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13.50 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA SOLAR, PLANETA TIERRA / OCÉANO CARIBEÑO, CERCA DE LA COSTA CUBANA
El equipo Azul —los Spartans-104, 058 y 043— estaban sentados en «la bandeja de sangre» del Pelican mientras éste rugía por encima del océano, pasando apenas a unos pocos metros por encima del agua. La escotilla de popa estaba encallada en posición abierta debido a un proyectil de plasma que había fundido el sistema hidráulico. Fred contempló como los reactores agitaban el agua tras ellos, contento de hallarse encima del agua en lugar de debajo de ella.
Durante las dos últimas semanas, el equipo Azul había estado desplegado en numerosas operaciones de gravedad cero para repeler las naves del Covenant en órbita sobre la Tierra. Los habían enviado al monte Erebus, en la Antártida, donde habían neutralizado una excavación del Covenant con un arma nuclear táctica HAVOK. Tras ello, les habían asignado un nuevo destino frente a las costas de la península del Yucatán para que nadaran un rato. Las fuerzas del Covenant habían estado explorando el lecho marino en busca de algo. Qué exactamente —una reliquia sagrada, una muestra geológica— nadie lo sabía, y no importaba. Lo que importaba era que cuando obtenía lo que quería, el Covenant tenía por costumbre, desde siempre, vitrificar el planeta para eliminar cualquier «infestación» humana.
El equipo Azul había detenido ambas operaciones.
Fred inspeccionó el océano y se preguntó durante cuánto tiempo podrían mantener a raya al Covenant en el espacio. Su mirada descendió al suelo metálico del Pelican. Este había hecho honor a su apodo, «bandeja de sangre»…, y aparecía manchado con oscuras salpicaduras rojas de sangre coagulada. Muy buenos soldados habían muerto aquel día.
En su visualizador frontal de datos, el mapa táctico mostró el perfil de Cuba al frente. Soltó aire y despejó su mente. Estaban cerca de su tercer objetivo: el elevador orbital del Centenario.
Había habido informes esporádicos indicando que el Covenant había invadido el complejo… antes de que se perdiera todo contacto con el control del elevador.
Fred se puso en pie y se desperezó. Linda y Will también se levantaron, percibiendo que su breve período de inactividad había concluido.
Linda abrió una de las cajas de madera que habían obtenido de la Base Segundo Terra cerca de Ciudad de México. En su interior había un nuevo rifle SRS99C de precisión. Lo desarmó, limpió cada parte, aplicó lubricante de grafito, y volvió a montar el arma con precisión mecánica. Luego examinó la mira Oráculo variante-N que acompañaba al rifle, y efectuó microajustes con un magnífico juego de destornilladores.
William hundió la mano en la caja de munición y llenó cargadores, seleccionándolos por clases, de fragmentación y antiblindaje.
Fred abrió una «huevera» y repartió granadas de fragmentación y aturdidoras en tres bolsas.
Encontró una placa de datos de la ONI y la conectó. Contenía nuevas matrices de traducción del idioma del Covenant al inglés y el último software de intrusión y contraintrusión de la ONI. Actualizaciones cortesía de Cortana. La arrojó al interior de su bolsa.
En la cabina del piloto, la sargento Laura Pitilbs Tanner manejaba la nave, mientras su jefe de tripulación, el cabo Jim Higgins, manoseaba nerviosamente el transmisor intentando acceder a los informes sobre los combates en el espacio y en tierra. Tanner hizo estallar un globo negro y siguió mascando el chicle de tabaco de contrabando tan popular entre los aviadores suboficiales.
—Así pues —dijo Tanner a Higgins—, Amber Ciad va tras el maldito acorazado del Covenant mientras éste efectúa un salto del Slipspace al interior de la atmósfera! Arrasaron Nueva Mombasa. No sé qué buscaban esas monstruosidades de barbilla partida, pero desde luego no se quedaron por los alrededores después de encontrarlo…, eso es todo lo que oí. Estamos perdiendo el contacto con los canales del mando central. Eso no puede ser bueno.
Fred miró a Linda y a Will.
Linda efectuó un breve movimiento lateral con la mano, el gesto que indicaba «mantén la calma».
No podían preocuparse por un panorama estratégico más amplio. Debían concentrarse en la parte que les tocaba realizar. Proteger el elevador orbital y ganar aquella guerra batalla a batalla.
Fred avistó la costa cubana al frente: oleaje y playas blancas.
El Pelican chirrió por encima de la maraña de la jungla. Cincuenta kilómetros más allá una línea se extendía desde el suelo hasta las nubes: el elevador orbital del Centenario del UNSC, o como lo llamaban los lugareños: el «tallo negro del maíz».
Tenía doscientos años. Estaba anticuado pero era uno de los pocos elevadores orbitales supervivientes capaz de elevar cosas pesadas en la Tierra. En las últimas dos semanas se habían transportado a Cuba artefactos nucleares originalmente programados para su conversión a propósitos pacíficos; pero acciones recientes habían consumido el arsenal nuclear del UNSC, y aquellas bombas más antiguas, de bajo rendimiento, eran todo lo que les quedaba.
—Así pues —prosiguió la sargento Tanner— la flota del Covenant realmente empieza a abrirse paso a través de las defensas orbitales. Las cosas se están poniendo feas ahí arriba. Escaramuzas de importancia con las flotas Segunda, Séptima y Decimosexta.
—Mientras el plasma no empiece a caer aquí… —replicó Higgins.
Tanner dejó de masticar su chicle.
—Múltiples siluetas al frente. Banshees. ¡Vaya…! —Alargó el cuello para mirar a lo alto.
Fred se trasladó a la cabina y siguió la dirección de su mirada. Más arriba del elevador orbital, más allá de una tenue capa de nubes, un par de puntos —cada uno de una longitud de un kilómetro— se mantenían en órbita.
—¿Qué diablos están haciendo ellos ahí arriba? —murmuró Tanner.
El apoyo orbital del Covenant complicaba aquella misión. Era posible que las fuerzas de tierra dispusieran de apoyo aéreo, unidades blindadas o artillería.
Pero el Covenant no necesitaba el «tallo» para transportar una fuerza invasora. Sólo tenían que hacer aterrizar las naves o usar haces gravitacionales. ¿Por qué estaban allí? El equipo Azul tendría que acercarse más antes de poder descubrir sus motivos.
Fred estudió las imágenes del radar.
—Existe un agujero en la pauta de patrulla de los Banshees. —Golpeó con el dedo el extremo más alejado de la pantalla—. Bájanos ahí. Iremos a pie.
—Tú lo has pedido —dijo ella con ciertas reservas.
Presionó el acelerador y el vehículo aumentó la velocidad, descendiendo tanto que ahora decapitaba las palmeras.
—Preparaos para un salto peligroso, Spartans. —Hizo girar en redondo la nave y descendió al interior de la jungla—. Llamad si necesitáis que os lleven, equipo Azul. Buena caza.
Fred, Linda y Will agarraron su equipo y saltaron por la parte posterior, un salto de seis metros hasta el suelo de arena.
El Pelican se alejó en medio de un gran estruendo.
Fred señaló al nordeste y avanzaron en silencio por la maleza tropical, y penetraron en la sombra que proyectaba el tallo negro del maíz.
A medio kilómetro del complejo del elevador se había despejado la jungla y reemplazado por hormigón, asfalto y almacenes. Grúas enormes para contenedores de mercancías ocupaban el lugar de los cocoteros.
Fred oyó las retumbantes pisadas sordas de una plataforma de ataque Scarab del Covenant y distinguió al torpe gigante cuando éste chocaba contra un almacén, desgarrando paredes de acero como si fueran papel de seda.
—Problemas —murmuró a través del transmisor del equipo.
—Una oportunidad —replicó Will.
Linda se guardó los comentarios para sí y envolvió metódicamente el cañón de su nuevo rifle de precisión con trapos marrones y verdes. Se tumbó en la maleza, conectó la mira Oráculo, y apuntó con ella.
—Personal del UNSC abatido —informó—. Señales térmicas frías. Todos muertos. Distingo seis…, no, una docena de criaturas del Covenant que se mueven en grupos de cuatro… transportando cápsulas de carga. No son Elites. Son Brutes.
Fred hizo una pausa, recordando a las criaturas con aspecto de gorila de la operación llevada a cabo en el Unyielding Hierophant. Un único Brute había luchado contra John, que llevaba puesta su armadura MJOLNIR…, y estado a punto de vencer. No era tan malo como enfrentarse a los Hunters del Covenant, pero los Hunters sólo iban de dos en dos.
—¿Adonde van? —preguntó Fred.
La joven desvió el punto de mira.
—Al elevador. Tienen una vagoneta medio llena.
—Cambia a detector de neutrones —sugirió Fred.
Linda giró el selector de la mira Oráculo.
—Las cápsulas de carga desprenden calor —confirmó.
—¿Armamento nuclear? —inquirió Fred—. El Covenant no usa armas nucleares. Tienen un edicto respecto a usar armamento «hereje».
Tenía razón. Fred había visto a Elites, con los cargadores de las armas agotados, que preferían morir antes que tocar rifles de asalto del UNSC totalmente cargados caídos a sus pies.
Pero los Brutes no eran Elites.
—Calculo unos diez minutos antes de que esa vagoneta esté cargada al completo —dijo Linda.
Fred tenía que pensar con rapidez, o, de no ser eso posible, simplemente actuar. No. Resistió aquel impulso. Era mejor saber de qué iba aquello, al menos de un modo táctico, antes de lanzar a su equipo al ataque.
—Podríamos acabar con una docena de Brutes —indicó Will—. Linda podría abatirlos con el rifle. Podríamos acercarnos y enfrentarnos a ellos de uno en uno.
—Demasiado lento —dijo Fred—. Y pedirían que les enviaran refuerzos. La vagoneta ascendente estaría subiendo por el tallo antes de que consiguiéramos llegar a ella.
Linda movió el punto de mira de un lado a otro.
—Veo una zona de aparcamiento. Warthogs, camiones, APC… un camión cisterna de gasolina.
Fred y Will intercambiaron una mirada.
—Es un viejo truco —murmuró Fred—, pero me gusta. Linda, haz un agujero. Will, tú encárgate de que ese camión cisterna y el Scarab se conozcan. Yo me haré con la vagoneta de ascensión. Los dos reuníos conmigo después de la explosión. —Inspiró con fuerza, recordando lo resistentes que eran aquellos monstruos—. Utilizan lanzagranadas automáticos —les dijo—, y son demasiado fuertes y resistentes para enfrentarse a ellos cuerpo a cuerpo. Intentad el disparo a la cabeza… a distancia.
—Comprendido —dijo Will.
La luz verde de situación de Linda parpadeó como respuesta. La muchacha empezaba a sumirse en su estado de francotiradora glacial mediante la técnica zen de no-pensamiento.
Fred hizo una seña a Will con la cabeza y ambos echaron a correr en direcciones opuestas a lo largo del borde de la maleza. Fred se detuvo cuando estuvo a un kilómetro de la posición de Linda, y a continuación envió una señal verde de situación.
Al cabo de un momento, la luz de situación de Will también destelló.
Fred volvió a comprobar su rifle de asalto, sus cargadores extras, y luego se puso en tensión preparándose para correr.
Una patrulla de tres Brutes pasó junto al borde del complejo. Eran listos y se mantenían en las sombras, echando ojeadas a un lado y a otro sin dejar de olfatear.
Sonaron tres chasquidos lejanos —tres salpicaduras de sangre— y tres Brutes, cada uno sin su ojo derecho y sin una buena parte de su horrendo rostro, se desplomaron.
No llegó ninguna luz de advertencia de Linda, lo que indicaba que no tenía blancos adicionales a la vista. La joven no tardaría en situarse en una posición más elevada para obtener una mejor visión.
Aquélla era la oportunidad de Fred.
Echó a correr a toda velocidad en dirección a la base, y se acurrucó tras la esquina de un almacén…, chocando casi con un Brute que corría hacia su posición.
La criatura se alzó imponente ante él, cubierta con gruesos músculos y un pellejo azul apagado que recordaba la piel de un rinoceronte.
Fred disparó sin pensar, toda una ráfaga automática, justo en el centro de aquella masa.
El Brute se abalanzó sobre él sin inmutarse.
Fred se anticipó a la carga de la bestia golpeándole el grueso cuello con la culata del arma. Le dio de lleno.
El Brute retrocedió tambaleante y rugió. Fred descargó las balas que quedaban en su cargador en el interior de la boca abierta de la criatura.
El alienígena escupió una bocanada de dientes rotos y humeantes, dio dos pasos en dirección a Fred…, y cayó al suelo.
El Spartan recargó de un modo inconsciente su MA5B y ralentizó su respiración.
Su rastreador de movimiento debería haber detectado al enemigo. A lo mejor su reciente inmersión en agua salada y la costra de hielo resultante habían provocado un problema en el sistema del MJOLNIR.
Fred reinició su rastreador; éste parpadeó y luego mostró cinco contactos enemigos moviéndose rápidamente hacia él.
Aquello podía complicarse mucho.
Escuchó el estruendo de un motor diesel, se dio la vuelta y vio la masa borrosa de un camión cisterna de dieciocho ruedas que se abría paso estrepitosamente a través de la puerta y la caseta del guarda.
Will estaba a punto de poner las cosas al rojo vivo.
Corrió, bien pegado a las paredes del almacén. Dobló la siguiente esquina y contempló como una bola de fuego envolvía el Scarab de cincuenta y cinco metros de altura…, el camión cisterna aplastado bajo uno de sus «pies».
El Scarab se incendió, se abrió una brecha en el reactor del cuadro de mandos y éste empezó escupir plasma blanco azulado al exterior, haciendo arder el asfalto y derritiendo edificios recubiertos de acero.
La luz de situación de Will parpadeó en color verde, y Fred marchó en dirección al elevador orbital situado justo al frente.
Estaba acomodado en el centro del soporte de la torre, con cables de nanoalambre tendidos hasta unos puntos de anclaje situados a distancias que iban desde un centenar de metros a kilómetros, con hileras de vagonetas cerradas aguardando en fila.
Generalmente, las vagonetas las cargaban mediante grúas y raíles con cápsulas de carga de fibra de vidrio. Sin embargo, aquel día tres Brutes trasladaban cajones al interior de la vagoneta sosteniéndolos con sus propios brazos, los sujetaban con cuerdas y los protegían con cuñas de styrofoam.
Fred negó con la cabeza; como si aquellas armas nucleares fueran a estallar si se las zarandeaba. Se podía hacer explotar una bomba allí dentro y sus contenedores blindados apenas si mostrarían un arañazo. Sin los códigos de detonación, aquellas bombas nucleares más antiguas eran tan peligrosas como un pisapapeles.
Los Brutes entraron en la vagoneta y empezaron a tirar con fuerza de las amplias puertas para cerrarlas.
Fred envió un centelleo verde a Will y Linda. No podía esperar, tenía que detener a aquellas criaturas ahora, antes de que ascendieran por el tallo y quedaran fuera de su alcance.
Se colgó el rifle de asalto al hombro y empuñó el lanzagranadas capturado. Disparó dos proyectiles que penetraron en el elevador describiendo un arco.
El Spartan salió disparado hacia la vagoneta cuyas puertas ya se cerraban.
Las detonaciones relampaguearon en el interior.
Fred saltó y se retorció lateralmente, consiguiendo deslizarse a través del pequeñísimo espacio que quedaba entre las puertas.
Aterrizó en el suelo, se incorporó con una voltereta, y vio las expresiones boquiabiertas de los tres aturdidos Brutes. Alzó el rifle y le disparó a uno en la cara.
Se volvió justo cuando el otro pestañeaba y cargaba contra él, y le metió una bala a quemarropa entre los ojos.
El Brute lo derribó, y sus puños descendieron en forma de dos martillazos que aturdieron al Spartan y dejaron sus escudos a un cuarto de su carga.
La sangre corría por el rostro enfurecido de la criatura…, y finalmente ésta acusó el efecto de los proyectiles que habían traspasado su grueso cráneo. Se desplomó sobre Fred, sin vida.
El último Brute apartó el cadáver y apuntó al visor facial de Fred con un lanzagranadas.
El Spartan había perdido el rifle. Intentó sacudirse de encima la desorientación provocada por los dos violentos golpes, pero era como si tuviera la cabeza repleta de bioespuma.
El Brute pareció sonreír, burlón.
Sonaron dos suaves resoplidos.
El Brute se quedó rígido y a continuación se desplomó sobre la cubierta, con un par de agujeros chorreando sangre desde la base de la cabeza.
Unas sombras cruzaron la reducida abertura entre las puertas.
Will y Linda se deslizaron al interior. Will fue directo al panel de control manual. El rifle de precisión de Linda aún humeaba.
—Se acerca compañía a toda prisa —anunció la joven, y luego le metió un nuevo balazo a cada Brute—. Espero que esta vagoneta aún pueda moverse.
Fred se recuperó por fin.
El interior de la vagoneta era un desastre. Las granadas habían reventado todas las cajas y provocado roturas en las paredes. Una docena de ojivas cónicas yacían desperdigadas, pero intactas, en la cubierta.
Fred se apostó junto a la puerta y miró al exterior.
Tres tanques Wraith se abrían paso por el complejo, aplastándolo todo mientras iban hacia ellos. En el cielo, una escuadra de Banshees describía círculos.
—Toma… —Fred introdujo la mano en su bolsa y entregó a Will la placa de datos de la ONI.
Will puso en marcha el software de intrusión y penetró en el software del control del elevador.
—Un momento —dijo—. Aceleración máxima.
Los motores dé ascensión se pusieron en marcha y unos chillidos de alta frecuencia zarandearon la vagoneta.
—Ah…, el embrague —observó Will, y oprimió un botón.
Se produjo una violenta sacudida de aceleración ascendente y Fred, Linda y Will cayeron a cuatro patas mientras la vagoneta gemía y tintineaba.
Fred rodó sobre sí mismo y miró por las puertas abiertas. El suelo se perdió a lo lejos; los tanques Wraith parecían juguetes.
¿Dispararían contra el tallo? ¿O reunirían fuerzas y los seguirían en otra vagoneta?
—Will… —dijo.
—Estoy en ello. —W’ill regresó al panel de control manual—. Conectando por interfaz con el control del tallo. Deteniendo secuencia de carriles. Eso debería retrasarlos.
Linda fue a colocarse al lado de Fred junto a las puertas abiertas. Depositó una diminuta antena parabólica en el suelo y ésta se abrió como el capullo de una rosa.
—Voy a conectar con la red del UNSC mediante un protocolo de intercambio —informó.
—Avisa al mando central —le indicó Fred—. Diles que necesitamos una extracción de órbita sumamente baja. Nos hará falta una nave veloz en la que introducirnos antes de que esas naves del Covenant de ahí arriba puedan…
—Aguarda —dijo Linda—. El mando de la flota se está poniendo en contacto con nosotros. —Se volvió en dirección a Fred—. Es lord Hood en la estación Cairo.
La voz inquebrantablemente segura de sí misma de lord Hood les llegó a través del transmisor.
—Pónganme al tanto de la situación, equipo Azul.
—Señor —respondió Fred—, las fuerzas del Covenant en el elevador orbital buscaban las armas nucleares en depósito que se estaban transfiriendo a la flota. Hemos recuperado doce ojivas FENRIS. Nos hallamos en ruta a órbita baja en el tallo. Hay toda una compañía de Brutes en tierra con tanques Wraiths y refuerzos Banshees.
Estiró el cuello para mirar a lo alto.
A lo largo del arco de la Tierra, destellos y líneas de fuego lejanos trazaban dibujos de destrucción. Largos rastros humeantes caían en picado al suelo, finalizando en florescencias térmicas de naves alcanzadas y bombardeos de plasma. Los cascos destrozados de las naves del UNSC convertían la termosfera en un camposanto. También había naves del Covenant en órbita…, muchas más de las que Fred recordaba… Docenas.
Activó la ampliación de imagen directamente sobre su cabeza.
—Hay dos destructores del Covenant en la terminal del elevador, cerca de la estación Descanso Irregular.
—Enviaré una patrullera para una extracción de órbita sumamente baja —confirmó lord Hood—. Prepare a su equipo. —Hubo una vacilación inusitada, y luego prosiguió en voz más baja—: Ha surgido algo más: un mensaje de la doctora Catherine Halsey, y una nueva misión.
Fred, Linda y Will intercambiaron miradas.
—El mensaje de la doctora Halsey —continuó lord Hood— nos llegó pegado a una señal de un transporte enviada por Cor-tana a través del Slipspace. Posteriormente, la estación de escucha del Slipstream Demócrito, en Plutón, detectó el mensaje. Se entenderá mejor si escuchan y leen el material. Pase a esquema de codificación treinta y siete.
Fred abrió sus códigos de cifrado. Treinta y siete correspondía a la contraseña CORDEROCONPIELDELOBO. Introdujo el código.
—Listo para recibir, señor —indicó.
Se oyó el mensaje de Cortana.
El equipo escuchó su llamada de socorro automatizada sobre la nueva amenaza Halo y el Flood. John había estado con ella. No había detalles específicos aparte de la mención a su presencia en la nave del Covenant. Lord Hood tenía que enviarlos a ellos como refuerzo.
Pero entonces apareció el mensaje de texto de la doctora Halsey, explicando el descubrimiento de las nuevas tecnologías de los Forerunners y la posibilidad de hacerse con ellas y usarlas para neutralizar tanto la amenaza del Covenant como el del Flood.
Fred releyó el mensaje; no hacía ninguna mención a Kelly. Sus ojos se detuvieron un buen rato sobre la última línea: «ENVIE SPARTANS».
Comprendió entonces por qué la doctora Halsey los había abandonado, aunque no su irresponsable desprecio de los protocolos de misión. La doctora había seguido algunas pistas halladas en las ruinas de Reach, o tal vez en el interior del cristal azul alienígena. Era una empresa de alto riesgo que por suerte había merecido la pena. Si había descubierto un escondite de tecnología, aquello podía cambiar el curso de aquella guerra.
Fred alzó las manos, con las palmas hacia arriba, y dedicó un leve encogimiento de hombros a sus compañeros, solicitando sus opiniones.
Linda asintió. Will levantó los pulgares.
—Comprendemos, señor —respondió Fred—, y estamos listos para el nuevo destino. Este sistema Onyx, no obstante… —volvió a consultar las coordinadas estelares insertadas en el mensaje—, está a semanas de distancia con la corbeta más veloz del UNSC.
—Sencillamente tendremos que hacer todo lo que podamos —respondió lord Hood—. El Pony Express está preparado y aguarda a su equipo. Efectuarán el salto en cuanto estén ustedes a bordo. Enviaré refuerzos si puedo prescindir de ellos.
Fred se inclinó fuera de las puertas del elevador. En el exterior, el cielo azul se había vuelto negro y las estrellas inmóviles los rodeaban ahora. Entrecerró los ojos. En órbita media se distinguían elegantes destructores del Covenant… mucho más veloces que cualquier nave humana.
—Señor —dijo—, creo que he encontrado un modo mejor de llegar allí. Pero necesitaré los códigos de detonación de estas ojivas FENRIS.