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07.45 HORAS, 31 OCTUBRE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA DORADUS, PLANETA ONYX, PROXIMIDADES DEL CAMPAMENTO CURRAHEE
Kurt redujo la velocidad del Warthog hasta detenerlo totalmente a medio kilómetro del campamento Currahee. Una sombra alargada cruzó el límite de la línea de árboles, y una bandada de loros de cola roja alzó el vuelo.
Saltó del vehículo e hizo una seña a Méndez en dirección a la maleza que bordeaba la carretera. Se agazaparon, y observaron mientras un drone no tripulado planeaba por encima del Warthog y se detenía.
La máquina no era un diseño del UNSC. Podría ser del Covenant, pero ellos jamás se apartaban de su horrendo y ascético diseño achatado de color azul grisáceo. La cosa flotaba sin hacer apenas ruido, y eso significaba tecnología antigravedad…, lo que muy probablemente la convertía en no humana.
Recordó el comunicado urgente de Endless Summer con un escalofrío. «Posibles vectores no del Covenant».
La geometría del drone cambió: la esfera situada en el centro flotó a lo largo de sus botalones laterales.
La primera reacción de Kurt fue agarrar su rifle de asalto y disparar, pues disponía de una posición lateral superior. Alargó el brazo, y entonces recordó que no tenían más armas que la pistola y el cuchillo del Jefe Méndez.
Decidió que ocultarse era, por el momento, la estrategia más sensata.
El drone describió un círculo alrededor del Warthog, y luego, satisfecho, prosiguió su marcha por el sendero de tierra.
Kurt aguardó hasta que el objeto desapareció en la jungla y luego hizo una seña a Méndez para que lo siguiera a través de los árboles hasta el límite del campamento Currahee.
Se habían despejado trescientos metros de jungla alrededor del campamento en forma de herradura, desde el borde de la zona libre de vegetación, Kurt vio a varios de los aparatos alienígenas dando vueltas alrededor de los edificios y campos de revista.
—Pautas de zigzag —susurró Méndez—. Buscan algo. O a alguien.
Hubo una explosión procedente del centro del campamento. No como el estallido de energía que habían presenciado en la carretera; aquello fue el estruendo sordo de una granada de fragmentación.
Los drones que sobrevolaban el campamento aminoraron la velocidad y giraron todos en la misma dirección: los alojamientos de los suboficiales.
—Esa es nuestra oportunidad —dijo Kurt—. Vamos. Corra.
Con los drones distraídos, cruzaron a la carrera la zona despejada, se escabulleron más allá de la caseta de guardia de la entrada, y corrieron a los dormitorios de los Spartans. Se arrastraron por debajo del suelo del edificio.
Unas sombras se deslizaron sobre los caminos y senderos de grava adyacentes cuando los drones pasaron silenciosos sobre sus cabezas.
Kurt alzó una mano en dirección a Méndez, y vio que el hombre se cubría la boca para ahogar sus jadeos. A pesar de lo mucho que admiraba al Jefe, aquella carrera le había costado un esfuerzo.
Vigilaron hasta que se produjo una pausa en las sombras, y corrieron hacia el siguiente edificio: las dependencias de los suboficiales.
Kurt localizó el origen de la distracción de los drones: un montón de escombros, tres botalones retorcidos y una esfera carbonizada que yacía humeante en el patio de inspección de los suboficiales.
Alguien había eliminado a uno de los aparatos alienígenas.
Al otro lado del patio y bajo la enfermería apareció el resplandor rojo de un punto de mira láser… que apuntaba a Kurt. Este empezó a apartarse hacia un lado. Cuando la mira de un objetivo te apunta, te mueves. Pero aquello no era una amenaza. Era una señal.
Apuntó con el dedo y entonces Méndez también la vio. El láser centelleó una vez más y luego se apagó.
Méndez hizo intención de moverse. Kurt comprobó el espacio aéreo y luego tiró del Jefe, aplastándolo contra la pared mientras otro drone pasaba flotando sobre ellos.
El objeto pasó y los dos corrieron a la enfermería y se zambulleron bajo su estructura.
Aguardándolos en las sombras había unas manchas grises moteadas perfectamente camufladas: Tom y Lucy vestidos con su armadura SPI.
—Vosotros dos sois las mejores malditas cosas que he visto durante toda la semana —dijo Méndez en voz baja.
Kurt pensaba lo mismo, pero no podía permitirse el lujo de decirlo. Estaba al mando, y eso requería mantener una cierta distancia, sin demostrar lo mucho que le importaban aquellos dos.
Lucy asintió y se apostó a lo largo del borde del edificio, vigilando.
—Informe —dijo Kurt.
—Contamos veintidós drones dentro del perímetro del campamento —respondió Tom.
—¿Hay alguien más del personal del campamento aquí? —preguntó Kurt.
—No, señor —replicó Tom—. Hemos neutralizado a dos drones con granadas. Poseen escudos y desvían los proyectiles de asalto y de precisión. Los proyectiles más lentos no los desvían. Lo averiguamos por una transmisión casi inaudible del equipo Sable.
—¿Sable está aquí? —inquirió Méndez.
—Negativo, jefe —respondió Tom—. No conseguimos conectar con Sable, Katana o Gladius después de que la Zona 67 entrara en actividad. No hubo más transmisiones después de ésa.
Kurt observó la reacción de Méndez. El hombre tenía una expresión pétrea, y no había ni rastro de la preocupación que le había visto antes. Supo que podía contar con él, con Tom y con Lucy pasara lo que pasase.
—Puede que tengamos que apañárnoslas solos durante mucho tiempo —les advirtió Kurt—. Tenemos que sacar el máximo provecho de nuestra posición en el campamento Currahee. Tom, al arsenal, recoja granadas, cable detonador, cualquier otra cosa que parezca útil. Olvide la munición, no obstante, son todo proyectiles aturdidores. No cargue en exceso.
—Sí, señor —dijo Tom, asintiendo.
—Jefe —siguió Kurt—, vaya al centro de mando. Encienda los generadores para elevar la potencia y conecte el transmisor auxiliar. Tal vez sea lo bastante potente como para taladrar esta interferencia que afecta a la radio. Envíe una señal de socorro general. Haga que rebote entre las formaciones de antenas. Quizá confunda a estas cosas el tiempo suficiente para poder pasar. Intente localizar cualquier superviviente del Agincourt.
Ambos sabían las pocas posibilidades que había de que las cápsulas de emergencia hubieran quedado fuera del alcance de aquella explosión. Sin embargo, tenían que intentarlo.
—Deje una nota —siguió Kurt— por si los otros Spartans vienen aquí. Dígales que recojan suministros y se reúnan con nosotros en la punta El Morro.
—A la orden —respondió Méndez.
Kurt consultó su reloj, un aparato mecánico antiguo de cuerda automática.
—Pongan los relojes a las 10.45. Lucy y yo recogeremos munición y luego organizaremos una distracción dentro de una hora.
—Sí, señor —dijeron Tom y Méndez a la vez.
Luego, los dos se arrastraron hasta lados opuestos de la enfermería, aguardaron a que las sombras de los drones desaparecieran, y a continuación rodaron hacia el exterior.
—¿Lucy?
La muchacha se arrastró sobre el vientre hasta él.
—Sígame.
Fue hacia el borde del edificio. Lucy, con su armadura SPI, se convirtió en su sombra. Kurt señaló el pequeño edificio encalado al otro lado del patio interior: la residencia del comandante del campamento donde Kurt había vivido durante los últimos veinte años.
Aguardaron tres largos minutos a que las sombras de los drones que patrullaban en lo alto desaparecieran.
Lucy y él penetraron en la casa y cerraron la puerta.
Kurt nunca la había cerrado con llave, pero ahora, alguna zona de su mente hizo que corriera automáticamente el diminuto pestillo de la puerta.
La casa era pequeña, tres habitaciones que contenían un despacho exterior, una zona de aseo y una litera. Había fotografías enmarcadas en la pared de su despacho, una urna griega con luchadores de la antigüedad en una hornacina y pulcros montones de papeleo sobre el escritorio: las recientes órdenes de despliegue para la compañía Gamma.
Deseó que lo que fuera que estaba sucediendo hubiera empezado la semana anterior…, cuando había todavía trescientos Spartans en Onyx. La situación táctica habría sido muy distinta.
Lucy bajó las persianas de bambú y luego vaciló junto a las fotografías de la pared.
Kurt se reunió con ella. Durante los últimos cinco años, la Sección Dos había promocionado públicamente el programa SPARTAN-II para fomentar la moral. Había instantáneas de Spartans con su armadura MJOLNIR ayudando a marines heridos a subir a un Pelican, Spartans rodeados por Elites del Covenant muertos, Spartans en actitud orgullosa. Todos ellos héroes. Los SPARTANS-III habían estudiado a sus legendarios predecesores, sus batallas y sus tácticas…, aprendiendo de los mejores.
Echó una veloz mirada a Lucy, cuya expresión era inescrutable en el interior de su casco de espejo, y luego volvió a mirar las fotografías. No había ni una sola foto de un SPARTAN-III en la pared, sin embargo, ni siquiera una mención pública de sus sacrificios. Y jamás la habría.
Kurt deseó que fuera diferente, y que hubiera dado antes los insignificantes pasos necesarios para mejorar a sus Spartans. El énfasis en su adiestramiento como equipo, las mejoras en el sistema de la armadura SPI, las nuevas mutaciones…, todo ello apenas parecía suficiente.
—Por aquí —dijo a la muchacha, y se volvió en dirección a la puerta de acero colocada cerca del cuarto de baño.
Apoyó la palma en el lector biométrico y dejó que los escáneres facial y de retina se movieran por su rostro. La puerta se abrió sin hacer ruido y entraron.
Luces fluorescentes se encendieron con un parpadeo, mostrando una habitación cubierta de alacenas de munición, soportes para rifles, cajones de embalaje rotulados SPNKR y docenas de bandoleras de granadas. Vigas de titanio entrecruzaban las paredes y el techo, reforzando la habitación de modo que pudiera soportar el estallido directo de una bomba.
Abrió un armero que iba del suelo al techo y mostró a Lucy el arsenal de rifles, pistolas y granadas del Covenant que contenía.
—Empiece a empacar —le dijo—. Coja toda la munición real. Llene seis bolsas de pertrechos. Coja los SPNKR, y también todas las granadas.
La muchacha extendió ambas manos, con las palmas hacia arriba, y efectuó un movimiento de abajo arriba y otra vez abajo. El signo de «pesado».
—Tendremos que hacer unos cuantos viajes.
Kurt fue hacia el rincón y se detuvo ante la caja fuerte de acero inoxidable de dos metros y medio de alto. Marcó la combinación y la puerta chasqueó y se abrió con un siseo al salir al exterior la atmósfera de nitrógeno presurizado.
Tiró de la pesada puerta para abrir la caja, y un resplandor verde invadió la habitación.
Lucy se quedó paralizada con un lanzador SPNKR en una mano y una pistola de plasma en la otra. Avanzó como en trance hasta colocarse junto a él y contempló fijamente el contenido de la caja fuerte a la vez que dejaba escapar un diminuto sonido ahogado de sorpresa.
En el interior había una armadura MJOLNIR completa. Las placas musculares refulgían con un verde espectral sobre la capa balística interior de color negro azabache. Resultaba formidable incluso estando allí de pie, vacía.
La última vez que se la había puesto fue al dar la bienvenida a los reclutas de la compañía Alfa. Desde entonces la había cuidado meticulosamente, y aprendido todo lo que se debía saber sobre su mantenimiento. Habían reacondicionado las vainas de fusión cuando asignaron a Kurt el reconocimiento de la estación Delphi, de modo que disponía de energía suficiente para quince años de actividad continuada.
La armadura MJOLNIR era superior en todos los aspectos al traje SPI. Con ella puesta, Kurt sería capaz de proteger mejor a sus SPARTANS-III, destruir a aquellos drones de un modo más eficiente, pero tras décadas de inculcar a los Spartans la importancia de trabajar juntos, de ser una familia, la armadura MJOLNIR lo aislaría simbólicamente de ellos.
Y eso era lo último que quería.
Sacó una gaveta de debajo del soporte del traje y la abrió. En su interior había un conjunto gris mate de armadura de infiltración semi-propulsada. Se quitó las botas y se colocó las polainas PR.
Lucy señaló la armadura MJOLNIR, y luego a Kurt.
—No —dijo él—. Eso ya no es lo que soy. Soy uno de vosotros.