VEINTISIETE

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SÉPTIMO CICLO, 49 UNIDADES (CALENDARIO DE BATALLA DEL COVENANT) / A BORDO DEL TRANSPORTE DE LA FLOTA SUBLIME TRASCENDENCE, EN ÓRBITA SOBRE EXULTACIÓN GOZOSA, SISTEMA SALIA

El unggoy Kwassass conocía su lugar a bordo del supertransporte Sublime Trascendence. Estaba allí para ser pisoteado por las botas de sus gloriosos oficiales Sangheilis. Su tarea era limpiar, fregar, aguardar en las sombras a que le dieran órdenes, y jamás hablar a menos que se dirigieran a él.

Entre sus otros deberes, Kwassass era también responsable del mantenimiento de la subcubierta de almacenamiento K. El equipo de minería que habían arrancado del mundo fortaleza de Reach estaba almacenado en la subcubierta K. Excavadoras, bandas transportadoras de tierra, proyectores portátiles de microenergía, células de combustible de plasma, todo dispuesto en ordenadas filas.

Le habían ordenado que reparara y reacondicionara todo el material, una tarea titánica que necesitaría seis meses y a toda la tribu de la cubierta K para llevarla a cabo. Era una responsabilidad aplastante… pero también una oportunidad fantástica.

Kwassass avanzó con un anadeo por los corredores de la subcubierta K, admirando sus cavernosas extensiones y la calidez del lugar. Incluso después de siete años al servicio del Covenant todavía no podía dejar de maravillarse ante la copiosa abundancia de calor de la que éste disfrutaba. Tras helarse de frío cada uno de los días de su infancia, contemplando como los miembros de su familia sucumbían uno a uno a la muerte azul, el calor era algo que jamás daba por sentado.

Divisó a un grupo de peones jugando a un juego con rocas, haciéndolas saltar unas por encima de otras sobre una cuadrícula dibujada en el suelo. Reían y apostaban por diminutos tanques de sustancias orgánicas compactadas y cristales de audio.

Kwassass se unió a ellos, perdió unos pocos cartuchos de formaldehído, ganó un archivo de la antigua BBC, y luego les deseó buena suerte y siguió adelante con su patrulla matutina. Aquel día sería mejor mantener las apariencias.

Deambuló en dirección al sector tres de almacenamiento, asegurándose de que nadie se diera cuenta.

Kwassass había oído hablar a un Sangheili de cápsulas de benceno de las que había que deshacerse en aquel sector. ¡El precioso oro pulmonar! Suspiró, reviviendo el placer de su última inhalación de la sagrada droga aromática.

No obstante, aminoró el paso; el sector tres de almacenamiento era un reino tenebroso en el que sólo se aventuraban los Huragoks[5], ya que estaba lleno de conductos de plasma activo.

Los Huragoks, seres con tentáculos y aspecto de vaina, jamás hablaban con los de su raza. En ocasiones reparaban cosas para ellos… pero con la misma frecuencia las desmontaban y las dejaban así. Kwassass había aprendido que era mejor evitarlos, ya que los Sangheilis valoraban sus servicios.

El unggoy se aventuró al interior de la poco iluminada sección de la nave.

Únicamente el resplandor de alguna que otra bobina de plasma proporcionaba una espectral luz azulada, y las sombras estaban repletas de los flotantes Huragoks, que se susurraban unos a otros en gorjeos ultrasónicos.

Aquella noche parecían moverse con una mayor determinación, flotando en grupos de tres al interior de la zona de almacenamiento.

Siguió a una de aquellas vainas y apareció en una sala redonda, iluminada por un intercambiador de calor en lo alto que goteaba refrigerante verde fluorescente. Una máquina se alzaba imponente en la estancia. Tenía cinco veces su rechoncha altura, y harían falta treinta unggoys para circunscribir su superficie curva.

Docenas de Huragoks se apelotonaban alrededor de la cosa, con los tentáculos sondeando suavemente su superficie con veneración.

El artefacto era de simple metal plateado, lo que era algo raro en las aleaciones del Covenant. Kwassass se sintió atraído por el reluciente material. Deseó tocarlo, llevárselo con él.

Había pictogramas alienígenas en el lateral y pasó la mano sobre ellos. Aunque a su tribu la habían entrenado para escuchar y transcribir transmisiones alienígenas como parte de sus deberes, tenían prohibido leer.

Había cuatro pictogramas. El primero eran tres líneas conectadas. El segundo era un punto hueco. El tercero un ángulo de dos líneas. El último icono era el mismo ángulo invertido con una línea horizontal que lo dividía por la mitad. …N… O… V… A.

Gran parte de los Huragoks estaban apiñados en el lado opuesto, y Kwassass se abrió paso con suavidad entre ellos para ver qué era tan interesante.

Había una caja negra sobre la cubierta.

Los Huragoks habían retirado inconscientemente un panel del cilindro: una maraña de alambres y cables partía desde una cavidad en el cilindro hasta aquella caja, en el interior de la cual había centelleantes luces rojas, azules y verdes y muchos botones.

Se arrodilló y tocó un botón.

De la caja surgió un sonido: una curiosa serie de sorbetones, chasquidos y profundos retumbos que hicieron reír tontamente a Kwassass. Una rara transición alienígena. Un tesoro, desde luego. A lo mejor podría intercambiar aquello por una rara DINASTIA que había oído estaba en la cubierta M.

El ruido cesó, así que tocó el botón y el ruido se repitió con gran regocijo por su parte.

Se esforzó por descifrar los sonidos. Como en todas las transmisiones humanas comprendía muchas de las palabras, pero muy poco de lo que realmente significaban. Aquella voz tenía un fuerte acento.

Volvió a escuchar, esforzándose por comprender…

—«… soy el vicealmirante Danforth Whitcomb, temporalmente al mando de la base militar del UNSC en Reach. Mensaje para los repugnantes bichos del Covenant que pudieran estar escuchando: os quedan unos pocos segundos para rezar a vuestros malditos dioses paganos…».

* * *

—Hemos sido traicionados por aquellos en los que más confiábamos —tronó el almirante imperial y mando regente de la Flota Combinada del Recto Propósito Xytan ‘Jar Wattinree, y agitó ambos puños mientras hablaba—. Hemos sido traicionados por nuestros Profetas.

El Sangheili tenía una altura de más de tres metros y medio y vestía armadura de plata con los glifos dorados de los Forerunners del Misterio Sagrado. En el centro de la sala de oración a bordo del supertransporte Sublime Trascendence, la imagen de Xytan era ampliada holográficamente, de modo que se alzaba con una altura de treinta metros ante ellos, y las duplicaciones de imagen permitían que su rostro estuviera presente simultáneamente en cuatro direcciones ante la multitud.

Xytan parecía un dios.

El comandante de la nave Voro permanecía en posición de firmes y observaba al legendario almirante. Jamás lo habían vencido en combate. Jamás había fracasado en ninguna tarea, por difícil que fuera. Jamás se equivocaba.

El único defecto del almirante imperial era haber sido tan venerado, algunos decían que incluso más que cualquier Profeta. Por aquel pecado lo habían exiliado a los mundos de la periferia del vasto imperio del Covenant.

Aquello ya había sucedido antes: el anterior comandante supremo de la Flota de la Justicia Particular jamás había regresado de la «misión gloriosa» a la que lo habían enviado los Profetas.

Xytan había convocado a todas las facciones de los Sangheilis a Exultación Gozosa. El almirante era, en opinión de Voro, la mejor posibilidad de sobrevivir que tenían.

Voro era uno de los treinta representantes de los comandantes de las naves elegidos de entre los doscientos navíos en órbita para escuchar aquellas palabras.

—Yo, como todos vosotros, creía en nuestros líderes y en el sagrado Covenant —prosiguió Xytan. Su voz resonaba en la cúpula de plata del estadio sobre sus cabezas—. ¿Cómo pudimos estar tan dispuestos a creer en un pacto de mentira?

Xytan hizo una pausa y dirigió la mirada hacia ellos. Los treinta comandantes y sus guardias parecían engullidos por el espacio vacío de la estancia, diseñada para una capacidad total de tres mil asistentes.

Nadie osó hablar.

—Han pedido la destrucción de todos los Sangheilis. Se han alineado con los bárbaros Jiralhanaes —dijo Xytan.

Inclinó la cabeza y las cuatro mandíbulas se abrieron flácidas por un momento, y en seguida miró a lo alto, con una nueva determinación ardiendo en sus ojos.

—El Gran Cisma ha caído sobre nosotros. El indestructible Mandamiento de Unión del Covenant ha sido partido en dos. Esto es el final de la Novena, y definitiva, Era.

Muestras de descontento resonaron en el interior de la sala de oración. Aquellas palabras eran el más flagrante de los sacrilegios. Sin embargo, en aquellos momentos podían ser la verdad.

Xytan alzó una mano y las protestas se acallaron.

—Ahora debéis decidir si os rendís al destino… o resistís y lucháis por perseverar. Yo, por mi parte, elijo luchar. —Alargó ambas manos a su público—. Os llamo a todos a uniros a mí. Dejad que las viejas costumbres se desvanezcan y combatid a mi lado. Juntos podemos forjar una unión nueva y mejor…, un nuevo pacto entre las estrellas.

Los comandantes de las naves Sangheilis rugieron su aprobación.

Fue una alocución inspirada, pero los Profetas también habían utilizado palabras para engañarlos. El comandante Tano había dejado que las palabras, y sus más peligrosos derivados, las creencias, nublaran su razón.

Las palabras solas no los ayudarían. Voro cruzó los brazos sobre el pecho.

Sorprendentemente, Xytan vio el gesto y se encaró a él mirándolo a los ojos.

—¿No estás de acuerdo, comandante?

Un silencio sepulcral cubrió el estadio. Voro sintió que todos los ojos estaban puestos en él.

—Habla, pues, héroe de la batalla por el Segundo Anillo de los Dioses y comandante de facto de la Segunda Flota de la Claridad Homogénea.

Xytan le indicó con una seña que se adelantara y le ofreció el púlpito central, un paso generoso y sin precedentes para alguien de una posición tan elevada.

Voro se quedó pasmado al escuchar tantos títulos honoríficos añadidos a su nombre. ¿Xytan sabía lo que había sucedido? Desde luego, su red de información era amplísima. Y ¿qué mejor modo de acallar preguntas que con cumplidos?

Sin embargo, Voro no había sobrevivido a la traición, la guerra y destrucción de una era para que lo hicieran callar ahora. Se obligó mentalmente a adelantarse. El impulso de suplicar ante Xytan era abrumador, pero resistió.

El comandante precisó de todas sus energías para cruzar aquella distancia con todos observándolo.

Subió al escenario central y su imagen apareció holográficamente ampliada, un titán alzándose por encima de la multitud.

—Estoy de acuerdo con lo que decís —declaró Voro—. Debemos destruir a los Jiralhanaes, sin lugar a dudas, y a todos los que se alíen con ellos. Pero la victoria puede no significar nada si la enfermedad existente en el anillo sagrado logra escapar. Hay que limpiar la galaxia de ella si queremos sobrevivir.

Un murmullo de asentimiento brotó entre sus compañeros.

Xytan asintió también, y luego efectuó un leve ademán con la mano, indicando a Voro que descendiera.

Este dedicó una ligera reverencia al almirante imperial y se retiró, consiguiendo regresar a su asiento sin traicionar el modo en que temblaba interiormente, sin revelar a los demás lo atónito que estaba por haber sobrevivido.

Xytan reapareció sobre el escenario.

—Tus palabras son sabias, comandante de la nave Voro. Motivo por el que he convocado a la jefatura alfa Jiralhanae a este mundo bajo un estandarte de tregua.

Los comandantes allí reunidos manifestaron su indignación.

—No me hago ilusiones de que no vengan con falsas ofertas de paz —siguió Xytan—. De modo que llevaremos a cabo nuestra propia emboscada aquí…, donde somos fuertes. Después de que hayamos asestado un golpe demoledor a las tribus alfa Jiralhanaes, seremos libres para erradicar la infección que amenaza con extenderse desde nuestro anillo más sagrado.

»En cuanto a cómo conseguir esto —prosiguió—, invito al maestre oráculo Parala ‘Ahrmonro a informar sobre una nueva oportunidad.

La imagen de Xytan se apagó con un parpadeo y un Sangheili anciano apareció en el centro del estadio. Parala había sido hacía mucho tiempo asesor del Profeta del Pesar. Encorvado por la edad, un intelecto feroz brillaba, no obstante, en su ojos lechosos.

—Nos ha llegado una información de lo más inquietante —dijo Parala con desagrado—. Los humanos han provocado estragos con sus demonios, destruyendo la primera estructura de anillo sagrado descubierta. Estuvieron también en el segundo anillo, y al parecer han descubierto otro mundo más diseñado por los Forerunners. No hay que subestimarlos.

Aunque aquello irritó a Voro. El había visto por sí mismo al Bloodied Spirit capturado por humanos, y de mala gana intentó aceptar las palabras del maestre oráculo como ciertas.

—Aquí tenemos —continuó Parala— una transmisión de Slipspace interceptada y traducida.

Voces humanas chirriaron a través del aire del estadio. Una traducción se superponía a las ofensivas palabras humanas y Voro oyó como se informaba de los incidentes acaecidos en la segunda reliquia Halo.

—«Infestación parasítica conocida como el Flood ha contaminado esta estructura…, intenta escapar…, inteligencia coordinante desconocida… Sugiero que el mando de la flota bombardee con una bomba Nova el Halo Delta».

Entonces aparecieron iconos alienígenas en el aire, que se descompusieron en las palabras correspondientes: «ENVÍEN EQUIPO DE ATAQUE DE ÉLITE A RECUPERAR ACTIVOS TECNOLÓGICOS EN ONYX. ENVIEN SPARTANS».

Una serie de coordenadas celestiales insertadas fluyó en tropel junto a aquellas palabras.

Un murmullo colectivo de indignación surgió de los comandantes de las naves.

Voro se esforzó por aislar la palabra humana para demonios de su censurable forma de hablar…: Spartans. Esta le calentaba la sangre hasta hacerla hervir.

La imagen de Xytan regresó al escenario.

—No se puede hacer caso omiso de esta herejía por motivos dogmáticos y, también, estratégicos. Iremos a ese mundo, Onyx, a proteger y obtener los artefactos sagrados. Ellos serán de un valor incalculable en las contiendas que nos aguardan.

—Tú —Xytan extendió su titánica mano holográfica en dirección a Voro—, comandante de la nave Voro ‘Mantakree, eres ahora el comandante de la flota Voro Nar ‘Mantakree. Conduce a tu recién reunido grupo de combate a ese mundo. Destruye a los demonios y niégales su trofeo cueste lo que cueste.

Voro hincó una rodilla en tierra.

—Se hará como decís —dijo—. Mi tarea es sagrada. Mi sangre pura. No fracasaré.

Secretamente, Voro se preguntó si aquellos honores no le habrían sido concedidos para apartarlo a él y a sus «sabias palabras» del coro de unánime aprobación que rodeaba a Xytan. Que así fuera. Llevaría a cabo su tarea y regresaría glorioso.

* * *

Kwassass apretó con fuerza el botón de la caja negra y escuchó la voz humana. Le faltaba poco para comprender lo que quería decir. Una amenaza. Para él. Para todo el Covenant. Una promesa de castigo.

El sonido se distorsionó, se ralentizó y se detuvo: la caja se había quedado sin energía.

Uno de los Huragoks que observaban profirió un grito ultrasónico que se abrió paso a través del cráneo de Kwassass. La criatura arremetió contra él, agitando violentamente los tentáculos para intentar hacerse con la caja. Finalmente consiguió arrancarla de las manos de Kwassass.

Otro Huragok cargó e intentó quitarle la caja a su compañero.

¿Comprendían lo que el humano decía? ¿Comprendían el peligro?

A su alrededor había más Huragoks de lo que pensaba. Las sombras de sus cuerpos flotantes ondulaban en el aire, cada uno con seis vidriosos ojos negros fijos en la caja que contenía la voz humana.

El Huragok devolvió precipitadamente la caja al gran cilindro, al panel del que la habían extraído. En el interior había cables multicolores que se correspondían con los de la caja.

El Huragok retorció los cables para unirlos unos con otros y chispas diminutas saltaron por los aires. Símbolos rojos parpadearon en el visualizador de la caja, y el aparato volvió a hablar.

Haciendo honor a su forma de ser, los huragoks tanto podían arreglar algo que estaba roto como desmontar cualquier cosa que funcionara perfectamente.

Una docena de Huragoks se apelotonaron aún más alrededor del aparato convertidos en una masa de tentáculos culebreantes y relucientes ojos ansiosos.

La voz de la caja volvió a hablar…, más fuerte y clara:

—«Esto es el prototipo bomba Nova, de nueve ojivas de fusión introducidas en un blindaje de triteride de litio. Al detonar comprime su material de fusión a la densidad de una estrella de neutrones, incrementando por cien el rendimiento termonuclear. Soy el vicealmirante Danforth Whitcomb, temporalmente al mando de la base militar del LTNSC en Reach. Esto es un mensaje para los repugnantes bichos del Covenant que pudieran estar escuchando: os quedan unos pocos segundos para rezar a vuestros malditos dioses paganos. Qué tengáis un buen día en el infierno».

Kwassass se abrió paso entre la multitud de Huragoks. Tenía que llegar hasta aquella cosa. Tirar de aquellos cables.

Hubo un fogonazo de una luz hermosísima, y la mayor cantidad de glorioso calor de la que jamás había…

Un grupo de combate de dieciocho destructores, dos cruceros y un transporte se reunió en órbita elevada sobre Exultación Gozosa y adoptó formación esférica alrededor de su buque insignia, el Incorruptible.

Un resplandor blanco azulado los envolvió a todos y el grupo desapareció en el Slipspace.

Un segundo más tarde, la estratagema del vicealmirante Whitcomb de introducir un prototipo de bomba Nova del UNSC entre los suministros del Covenant finalmente funcionó: una estrella se incendió entre Exultación Gozosa y su luna.

Todas las naves que no estaban situadas bajo la protección del lado oscuro del planeta entraron en ebullición y se volatilizaron en un instante.

La atmósfera del planeta fluctuó al mismo tiempo que espirales helicoidales de partículas luminiscentes encendían tanto el polo norte como el sur, provocando que cortinas de azul y verde ondularan sobre el globo. A medida que se extendía y embestía la termosfera, la onda de presión termonuclear calentó el aire volviéndolo de color naranja, lo comprimió hasta hacerlo tocar el suelo y abrasó una cuarta parte de aquel mundo.

La diminuta luna cercana, Malhiem, se resquebrajó y partió en un billón de fragmentos de roca y nubes de polvo.

La fuerza del exceso de presión decreció, y vientos de trescientos kilómetros por hora barrieron Exultación Gozosa, arrasando ciudades a la vez que arrojaban maremotos contra las costas.

El Cisma del Covenant —la destrucción de las razas que lo conformaron durante mil años, y el génesis de su fin— se había iniciado realmente.