estaban los Centinelas que los perseguían.
Sus ojos detectaron relampagueos. El adiestramiento recibido tomó entonces el control y su cuerpo se movió antes de que llegara a bloquear su mente pensando.
Se dirigió a la derecha, echó a correr y saltó a la izquierda. El suelo estalló. La metralla se abrió paso a través de su armadura SPI, y él fue remotamente consciente de que algo le había sucedido a su pierna izquierda, pero hizo caso omiso.
Rodó, se dio la vuelta y lanzó una granada mientras tres parejas de Centinelas pasaban a toda velocidad sobre él.
La granada rebotó en sus escudos y detonó inofensivamente en el aire. Al menos aquella parte del plan funcionaba: atraían el fuego.
Detectó una docena más de aquellas cosas en el aire, disparando a otros blancos y bañando la fábrica en una brillante iluminación dorada, sombras afiladas y cráteres de refulgente metal fundido.
—Formad grupos —transmitió Ash desde su radio—. Acelerad aproximación al objetivo.
En su mapa táctico marcó la cúspide del generador, y lúe-go colocó un indicador secundario en el punto de extracción: una posición a trescientos metros de distancia a través de campo abierto.
Echó a correr como una exhalación, siguiendo una enloquecida pauta de movimientos: derecha, izquierda, paradas repentinas, volteretas y regates. Haces de energía cayeron a su alrededor. Una lluvia de fuego lo envolvió. Metal líquido le salpicó la espalda, pero ni se inmutó. Sus ojos se nublaron y su visión se estrechó hasta concentrarse únicamente en el blanco situado al frente.
Tenía que llegar allí. Llegaría allí.
Corrió al frente a toda velocidad, y cada uno de sus músculos bombeó ácido láctico.
Olivia y Holly alcanzaron la cúpula, se dieron la vuelta, y sus guanteletes Jackals se activaron con un chisporroteo. Permanecieron juntas, superponiendo los escudos de energía.
A su espalda se erguía la increíblemente colosal pirámide de esferas, con todos los ojos dirigiéndose hacia ellas.
—De prisa —gritó Holly en su transmisor, y alzó el borde inferior de su escudo medio metro—. ¡Por debajo… de prisa!
Ash saltó y se coló junto a sus pies y detrás de los escudos.
La luz lo envolvió y el suelo a ambos lados se fundió y estalló.
Permaneció de pie entre sus compañeras de equipo y activó su propio guantelete Jackal.
Mark se reunió con ellos.
Ash vaciló, esperando a que Dante llegara, y en seguida comprendió su triste error. Deseó que su amigo estuviera allí a su lado… pero se había ido, y Dante habría querido que el equipo mantuviera la serenidad, luchara, y venciera.
Ash contempló el enjambre de enemigos que los rodeaba. Había unos cuarenta pares de Centinelas. Podrían haber disparado todos y enviado al equipo Sable al infierno, pero en lugar de hacerlo se mostraban cautelosos, como si estuvieran reflexionando sobre la situación.
Que era precisamente lo que él no podía permitir que sucediera.
—Atraed su atención —dijo a Mark.
Mark asintió y alzó el único lanzamisiles SPNKR que tenían. Apuntó a un grupo de Centinelas situado a las cuatro en punto.
El misil hendió el aire y alcanzó a un par justo en el centro… convirtiéndose en un estruendoso champiñón de humo. Los Centinelas, tras sus escudos, permanecieron intactos.
Los artefactos flotantes dejaron de describir círculos y siete de ellos se alinearon uno detrás de otro para formar una línea que apuntaba al equipo.
—Preparaos para lo que viene, chicos —dijo Ash—. Olivia, el ojo puesto a nuestras seis.
Los Spartans se acurrucaron todo lo juntos que pudieron.
—Todo despejado detrás —susurró ella—. El mejor vector de salida está a las nueve.
No existía la menor posibilidad de que unos pocos escudos Jackals pudieran resistir una explosión de energía combinada que habría aplanado toda una meseta de granito.
No obstante, tendrían que hacerlo.
Los siete Centinelas ajustaron el punto de mira y las esferas refulgieron rojas, después ámbar, y luego con un dorado reluciente.
—Atención —murmuró Ash por el transmisor, y se agachó aún más mientras hacía rechinar los dientes.
Los drones se contrajeron y el resplandor de sus esferas se intensificó.
—¡Ahora! —gritó Ash.
Los Spartans del equipo Sable saltaron, rodaron por el suelo y se dispersaron.
Los Centinelas dispararon un letal haz de energía que alcanzó el punto en el que habían estado los miembros del equipo un momento antes…, una diana directa en la cúpula reluciente del generador de campo de fuerza.
Ash se apartó a un lado, pero la onda expansiva de la explosión recorrió todo su cuerpo. Pedazos de metralla se incrustaron en su espalda y la piel se le llenó de ampollas.
Concentró la atención en el segundo indicador del navegador de su visualizador frontal de datos: lo único que importaba ya.
Corrió hacia él, una plataforma diminuta a trescientos metros de distancia. La única salida.
A su alrededor el aire se detuvo, y luego salió disparado hacia atrás en dirección al generador con la fuerza de un huracán. Volvió la cabeza, la curiosidad por encima del instinto de huir.
En el lugar que había ocupado la cúpula plateada había un cráter ennegrecido de metal retorcido. Los Centinelas se habían trasladado allí, proyectando sus escudos sobre la herida abierta, pero los bordes del cráter se arrugaron a medida que la atmósfera era absorbida al interior.
Más Centinelas se precipitaron a la brecha, intentando contenerla.
Un fogonazo plateado anegó los sentidos de Ash. Hubo una explosión doble y una mano gigante lo azotó. Rodó diez metros y se detuvo violentamente chocando con la espalda contra el suelo.
Aturdido, se incorporó despacio. Los Centinelas habían desaparecido y el cráter que habían intentado contener era en aquellos momentos una sima humeante de cientos de metros de anchura.
La pirámide de esferas, la montaña de metal, se estremeció.
Aquel generador de campo de fuerza era sólo uno de tres, pero sin él actuando, la formación se encontraba desequilibrada. Y cuando un millón de cojinetes amontonados unos sobre otros no se encuentran exactamente equilibrados…
Ash dio media vuelta y salió a la carrera.
Al frente, Holly había caído y se esforzaba por incorporarse. Fue hacia ella, le agarró la mano y la levantó.
Pero ambos se quedaron paralizados al vislumbrar fugazmente la pirámide.
Las capas exteriores de esferas cayeron y rebotaron sobre sus compañeras formando una reacción en cadena de destrucción; fluyeron ríos de bolas de metal, luego torrentes, en una avalancha que se extendía por el suelo en enormes oleadas, toneladas de metal que iban en dirección a ellos.
—¡Chicos! ¡Moveos! —chilló Mark en su radio.
Ash pestañeó y salió bruscamente de su aletargamiento.
Holly y él dieron la vuelta y corrieron como flechas hacia el punto de extracción. Mark y Olivia estaban ya en la plataforma, haciéndoles señas para que se dieran prisa.
A través del suelo, Ash percibió la atronadora fuerza, que fue tornándose más estruendosa con cada paso que daba hasta estremecerle los huesos.
Holly y él subieron a la plataforma de un salto.
—¡Doctora Halsey, vamos! —gritó por un canal abierto de radio.
Nada sucedió.
El equipo Sable se colocó hombro con hombro y contempló como el maremoto de metal destrozaba maquinaria y aplastaba a los Centinelas que intentaban escapar de la ola de un kilómetro de altura.
Pero no había modo de escapar de algo como aquello.
—Llevamos a cabo la misión —dijo Ash a sus amigos a través del transmisor del equipo—. Vencimos.
Aún sujetaba la mano de Holly, y la oprimió con más fuerza.
La sombra de la ola los cubrió y los sumió en la oscuridad.
Se produjo un fogonazo.
La sensación de náusea golpeó a Ash igual que un guante de plomo con un ladrillo en su interior.
La luz cegadora se apagó.
Estaban de vuelta en la repisa.
Holly soltó su mano de la de él y desvió la mirada. Mark se apoyó en la pared para no caer. Olivia descendió de la plataforma y hundió la cabeza entre las piernas.
La doctora Halsey se sentó y se quedó mirando el tornado de símbolos del Covenant que surgía de su ordenador portátil, moviendo los ojos de un lado a otro para intentar vigilarlos a todos a la vez. Reunió una colección de triángulos plateados.
—Mis disculpas por el retraso —dijo sin alzar los ojos—. Hay complicaciones. Por favor, descended de la plataforma. Tom y Lucy son los siguientes.
El equipo Azul de SPARTANS-II estaba ya de regreso agazapado a lo largo de la línea de sombras situada junto a la repisa que daba a la fábrica.
El aire estaba repleto de Centinelas volando en formación. La pirámide había desaparecido, y un millón de esferas rebotaban y corrían por el suelo, aplastando maquinaria y provocando cortocircuitos en los conductos.
El surtidor de fuego que había sido el objetivo del equipo Azul oscilaba violentamente, fuera de control, rociando con aleación fundida las paredes, el techo y cualquier otro lugar excepto el recipiente receptor que se suponía que debía llenar.
La voz de Tom crepitó en la radio.
—Listos para translocalización, doctora Halsey.
Se oyeron disparos en segundo término.
La doctora profirió un gruñido de contrariedad y dio un manotazo a los iconos. A continuación inició el proceso de volver a reunidos.
—¿Qué provoca el retraso? —inquirió Kurt.
—Alguien más está accediendo al sistema —respondió ella—. Esto explica el retraso del equipo Sable… y ahora el de Tom y Lucy.
—¿Alguien más? —inquirió él—. ¿Se refiere al Covenant?
—Es totalmente probable.
—Eso significa que pueden localizarnos y seguirnos —susurró Fred, dándose la vuelta.
Por el transmisor, la voz de Tom chilló:
—¡Doctora, si es que va a hacer algo tiene que hacerlo… —Anillos de oro parpadearon con fuerza en la plataforma y luego se desvanecieron; Tom y Lucy aparecieron allí de pie, con la manos alzadas en un gesto instintivo por repeler el peligro. Volutas de plasma se arremolinaron y disiparon a su alrededor—… ¡Ahora! —finalizó Tom, que a continuación exhaló un largo suspiro e informó al capitán—. Misión cumplida, señor.
A lo lejos chasquearon pequeñas explosiones, como si se tratara de una ristra de petardos. Las formaciones volantes de Centinelas se desperdigaron; algunas estrellándose contra otras, unas más acelerando para ir a chocar contra las paredes.
—Tenemos cincuenta y tres minutos antes de que la entrada de la habitación del núcleo se cierre, Kurt —indicó la doctora Halsey, consultando su reloj.
El capitán asintió.
—Todo el mundo a la plataforma —ordenó—. Doctora, trasládenos al lugar donde está el equipo Katana.
Con la náusea asentándose ya en su estómago, Ash se apelotonó en la alfombrilla de cuatro metros junto con sus compañeros de equipo.
Era curioso, pero no había pensado en los Spartans de más edad como parte del equipo hasta aquel momento. ¿O era él quien formaba parte de su equipo? Observó entonces la sangre que rezumaba de las junturas de su armadura, cuyo color rojo imitaban a su vez los paneles de camuflaje. Bautismo de fuego. Habían perdido a Dante, también. El precio a pagar era alto.
—Eso es una barbaridad de Centinelas —murmuró el Jefe Méndez, contemplando la fábrica que se autodestruía—. Me pregunto por qué sólo desplegaron una parte de ellos.
—Fijando el tiempo de retraso en tres segundos —dijo la doctora Halsey, luego cerró su ordenador y fue a reunirse con ellos.
El comentario de Méndez preocupó a Ash más de lo que éste podía explicar, y la inquietud en sus tripas se intensificó. Había cientos de miles de Centinelas allí. ¿Por qué tenerlos parados sin hacer nada? Sin duda tenían que servir a algún propósito…
Anillos de luz envolvieron al pelotón.
Ash deseó no tener que averiguar nunca el motivo. Simplemente quería rescatar a los Katana, obtener la tecnología que la doctora Halsey había prometido, y salir de allí antes de que el Covenant los atrapara.
No obstante, tenía la sensación de que no iba a resultar tan fácil.