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15.20 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / DESTRUCTOR CAPTURADO DEL COVENANT BLOODIED SPIRIT; EN EL ESPACIO SLIPSTREAM
El Bloodied Spirit estaba en llamas. El disparo recibido de la fragata del Covenant había impactado en una batería de plasma, y el fuego fluía por el costado en forma de penacho carmesí.
Las violentas llamaradas hacían imposibles las reparaciones, y Fred era incapaz de localizar los controles para sofocar el fuego sin desconectar la bobina de plasma principal, lo que los arrojaría fuera del Slipspace; así que dejó que se quemara.
Una aleación de color púrpura se fundía y rezumaba a través de los sectores de popa, consumiendo soporte vital y, a su paso, varios nodos sensores.
El Bloodied Spirit sólo duraría unos pocos minutos más, pero era, esperó, todo lo que necesitaban.
Will paseó las manos sobre la consola de navegación.
—Cambiando a espacio normal en tres segundos —dijo—. Dos, uno… ahora.
Parpadearon las estrellas en el visor central. Fred desplazó la imagen a lo largo de la nave, lo que reveló agujeros humeantes en el costado, conductos al descubierto que escupían plasma y, en algunos lugares, enormes cavidades de dos cubiertas de profundidad.
Un planeta apareció en rotación ante sus ojos.
El salto de Will había sido extrañamente preciso, y se encontraban solamente a un centenar de kilómetros del mundo conocido como Onyx, una joya azul y blanca sobre un fondo de oscuridad.
—Parece habitable —observó Fred.
—Lecturas de vapor de agua, oxígeno y nitrógeno —dijo Linda.
—¿Otras naves? —inquirió Fred—. Registra la zona.
La joven se inclinó sobre los sensores.
—No hay indicaciones de plasma. No hay siluetas en el radar —respondió—. No nos han seguido.
—De momento —añadió Will.
—Yo aprovecharía el golpe de suerte —dijo Fred—, y ya averiguaría luego por qué lo tuvimos.
De todos modos, Fred era incapaz de relajarse. Mandar al equipo Azul y la responsabilidad de «capitanear» aquella nave eran tareas que sólo le correspondían a él. Le habían proporcionado un adiestramiento rudimentario en astronavegación y tácticas de combate entre naves, pero no era suficiente. Era como intentar llevar a cabo cirugía cerebral con la única ayuda de un botiquín básico. Cuanto antes consiguiera llegar a tierra, donde podía pelear en sus propios términos, estarían todos mucho mejor.
No estaba seguro de qué hacían los miembros del Covenant peleando entre ellos y robando cabezas nucleares humanas…, pero fuera lo que fuese, esperó que los mantuviera ocupados. El comandante alienígena que los había visto no permitiría que una nave del Covenant tripulada por humanos desapareciera de su radar durante demasiado tiempo.
—Señales desde tierra —indicó Linda, y unas líneas fluctuaron en una ventana que flotaba frente a su consola—. Frecuencia E del UNSC.
—Pásalo a audio —dijo Fred.
Se oyó un siseo, un chasquido, y luego todo quedó en silencio. El siseo se repitió y de nuevo volvió a apagarse.
—Es una señal en bucle —explicó Linda—. Aguardad, voy a reducir su velocidad en un factor de trescientos.
Una serie de pitidos se diferenciaron del ruido general.
—Reduce aún más la velocidad —le indicó Will.
Sonaron tres pitidos más largos, luego tres más cortos, y tres más largos. Al cabo de un momento se repitió.
—No es «SOS» —declaró Linda—. Es «OSO».
—¿Origen de la señal? —preguntó Fred.
Linda regresó a la consola.
—Múltiples puntos de origen —respondió—. Se mueve cíclicamente al azar. Alguien no quiere que lo triangulen.
—Si SOS es una llamada de socorro —apuntó Will—, entonces, ¿qué se supone que es OSO? ¿Una advertencia? ¿Por qué enviaría la doctora Halsey una llamada de socorro y luego nos advertiría que nos alejásemos?
—El mensaje se repite cada doce segundos —repuso Linda—. Veintisiete unidades OSO, una pausa de dos segundos, y luego otras ciento dieciocho unidades.
—¿Veintisiete por uno uno ocho? —reflexionó Fred—. ¿Latitud y longitud?
—¿Qué dirección? —inquirió Will—. ¿Norte o sur? ¿Este u oeste? ¿Alguna concordancia de esas permutaciones con las fuentes aleatorias de la señal? —Había ido a colocarse más cerca del puesto de Linda.
—Ahí —dijo ella—. Veintisiete grados norte, ciento dieciocho este.
—Poned rumbo a esas coordenadas —les indicó Fred—. Dadnos un bonito y tranquilo impulso de salida de órbita. Tenemos que…
—Aguarda —dijo Linda—. Captando contactos. Espera…, recalibrando. —Su mano se movió veloz sobre la superficie de los controles—. Múltiples siluetas en órbita alta. El sistema las pasó por alto; no está preparado para detectar algo tan pequeño. Los objetos tienen tres metros de largo. En el visor central.
Fred fue hacia la pantalla holográfica.
Flotando ante él había una sencilla estructura: tres botalones cilíndricos estaban colocados paralelamente entre sí. Vistos con la punta de frente formaban un triángulo equilátero, en cuyo centro se encontraba una esfera de unos veinticinco centímetros de diámetro. Los botalones eran de metal pulido de un tono plateado mate. La resolución era lo bastante buena como para ver un dibujo en espiral grabado en la aleación. La esfera brillaba con un rojo apagado, como si se calentara desde el interior. Nada conectaba la esfera con los mástiles que la acompañaban. Tampoco había relucientes campos de energía.
—¿Una bomba? —preguntó Fred—. ¿La nueva tecnología de la doctora Halsey?
—No se detectan lecturas radiológicas —replicó Linda.
—¿Satélites? —sugirió Will.
—Estoy captando dos mil cuatrocientos veintitrés de esos objetos en órbita —dijo Linda—. Eso es una exageración para una red de comunicaciones. Esperad. Abandonan la órbita.
Con un veloz movimiento de la mano alteró la perspectiva en el visor central y Onyx flotó en el centro de la imagen. El Bloodied Spirit era una raya púrpura en medio de las estrellas.
—Conectada ampliación de imagen —anunció.
Una nebulosa de puntos rojos irrumpió en el espacio negro y poco a poco flotó hacia ellos.
—¡Escudos! —gritó Fred a Will.
—Respondiendo. Potencia máxima confirmada. —Will volvió a comprobar los controles alienígenas—. No hay error —dijo—. Esta vez están levantados.
—Si ésas no son armas nucleares —les dijo Fred—, no hay modo de que algo tan pequeño pueda penetrar los escudos del Covenant.
Fred vigiló el visor holográfico mientras el adversario se aproximaba. Era igual que contemplar una marea que sube, y recordó una de las lecciones de la infancia en Deja: medusas pululando en los límites de la marea en una playa australiana. Un aguijonazo de los diminutos invertebrados provocaba necrosis en los tejidos y parálisis. Un centenar era letal sin remedio.
—Haznos retroceder, Will —ordenó.
—Algo sucede —dijo Linda.
La imagen del visor se concentró y acercó rápidamente un grupo de aquellas naves. Siete de ellas se colocaron en fila.
La imagen retrocedió y mostró otras formaciones idénticas. Siete de aquellas líneas se distribuyeron en forma de triángulo alargado, y las esferas situadas en el interior del dibujo formado por las cuarenta y nueve naves se pusieron al rojo vivo.
—¡Todo a babor! —exclamó Fred—. Potencia de emergencia a los escudos.
La cubierta se ladeó.
—Moviéndonos todo a babor —gritó Will.
Un estallido de luz dorada inundó la imagen del visor.
El armazón del Bloodied Spirit resonó como si lo hubieran golpeado con un martillo. La gravedad artificial falló y Fred se sujetó a la barandilla.
—Impacto en el lado de estribor —dijo Will—. Escudos destruidos.
Fred movió la mano sobre su consola y el Bloodied Spirit apareció en el visor. Un cráter enorme en el blindaje azul del casco humeaba al rojo blanco. Sistemas electrónicos de cristales crepitaban y varias baterías de plasma escupían fuego. Mientras la nave giraba, Fred advirtió que el agujero recorría cinco cubiertas y se había abierto paso limpiamente hasta el lado de babor.
—Presión de plasma principal, cero —informó Will—. Paso a células de combustible. Los condensadores de Slipspace mantienen la carga. Tenemos potencia suficiente para saltar.
Linda miró a Will y luego a Fred y asintió.
Fred contempló como más drones alienígenas cristalizaban en entramados triangulares. Individualmente no podían competir siquiera con una solitaria nave del Covenant, pero combinados, acumulaban fuerza suficiente para pulverizar el Bloodied Spirit.
—No nos vamos —masculló Fred—. Vamos a acercarnos más. Will, consígueme una solución de salto en las coordenadas veintisiete grados latitud norte, ciento dieciocho longitud este, elevación quince mil metros.
—En seguida —respondió él, y se quedó mirando los cálculos del Covenant a medida que discurrían por encima de su consola.
—Linda, ¡maniobras de evasión! —ordenó Fred.
La mano de la joven se fundió con los controles holográficos y el Bloodied Spirit cabeceó al frente, acelerando, lo que provocó que el casco repiqueteara debido a la tensión.
Las diminutas naves alienígenas siguieron fácilmente la trayectoria de sus movimientos, rodeándolos.
Las naves del Covenant podían efectuar saltos de Slipspace de precisión milimétrica. Pero ¿podría el debilitado casco del Bloodied Spirit sobrevivir a un cambio de presión instantáneo de cero a más de un kilogramo por centímetro cuadrado? Y eso era sólo teniendo en cuenta la atmósfera. Su velocidad en el aire ejercería una fuerza tremenda en los bordes delanteros de la nave.
—Rumbo trazado —anunció Will—. No es más que una aproximación de segundo orden, pero el sistema de salto acepta los cálculos. Tendré términos de orden superior en un minuto.
—Asegura eso —ordenó Fred—. Linda, dame toda la potencia en los motores. Atrapa las coordenadas de salto de Will a través del sistema de navegación y danos una cuenta atrás de treinta segundos.
—Hecho —repuso ella.
—Pongámonos en marcha, equipo Azul —les dijo Fred—. Vamos a abandonar la nave.
* * *
Era un día perfecto en la península envuelta por la jungla, con el cielo de un cristalino color cobalto moteado de altocúmulos en forma de bolas de algodón. Súbitamente, el zumbido de los insectos y el graznido de las aves cesaron y un centenar de guacamayos de alas rojas alzó el vuelo al mismo tiempo que el mundo estallaba sobre sus cabezas.
Una nube de quince kilómetros de largo de vapor de agua condensado desfiguró el aire, y de ella surgió una bola de fuego que pintó de rojo cada una de las nubes; el Bloodied Spirit descendía como una bala.
Estampidos sónicos recorrieron la proa del destructor. Placas hexagonales de blindaje aletearon y se desprendieron, dejando al descubierto un armazón pelado. Descargas de estática se alzaron desde la nave a las nubes y regresaron de nuevo a la nave.
En el interior del Bloodied Spirit el fuego rugía de proa a popa y todas las cubiertas refulgían al rojo vivo, dejando una estela de llamas y negro humo aceitoso.
La nave se bamboleó y el morro empezó a estremecerse hasta que toda la longitud del navío perdió su equilibrio.
La que había sido una nave mortífera del Covenant no era ahora más que una masa balística, un meteoro, con una única trayectoria posible: una parábola, en intersección con la superficie del planeta.
Una docena de drones perforó las nubes y dejó arremolinados vórtices, y a continuación apareció otro centenar más siguiendo a los primeros.
Al descender el destructor a un centenar de metros del suelo, el calor incendió el dosel de la jungla, dejando una senda abrasada tras él. Restos del navío que se desintegraba cayeron sobre los árboles convirtiéndolos en astillas.
Los drones se acercaron más y dispararon.
Mientras el Bloodied Spirit giraba sobre sí mismo y el muelle del trasbordador quedaba en posición invertida, lo que parecía ser otro pedazo de la nave cayó rodando como una peonza hasta hundirse bajo el dosel de hojas…, y entonces los motores de la nave de desembarco llamearon y ésta se enderezó.
* * *
El propio impulso de la diminuta nave hizo que ésta se abriera paso violentamente entre tres banianos antes de tocar tierra y detenerse con un chirrido.
Tres figuras abandonaron con cuidado el navío en forma de diapasón y se fundieron rápidamente en la jungla que las rodeaba.
Fred contempló como piezas del Bloodied Spirit caían a tierra. El suelo a sus pies se estremeció con los impactos.
Los drones aceleraron en pos del destructor; tantos que oscurecían el cielo.
Un relámpago se abrió paso por la jungla, proyectando largas y profundas sombras. Una onda expansiva lanzó rocas, astillas y vegetación humeante por encima de su cabeza a toda velocidad, incendiando hojas y troncos y aplastando maleza y árboles.
El Bloodied Spirit había aterrizado.
A un kilómetro al norte, una pared de fuego alimentado por plasma salió disparada hacia el cielo y las nubes sobre sus cabezas se abrieron.
Fred envió a sus compañeros de equipo un centelleo de su luz verde de situación.
La luz de Linda brilló verde, pero la de Will permaneció apagada un instante, y luego parpadeó ámbar.
Hubo un revoloteo en el detector de movimiento de Fred, a las dos, y luego nada. ¿Otro fallo?
La luz de Linda pasó también a ámbar.
No. Problemas auténticos.
Fred apuntó hacia abajo su rifle de asalto y cubrió la zona. Linda no tardaría en estar en posición de francotirador, y W’ill haría salir lo que hubiera allí a campo abierto.
¿Tan de prisa los habían descubierto aquellos drones? ¿O acaso el Covenant había conseguido rastrearlos hasta allí, después de todo?
En su visualizador frontal de datos, el sistema seguro de transmisiones monocanal se activó. El altavoz del casco siseó con estática, y luego oyó una voz tan familiar como la suya propia.
—Os he visto —musitó Kelly.