DIECISÉIS

16

ANOMALÍA EN SELLADO DE FECHA [[ERROR]] / CÁLCULO APROXIMADO 15 SEPTIEMBRE-20 DICIEMBRE DE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / A BORDO DEL NAVÍO DEL UNSC RETIRADO DEL SERVICIO CLASE QUIRÓPTERO (REGISTRO ILEGAL) «BEATRIZ», SITUADO EN EL SLIPSPACE, POSICIÓN DESCONOCIDA

La doctora Halsey se estiró la falda de lana gris, alisó su deshilachada bata de laboratorio y luego se colocó unos guantes y un delantal de plomo para protegerse de las partículas beta y alfa que emitía la matriz de aceleración. A su alrededor yacían los paneles y escudos de radiación desmontados de los motores translumínicos Shaw-Fujikawa de la nave.

Guió con delicadeza la cuchara tenedor que había confiscado en las cocinas del Beatriz a través de la maraña de circuitos electrónicos. Deslizó el borde del utensilio en la ranura del diminuto tornillo del imán superconductor sobreenfriado y volvió a comprobar los cálculos mentalmente. Dos milímetros, tres vueltas, deberían solucionarlo.

La doctora Halsey giró la cuchara y aflojó el tornillo. El resplandor en forma de arco iris procedente de la matriz se intensificó, y la mujer parpadeó para enjugar las lágrimas que afloraron a sus ojos. Saltaron chispas de las placas de metal y describieron arcos entre los soportes de titanio.

Echó un vistazo a través de la puerta abierta que conducía al puente. La pantalla de ingeniería mostraba un salto del 32 por ciento en potencia de bobina. Suficiente.

Volvió a colocar los paneles de acceso al núcleo del Shaw-Fujikawa y se dejó caer sobre el suelo.

Sesenta años atrás, cuando se empezaron a instalar por primera vez mecanismos de transmisión Shaw-Fujikawa como aquél en las naves espaciales, los técnicos tenían que realizar ajustes manuales constantemente. Los imanes que alineaban las bobinas de aceleración se desfasaban cuando efectuaban la transición al interior del Slipstream donde las leyes de la física sólo funcionaban de vez en cuando tal y como se esperaba de ellas. No se utilizaban controles informatizados; los circuitos electrónicos siempre fallaban cerca del núcleo.

Desde luego, muchos de aquellos técnicos habían muerto o desaparecido misteriosamente.

La doctora Halsey había considerado abandonar el Slipspace y disminuir la potencia del navío clase Quiróptero para efectuar el ajuste. Habría sido más seguro, pero aquella primera activación del motor Shaw-Fujikawa casi había provocado una sobrecarga en la bobina, y no sabía si la pequeña nave estaba en condiciones de efectuar otro salto.

Secó con una toalla el sudor de su rostro y luego comprobó su dosímetro. Viviría, al menos, durante los instantes siguientes.

Se apartó del mamparo con un empujón y flotó libremente hasta el puente.

El centro de mando del Beatriz había sido diseñado, o más bien rediseñado, por su anterior propietario, el gobernador rebelde Jacob Jiles, en aras de la comodidad más que de la eficiencia. Todas las superficies excepto las pantallas eran curvas y estaban forradas con piel de becerro color crema. La silla del capitán tenía controles de masaje y temperatura, e incluso una peculiaridad ridícula: un soporte para tazas.

La doctora Halsey inspeccionó a Kelly. Había atado a la Spartan a la silla del primer oficial para impedir que saliera flotando. Un cable penetraba en el puerto de entrada de la articulación interior del codo de su armadura MJOLNIR, bombeando esteroides dermacorticales que la ayudaran a regenerar las quemaduras que cubrían el 72 por ciento de su cuerpo… y suficientes sedantes narcolitivos para mantenerla inconsciente hasta que se la necesitara.

—Lo siento, nunca habrías venido por tu cuenta —dijo—. A los Spartans los atraen las misiones suicidas igual que las llamas a las polillas. Pero esto es más importante que cualquier solución militar.

La doctora Halsey se apartó dándose impulso, y flotó hasta el control informatizado del Beatriz. Su ordenador portátil estaba conectado al puerto multiinterfaz, y los protocolos de infiltración casi habían terminado de borrar los primitivos bloqueos de seguridad de la nave.

Insertó un sándwich de cristal de memoria y amplificadores de procesador en su ordenador portátil; componentes que había extraído de lo que quedaba del destrozado núcleo de la IA del Gettysburg.

A continuación extrajo un chip con forma de guisante de su bata de laboratorio. Aquello no pertenecía al Gettysburg. Con sumo cuidado colocó el chip en el puerto del lector auxiliar de su ordenador. Una chispa diminuta hizo su aparición y se elevó del proyector holográfico de dos por dos centímetros del ordenador.

—Buenas tardes, Jerrod.

—Buenas tardes, doctora Halsey —respondió la chispa con un formal tono de voz británico—. Aunque técnicamente, según mi cronómetro interno, es por la mañana.

—Se han producido unas cuantas anomalías temporales desde la última vez que hablamos —dijo ella.

—¿Es cierto eso? Estoy deseando escuchar la explicación, señora.

—También yo —murmuró ella.

Después de que un artefacto alienígena y un combate en el combado espacio del Slipstream hubiera distorsionado el espacio-tiempo, la doctora Halsey no estaba precisamente muy segura sobre a qué línea temporal pertenecía exactamente. Las paradojas cuánticas que una vez parecieron un pintoresco ejercicio mental eran ahora una parte de su realidad.

—¿Cómo puedo serle de utilidad? —preguntó Jerrod.

La doctora Halsey sonrió a la ingenua LA. Aunque a menudo consideraba a Jerrod como un juguete, era una micro-IA totalmente funcional. Inicialmente, el experimento había sido comprobar cuánto tiempo duraría una IA lista en ciernes en una constreñida matriz de memoria de un procesador. Los teóricos del Instituto de Inteligencia Sintética de Sydney calcularon que su duración máxima sería una cuestión de días. Jerrod, no obstante, había engañado a los expertos de la «Doble I.S.». Había crecido rápidamente, pero luego se había estabilizado en el interior de su célula de cristal procesador de memoria del tamaño de un guisante.

Jerrod jamás sería ni una décima parte tan brillante como una auténtica LA. «lista» como Cortana, ni siquiera tan «listo» como una IA tradicional «tonta» de proporciones ilimitadas. Pero poseía una chispa de creatividad y agallas y, no obstante, la estirada personalidad de mayordomo que había adoptado, a ella le caía bien.

Jerrod poseía una característica excepcionalmente adecuada a los propósitos de la doctora Halsey: portabilidad. Otras LA. requerían un instituto, una nave espacial o, como mínimo, una armadura MJOLNIR completa para funcionar.

—Haz un diagnóstico de los sistemas del Beatriz, por favor —dijo la doctora Halsey—. Luego establece una correlación con la porción de datos descargados del núcleo de memoria de Cortana y prepárate para analizarlo. Ejecuta una búsqueda en bases de datos sobre entradas de coordenadas estelares en el sistema de navegación; extiende los parámetros de búsqueda a cinco años luz del origen.

—Permanezca a la espera, señora. Sólo tengo que desempolvar los viejos circuitos. Trabajando…

—Y un poco de Debussy, por favor —indicó la doctora—. Les sons et les parfums tournent dans l’air du soir.

La mota de luz de Jerrod se encogió hasta convertirse en un puntito brillante mientras sacaba el máximo partido de sus habilidades procesadoras.

Al cabo de cinco segundos, unas tristes notas de piano surgieron de los altavoces del puente.

—Hecho —anunció Jerrod, que parecía estar casi sin aliento.

—Muestra el diario correlacionado por fracciones de tiempo de Cortana.

La doctora Halsey se había apropiado del diario de la misión truncada de Cortana cuando había estado a bordo del Gettysburg. Había accedido a él y borrado una parte de la memoria de la IA que estaba relacionada con el sargento Johnson. En aquel momento también le pareció lógico descargar un esbozo condensado de todo aquello por lo que ella y John habían pasado.

La voz de Cortana narró una proyección de imágenes. La doctora Halsey vio a John y a la tripulación del Pillar of Autumm combatir al Covenant sobre el artefacto alienígena circular, y luego contempló el espantoso Flood mientras éste infestaba cuerpos humanos y alienígenas. Cerró los ojos al llegar al momento en que el asimilado capitán Keyes era destruido.

—Descansa tranquilo, amigo —murmuró.

»Limita referencias a entradas sobre Forerunners únicamente —dijo a Jerrod.

La doctora Halsey escuchó como Cortana y la inteligencia artificial de los Forerunners, Guilty Spark, mantenían un enfrentamiento verbal… hasta que por fin revelaron el auténtico propósito de la estructura Halo: la exterminación de toda vida en la galaxia.

—No me extraña que el Covenant esté tan interesado en estos artefactos —dijo.

—¿Señora?

—Nada, Jerrod.

Ahora comprendía también el interés del coronel Ackerson.

La doctora Halsey se había tomado la libertad de revolver en los archivos supersecretos del coronel Ackerson en Reach antes de que el Covenant destruyera la instalación. En un archivo que llevaba la etiqueta «Rey bajo la montaña» había recopilados datos procedentes de la piedra con jeroglíficos hallada en la Costa Azul del Sistema Sigma Octanus y coordenadas que señalaban las ruinas alienígenas de Reach bajo la base Castillo.

¿Era aquello una carrera armada para obtener la tecnología de los Forerunners?

La última migaja de aquel largo rastro era una carpeta cifrada en los archivos secretos de Ackerson, la etiquetada como «S-III».

En ella había abundantes informes médicos sobre sus SPARTANS-II. Como si Ackerson los estuviera estudiando. Luego había otra referencia: «CMMZ» y la ristra de 512 caracteres alfanuméricos que representaban viejas coordenadas celestiales.

Tecleó la ristra de números.

—Muestra todos los datos sobre objetos estelares en estas coordenadas.

—Este sistema de coordenadas es anticuado, doctora —respondió Jerrod—. No se ha usado desde los tiempos de la exploración espacial extrasolar tripulada. —Hizo una pausa—. Se encuentra fuera del espacio controlado por el UNSC.

—La mayor parte del espacio está fuera de su control, Jerrod. Muéstramelo.

Una refulgente esfera de oro blanco apareció en la pantalla con análisis espectroscópicos, y una lista de planetas se desplegó junto a ella. No había nada habitable: esferas de hielo y gigantes gaseosos.

—El sistema Zeta Doradus —observó Jerrod—. Existe una peculiar falta de datos.

¿Acaso eso indicaba que había algo oculto allí? La doctora Halsey se lo habría jugado todo a que había dado con algo.

El «S-III» de Ackerson. Aquello era un referencia evidente a SPARTAN-III. ¿Qué otra cosa podía ser con todos los datos biomédicos sobre los Spartans que había acumulado en aquella carpeta? La pista que lo confirmaba era la referencia «CMMZ» adjunta a las coordinadas celestiales: contramaestre mayor Franklin Méndez, el hombre que había adiestrado a los SPARTANS-II.

Puesto que no podía destruir su programa Spartan, ¿había financiado y reclutado Ackerson adiestradores por su cuenta? Le helaba la sangre pensar en los atajos que podía estar tomando… y lo que podría estar haciendo con su propio ejército privado de Spartans.

Volvió a contemplar la figura inconsciente de Kelly. La doctora Halsey no podía salvar a sus Spartans, éstos estaban ya adoctrinados y en primera línea… pero tal vez podría hacer algo con respecto a aquellos nuevos, y hasta el momento teóricos, SPARTANS-III.

Se acomodó en el asiento acolchado del capitán.

—Fuera pantallas, Jerrod.

Los visores se apagaron.

Entrecerró los ojos con fuerza. Había traicionado a todo el mundo, a John y al almirante Whitcomb, los había abandonado y había robado aquella nave para ir en pos de… ¿qué? ¿Una idea quimérica? ¿Por qué?

—Luces —ordenó a Jerrod—. Despiértame dentro de seis horas.

—Sí, señora.

Las luces perdieron intensidad y únicamente los LEDS del puesto de navegación siguieron brillando.

La doctora Halsey no quería pensar en el «porqué», pero la desagradable verdad no quería desaparecer: la raza humana se enfrentaba a la extinción.

Había pensado que ya era bastante malo combatir contra el Covenant, pero ahora ellos conocían el emplazamiento de la Tierra. El mundo que era el hogar de la humanidad había resistido a siglos de intentos de autodestrucción, pero pronto los alienígenas reunirían una flota y convertirían todos sus esfuerzos en inútiles. A eso había que añadir también la espantosa arma de los Forerunners, Halo, que podía aniquilar toda vida a lo largo de la galaxia.

Y luego estaba el Flood, un parásito de pesadilla que podría o no haber escapado de la estructura llamada Halo, un organismo al que incluso los Forerunners temían.

Su conclusión era irrefutable.

El UNSC, sus Spartans, toda la gente que admiraba, lucharían contra lo inevitable. Era el instinto humano. Pero estaba equivocado. Jamás podrían ganar aquella guerra. Sólo podían sobrevivir a ella. Y eso sólo si tenían suerte.

De modo que a ella le correspondía tomar la única acción lógica: huir.

John y los demás Spartans jamás darían la espalda a una batalla, pero tal vez podría convencer a aquellos otros Spartans, engañarlos si era necesario, para que sobrevivieran.

Eran la única posibilidad que tenía la humanidad de resistir a la oscuridad que se acercaba.

La doctora Halsey despertó con un sobresalto.

—La hora, Jerrod. Y luces, por favor.

Las luces del puente aumentaron hasta media intensidad.

—Han pasado cinco horas y cincuenta y siete minutos desde la última vez que hablamos, doctora. Estaba punto de despertarla. Estamos cerca de nuestro destino.

La doctora Halsey agarró su maletín médico y rebuscó entre su contenido. Encontró una jeringuilla de metabolase narcolítico, una enzima que consumiría todos los agentes analgésicos presentes en el riego sanguíneo de Kelly. Retiró el cable del puerto de su armadura MJOLNIR e inyectó la droga.

—Apagando los motores translumínicos Shaw-Fujikawa —dijo Jerrod—. Calculado vector de salida.

Una serie de cálculos matemáticos se desplegaron en las pantallas.

—Muy bien —replicó la doctora, revisando las ecuaciones de la LA—. Pero el punto de asiento en el plano imaginario debería ovillarse aquí. —Tocó la pantalla—. De ese modo volvemos a capturar la energía del acelerador de partículas en las bobinas de plasma.

—Sí, doctora, pero eso implica un riesgo de sobrecarga en la bobina.

—Que se encuentra perfectamente dentro de los límites operativos de esta nave —replicó ella—. Por lavor, altera el vector de salida.

—Desde luego, doctora.

Había un deje de irritación en la voz de Jerrod.

Una leve sensación de náusea se apoderó de la doctora Halsey mientras el Beatriz efectuaba la transición desde el Slipstream al universo normal.

Aparecieron bruscamente estrellas en los visores, y un disco dorado del tamaño de un antiguo penique rieló en la pantalla central.

—Nos encontramos a aproximadamente doscientos millones de kilómetros del centro del sistema correspondiente a las coordenadas estelares facilitadas —informó Jerrod.

—Busca planetas en la zona habitable —indicó ella.

—Doctora, tenemos un estudio completo del sistema archivado.

—Busca —ordenó la doctora Halsey.

—Sí, señora.

Kelly se removió, sacudió la cabeza para despejarla… Luego, con la velocidad del rayo, desgarró sus ataduras, rodeó la base de la silla con un pie, y alzó ambas manos, igual que cobras a punto de atacar, preparada para pelear.

—¡Descanse, Spartan! —dijo la doctora Halsey—. Está conmigo. A salvo.

—Estaba drogada.

Kelly paseó la mirada por el puente; sus manos descendieron un poco, pero no por completo.

—Correcto. La última fase del tratamiento con esteroides dermacorticales resulta excesivamente estimulante. Habría resultado desagradable para ti.

Aquello era, desde luego, cierto, pero no era nada que un Spartan no hubiera podido manejar.

—¿Dónde estamos?

—En la nave del gobernador Jiles. Hemos tomado posesión de ella para una nueva misión.

—¿John y el almirante Whitcomb? —inquirió Kelly, bajando las manos.

—Lo saben —dijo la doctora.

También técnicamente, no una mentira, ya que sin duda sabían que la doctora Halsey había secuestrado a uno de sus Spartans y robado aquella nave.

—Doctora —dijo Kelly, ladeando la cabeza—, esto es sumamente irregular. Existe una estricta cadena de mando, protocolos para…

—Que se siguieron —le aseguró ella—. Ocurrieron nuevos acontecimientos mientras estabas inconsciente.

Era imposible ver la expresión de Kelly tras el visor facial polarizado de su armadura MJOLNIR. Sin embargo, a la doctora Halsey le dio la impresión de que no estaba convencida.

—Encontrado planeta anómalo —anunció Jerrod.

En la pantalla apareció un mundo que parecía una esfera de color turquesa.

—Traza el curso y avanza hacia él a media velocidad.

—Obedeciendo a media toda, doctora.

—Señora —dijo Kelly, y se acercó más—, tendrá que explicarlo. Pensé que nos dirigíamos a la Tierra para advertirles sobre el Covenant.

—¡Advertencia de proximidad! —anunció Jerrod—. Naves acercándose. La configuración no corresponde a los perfiles del UNSC ni a los del Covenant.

En la pantalla apareció una silueta de radar: un curiosa simetría trilobular. Imágenes térmicas desvelaron una esfera central que emitía una radiación de cuerpo negro de seis mil grados Kelvin.

—¿Qué es eso? —susurró Kelly.

—Qué son ellos —corrigió Jerrod—. Detectando trescientas doce de esas naves. En ruta de intercepción. Los vectores sugieren una pauta de ataque.