TREINTA Y DOS

32

20.40 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / ESPACIO SLIPSTREAM EN LAS PROXIMIDADES DEL SISTEMA ZETA DORADUS / A BORDO DE LA PATRULLERA «DUSK» DEL UNSC

—Activen protocolos de invisibilidad —ordenó el comandante Richard Lash—. Preparados para transición a espacio normal.

—Sí, señor. —El capitán de fragata Julián Waters se volvió en dirección a los oficiales del puente del Dusk—. Desconecten fuentes de energía externas —dijo—. Fijen deflectores ablativos. Aseguren amortiguadores de los motores.

La teniente Bethany Durruno desde su puesto de navegación verificó los cálculos para la transición de Slipspace a espacio normal.

—Ya casi estamos ahí, señor. Treinta segundos.

En el puesto de control de los sensores, el teniente Joe Yang indicó:

—Equipados para navegación silenciosa e indetectable, señor. Cinco puntos confirmados.

Lash volvió a revisarlo todo personalmente en la pantalla situada junto al asiento del capitán. Todo en orden. Así pues, ¿por qué tenía la sensación de que todo iba a salir jodidamente mal? Respuesta: durante el corto tiempo que llevaba ejerciendo de oficial al mando del Dusk, el desastre inminente había sido la norma, y en aquellos momentos tampoco esperaba menos.

—Entremos en espacio normal —ordenó—. Inicien la cuenta.

—Tiempo en misión: quince minutos y contando —dijo Waters a la vez que fijaba el cronómetro.

Lash echó una ojeada a su anticuado reloj de muñeca de cuerda, un regalo de su padre cuando se graduó en el OSC. «Acuérdate de darle cuerda, hijo».

Lo comprobó: tenía cuerda al máximo.

La luz del puente se atenuó adquiriendo un tono rojo cuando la nave derivó su potencia al acelerador de partículas de la bobina translumínica Shaw-Fujikawa y éste abrió un agujero de regreso a las tres dimensiones normales del espacio interestelar.

El trío de pantallas en negro centelleó repleto de estrellas. Un punto luminoso resultaba inusitadamente brillante. La pantalla principal se centró en aquella estrella, y parámetros astronómicos fluyeron a raudales junto a Zeta Doradus, con las órbitas elípticas de los seis planetas más interiores señaladas en la pantalla.

—Referencias estelares correctas —anunció la teniente Durruno—. Nos hallamos ligeramente descentrados, señor. Tres millones de kilómetros.

—Llévenos ahí —ordenó Lash—. Un tercio avante toda en rumbo de intercepción con el cuarto planeta. Indique al capitán Cho en ingeniería que empiece a recargar los condensadores de Slipspace.

—A la orden, señor —respondió ella.

La oficial se mordió el labio inferior, y el comandante Lash comprendió que aquello significaba que también ella se sentía nerviosa…, que percibía que algo ya no iba bien en aquella misión.

El Dusk avanzó suavemente por el espacio, negro sobre negro; únicamente un delator parpadeo en las estrellas situadas en segundo plano proporcionaba una leve indicación de que allí había algo.

Waters echó una ojeada al cronómetro y murmuró:

—Señor, faltan trece minutos. Apenas hay tiempo para acercarse al objetivo mientras navegamos camuflados, y mucho menos para recoger un análisis detallado.

El tiempo jamás estaba del lado del comandante Lash. O bien había demasiado y su tripulación aguardaba días o semanas en invisibilidad o, como era el caso en aquellos momentos, tenían que apresurarse y mantener el equilibrio entre reunir datos precisos y permanecer ocultos. Era una elección tremenda: el destino de miles de vidas y de otras ocho naves dependía de aquello. Por otra parte, si el Dusk era detectado, ninguna información regresaría a la base. Por no mencionar que todos ellos estarían muertos.

Dieciocho meses de desgaste de la tripulación y de acción constante ya empezaban a afectar a los oficiales de Lash. Observó a los tenientes Durruno y Yang y vio la fatiga de combate reflejada en sus ojos vidriosos y ojerosos. Habían soportado una espera interminable, salpicada por salvas de fuego de plasma y láser del Covenant. Habían sido testigos de la caída de cuatro colonias y de la incineración de billones de seres. Estaban a punto de perder los nervios, y, bien mirado, también lo estaba él.

—Tenemos nuestras órdenes —replicó a Waters—. Quince minutos dentro y luego volvemos a efectuar la transición. Haremos todo lo que podamos dentro del tiempo concedido.

Tenían el tiempo limitado por dos motivos. En primer lugar, pasados quince minutos la detección por parte de los sensores del Covenant aumentaba a una velocidad estadísticamente geométrica. En segundo lugar, pasados quince minutos la capacidad del Dusk para localizar al resto de su grupo de combate en el Slipspace disminuiría de manera exponencial.

Lash se recostó en su asiento, y siguiendo la magnífica tradición de los comandantes de patrulleras en todas partes, puso en práctica el arte de la paciencia.

El viaje de regreso del Dusk a la Tierra había tenido lugar en un tiempo récord. Habían atrapado una estela en el espacio Slipstream, una indeterminablemente mucho mayor que la estela del Covenant que habían seguido, y la IA de su navegador informó: «PAUTAS DE ONDULACIÓN DE TIPO SOLITON DETECTADAS CERCA DE LA ESTRUCTURA HALO». Lash no tenía ni idea de qué la había originado, simplemente informó de ello a lord Hood…, que había considerado su informe sobre estelas de Slipspace y a continuación les había ordenado que intentaran el mismo truco y siguieran el vector del equipo de ataque Spartan hasta alcanzar la remota estación Trípoli. Allí se reunirían con un grupo de combate al mando del almirante Cari Buster Patterson, proporcionarían asistencia al equipo Spartan, y con suerte obtendrían nuevas tecnologías que cambiarían el rumbo de aquella guerra.

Lash había oído rumores sobre las audaces acciones de los Spartans, cómo habían abordado una nave del Covenant, volado con un arma nuclear su nave gemela y destruido de paso el ascensor orbital. Cosas que forjan las leyendas.

Por todo ello, no le molestaba en absoluto permanecer en la sombra. No tenía interés en que se emitieran imágenes de su gloriosa muerte; prefería seguir vivo.

El Dusk no había tenido oportunidad en la Tierra de hacerse con una tripulación completa ni de reabastecerse, y en su lugar habían efectuado inmediatamente la transición al espacio Slipstream para alcanzar el rastro, que se desvanecía a marchas forzadas, de la nave del Covenant capturada por los Spartans.

—Alcance máximo para el sistema de radar X-ELF —anunció el teniente Yang—. Ocho minutos en el reloj, señor.

—Inicie un ciclo de alta resolución —le dijo Lash—. Superficie del planeta a los puntos Lagrange.

—Conectando ahora —indicó Yang, y se enderezó bruscamente—. ¡Dos contactos en órbita planetaria alta! Destructores del Covenant.

Unas siluetas aparecieron repentinamente en la pantalla de Lash confirmando el análisis de Yang.

—Destructores pesados —murmuró Lash.

Allí había suficiente potencia de fuego concentrada como para acabar con una docena de patrulleras del UNSC.

—¿Podría ser una de ellas la nave de los Spartans? —preguntó Waters—. Podríamos enviar un impulso sonoro codificado de banda estrecha, señor.

—Cualquier cosa es posible con los Spartans —dijo Lash—, pero no es tarea nuestra comunicarnos con ellos. Estamos aquí para reunir datos para la consideración estratégica del almirante Patterson.

Waters cerró los ojos, pensando durante un momento, y finalmente dijo:

—Sí, señor.

El capitán quería tomar parte en la pelea. Era un sentimiento devastador para el oficial de una patrullera. Lash lo entendía perfectamente, pues Waters había perdido hacía tiempo a su esposa e hijos en Harvest. Pero la invisibilidad era la única defensa de que disponían contra una fuerza como aquélla. La venganza no tenía cabida en su nave.

—Desechos en órbita —informó Yang—. Estructuras metálicas. El análisis espectroscópico indica que la composición de la aleación es desconocida.

—¿Un combate reciente? —inquirió Waters.

—Sí, señor, se detecta plasma residual. No obstante… no hay tonelaje suficiente para que pudiera corresponder a uno siquiera de los destructores del Covenant.

—Pasemos a rumbo cero dos cero por tres dos cinco —ordenó el comandante Lash a la teniente Durruno—. Apaguen motores y deriven la potencia a recargar los condensadores de Slipspace.

La mujer concentró su atención, aguda como el haz de un láser, en sus controles de navegación.

—Cambiando de dirección. Nueva trayectoria fijada. Nuestra inercia nos conducirá a una órbita cerrada. —Todo rastro de su fatiga desapareció y tecleó a toda velocidad un mensaje para informar a continuación—: El capitán Cho informa que los condensadores están al cincuenta por ciento. Estarán activados en seis minutos.

—Pase a camuflaje activo —dijo el comandante Lash a Waters.

Lash se obligó a permanecer calmado. Se sentía como un fraude, pero tenía que intentar mantener la ilusión de seguridad en sí mismo por el bien de sus oficiales. Jamás dejaría que advirtieran lo asustado que estaba.

—Camuflaje activo en acción —indicó Waters—. Los deflectores de textura al máximo. Cuatro minutos según el reloj.

El Dusk descendió en picado en dirección a la línea de demarcación crepuscular del planeta. El recubrimiento ablativo, por lo general de color negro mate, de sus superficies dorsales titiló con dibujos de cirrostratos y océano azul ultramar, y con el naranja resplandeciente de la puesta de sol.

—¿Análisis radiológicos? —inquirió Lash.

—No se detectan radiaciones beta de efectos Argus en la magnetosfera —respondió Yang—. El equipo Spartan no ha detonado ninguna de las cabezas nucleares FENRIS.

—¿Es eso algo bueno o algo malo? —murmuró Waters.

Lash no estaba seguro. Si los Spartans habían estado allí, habría esperado encontrar un amplio rastro de destrucción.

—¿Fuentes de energía planetarias? —preguntó a Yang.

—Nada, señor —respondió éste mientras estudiaba minuciosamente los datos que centelleaban en su pantalla—. Todavía nos queda una cuarta parte de la superficie del planeta por escanear, no obstante. Harán falta siete minutos en esta órbita para acabar esa área.

—Un minuto —le indicó Waters, y vaciló como si tuviera algo más que decir…, pero no lo hizo.

Lash sabía lo que quería: un órbita completa, más tiempo y una pasada a corta distancia de aquellos efectivos de combate del Covenant. Waters quería ser un héroe.

—Seguiremos las órdenes del almirante Patterson al pie de la letra —repuso Lash—. Tenemos a dos naves de combate del Covenant a otro lado de este planeta. No hay ninguna señal detectable de los Spartans. No se han disparado armas nucleares. Y no nos han visto. Eso es suficiente.

Las miradas de Lash y Waters se encontraron.

Waters desvió los ojos, frunció el entrecejo, pero asintió y dijo:

—Preparados para transición a Slipspace.

—A la orden —respondió la teniente Durruno, y suspiró, relajándose visiblemente ante la decisión de marchar—. Introducción de cálculos de matriz. Listos para transición en diecisiete segundos.

Lash se removió inquieto en la silla de mando. Marcharse era la acción correcta. Si efectuaban una órbita completa, su suerte se agotaría con toda seguridad. Y aguardando los datos de su reconocimiento en el Slipspace estaban las ocho naves del grupo de combate de Patterson.

Dos destructores del Covenant eran una amenaza, pero se aceptaba que una proporción de tres a uno a favor del UNSC contra fuerzas del Covenant igualaba las posibilidades. ¿Cuatro a uno? Raras veces disponían de una ventaja así en aquella guerra.

Así pues, ¿por qué aquello le daba tan mala espina?

—Inicien transición a Slipspace —ordenó el comandante Lash.

Alrededor del Dusk el espacio centelleó azul y blanco y las estrellas desaparecieron.

* * *

Ocho naves del UNSC abandonaron el espacio Slipstream para penetrar en el negro vacío interestelar, dando lugar a un espectáculo pirotécnico de radiación Cherenkov azul y vertiginosa desintegración de partículas subatómicas.

El comandante Lash lo usó a su favor.

—Fije nuevo rumbo a estribor, perpendicular al vector de ataque de la flota —ordenó a la teniente Durruno.

—A la orden, señor.

Bajo el resplandor rojo de la iluminación de combate de la nave, sus oficiales parecían más vivos ahora… y más asustados.

El camuflado Dusk se alejó de los destructores, la nave de transporte y el crucero del grupo de combate del almirante Patterson.

Lash no huía; un sentimiento que no hacía más que repetirse desde que presenciara los acontecimientos en el anillo Halo.

Había ofrecido los servicios del Dusk para regresar y explorar el planeta en una segunda misión de reconocimiento, pero el almirante le había dicho que no había tiempo. Pensaba «atrapar a aquellos bastardos del Covenant con los pantalones bajados» y atacar mientras se hallaban cerca del pozo gravitacional del planeta.

Con todo a su favor era una táctica acertada. No obstante, a Lash le preocupaba que el almirante comprometiera tantas vidas sin disponer de todos los datos.

—Colóquenos en una órbita elíptica alrededor del lado oscuro de Onyx —ordenó Lash—. Fije el apogeo a cincuenta mil kilómetros. Adelante un tercio.

—Nuevo rumbo fijado, señor. —La teniente Durruno se volvió para mirarlo. Con expresión afligida, abrió la boca para hablar, vaciló y luego dijo a toda prisa—: Le pido disculpas, comandante. Creía que teníamos órdenes de permanecer alejados del combate.

—Lo haremos —respondió él—, pero vamos a finalizar ese escaneo planetario. —Se dirigió al puesto de navegación y posó una mano en el hombro de Bethany—. Llévenos con suavidad y sin hacer ruido.

—Sí, señor —respondió ella, y sus ojos se clavaron al frente en sus pantallas.

A continuación Lash dijo al teniente Yang:

—Controle las lecturas térmicas de los motores e impúlsenos por delante de ellos a un tercio de potencia…, justo hasta el límite de la línea oscura.

Yang tragó saliva y luego respondió:

—A la orden, comandante.

Lash se movía por una línea muy fina. Quería velocidad e invisibilidad.

—¡Acción en pantalla! —anunció el capitán Waters.

En el visor central aparecieron destellos en la oscuridad. El almirante Patterson había lanzado su ofensiva alfa.

—Ampliación a cuarenta —ordenó Lash.

Los dos destructores del Covenant aparecieron bruscamente en la pantalla central. Misiles Archer dispersos detonaron sin causar daños en sus escudos. Las naves abandonaron la alineación orbital para enfrentarse al enemigo, y, al hacerlo, cerraron filas.

Tres esferas blancas reventaron detrás de los navíos…, se expandieron y envolvieron a los destructores enemigos, ahora agrupados. Chorros de iones sobrecargados se canalizaron hacia abajo en dirección a la magnetosfera del planeta.

—Una colocación perfecta de las cabezas nucleares —murmuró Yang, paseando la mirada entre la pantalla y sus instrumentos—. Máxima destrucción y radiación atrapadas por el planeta de modo que la flota pueda entrar.

—Y acabar con ellos. —Waters se frotó las manos con inconsciente expectación.

Las bolas de fuego se enfriaron tornándose rojas y una solitaria figura de elegantes líneas emergió: uno de los destructores había sobrevivido. Cargas de plasma salieron raudas en dirección al centro del grupo de combate del UNSC; en línea recta hacia la nave insignia del almirante Patterson, el Stalingrado.

Las proas de las naves del UNSC llamearon al disparar sus cañones de aceleración magnética.

Llamaradas y proyectiles sobrecalentados atravesaron el espacio entre los dos contendientes.

El destructor del UNSC Glasgow Kiss aceleró para colocarse frente a la flota; la estrecha nave giró lateralmente, situándose entre el plasma que se acercaba y el Stalingrado. Una docena de cápsulas de salvamento salieron disparadas de su casco al recibir la nave el impacto de tres de las cuatro lanzas de plasma. El casco se calentó durante un momento, y luego se hizo añicos.

—Rastree esas cápsulas —ordenó Lash al teniente Yang.

—A la orden, señor.

En la pantalla, el Stalingrado recibid un impacto directo en su lado de babor. El plasma se abrió paso a través de metros de blindaje de titanio-A como un soplete a través de papel de arroz, y las cubiertas de la parte central reventaron.

Los proyectiles MAC de la flota del UNSC alcanzaron el destructor del Covenant, rompieron los escudos reconstituidos de la nave y a continuación penetraron en el casco, empujando la nave hacia atrás con tal violencia que ésta cayó sin control a la atmósfera del planeta, dejando un rastro de turbulencia y fuego.

Sus motores llamearon y aceleraron, introduciéndola en una órbita sumamente baja…, lejos de la flota.

—Cobardes —masculló Waters.

—Tengo mis dudas —replicó Lash—. Hemos sobrevivido a cinco combates entre el UNSC y el Covenant. —Clavó la mirada en las profundidades espaciales, recordando la carnicería y que el UNSC sólo había vencido en una de aquellas batallas—. El Covenant sencillamente no huye, capitán. Pueden retirarse para reagruparse, pero cuando los superan en armamento y en número… mueren matando.

Sólo existía una razón posible para que aquel solitario destructor del Covenant pusiera pies en polvorosa.

—Vamos a salir a la luz —dijo Lash a la teniente Durruno—. Aumente la velocidad de flanqueo. Mantenga el rumbo.

—¿Señor…? —La oficial se inclinó sobre sus controles—. A la orden, señor.

Lash se puso en comunicación con ingeniería.

—Capitán de fragata Cho, vacíe condensadores de Slipspace y dirija esa potencia a los motores. Los quiero un ciento treinta por ciento calientes.

Lo que había parecido como una victoria en el puente hacía un instante se desvaneció y los oficiales de Lash volvieron a parecer recelosos y cansados.

El silencio reinó en la radio, y entonces Cho respondió:

—Dirigiendo potencia ahora.

El Dusk había salido al descubierto, y Lash estaba violando la primera regla de cualquier capitán de patrullera: permanecer oculto.

Pero todos sus instintos le gritaban que el Covenant no sería tan fácil de vencer, y que habían pasado por alto algo de vital importancia.

Las siete naves del almirante Patterson salieron en persecución del solitario navío enemigo y se perdieron de vista cuando el Dusk describió un arco alrededor del planeta.

Lash regresó al asiento del capitán y se instaló en él, inquieto.

Waters permaneció de pie junto a él y le susurró:

—Dime que sabes lo que haces, Richard.

Lash se inclinó al frente y no dijo nada.

—Saliendo a la parte oscura de Onyx en quince segundos —anunció el teniente Yang—. Diez… cinco… tres, dos, uno.

El rostro nocturno del planeta apareció en todas las pantallas, oscuro a excepción de las centelleantes nubes situadas en los límites del crepúsculo.

—¡Punto caliente! —gritó Yang—. En el horizonte: veintisiete grados norte, ciento dieciocho este. Recalibrando lecturas térmicas para atravesar distorsión atmosférica.

En el visor principal una imagen fluctuante se convirtió en veinte naves del Pacto —ascendiendo a velocidad de flanqueo por la atmósfera— que avanzaban por un vector de intercepción hacia la flota del almirante Patterson.

Lash se puso en pie de un salto.

—Reduzcan potencia de motores a un tercio —dijo—. Vuelvan a habilitar protocolos de invisibilidad. Introduzcan nuevo rumbo: órbita polar. Denme una clara línea de visión con el Stalingrado.

—Nuevo rumbo, a la orden —dijo la teniente Durruno, con la voz tensa mientras calculaba la órbita—. Preparados para impulso de corrección a un tercio de potencia.

El Dusk cabeceó y se inclinó para alcanzar una alineación con el polo. Los motores retumbaron y la patrullera describió un arco en dirección a los casquetes de hielo de Onyx.

—Cénit en veintitrés segundos —anunció Durruno.

Lash se volvió hacia el capitán de fragata Waters.

—Informe de acción.

Los ojos de Waters ya estaban fijos en su pantalla.

—Nada, la flota del Covenant hace caso omiso de nosotros.

Lash debería haberse sentido aliviado; el enemigo podría haber destruido el Dusk con unos cuantos disparos láser. Pasar a invisibilidad era lo correcto. Pero a pesar de sus años de entrenamiento eludiendo al enemigo, Lash deseó que el Covenant se hubiera vuelto contra ellos, porque eso habría dado a Patterson unos cuantos segundos extra para ver lo que se avecinaba.

Aguardó quince segundos —el cuarto de minuto más angustioso de su vida— contemplando como las nubes, las masas continentales y los océanos de Onyx pasaban por debajo de su nave.

Finalmente, el Dusk coronó el polo y las estrellas —así como la flota del almirante Patterson— volvieron a aparecer en la pantalla de proa.

Sólo a un centenar de kilómetros de distancia los navíos del UNSC dispararon todos los cañones de aceleración magnética y lanzaron una andanada de misiles Archer contra las naves enemigas que se precipitaban sobre ellos. Los meteóricos proyectiles resplandecieron en la atmósfera dejando cicatrices humeantes.

Relampaguearon láseres desde las naves enemigas destruyendo los misiles que se aproximaban, pero no pudieron detener los proyectiles MAC disparados a quemarropa.

Siete de ellos alcanzaron los dos destructores que encabezaban las filas del Covenant, hicieron añicos sus escudos, abollaron el blindaje y aporrearon los cascos, inutilizando los navíos de modo que tuvieran que abortar su misión de ataque al verse atrapados en la atracción gravitacional del planeta. Los motores de una de las naves llamearon, sobrecargándose cuando su capitán intentó un aterrizaje del que pudieran salir con vida. Un solitario destructor, no obstante, consiguió ponerse en órbita, neutralizado su impulso de caída.

Una victoria que Lash sabía duraría poco.

El enemigo los superaba en número en casi tres a uno, con armamento y escudos defensivos superiores. Y la proximidad de un pozo de gravedad significaba que Patterson estaba inmovilizado en un rincón. Sería una masacre.

Un chorro de plasma brotó de la flota del Covenant asemejando una erupción solar mientras hervía a través del vacío del espacio en dirección a las naves del UNSC.

Patterson no era ningún idiota. No intentó ninguna maniobra de evasión a aquella distancia, sino que en su lugar los motores de sus naves funcionaron a toda su potencia y viraron hacia una órbita más baja…, acelerando en dirección al ataque.

Aquello no serviría para detener el plasma guiado, pero saldrían moviéndose a mucha más velocidad, posiblemente lo bastante rápido como para evitar un segundo ataque.

El plasma siguió a las naves del UNSC mientras descendían en picado. Una milésima de segundo antes de que impactara, los proyectores de energía se encendieron en las naves del Covenant y rayos deslumbrantes de pura radiación blanca iluminaron las naves de Patterson; el resplandor fue tal que la escena quedó paralizada por un instante, grabada a fuego en las retinas de Lash.

Explosiones y chorros de titanio fundido inundaron las pantallas y se expandieron rápidamente en forma de una nube de chispas y humo procedentes de los cascos resquebrajados de las naves del UNSC.

Milagrosamente, cinco naves de guerra humanas salieron disparadas del centro de aquella destrucción, dejando un reguero de fuego, para penetrar atronadoras en el corazón de la flota enemiga.

Un destructor del UNSC, el Iwo Jima, rozó un transporte del Covenant que era el triple de su tamaño, rebotó contra sus escudos y fue a estrellarse contra otros dos destructores enemigos. El navío estalló desde el interior, debido a una sobrecarga del reactor y a una cabeza nuclear detonada en un acto de autodestrucción. La bola de fuego envolvió a ocho naves enemigas cercanas…, de las cuales seis sobrevivieron tras sus resplandecientes escudos de energía.

En la flota del Covenant reinaba la confusión, así que aminoraron la velocidad e hicieron una pausa para reagruparse.

Las naves de Patterson siguieron acelerando y describieron un arco para pasar al otro lado de Onyx.

Habían sobrevivido…, al menos durante una nueva pasada orbital.

—Contactos adicionales —dijo Yang, que medio se alzó de su asiento para cernirse sobre el tablero de los sensores—. Ascendiendo rápidamente desde la superficie del planeta. Ruta de intercepción con la flota del Covenant.

—Refuerzos —dijo Lash, y sintió que se le caía el alma a los pies.

Yang permaneció en silencio, estudiando su pantalla, y luego respondió:

—No, señor. Mire en su pantalla.

Lash giró la diminuta pantalla de la silla del capitán hacia él y examinó la silueta de una nave. El ordenador extrapoló un tosco modelo tridimensional de tres botalones y una esfera sin estructuras de conexión entre ellos.

—Miden tres metros de proa a popa —dijo Yang—. El radar pasivo está captando a miles de ellos.

La pantalla principal saltó a una posición de visión medio orbital y Lash contempló como una nube de naves diminutas se aglutinaba en forma de figuras octaédricas.

Las naves del Covenant giraron en dirección a aquella nueva amenaza, abandonando la persecución del grupo de combate del almirante Patterson. Las baterías laterales se calentaron y una serie de descargas de plasma salieron disparadas en arco en dirección a las formaciones alienígenas que se aproximaban.

Una lluvia de fuego cayó sobre la estructura de ocho caras que iba en cabeza cuando hizo aparición un escudo de energía que parecía una cortina de agua con motas doradas. El plasma vaciló allí, como atrapado en un campo magnético. Se calentó hasta adquirir un rojo amarillento, a continuación un rojo blanquecino y luego se tornó azul y ultravioleta. El plasma se disolvió a través del escudo, y luego pasó al interior de la formación sin causar el menor daño.

—¿Una captura de plasma? —murmuró Waters, sobrecogido—. Eso sí que es un buen truco.

Las esferas situadas en el interior de la formación alienígena resplandecieron, y de cada una surgieron rayos centelleantes que atravesaron la atmósfera a toda velocidad en dirección a las naves del Covenant que formaban la vanguardia de la flota.

Un centenar de haces de energía traspasaron los escudos del Covenant y se abrieron paso al interior de los cascos de las naves. El plasma calentado a temperaturas altísimas en el interior de la formación alienígena brotó entonces siguiendo los rayos, enroscándose y retorciéndose como una serpiente, y cayó sobre las dañadas naves del Covenant, vaporizando cascos y fundiendo cubiertas y superestructuras como si estuvieran hechos de una fina película de plástico.

Tres destructores estallaron bajo aquel fuego combinado.

El plasma se disolvió por la atmósfera superior, llenando aquel casi vacío con una neblina púrpura que se desvanecía rápidamente.

Los navíos supervivientes forzaron sus motores hasta una aceleración que los sacara del pozo gravitacional.

Sin embargo, las naves alienígenas oponentes fueron más veloces y acortaron distancias.

Dos navíos del Covenant giraron en redondo y dispararon sus proyectores de energía y sus láseres contra la formación alienígena de vanguardia.

Los escudos en forma de octaedro chisporrotearon por la estática y se disolvieron. La diminuta nave del interior de la formación estalló en una serie de bolas de fuego.

Las dos formaciones alienígenas restantes dispararon sobre las naves de la retaguardia del Covenant; haces de energía hendieron sus escudos y las hicieron volar por los aires convertidas en diminutas partículas.

No obstante, la estratagema del Covenant había funcionado.

El resto de su flota había escapado a la gravedad de Onyx y dejado atrás a sus perseguidores.

A Lash le dio vueltas la cabeza. ¿Quiénes eran aquellos nuevos alienígenas? ¿O se trataba de un arma capturada y controlada por los Spartans que éstos habían enviado por delante?

Las tácticas del Covenant también confundían a Lash. No habían usado un salto de Slipspace, algo que estaba seguro que habrían hecho para escapar en lugar de sacrificar dos naves.

De repente, todo en aquella guerra había cambiado, y el comandante Lash no estaba seguro de si había sido para mejorar o empeorar.

—Abandonen órbita… muy despacio —murmuró—. Llévenos a Lagrange-Tres. Teniente Yang, mantenga un control continuo sobre nuestro perfil de invisibilidad. Durruno, no abandone el radar pasivo y busque cápsulas de salvamento.

—¿Qué diablos son? —preguntó Waters, contemplando asombrado la pantalla de visión.

Las formaciones octaédricas se dispersaron y los drones se desperdigaron por la atmósfera superior.

Lash negó con la cabeza.

—Transmisión en la frecuencia E del UNSC, señor —dijo Yang, esforzándose por oír a través de su minúsculo auricular—. Procedente de la superficie del planeta. Alguien transmite en canal abierto.

—«A las fuerzas del UNSC en órbita sobre el planeta designado como XP-063, aquí la inteligencia artificial Endless Summer, IA MIL ID 4279. Si quieren sobrevivir los próximos tres minutos, respondan a esta salutación».

Lash y Waters intercambiaron miradas sobresaltadas.

—El mensaje se repite, señor —dijo Yang—. El esquema codificado en la onda transportadora solicita una respuesta mediante el protocolo de codificación Jericó.

Lash no estaba seguro de qué hacer. La flota de Patterson se encontraba en el lado equivocado del planeta para poder recibir el mensaje. Fuerzas del Covenant y fuerzas alienígenas cuya disposición hacia ellos les era desconocida se encontraban peligrosamente cerca, y por el momento, mientras el Dusk permaneciera en silencio, ellos se hallaban a salvo.

—Lance un satélite de comunicaciones Viuda Negra —ordenó Lash—, y luego llévenos a treinta kilómetros de aquí y envíe un mensaje por monocanal. Transmita esto: «A la IA MIL ID 4279, aquí el comandante Richard Lash de la patrullera Dusk del UNSC. Lo escuchamos…».