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19.50 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA BETA DORADUS, PLANETA ONYX PROXIMIDADES DEL ÁREA RESTRINGIDA CONOCIDA COMO ZONA 67
Kurt estaba de pie detrás de Kelly y Will en la cabina de la nave de desembarco del Covenant. Kelly ocupaba el asiento del piloto mientras Will se encargaba del puesto del artillero y vigilaba los escáneres. El resto de Spartans, Méndez y la doctora Halsey estaban en la popa, preparando el equipo, aguardando y observando.
Kelly se removía adelante y atrás; el asiento del piloto estaba colocado en una posición que no encajaba con la fisiología humana, y la Spartan tenía que inclinarse en una posición incómoda sobre la superficie de control.
Conducía la nave en un vuelo bajo y rápido por encima de la jungla. Los controles eran un curioso conjunto de geometrías holográficas que danzaban ante sus manos.
Kurt intentaba aprender todo lo posible por si acaso tenía que pilotar la nave alienígena. No obstante, resultaba difícil observarla a ella y no las pantallas de visión.
Al sol le faltaba un palmo para hundirse bajo la línea del horizonte, y la nave del Covenant discurría entre sombras alargadas y una tenue luz roja.
Cuando la jungla empezó a tornarse menos espesa, Kelly descendió y zigzagueó entre las acacias, volando a dos metros por encima de la sabana.
—Pan comido, capitán de fragata. Tranquilícese —dijo Kelly sin alzar los ojos de sus controles.
Pasó la mano con suavidad por encima de una banda de aceleración y la nave saltó al frente, abandonando con un zumbido la sabana para sobrevolar el escarpado territorio de desfiladeros.
Kelly maniobraba de un modo agresivo: desviándose arriba y abajo, efectuado cuartos de giro para virar alrededor de mesetas, descendiendo al interior de barrancos y parando en seco en el último instante para evitar estrellarse contra una.
—Fantástico —murmuró Kurt a Kelly, y se obligó a soltar el borde del asiento que ésta ocupaba.
Justo al frente, la ladera de la montaña se elevaba suavemente a unos dos mil metros de altura.
—Nada aerotransportado en los sensores —anunció Will—. Navegación despejada al frente.
—¿Situación de las ojivas? —preguntó Kurt, usando el transmisor.
Ash se conectó al canal.
—Todos los detonadores de las ojivas FENRIS asegurados y fijados a nuestra señal segura de transmisión, señor. Como ordenó, dos cabezas nucleares separadas, armadas y listas para el transpone. Trabajando en el resto.
—¡Atención! —chilló Kelly.
El morro de la nave se elevó violentamente. Una roca del tamaño de un Warthog rodó por la ladera de la montaña… golpeando el tren de aterrizaje.
La nave de desembarco empezó a descender en picado, pero, con suma pericia, Kelly la estabilizó, la enderezó y volvió a retomar el rumbo.
—Eso estuvo cerca —masculló.
—Efectúa otra exploración en busca de movimiento en la superficie —ordenó Kurt a Will.
Will movió el ángulo de la cámara a babor y a estribor.
Kurt advirtió que no se hallaban sobre una única montaña; era una cordillera…, toda ella con una elevación equivalente, extendiéndose suavemente en un arco hasta donde alcanzaba la vista.
—Movimiento detectado —dijo Will—. Acaba de aparecer, señor. Al frente. Tengo un blanco fijado.
Una silueta apareció en la pantalla, recortada en el resplandor del sol que se ponía.
Kelly viró violentamente a babor.
Mientras su ángulo relativo cambiaba, Kurt vio movimiento: tierra y rocas salieron disparadas hacia lo alto y luego cayeron en cascada por la ladera.
Will deslizó la mano sobre sus controles y polarizó el monitor para eliminar el resplandor. El movimiento provenía de una colección de treinta Centinelas entrelazados, con los botalones y esferas centrales reunidos en una forma oblonga, y por el centro viajaba una corriente continua de piedras.
A Kurt le recordó un gusano mecánico vomitando encima de la ladera de la montaña.
La doctora Halsey trepó a la cabina.
—No se detectan picos de energía —indicó Will—. No están listos para disparar.
—Mantén esta dirección —indicó Kurt a Kelly, tragando saliva.
Contempló como la máquina gigante se perdía de vista tras ellos. Sin duda los había visto. Treinta juegos de ojos no podían haber dejado de ver algo tan grande como una nave de desembarco del Covenant. ¿Por qué no había atacado?
La doctora Halsey pulsó un control y una de las pantallas retrocedió a los Centinelas entrelazados. Estudió la imagen un instante, y luego declaró:
—Muñecos de hojalata.
—No comprendo la referencia —dijo Kurt.
—Un antiguo juguete infantil —respondió ella—. Palitos y conectores planos redondos. Estos podrían ser su homólogo en el mundo de los Forerunners. Se reconfiguran para llevar a cabo distintas tareas, poseyendo todos los componentes básicos requeridos: unidades antigravedad, generadores de campos de energía, armamento proyector de energía. Es el equivalente, sospecho, de las sencillas máquinas que componen nuestra tecnología: la rueda, la rampa, la palanca, la polea y el tornillo.
Su análisis superficial de una tecnología varios siglos más avanzada que la de ellos irritó a Kurt.
—Yo diría que esta configuración —prosiguió la doctora Halsey— no está diseñada para combatir, y no atacará a menos, desde luego, que se les provoque. Su programación, en tanto que sofisticada, parece destinada a algo; es decir, cada combinación de Centinelas se especializa en una tarea individual. Y justo en estos momentos, esa tarea es remover tierra.
—Eso no significa que no haya más parejas de combate en las cercanías —dijo Kelly—. ¿Ordenes, señor?
Kurt detectó un levísimo deje de nerviosismo en la voz de Kelly. También él lo sentía en el fondo del estómago. Si aquellos treinta Centinelas de allí atrás hubieran querido, podrían haber convertido aquella nave en pedacitos de metralla.
Sólo existían dos opciones: seguir adelante o retroceder.
Kurt sintió que su suerte se había agotado, pero también pensaba que estaban cerca de encontrar algo.
Echó de menos los días de misiones sencillas, cuando sólo había dos cosas de las que preocuparse: maniobrar y dónde estaban las líneas de fuego del propio equipo.
Sin embargo, cuando descomponías aquello en sus diferentes componentes, olvidabas las consecuencias del éxito o el fracaso; ¿no era aquella misión igual que cualquier otra?
Moverse y disparar. Localizar un objetivo que capturar o neutralizar. Minimizar las bajas al tiempo que se inflige el mayor daño al enemigo. Entrar de prisa. Salir aún más de prisa.
—Nuevo rumbo —dijo a Kelly—. Noventa grados a estribor. Haznos subir por esa ladera.
—A la orden, señor.
La nave de desembarco en forma de diapasón se ladeó y ascendió veloz por la ladera. La tierra desapareció debajo de ellos al coronar la cima.
Al otro lado encontraron un cráter de un centenar de kilómetros de diámetro.
Había miles de excavadoras en la ladera interior, todas ellas escupiendo rocas por encima del borde. Los Centinelas habían creado un gigantesco hormiguero. ¿Cuánto, se preguntó Kurt, había excavado la ONI en las décadas que habían estado allí?
Y ¿cuánto de aquello era obra de los Centinelas?
A elevaciones menores no había nada que ver. El sol estaba demasiado bajo y las sombras se acumulaban. Kurt aumentó la ampliación de imagen de su visualizador frontal de datos y aparecieron unas líneas tenues…, pero nada tenía sentido.
—Acércanos más —susurró.
Kelly inclinó la nave para que descendiera por la ladera interior y redujo la velocidad a un cuarto.
Las nubes del cielo se iluminaron con tonos naranjas y rojos a medida que el sol poniente se reflejaba en sus partes inferiores…, y el cráter interior resplandeció con un tenue color ámbar.
Kurt parpadeó, deslumbrado por lo que veía. Imágenes reflejadas de las nubes flotaban sobre superficies angulosas y llameaban carmesíes y doradas.
A medida que sus ojos se adaptaban, distinguió remolinos y bandas de otros colores apagados por debajo de las imágenes reflejadas: listas verdes y ondas negras y plateadas que parecían un tempestuoso océano congelado allí mismo.
Pestañeó una vez, dos, y luego, por fin, desenmarañó la ilusión óptica de formas, colores y sombras.
Había pilares y arcos; acueductos elevados; templos con columnas con florones de símbolos tridimensionales de los Forerunners; un bosque de geometrías esculpidas de esferas, cubos y boceles; carreteras que se curvaban hacia arriba y se enroscaban en superficies Möbius: era una inmensa ciudad alienígena.
Kurt sacudió la cabeza para aclarar sus ideas, y entonces reconoció el material con el que estaba construida la ciudad. Lo había visto antes en los cantos rodados arrastrados por el río y en las losas extraídas del cercano cañón Gregor. Una roca tan abundante que había dado nombre a aquel mundo. Sólo que el material del cráter lo habían pulido hasta darle una nivelación óptica que reflejaba el cielo con bandas multicolores superpuestas.
—Ónix —murmuró.
—Cuarzo de calcedonia con microelementos que amplifican su variación espectral —comentó la doctora Halsey.
Columnas festoneadas se alzaban del suelo del cráter hasta la montañosa cima, una elevación que Kurt asumió que había estado a nivel del suelo antes de que la ONI iniciara sus excavaciones.
Mientras maniobraban para acercarse más a un pilar, Kelly ladeó la nave y Kurt vio las imágenes reflejadas de un millar de puestas de sol diferentes; todas con distintas geometrías de nubes, alguna con bandadas de aves migratorias, o dinosaurios; otras tenían siluetas de naves espaciales azules, y una ardía con una supernova que iluminaba el crepúsculo… todas imágenes capturadas allí. ¿Del pasado? ¿Del futuro? ¿De ambas cosas?
Y sólo entonces cayó en la cuenta de la escala a que estaba hecha la estructura. Tenía tres kilómetros de diámetro, más grande que un transporte del UNSC.
La mente de Kurt se rebeló ante la envergadura de aquella tecnología, el esfuerzo que habría costado construir algo así.
Dirigió un vistazo a la doctora Halsey. Esta, si bien estudiaba atentamente la pantalla de visión, no parecía en absoluto impresionada.
—¿Sabía que esto estaría aquí? —le preguntó.
—Lo sospechaba —respondió ella—. Francamente, tras examinar los informes de las estructuras Halo, me siento un tanto decepcionada.
—Es más grande que las ruinas situadas debajo de Reach —dijo Kelly.
—No descubrimos toda la extensión de aquellas ruinas —replicó la doctora—, y probablemente jamás lo haremos. —Miró al monitor entrecerrando los ojos—. Ahí —dijo, señalando una lejana cúpula reluciente—. ¿Puedes acercarte más a esa estructura? —Se volvió hacia Kurt—. Con su permiso, capitán.
—Nueva dirección cero dos cinco —indicó él—. Elige la mejor ruta.
—Nuevo rumbo, a la orden —respondió Kelly.
Al descender más, la nave de desembarco pasó veloz junto a una escalera que ascendía hacia la nada; cada peldaño era una hectárea de piedra pulida e intacta.
La luz reflejada en las nubes se atenuó y las suaves superficies se fundieron en las sombras. La cúpula de la doctora Halsey se tornó de un rojo dorado y se desvaneció hasta convertirse en una silueta.
Will dirigió el radar pasivo hacia la construcción y un contorno recubrió la estructura. Kurt vio que la parte superior de la cúpula estaba cortada en facetas que formaban siete superficies planas, cada una con un arco elevado que conducía al interior.
—¿Son lo bastante grandes como para volar a través de ellos? —preguntó.
Will consultó su pantalla sensora.
—Enormes —respondió.
—Métenos dentro —ordenó Kurt a Kelly.
—A la orden —dijo ella, y alzó el morro de la nave.
A medida que desaparecían los últimos vestigios de luz, Kurt vio destellos en el cráter; puntos rojos que pululaban por todas partes. Centinelas.
Las manos de Will se movieron a toda velocidad sobre el panel de sensores.
—Nuevas señales de energía detectadas. Frecuencias sumamente bajas. —Alzó los ojos—. Más de cien mil emisores claros, señor.
—¿Qué configuración? —preguntó la doctora Halsey—. ¿Enjambres, unidades individuales o parejas?
—Noventa y cinco por ciento enjambres —respondió Will, estudiando el panel—, unos pocos cientos son pautas individuales… y otros pocos cientos son señales dobles.
—Parejas de combate —murmuró Kurt—. Kelly, iguala su velocidad. —Tecleó en el transmisor del equipo y dijo—: Preparados para un desembarco peligroso. Todos listos para combatir.
Luces de situación verdes centellearon como respuesta confirmando su orden.
Desaceleraron sobre la ciudad cada vez más oscura, deslizándose sigilosamente hacia la cúpula. A Kurt su instinto le decía que aquello era lo correcto. Sin embargo, la parte lógica y consciente de su mente lo instaba a marcharse. Confiaría en su «instinto» en aquello…; conseguiría que entraran y se pusieran a cubierto antes de que cada Centinela del lugar empezara a dispararles.
—Con suavidad —dijo.
La mano de Kelly permaneció inmóvil por encima de la banda del acelerador.
—¿Cree que esas cosas son lo bastante listas como para usar nuestros propios trucos contra ellas? ¿Atraernos al interior y luego cerrar la trampa?
—Es una posibilidad —admitió él—. Pero no creo que se hayan tomado tantas molestias para desenterrar este lugar sólo para luego volarlo en pedazos. —Se encogió de hombros—. Es simplemente un presentimiento.
Kelly y Will intercambiaron una veloz mirada.
—Comprendido —dijo Kelly—. Acercándonos a la estructura. Trescientos metros.
—Métenos dando marcha atrás —indicó Kurt.
La nave aminoró, giró, y se dirigió con cuidado hacia una de las arcadas de la cúpula. Cinco naves de desembarco del Covenant habrían pasado al unísono por la abertura y aún habría quedado espacio libre.
Una vez dentro, el resplandor azul de sus motores iluminó las paredes. Las superficies interiores estaban cortadas en ángulo y talladas con mapas estelares y jeroglíficos de los Forerunners.
Debajo, siete superficies planas, cada una del tamaño de una cubierta de aterrizaje para naves de transporte, estaban colocadas a intervalos regulares. Kelly los posó sobre una de ellas.
Kurt abandonó la nave. Will lo siguió, y juntos ayudaron a la doctora Halsey a salir.
El resto de Spartans ocuparon posiciones defensivas alrededor del vehículo.
El sensor de movimiento de Kurt mostró a todos los que estaban en la cubierta, pero no había nada más allá de la plataforma de aterrizaje aparte de oscuridad. Todo ruido quedaba engullido por el inmenso vacío del interior, y le pareció como si se ahogara en sombras y silencio.
Puso en marcha una frecuencia de radio en monocanal y abrió el audio externo para que la doctora Halsey también pudiera oírlos.
—Haremos esto de prisa —dijo a su equipo—. Olivia, Will, explorad el perímetro de esta plataforma de aterrizaje. Quiero un informe en noventa segundos sobre todas las rutas y movimientos detectados por los sensores.
Olivia y Will asintieron y se fundieron con la oscuridad.
—Linda, Fred, Mark, Holly, coged proyectiles garfio, escalad la cúpula y ocupad puestos de vigilancia en las arcadas. Montad repetidores de monocanal y líneas de interconexión. Al más mínimo movimiento, dad la alarma.
Sus luces de situación le respondieron con parpadeos verdes. Linda desapareció en el interior de la nave y regresó con unas saetas que parecían arpones y rollos de cuerda, que repartió entre los otros tres Spartans. Éstos deslizaron los proyectiles al interior de sus rifles, apuntaron, y los dispararon a través de las arcadas situadas sobre sus cabezas. Unos cables trenzados se desenrollaron, arrastrados por el garfio, y, tras comprobar la fijación, ascendieron rápidamente por las cuerdas.
—Dante, Méndez, quedaos junto a la nave. Tened vuestro equipo listo y cargado en bolsas.
La luz de Dante permaneció apagada durante todo un segundo en señal de protesta, y luego parpadeó verde. Méndez asintió y ambos volvieron a subir a la nave.
—Kelly, Ash, Tom y Lucy…, vosotros conmigo y la doctora Halsey. Ash, agarra esas ojivas desmontadas.
Ash penetró en la zona de carga de la nave y regresó cargando una pesada mochila.
—Tom, Lucy —siguió Kurt—, mantened cubierta a la doctora Halsey.
Sus suboficiales mayores se colocaron uno a cada lado de la doctora.
—Tenemos una escalera, señor —informó Will—. Atraviesa el suelo y rodea el pedestal de soporte de la plataforma de aterrizaje. No se detecta movimiento.
—Recibido —dijo Kurt—. Olivia, únete a Will. Exploradla. Os seguiremos.
Se orientó siguiendo el identificador amigo-enemigo de Will y colocó una antena de retransmisión monocanal en el borde de la plataforma para poder mantenerse en contacto con la superestructura.
Kurt condujo a su equipo a la escalera que descendía en espiral alrededor del pedestal gigante que sostenía la plataforma de aterrizaje. Kelly y Ash iban justo detrás de él, Tom era el siguiente, luego la doctora Halsey y a continuación Lucy cerrando la marcha.
Cada peldaño de la escalera estaba separado veinticinco centímetros del siguiente, pero se desplegaban en abanico diez metros desde el pedestal. Kurt se mantuvo en la zona interior de la espiral, evitando la oscuridad que se extendía más allá.
La doctora Halsey hizo una pausa para examinar la superficie de piedra.
También Lucy se detuvo, y la tenue iluminación de las luces tácticas de su armadura SPI se reflejó en la roca veteada. Alargó la mano y tocó su imagen. El material era de tal transparencia que, por un momento, hizo rebotar reflejos dentro de los reflejos…, y un número infinito de Lucy’s aparecieron en la roca.
Retiró la mano y prosiguieron apresuradamente la marcha.
Tras dar tres giros alrededor del soporte, el identificador de Will apareció en el visualizador frontal de datos de Kurt.
Un canal de comunicación monocanal se activó.
—Una sala al frente, señor —informó Will—. Con símbolos de los Forerunners, creo.
La voz de Fred sonó en el transmisor.
—Estamos en nuestros puestos. Todo tranquilo.
—Manteneos alerta —dijo Kurt a Fred, y luego se dirigió a Will—: Muéstramela.
Este los guió hasta que las escaleras atravesaron un piso y se detuvieron en una entrada en forma de arco. Olivia se agazapó allí, con el rifle preparado, cubriendo la habitación situada al otro lado. La estancia sólo tenía cuatro metros de ancho. Tras la grandiosidad capaz de inducir agorafobia de la ciudad, aquella habitación parecía sofocantemente pequeña.
—Observe —dijo Will, y dio un paso al interior.
Glifos holográficos de los Forerunners —puntos, guiones, líneas y polígonos— se alzaron del suelo de piedra y se enroscaron a su alrededor.
—¿Da usted su permiso, capitán? —preguntó la doctora Halsey—. No es peligroso, se lo aseguro. He visto superficies de control similares en los diarios de la misión Halo.
A Kurt no le gustaba que un civil asumiera el mando, pero la doctora Halsey era la experta allí…, o lo más parecido a un experto de que disponía, en cualquier caso.
—Muy bien, doctora —respondió—. Pero vaya con cuidado.
La doctora Halsey se adelantó.
—Quédese totalmente inmóvil —le dijo, y entró en la habitación.
Dio un golpecito con el dedo a un diminuto cuadrado cristalino de color azul, que parpadeó a modo de respuesta.
—Siguen siendo condenadamente difíciles de interpretar —masculló ella—. Existe una sencilla traducción bidimensional, pero ahora veo que hay interpretaciones a dimensiones más elevadas. —Alargó la mano para coger su ordenador portátil.
—No hay tiempo para detalles —le dijo Kurt.
La mujer frunció el entrecejo y guardó el ordenador.
—Todo significado está en los detalles, capitán. —Apretó los labios, concentrándose en los símbolos, y luego se irguió—. Por aquí.
Empezó a avanzar a grandes zancadas por la habitación, y el suelo se iluminó con un azul brillante ante ella, dirigiéndose directamente a una pared desnuda.
Kurt posó una mano sobre su brazo, conteniendo con suavidad su precipitación; luego hizo una seña a Lucy y a Tom para que se reunieran con él y los tres Spartans avanzaron lentamente.
La doctora indicó un pequeño punto azul ligeramente más brillante situado en la pared.
Tom y Lucy adoptaron posiciones de disparo a ambos lados de él, y Kurt alargó la mano hacia el punto, esperando problemas.
La pared se deslizó lateralmente, dividiéndose en dos, y en la oscuridad del otro lado un puente de luz se encendió con un parpadeo, describiendo un arco que se perdía a lo lejos.
—Quédate aquí y transmite información a la zona superior —ordenó Kurt a Olivia.
La joven asintió.
Kurt hizo una pausa ante la pared, comprobando si el puente semitransparente soportaría su peso. Aguantó. De todos rao-dos no le gustaba. Si la energía se interrumpía, aquella cosa podía desvanecerse.
Avanzó doce pasos, con Tom y Lucy justo detrás de él… aunque la distancia que cubrían sus pasos no parecía corresponderse con la distancia mucho mayor que le parecía estar recorriendo a lo largo de la curva del puente. Miró abajo: sombras insondables. Mantuvo los ojos fijos al frente.
Cuando alcanzaron el final del puente, una puerta de luz deslumbradora hizo su aparición, y las sombras se abrieron.
Kurt, Tom y Lucy cruzaron, sin registrar siquiera una ínfima señal de contacto enemigo en sus sensores de movimiento. Kurt se encontró en una cámara semiesférica de veinte metros de anchura. En el centro había una consola por encima de la cual flotaban jeroglíficos de tonalidad metálica de los Forerunners.
Kurt se dio la vuelta e hizo una seña a la doctora Halsey para que se reuniera con ellos.
La mujer cruzó el puente con pasos rápidos. Kelly, Will y Ash la siguieron a toda prisa, con los sentidos agudizados en busca de cualquier movimiento.
Entraron en la estancia y la doctora Halsey estudió el holograma.
—A falta de un término mejor —explicó—, esto es un centro de información. —Pasó las manos por encima de los símbolos de la consola—. Deberíamos poder encontrar… —pulsó un diminuto icono triangular flexible—… un mapa.
Alrededor de Kurt se produjo un estallido de luz. Formas geométricas holográficas centellearon y se retiraron veloces a una perspectiva lejana, y una esfera de símbolos y líneas de topología surgieron sobre la consola, hasta llegar al techo de la habitación.
—¿Un mapa? —inquirió Kurt.
—De nuestra posición actual —respondió la doctora Halsey.
—¿Así que este edificio es redondo? —preguntó Kelly.
—No es exactamente correcto —respondió la doctora—. Sí que nos encontramos en este edificio. Y este edificio está en esta ciudad, que técnicamente se encuentra en este denominado planeta, pero esta imagen está contemplada en zum. Observen.
Hizo dar vueltas a un símbolo circular dorado y la estructura holográfica pasó a través de Kurt a medida que el mapa se expandía. Un punto en la superficie de la esfera se amplió y se convirtió en líneas, cuadrados, triángulos y un círculo.
La imagen se amplió rápidamente sobre el círculo y éste se ladeó noventa grados, mostrando profundidad y una cúpula cortada en facetas con siete arcos.
La doctora Halsey giró el símbolo circular dorado y el punto focal se desplazó, descendiendo a través de los niveles del edificio para mostrar la plataforma de aterrizaje y el contorno de la nave de desembarco del Covenant con un núcleo del reactor llameante. Méndez y Ash aparecieron y diminutas señales biológicas se desplegaron junto a ellos.
La imagen descendió más y la habitación en la que estaban se materializó y Kurt se contempló a sí mismo, a los otros Spartans y a la doctora Halsey.
—Y atrás —dijo ella mientras hacía girar el icono en forma de círculo. La habitación encogió hasta convertirse en edificio, luego ciudad y de nuevo a la enorme estructura esférica.
La escala de aquello finalmente penetró en la mente de Kurt. Una vez que lo comprendió, tardó unos cuantos segundos en volver a hablar.
—Cuando dijo que la traducción de los Forerunners para Onyx era «mundo escudo» —murmuró—, se trataba de una traducción literal, ¿no es cierto?
—Aparentemente así es —convino la doctora—. Todo el planeta es artificial…, como los anillos Halo.
Algo atrajo la atención de la mujer a la consola y pulsó un octaedro azul.
—¿Es posible que sea…? —murmuró.
El mapa volvió a cambiar, ahora a través de la superficie del mundo, penetrando profundamente en la corteza, y mostró una sala llena de maquinaria y ocho vainas oblongas que brillaban recubiertas de campos de energía. En el interior había cuerpos humanos, traslúcidos, con las facciones recordando a espectros. Junto a cada uno palpitaba el vestigio de los latidos de sus corazones.
—Son el equipo Katana —dijo Ash, y se acercó un paso—.
AJ menos cinco de las personas metidas en esas cosas. Desaparecieron en la Zona 67… antes de que todo esto empezara.
—Tenemos que sacarlos —replicó Kurt—. Doctora, encuéntreme una ruta hasta esa posición. Kelly, Ash, traed los botiquines médicos de la nave y…
La doctora Halsey alzó una mano.
—Un momento, capitán —oprimió un punto.
El mapa de Onyx retrocedió hasta tener un metro de anchura y las estrellas titilaron en las paredes de la sala de mapas. Un diminuto destructor del Covenant apareció en órbita…, luego otro… y otro, hasta que un total de veinticuatro naves orbitaron repentinamente en el espacio normal surgiendo del Slipspace.
—Salimos del fuego para…
Kurt se puso a pensar a toda velocidad. Todavía podían hacerlo. Rescatar al equipo Katana y salir de allí. Pero no podían limitarse a marcharse y entregar al Covenant toda la tecnología que había en Onyx. Disponían de las ojivas FENRIS, pero ni detonándolas todas conseguirían destruir siquiera una diminuta porción de aquel planeta.
—Tenemos visitas. —La voz llena de estática de Fred crepitó en el transmisor—. Centinelas.
—¿Cuántos?
—Todos ellos, señor.