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11.25 HORA5, 3 NOVIEMBRE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA DORADUS, PLANETA ONYX / ÁREA RESTRINGIDA CONOCIDA COMO Z0NA 67
El martilleo que sentía en la cabeza devolvió bruscamente la conciencia a la doctora Halsey. Notó el olor a metal quemado y abrió los ojos con un pestañeo. Se encontraba en una habitación de hormigón con una ventana en forma de rendija en la parte alta de una larga pared.
A medida que su visión se adaptaba a la luz indirecta distinguió a Kelly y a una figura ataviada con una armadura completa junto a ella. La armadura era un híbrido entre la MJOLNIR y algo más antiguo… como una armadura de legionario, pero era difícil captar la geometría precisa ya que la luz parecía resbalar por sus bordes.
En la esquina opuesta descubrió al Jefe Méndez, lo que confirmaba al menos en parte sus teorías sobre aquel lugar. El hombre observaba un ángulo de luz, que penetraba a raudales por la ventana, mientras daba caladas a su cigarro favorito, un Sweet William, y lanzaba anillos de humo.
Había otras siete personas sentadas en la esquina opuesta, dos dormían y cinco jugaban a cartas. Se habían quitado los cascos y las botas, y sus MA5K, versiones reducidas del rifle de asalto MA5B reglamentario, permanecían al alcance de la mano.
En un principio creyó que eran ODST que llevaban piezas de lo que ahora reconocía como sistemas experimentales de armaduras de infiltración. Ella misma había repasado las especificaciones técnicas de los sistemas: paneles fotorreactivos capaces de imitar texturas del entorno, y debajo una capa amortiguadora de nanocristales líquidos que proporcionaba más protección balística que tres centímetros de trama diamantina Kelvar sin resultar tan voluminosa.
Uno de los que dormían, una chica, dormitaba con un ojo abierto. Sus cabellos rapados estaban cortados de modo que imitaran las marcas de las zarpas de un animal. No podía tener más de doce años. La muchacha parpadeó, se sentó en el suelo, y efectuó un sutil gesto lateral de «cortar» en dirección a sus compañeros.
Estos interrumpieron lo que hacían y juntos se dieron la vuelta para mirar a la doctora Halsey.
Sus rostros eran jóvenes pero poseían el físico bien desarrollado de atletas olímpicos. Tenían que ser los SPARTANS-III de Ackerson.
La doctora Halsey sintió una curiosa mezcla de repugnancia y sentimiento maternal.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Kelly.
—Estupendamente —respondió, y continuó examinando su entorno.
Había marcas de carbono y pegotes fundidos de metal, como si hubieran bombardeado el lugar. Cerca de Méndez había lo que parecía haber sido una terminal de ordenador… ahora convertida en una sólida masa informe.
El Jefe Méndez malinterpretó su mirada, y pensando que lo miraba a él, le dedicó una breve inclinación de cabeza.
—Doctora, me alegro de verla —dijo—, pero usted y la Spartan-087 han ido a aterrizar en un bonito lío…, con todo en plena ebullición. Si se siente lo bastante bien, puedo darle detalles. Pero tómese su tiempo; no hay prisa si se encuentra mareada.
—¿De veras? —respondió la doctora Halsey, y enarcó una ceja.
La ofendía que la trataran como a una inválida débil mental. Como si un desmayo de poca importancia inducido por la aceleración hubiera inutilizado sus facultades mentales.
—Deme ese gusto, Jefe —dijo—. Permita que haga unas cuantas conjeturas no muy desencaminadas respecto a su «bonito lío»; sólo para poner a prueba mi estado mental.
El Jefe Méndez efectuó un ademán condescendiente con su cigarro.
—Por favor, doctora.
—¿Por dónde podríamos empezar…? —La doctora Halsey se dio unos golpecitos en el labio inferior, pensativa—. Supongo que con usted, Jefe. Lo reclutaron el coronel Ackerson y alguna subcélula secreta de la Sección Tres para que adiestrara a una nueva generación de Spartans.
Al Jefe se le cayó el cigarro de los dedos.
La mujer señaló con la cabeza a los adolescentes que jugaban a cartas.
—Estos deben de ser el producto de tales esfuerzos. Estoy ansiosa por interrogarlos respecto a su adiestramiento y crecimiento inducido y descubrir qué otras cosas se han conseguido.
Los jóvenes Spartans intercambiaron miradas, con la curiosidad aleteando en sus rostros.
Kelly se removió en su posición arrodillada y cambió el peso del cuerpo al pie izquierdo, como si se preparara para saltar. La joven era un arma puesta a punto con gran precisión, pero nunca había aprendido a ocultar sus emociones, y su lenguaje corporal lo decía todo: aquella tercera generación de Spartans la ponía nerviosa.
La doctora Halsey sabía que sus conclusiones sobre aquellos nuevos Spartans habían sido correctas, pero había aún muchas más preguntas sin respuesta. Méndez y el coronel Ackerson habían dispuesto de décadas para producir y entrenar dos o tres generaciones. Si eso era cierto, entonces, ¿cómo era posible que nunca hubiera oído hablar de aquellos Spartans? Mantener un programa piloto en secreto era una cosa; mantener ocultos a docenas de Spartans de nueva generación que probablemente combatían y ganaban batallas era algo totalmente distinto.
Las implicaciones de aquel silencio le helaron la sangre.
Por el momento, se dijo, como mínimo debía dar la impresión de estar al corriente de todo.
La doctora Halsey se puso en pie e inspiró profundamente, oliendo a cenizas, aluminio vaporizado y el leve aroma de la carne carbonizada.
—Lo siguiente es —continuó— que este búnker ha sido sometido a una temperatura extrema que se corresponde aproximadamente con el perfil de radiación de cuerpo negro que emiten los drones con los que nos tropezamos en el espacio. Me figuro que aquí ha tenido lugar una batalla.
Echó una ojeada a los jóvenes Spartans y a las abolladuras y marcas de fogonazos de sus armaduras.
—Una batalla, parece ser, que ha sido más bien desigual.
—Los drones —murmuró la muchacha con el curioso corte de pelo casi al rape—, ¿qué son?
—¡Una pregunta! Estupendo.
La doctora Halsey casi sonrió. Era un excelente primer paso entre ella y los nuevos Spartans: enseñarles. La confianza llegaría más adelante.
—Los drones, llamados en realidad Centinelas, son similares a los que he visto en un mundo de estructura alienígena —explicó—. Sus constructores, llamados Forerunners, poseen una tecnología más avanzada que la del Covenant. Y tienen exactamente tantas, o más, ganas de usar esa tecnología con fines destructivos.
La doctora se dio la vuelta y avanzó en dirección a la otra figura desconocida cubierta con una armadura completa de camuflaje.
—Pero antes de que prosiga en esta línea de especulación teórica, dejad que termine con las simples secuencias lógicas.
La persona desconocida tenía una altura de casi dos metros y medio dentro de aquella armadura.
—Reconozco mi trabajo —declaró la mujer—. Tú eres un SPARTAN-II.
Muy pocos soldados del UNSC eran tan altos o se movían con tan grácil elegancia.
La figura asintió.
La doctora Halsey paseó alrededor de aquel Spartan desconocido.
—A pesar de la política del UNSC de hacer aparecer a todos los Spartans como desaparecidos o heridos en combate cuando los matan —prosiguió la mujer—, he seguido el rastro de los que realmente estaban «desaparecidos». Fueron Randall en 2532, Kurt en 2531 y Sheila en 2544.
Completó el círculo alrededor del Spartan y miró directamente al interior del visor facial de espejo.
—Sheila está muerta —siguió—. Presencié personalmente su muerte en la batalla de Miridem. Lo que significa que tú eres Kurt o Randall. Si tuviera que efectuar una conjetura, diría que Kurt, porque él hacía un esfuerzo por comprender a la gente y sus sentimientos. Si yo estuviera llevando a cabo un programa SPARTAN secreto, él habría sido el elegido para dirigirles.
El visor facial del casco se despolarizó y Kurt le sonrió.
—¿Existe alguna cosa que no sepa, doctora Halsey? —preguntó Kurt.
La mujer cerró los ojos, repentinamente cansada, y luego palmeó el guantelete que cubría la mano del Spartan.
—Me alegro de verte con vida.
No podía permitir que se trasluciera hasta qué punto se sentía feliz de ver a Kurt. Uno de sus Spartans había regresado de entre los muertos y eso era una pequeña victoria en una guerra de interminables derrotas. Aquello redoblaba su resolución de salvarlos a todos de las crecientes amenazas. Pero debía mantener el control. Los Spartans respondían a la autoridad y a las órdenes…, jamás al sentimentalismo.
—Debemos hacer llegar un mensaje al mando de la flota —indicó—. Obtener ayuda, y tal vez descubrir qué buscan los Forerunners aquí.
«Obtener ayuda» se podría traducir por «naves capaces de vuelo translumínico», un modo de que la doctora Halsey consiguiera llevar a los últimos Spartans que quedaban a lugar seguro.
—Nuestras opciones de comunicación son cero —dijo Méndez, y apagó el cigarro contra la pared de hormigón—. Todas las naves en órbita… —Negó con la cabeza—. Al Agincourt lo destruyeron los drones hace unos días.
—¿Destruido? —inquirió la doctora Halsey—. Deberían haber sido capaces de dejar atrás a unas naves más pequeñas.
—Los drones pueden combinarse entre sí —le dijo Kurt—, lo que proporciona poder acumulativo a sus sistemas de armamento, a su propulsión y a la capacidad de sus escudos.
—El Beatriz quedó gravemente dañado en la reentrada —indicó Kelly—. Los motores principales están inutilizados. No existe posibilidad de una transición al Slipspace.
La doctora Halsey bajó la voz. Era un susurro, pero de todos modos lo bastante alto para que todos la oyeran.
—Tenemos que encontrar un modo de abandonar este mundo, o un modo de contactar con el UNSC. Recientemente se descubrieron otras ruinas de los Forerunners, una estructura en forma de anillo construida con un único propósito: la aniquilación de toda vida en la galaxia. Si los Centinelas de Onyx forman parte de un sistema de armamento parecido…
Dejó que la idea flotara en el aire.
—Nuestras opciones de transmisión no son completamente nulas —dijo Kurt, que cruzó los brazos, frunció el entrecejo y añadió en tono vacilante—: Estoy rompiendo un secreto codificado, pero al parecer no hay alternativa.
—Adelante —insistió la doctora Halsey.
Kurt inspiró con fuerza y luego continuó:
—Hay dos cosas. En primer lugar, estos drones puede que no estén «buscando» nada aquí. Tal vez han estado siempre aquí.
Relató el contenido del despacho urgente recibido de Endless Summer en el que decía que Onyx albergaba un extenso complejo, calificado como alto secreto, de ruinas alienígenas.
—Es posible que hayamos provocado accidentalmente su activación —explicó.
La mente de la doctora funcionó a toda velocidad conectando las pistas: datos procedentes del diario de Cortana, la piedra en la Costa Azul, los pasadizos y el cristal alienígenas del subsuelo de Reach.
—Exactamente, ¿cuándo aparecieron? —preguntó.
—La mañana del veintiuno de septiembre —respondió Kurt.
—La fecha coincide con la activación de un mundo arma alienígena; antes de que John, afortunadamente, lo destruyera. No es ninguna coincidencia que los Centinelas aparecieran entonces. Debe de ser parte de un plan de los Forerunners mucho más amplio.
La doctora se esforzó por encontrar la conclusión a la que conducían aquellos datos dispares, pero fracasó. Necesitaba más información.
—Debo tener acceso a esa IA llamada Endless Summer —dijo—, y a todos los informes sobre la Zona 67.
—Eso no es posible —respondió Kurt—. Retrocedimos a este búnker porque localizaron y volatilizaron nuestra base. Los Centinelas analizan nuestras tácticas, aprenden y se vuelven más difíciles de vencer. Únicamente puedo conjeturar que la IA y el centro de operaciones de la ONI se encuentran en lo más profundo de la Zona 67, una región fuertemente patrullada por drones. Con sólo siete de mis Spartans, Kelly y yo mismo, sería tácticamente desaconsejable intentar una inserción.
—¿Sólo los siete Spartans que hay aquí? —inquirió la doctora—. Creía que habría más.
Todos callaron.
—Había tres pelotones en Onyx cuando nos atacaron —dijo por fin Méndez—. A los miembros del equipo Gladius los encontramos… muertos. El equipo Katana se vio forzado a internarse más al interior de la Zona 67 y no tenemos contacto con ellos desde que esto se inició.
—Ya veo —musitó la doctora Halsey.
Más Spartans muertos. Contuvo sus emociones. Tenía que mantener la apariencia de un líder estoico ante sus ojos.
—¿Cuál era la otra cosa? —preguntó, volviéndose hacia Kurt—. Dijiste que había dos hechos que no conocía.
—Sí, señora —respondió él, irguiéndose—. Aunque no creo que sea de utilidad ahora. La Zona 67 disponía de un lanzador de sondas de comunicaciones de Slipspace.
—¿Estás seguro? —dijo ella—. Sólo hay dos de tales lanzadores de sistemas de comunicación que yo conozca. Uno está en Reach. —Hizo una pausa, recordando el planeta y la gente que ya no existían—. Y uno en la Tierra. Es tremendamente costoso construirlos y hacerlos funcionar.
—Estoy seguro, doctora. Hace años, la anterior IA de la Zona 67 me envió un mensaje a través de una sonda de Slipspace. Yo mismo la tuve en la mano. —Kurt cambió el peso de un pie a otro.
Había más cosas que Kurt no le contaba, y no debido a una posible violación de las autorizaciones de seguridad. Ya proseguiría con aquello más adelante, cuando estuvieran a solas.
Interesante. Un Spartan con secretos.
—Entonces es imperativo que entremos en la Zona 67 —dijo—, y lleguemos hasta ese lanzador de comunicaciones de Slipspace.
—Suponiendo, señora —terció el Jefe Méndez—, que estos Centinelas de los Forerunners no hayan hecho estallar ya el lugar.
—Por supuesto —murmuró ella, y su mirada se posó en el terminal de ordenador situado cerca del Jefe Méndez—. Podría haber otro modo. ¿Podemos mover ese trasto?
Kurt asintió y sus jóvenes Spartans apartaron la chatarra a un lado.
La doctora Halsey inspeccionó los componentes parcialmente fundidos del ordenador. Nada que se pudiera recuperar.
No obstante, incrustado en la pared, completamente intacto, había un puerto óptico de comunicaciones.