TREINTA Y UNA

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SÉPTIMO CICLO, 193 UNIDADES (CALENDARIO DE COMBATE DEL COVENANT) / A BORDO DEL CRUCERO «INCORRUPTIBLE», EN ÓRBITA SOBRE EL SISTEMA DEL PLANETA ONYX: ZETA DORADUS (DENOMINACION HUMANA)

El comandante de la flota Voro ascendió a la consola de mando del puente del Incorruptible y su tripulación se cuadró ante él.

Todo era perfecto. Controlaba una flota de las mejores naves en lo que podría ser la misión más importante para su pueblo…, y aquello sería su momento supremo: el contacto con los guardianes de los Forerunners de aquel mundo.

—Comandante de la nave Qunu —dijo por el sistema de comunicaciones de la flota—, informe.

En el visor holográfico central, el destructor de Qunu, el Far Sight Lost, siguió acelerando para abandonar la seguridad de la formación defensiva en esfera de la flota y descendió a una órbita alta sobre el mundo que los humanos habían llamado «Onyx»; palabra que carecía de significado para su traductor Oráculo.

—Comandante de la flota —respondió Qunu—, moviéndome al interior del vector proscrito de suplicación.

Un millar de naves diminutas coronaron el polo magnético septentrional del planeta y avanzaron en dirección al Far Sight Lost siguiendo vectores de ataque.

—Que el honor ilumine tu camino —dijo Voro a Qunu.

—Nuestra sangre forjará un millar de generaciones —respondió Qunu, finalizando la ancestral máxima Sangheili.

Voro había pensado en iniciar él mismo el contacto, pero decidió que el honor debía recaer en Qunu, cuyos conocimientos de las antiguas respuestas rituales extraídas de los Códices del fuego y el arrepentimiento de la Primera Era no tenían rival.

En el puesto de sensores de Y’gar apareció el gráfico de uno de los navíos de los Forerunners: tres largos cilindros sin conexión entre sí y una esfera.

—Se detectan señales de energía, señor —informó Y’gar, con el ojo sano fijo en las siluetas—. Escudos de energía y formaciones ondulantes de sistemas ofensivos presentes.

Voro reflexionó al respecto. La potencia energética de aquellas naves diminutas era insuficiente para traspasar sus escudos, pero había tantas…

—Active el proyector de energía de proa —ordenó.

Uruo vaciló un instante y luego movió las manos por encima de los controles.

—Proyector de energía de proa cargando, señor.

El resplandor de las lecturas de energía de las naves de los Forerunners reflejó la mirada de Voro.

Durante el viaje por el Slipspace, Voro había dejado claro a sus comandantes de las naves que tenían que estar dispuestos a dejar de lado sus creencias. Otros habían sido cegados por la gloria del Anillo de los Dioses y destruidos posteriormente por las infestaciones humanas y el Flood. Tenían que estar preparados para cualquier cosa.

—Alerte a la flota que tenga el armamento listo —ordenó a Y’gar.

—Sí, señor.

Voro deseaba creer que los Forerunners habían abandonado aquel mundo para redimirlos a ellos en su hora de mayor necesidad… Sus instintos, sin embargo, le decían que no confiara en nada excepto en la sangre Sangheili.

—El Far Sight Lost emitiendo en un canal abierto —anunció Y’gar, y conectó el sistema de audio del puente.

—«… depongamos las armas. —El comandante de la nave Qunu inició la salutación ritual—. Y del mismo modo desembaracémonos de nuestra cólera. Vos, en verdad, nos mantendréis a salvo mientras encontramos el sendero».

Los millares de diminutos navíos flotaron en el visor holográfico central como una nube de polvo y formaron octaedros, reuniéndose en forma de cristales de oro y de rubíes en el oscuro espacio, al mismo tiempo que rodeaban al Far Sight Lost.

—Está llegando una transmisión —dijo Ygar, y sus dos ojos, el que veía y el ciego, se abrieron de par en par, asombrados—. En el canal de los Profetas, señor.

Una voz monótona, salmodiando a la perfección el antiguo dialecto, retumbó en el puente:

—«Fase de rescate concluida. Fase de análisis de amenaza concluida. Solicitud del reclamante de acceso al Mundo Escudo… denegada. Iniciando programa de defensa exterior».

—Detectados picos de energía —indicó Y’gar—. Frecuencias variando a juego de resonancias. —Alzó los ojos—. Están combinando fuego, señor.

—Abra el canal a toda la flota —gritó Voro—. Que todos los comandantes de las naves estén listos para abrir fuego. Conecten control de blanco a través del Incorruptible.

Uruo monitorizó su consola a medida que las naves de su flota conectaban para formar una única red de fuego en forma de telaraña.

—El control del fuego de la flota es ahora suyo, señor —informó a Voro.

—Apunten láseres y proyectores de energía sobre esas formaciones en racimo —dijo él.

Uruo pasó suavemente las manos por encima de la red, volviendo a comprobar los números, y luego dijo:

—Soluciones de blanco calculadas, señor. Espero su orden.

Un millar de ojos diminutos centellearon en el interior de las formaciones alienígenas. Rayos de energía se alinearon en forma de lanzas de luz dorada que recorrieron el casco del Far Sight Lost.

La nave no tenía los escudos levantados y los rayos surcaron blindaje y cubiertas, perforándola de extremo a extremo, arrojando conos de aleación vaporizada al espacio.

Voro reprimió su rabia y estudió la carnicería. Alguna ventaja se podría extraer de aquella tragedia.

Individualmente, las diminutas naves no podían hacer daño, pero juntas eran más que dignos rivales para el Far Sight Lost. Sus estructuras octaédricas refulgían envueltas en escudos de energía, y Voro supuso que el poder defensivo se multiplicaba también cuando se combinaban.

—Suelte los enlaces de los bloqueos de seguridad del armamento —ordenó Voro, y alzó la mano.

Oró por el alma del comandante de la nave Qunu, que les había revelado a un enemigo nuevo.

Traspasadas por una docena de rayos, las cubiertas ventrales del Far Sight Lost estallaron y la nave rodó sobre sí misma como una enorme bestia agonizante. Los disparos atravesaron la zona de popa. El núcleo de plasma se rajó y tres penachos de fuego azul brotaron del casco, calentando la sección de popa de la nave al rojo vivo, al rojo amarillo y luego al rojo blanco antes de que el navío explotara.

La geometría cristalina de las formaciones alienígenas onduló y sus escudos llamearon.

—¡Ahora! —ordenó Voro—. Disparen todos los láseres y proyectores.

Todas las naves bajo sus órdenes lanzaron una descarga, y la profunda noche espacial se iluminó con haces de luz que se entrecruzaban. Cientos de láseres cayeron sobre los debilitados escudos alienígenas y los hicieron chisporrotear. Al cabo de diez segundos, los condensadores del proyector de energía descargaron y chorros de bendita radiación blanca hicieron impacto en la formación enemiga, sobrecargaron los escudos dañados y dispersaron su cohesión.

Despojadas de su protección, las diminutas naves drones estallaron en torrentes de partículas sobrecalentadas. Sus ojos centrales llamearon al rojo blanco, como si su furia por sí sola pudiera protegerlos.

Las explosiones se encadenaron a través del ensamblaje octaédrico.

Láseres y proyectores se apagaron y el espacio volvió a sumirse en la oscuridad.

Voro pestañeó.

En el interior del visor holográfico, los miles de navíos alienígenas aparecían desperdigados, la mayoría convertidos ahora en amasijos de metal que se enfriaba rápidamente, botalones y esferas sin conexión entre sí que daban tumbos en el espacio. Los que habían sobrevivido se movían con lentitud mientras intentaban volver a alinearse para otro ataque.

—Ochenta y tres por ciento de los navíos destruidos —dijo Y’gar.

—Que todas las naves se dispersen y ataquen —ordenó Voro a través del sistema de comunicaciones de la flota—. Aniquilen a los supervivientes con cargas de plasma antes de que se reagrupen.

La flota aceleró a velocidad de ataque, abrasándolo todo ante ella. Las naves alienígenas, más pequeñas, estaban indefensas ante aquel ataque furioso.

El comandante de la nave Qunu había sido un héroe. Les había demostrado a todos que las antiguas actitudes de devoto apaciguamiento ya no tenían razón de ser en aquella nueva era. Los Sangheilis se forjarían su propio camino, con su propia sangre, si era necesario.

—Contacte con el Absolution —dijo Voro a Y’gar—. Que se preparen para una transición de Slipspace a la atmósfera. Explorarán la región polar septentrional de la que salieron esos drones y determinarán si existen objetivos de gran valor que nuestros sensores han pasado por alto.

—Absolution contactado, señor —respondió Y’gar—. Órdenes transmitidas. —Hizo una pausa escuchando, y luego siguió—: El Absolution se encuentra a sus órdenes, comandante de la flota.

Voro asintió, indicando que se pusieran en marcha.

El espacio alrededor del elegante destructor resplandeció a medida que sus condensadores de Slipspace descargaban.

—Hay algo en la superficie del planeta, señor —indicó Y’gar, y se acercó más, concentrándose—. Anomalía energética en la región polar septentrional.

Movió la mano sobre los controles y el visor central se dividió, llenándose a medias con una vista de los casquetes de hielo del planeta, acercándose luego mucho más para mostrar un paisaje de dunas de nieve azotadas por el viento. A un kilómetro del suelo, el aire resplandecía siguiendo exactamente la misma pauta que la matriz de transición a Slipspace del Absolution.

—Eso no debería estar sucediendo —observó Uruo, y dio un paso hacia la imagen, intrigado—. Una matriz de Slipspace sólo aparece al tener lugar la salida de una nave. El Absolution aún no ha iniciado la transición.

—Llame al Absolution —dijo Voro—. Aborte el salto.

—La matriz de Slipspace interfiere con nuestra señal, señor —indicó Y’gar, negando con la cabeza.

—Avance para interceptarlo —ordenó Voro.

El Incorruptible se ladeó y aceleró en dirección al destructor que se acercaba poco a poco a su campo de Slipspace.

La imagen en el visor holográfico cambió. Por encima del polo norte tres nuevas formaciones octaédricas de naves alienígenas se materializaron en el resplandor de la zona de salida de Slipspace.

—¿Pueden saltar? —murmuró Voro.

Aquello carecía de sentido. Si poseían tal capacidad, entonces, ¿por qué no habían saltado a la batalla contra el Far Sight Lost. O bien mirado, ¿habían saltado para evitar ser destruidos por el resto del grupo de combate?

Voro se volvió hacia Y’gar, que comprendía el espacio Slipstream mejor que cualquiera de sus oficiales.

—Explíquelo —exigió.

—Señor —empezó éste, irguiéndose—, una transición de Slipspace requiere más potencia de la que naves de ese tamaño pueden generar. Sólo puedo suponer que de algún modo están interceptando el campo de Slipspace del Absolution.

—Picos de energía —dijo Uruo—. En la región polar septentrional.

Las naves alienígenas dispararon y cientos de rayos rebotaron en el interior de su geometría enlazada, combinados y concentrados a través de sus escudos de energía…, dirigidos al centro del envolvente Slipspace.

El Absolution desapareció de la órbita alta…

… y reapareció en el centro del campo de fuego enemigo.

El casco del destructor se sobrecalentó hasta quedar blanco y se vaporizó con un fogonazo, convertido en una bola de fuego ultravioleta.

Los navíos alienígenas que conformaban las formaciones octaédricas se deformaron debido a la fuerte presión contenida en la onda expansiva y luego se alejaron volando en trayectorias aleatorias de la nube de humo, que era todo lo que quedaba del Absolution.

Voro lo contempló todo atónito, y al cabo recuperó la capacidad de pensar.

—Explore la superficie del planeta —dijo a Y’gar—. Y vuelva a comprobar el registro del sensor en busca de anomalías justo antes de que aparecieran esas naves. —Abrió el canal de comunicación con la flota—. Ningún navío iniciará transición a Slipspace sin una orden explícita mía.

Sus comandantes de las naves enviaron sus confirmaciones, y veintiuna insignias personales se encendieron en su consola.

—Señal de energía detectada —informó Y’gar—. En nuestros registros antes de la aparición de las naves enemigas, los escáneres detectaron un estallido de energía de una frecuencia sumamente baja…, una transmisión procedente de esta posición.

En el visor central apareció enfocado un anillo montañoso. A lo largo del borde se veía movimiento. Voro amplió la imagen en aquel punto y vio a uno de los drones compuestos por tres botalones y una esfera que retrocedió a toda velocidad entre las sombras.

¿Una transmisión? ¿Coordinaban órdenes tal vez? ¿O una ubicación central donde aquellos drones tenían algo que valía la pena proteger?

—Ese es nuestro objetivo —dijo, y activó el sistema de comunicación con la flota—. Todas las naves en posición de ataque en superarco y preparadas para descenso orbital. Carguen baterías laterales a máximo rendimiento.

El Incorruptible se posicionó en el ala de estribor de la formación que empezaba a configurarse y condujo al grupo de combate al interior de la atmósfera del planeta.

Por debajo de ellos, el aire se calentó y se apartó de sus cascos en oleadas de fuego de convección.

Voro contempló como las nubes de la atmósfera superior se separaban ante el paso de aquella proa conjunta… y lamentó los huecos que había en la formación. Dos naves perdidas. La culpa era suya. ¿Cómo podía nadie seguir sus órdenes tras tales errores?

No obstante, Voro percibía su confianza en él. Tal vez era una falsa ilusión, pero lo habían seguido a la batalla incondicionalmente. Sabían que lo que había sucedido allí podía decidir el destino de todos los Sangheilis. Tenían que tener éxito, incluso aunque les costara la vida.

Se abatieron sobre la superficie del planeta, sobre junglas envueltas en la luz del crepúsculo, llanuras de hierba ondulante y desfiladeros llenos de sombras. Bandadas de pájaros y manadas de animales se desperdigaron ante su siniestra presencia.

No aparecieron más naves alienígenas para darles el alto. ¿Dónde estaban los centenares de ellas que habían visto en el polo septentrional? ¿En reserva? ¿Acechando para tenderles una emboscada?

—Avancen muy despacio —ordenó Voro a través de la radio—. Mantengan situación de combate.

Cuando la flota cruzaba la cima del cráter, una serie de drones apareció en el reborde interior escupiendo tierra y piedras al aire.

Tres de sus destructores abrieron fuego y no dejaron nada aparte de una superficie de cristal crepitante.

Cuando el cuerpo principal de la flota cruzó al interior del cráter, la luz de sus calientes baterías laterales iluminó la oscuridad, dejando ver arcos y pilares gigantes, peldaños que describían círculos alrededor de cúpulas de plata talladas en facetas. Era una ciudad de proporciones espléndidas, y Voro reconoció instintivamente las formas por haberlas visto en las Sagradas Escrituras. Cada línea y cada curva, cada símbolo, estaban grabados a fuego en su alma.

Se trataba de una ciudad de los Forerunners. Intacta. Era lo que todo miembro del Covenant había soñado con encontrar…, si no en aquella vida, en la siguiente.

¿Resultaría tan fácil reclamar el trofeo? Los tesoros tecnológicos y teológicos estaban al alcance de la mano. Las articulaciones de Voro empezaron a temblar y deseó dejarse caer al suelo e inclinarse ante aquel esplendor.

Se contuvo, avergonzado. Tal estupor religioso no haría más que impedirle ver los peligros.

Voro no debía inclinarse ante los espectros de los Forerunners. Tenía que ser la única autoridad allí.

Se volvió hacia la pareja de Lekgolos que siempre permanecían a su espalda en el puente.

—Preparaos para la batalla —les dijo.

Aunque los Lekgolos no podían sonreír, Voro percibió como sus «rostros» se flexionaban en una expresión de placer, una docena de anguilas se retorcieron y enroscaron sobre sí mismas.

Gruñeron su asentimiento, se alzaron, saludaron, y abandonaron el puente con gran estrépito.

Voro pasó la mano por encima de la consola de mando. La sangre del comandante de la nave Taño aún manchaba los bordes, tiñendo de azul los emisores holográficos. Lamentó que su viejo mentor no hubiera sobrevivido para presenciar aquel momento.

—Navíos alienígenas acelerando desde la superficie —anunció Uruo—. Dos docenas. Formación en pareja. En vectores de ataque.

—Destruid las naves —dijo Voro, usando la radio—. Únicamente las naves. Utilicen láseres y seleccionen milimétricamente el objetivo.

Explosiones diminutas iluminaron la noche a medida que destruían a los drones.

Activó luego el transmisor de la nave.

—Paruto, Waruna, durante el asalto en tierra tened mucho cuidado de minimizar los daños colaterales.

Se oyó un doble gruñido como respuesta, y a continuación Paruto preguntó:

—¿Qué objetivo, comandante de la flota?

Voro inspeccionó la inmensa ciudad. Una búsqueda completa llevaría semanas.

—Pulse el Saludo de los Antiguos en busca de una señal de respuesta —indicó a Y’gar.

—A la orden, comandante de la flota.

Transmitió la secuencia de protocolo de intercambio universal del Covenant, y aguardó una respuesta.

Era sólo un sueño que quedara algún Forerunner para responder a la llamada.

—Hay algo…

Y’gar se inclinó más para examinar la fluctuante señal de respuesta.

Voro fue hacia el puesto de su oficial.

—Es uno de los nuestros —declaró—. Envíala al Oráculo de la nave para que busque una correspondencia.

—Sí, señor —respondió Y’gar—. Identificador de la nave… clase DX.

—¿Una nave de desembarco? Identifique el número de registro de la nave base.

Y’gar extrajo la referencia y sus mandíbulas se abrieron de par en par, atónitos.

—El Bloodied Spirit —murmuró.

Voro entrecerró los ojos contemplando las fluctuantes señales de respuesta. Aquello provenía de la nave robada por los demonios humanos. ¿Habían conseguido llegar allí antes que ellos? ¿Habían sobrevivido a las defensas de los Forerunners y se habían infiltrado en terrenos sagrados? La cólera hirvió en su interior y nubló su mente, pero controló la rabia… y la guardó para más adelante.

—Triangule la señal —ordenó.

—Sí, señor. Ahí.

La imagen cambió en el visor central, y una cúpula de plata osciló hasta adquirir cierta solidez. La cúspide de la estructura se descomponía en siete planos, y en cada uno, un arco se abría al interior…, arcos lo bastante grandes para que los cruzaran naves de desembarco.

—Paruto, Waruna —dijo Voro, regresando a su consola de mando—, tenemos un objetivo. Reunid las reservas de todas las naves de la flota.

Paruto y Waruna respondieron simultáneamente con un retumbo subsónico de asentimiento.

—No obstante, aguardaréis —siguió Voro.

La radio permaneció en silencio.

«Aguardar» era una palabra que nadie osaba decir a una pareja de Lekgolos a punto de entrar en combate.

—Aguardaréis a que me reúna con vosotros —dijo Voro—. Porque yo encabezaré este ataque.