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10.00 HORAS, 3 NOVIEMBRE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA DORADUS, PROXIMIDADES DEL PLANETA ONYX / A BORDO DEL NAVÍO DEL UNSC RETIRADO DEL SERVICIO CLASE QUIRÓPTERO (REGISTRO ILEGAL) «BEATRIZ»
La doctora Halsey examinó los múltiples contactos en la pasiva pantalla del radar. Le recordaron a un enjambre de avispas enfurecidas.
—Trescientas —murmuró.
—Trescientas doce —corrigió Jerrod.
La doctora Halsey se golpeó el labio inferior con el pulgar mientras pensaba.
—No podemos luchar.
Kelly apartó bruscamente la cabeza del visor del radar para mirar a la doctora.
—Tenemos que intentarlo. —Paseó la mirada por el puente—. ¿Puesto de combate?
—Jerrod —dijo la doctora Halsey—, muestra todos los datos sobre ese planeta anómalo.
—Doctora Halsey —insistió Kelly—. ¿Armas?
—Esta nave no tiene armas —respondió ella.
Kelly fue de un puesto a otro sin aceptar su respuesta. Como Spartan había pasado toda una vida sometida a un adiestramiento que exigía que actuara, disparara un arma, se enfrentara a sus enemigos; no estaba entrenada para sentarse y observar.
En la pantalla de navegación apareció un planeta azul verdoso rodeado de nubes, así como datos sobre su órbita y un desglose espectroscópico de su atmósfera.
—Ése es nuestro objetivo —declaró la doctora Halsey—. Gravedad y atmósfera como las de la Tierra. Los infrarrojos sugieren vegetación. ¿Un planeta deshabitado tan cerca del espacio del UNSC? Una improbabilidad… o, lo que es más probable, un secreto muy bien guardado.
Dio un golpecito a la pantalla con el dedo. El planeta se encogió y una luna plateada como una bola de hielo apareció a las dos. Apareció la posición relativa del Beatriz, así como la flota de naves de intercepción situadas entre ellos y el planeta.
—¿Qué puedo hacer? —preguntó Kelly.
—Abróchate el cinturón y permanece a la espera —respondió la doctora—. Te necesitaré en tres minutos.
—A la orden, señora.
Kelly se instaló en el asiento del primer oficial, se colocó el arnés, y lo aseguró con firmeza.
—Parámetros del motor en esta pantalla —dijo la doctora Halsey, y dio un golpecito al monitor de su izquierda.
Diagramas termodinámicos de transformación Legendre de las bobinas de plasma aparecieron proyectados en la pantalla.
—Menos mal que retuvimos la energía de la transición desde el Slipspace.
—Sí, doctora —respondió Jerrod, y su punto de luz holográfica se atenuó como si se sintiera avergonzado—. Nave no identificada acercándose. Noventa mil kilómetros. Aumentando aceleración.
La doctora se colocó el arnés de la silla del capitán.
—Pasa a curso cuarenta y cinco por cuarenta y cinco.
—A la orden —respondió Jerrod.
El Beatriz se ladeó y los motores chisporrotearon con el impulso de la alineación.
—Curso corregido.
La doctora Halsey estudió las bobinas de plasma. Mientras que el resto de la nave era antiguo, las bobinas eran casi nuevas, robadas, al parecer, a un remolcador de la clase Gigante. Daba la impresión de que el gobernador Jiles sólo era la mitad de estúpido de lo que ella había creído.
—Inicia una sobreonda de impulso del ciento veinte por ciento en la prebobina —indicó la doctora a Jerrod.
Kelly se removió inquieta; los guanteletes convertidos en puños herméticos.
—No podemos pelear —explicó la doctora—. Ni tampoco soy ni una décima parte tan buena astronavegante como lo era el capitán Keyes.
—Sobreonda de impulso en tres segundos —anunció Jerrod.
—Lo que sólo nos deja una opción: correr como alma que lleva el diablo.
El Beatriz retumbó y saltó hacia adelante.
La doctora Halsey se aplastó en su asiento.
—Navíos de persecución acelerando para interceptar —informó Jerrod.
—Nanten el rumbo —respondió ella con un esfuerzo.
La luna aumentó de tamaño en la pantalla de visión central.
—Me temo que no tuve oportunidad de volver a verificar la trayectoria —dijo la doctora a Kelly entre dientes—. Es mi mejor cálculo para una aproximación a toda velocidad.
—Es muy precisa, señora —intervino Jerrod.
—Puede que no sobreviva a la aceleración —indicó la doctora, respirando ahora con dificultad—. Desde luego no permaneceré consciente. Debes hacer aterrizar la nave. Busca a los otros. —Hizo una pausa, jadeando—. Programando reentrada…
—¿Qué «otros»? —preguntó Kelly.
—Pico de energía —comunicó Jerrod—. Los núcleos centrales de los vehículos de intercepción situados en cabeza emiten ahora radiación de cuerpo negro equivalente a quince mil grados Kelvin.
La doctora Halsey volvió a comprobar los gráficos del motor con dedos temblorosos.
—Aumenta la potencia de salida al propulsor un ciento sesenta por ciento.
—Sí, señora.
La sección de popa del Beatriz dio una sacudida y el metal crujió debido a la irregular tensión.
La región crepuscular de la luna del planeta llenó la pantalla de visión con desfiladeros de hielo azul y géiseres de metano.
—Imagen de popa —musitó la doctora, y las esquinas de su visión se oscurecieron.
La pantalla de visión cambió de ángulo. En el negro espacio centelleaban puntitos blancos y lanzas de energía acuchillaban las tinieblas.
Kelly se cogió a los brazos de su asiento con tal fuerza que el metal se dobló.
—Iniciar alabeo —susurró la doctora Halsey—. Dos radianes por segundo.
La nave Beatriz rodó sobre sí misma. Los rayos que se acercaban brillaban como llamaradas solares, y la emisión de vídeo se distorsionó cromáticamente a medida que se aproximaban… y pasaban de largo.
—¡Han fallado! —exclamó Kelly, saltando casi fuera del arnés.
La doctora Halsey sentía los latidos del corazón en la garganta. Cerró los ojos y tecleó nuevas órdenes. En aquellos momentos hablar resultaba demasiado difícil, pero sus dedos sabían qué hacer. Programó el impulso retardado, su mejor suposición de cuánto sobreimpulso podían soportar las bobinas de plasma, calculó los ángulos de reentrada y, aunque no creía en Dios, rezó a… alguien.
Cuando volvió a abrir los ojos, no podía ver. La sangre se acumulaba en sus órganos centrales, privando a su cerebro de oxígeno.
En el teclado pulsó Intro.
—Esa es una medida poco aconsejable, doctora —advirtió Jerrod.
—Kelly —murmuró ella—. Encuéntralos. Sálvalos.