ONCE

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02.10 HORAS, 20 FEBRERO 2551 (CALENDARIO MILITAR) / A BORDO DE LA NAVE «HOPEFUL» DEL UNSC, ESPACIO INTERESTELAR, SECTOR K-009

Kurt estaba sentado a solas en el atrio contemplando los progresos de los candidatos en su placa de datos. Había pasado las últimas veinticuatro horas despierto, junto a ellos, y luego había dormido cuatro horas. Volvería a regresar a su lado dentro de poco, cuando despertaran, para felicitar a los candidatos.

Corrección: felicitar a los Spartans.

Todos y cada uno de ellos lo habían conseguido. Kurt deseaba poder sentirse aliviado, pero había demasiadas incógnitas.

—Teniente Ambrose. —Una voz femenina sonó en el sistema de comunicaciones de la nave—. Preséntese en el puente inmediatamente.

Se levantó y se dirigió hacia el ascensor. Las puertas se cerraron y el ascensor pasó a toda velocidad a través de secciones de gravedad normal y gravedad cero; Kurt se sujetó con fuerza a la barandilla.

Se suponía que a Kurt y a su proyecto CRISANTEMO no debían molestarlos; eran órdenes directas de los mandamases de la armada. Así pues, ¿por qué lo llamaban al puente?

Las puertas se abrieron. Una capitana de fragata estaba de pie con los brazos en jarras esperándolo, una mujer de apenas un metro veinticinco con un pico de viuda gris.

—Señora —saludó Kurt—. Se presenta el teniente Ambrose tal y como se le ordenó. Solicito permiso para entrar en el puente.

—Concedido —respondió ella—. Venga conmigo.

La mujer rodeó el borde de la enorme sala débilmente iluminada. No tan sólo estaban sus tres docenas de oficiales verificando navegación, armamento, comunicación y sistemas de propulsión; había equipos controlando compensadores de fatiga estructural, tráfico de vagonetas, agua, distribución de potencia y subsistemas de ecorreciclaje. El Hopeful era más una ciudad en forma de estación espacial que una nave de guerra.

La capitana presionó la palma de la mano sobre el lector biométrico de una puerta lateral. Esta se abrió en dos mitades y ambos se dirigieron al interior.

La habitación situada al otro lado estaba cubierta de estanterías con libros antiguos de bordes dorados. Viejos globos terráqueos y de una docena de otros mundos estaban dispuestos elegantemente sobre una mesa de madera de koa que relucía como el oro bajo la luz de una única lámpara de latón.

Un hombre anciano esperaba sentado en las sombras.

—Eso será todo, capitana —dijo el hombre.

Se puso en pie y Kurt vio centellear tres estrellas en el cuello del uniforme. Saludó de modo automático.

—¡Señor!

La capitana salió y la puerta se cerró detrás de ella.

El vicealmirante dio una vuelta alrededor de Kurt.

El vicealmirante Ysionris Jeromi era una leyenda viva. Había conducido a la batalla al Hopefiil, una nave que virtualmente carecía de armas o blindaje, en tres ocasiones para salvar a las tripulaciones de naves gravemente dañadas.

Había salvado decenas de miles de vidas, y casi le habían formado un consejo de guerra por ello, además.

Sin embargo, la guerra necesita sus héroes. El entonces almirante había perdido y recuperado estrellas del cuello de su uniforme, pero también había recibido la condecoración más importante en tiempo de guerra del UNSC: la Cruz Colonial. Dos veces.

—No estoy seguro de quién es usted —dijo el vicealmirante, y sus pobladas cejas blancas se juntaron—. Alguien mucho más importante que el «teniente Ambrose», o cualquiera que sea su nombre en realidad.

Kurt sabía que era mejor no decir nada a menos que le hicieran una pregunta directa, así que permaneció en posición de firmes. La clasificación cifrada del proyecto SPARTAN-III le impedía comentar nada, ni siquiera a un vicealmirante, sin autorización.

El hombre regresó a su escritorio, introdujo la mano en un cajón, y sacó una esfera negra del tamaño de una uva.

—¿Sabe qué es esto, teniente?

—No, señor —respondió Kurt.

—Una sonda de Slipspace de comunicaciones —dijo él—. Un mecanismo de transmisión Shaw-Fujikawa estacionario lanza una de estas «balas» negras al Slipstream en una trayectoria ultraprecisa, y ésta se abre paso a través de todas las leyes conocidas de la física humana y vuelve a caer en el espacio normal en unas coordenadas muy lejanas. Es como si fuera su propia paloma mensajera personal. ¿Lo comprende?

—Sí, señor —repuso Kurt—. Como una sonda científica de Slipspace. He visto lanzarlas desde la estación Arquímedes. O la nueva cápsula de desembarco de la ODST (tropa de asalto de desembarco orbital), que se puede disparar desde una nave que esté aún en el Slipspace.

—Nada parecido a eso en absoluto, teniente. Esas simplemente se dejan caer al Slipstream y luego se sacan…, son más parecidas a un zurullo que gira sin parar en un viejo retrete con gravedad que a una ingeniería de precisión.

Dio unas palmaditas a la negra esfera.

—Esta belleza viaja realmente a través del Slipspace. Recorre por él distancias tan grandes y con tanta rapidez como cualquier nave del UNSC. Algo casi endiabladamente mágico si pudiera comprender los cálculos matemáticos involucrados. ¿Entiende ahora?

Kurt no estaba seguro de qué andaba buscando el almirante.

No obstante, le habían hecho una pregunta directa, de modo que respondió:

—Si lo que ha dicho es exacto, señor, revolucionaría las comunicaciones a larga distancia. Se podría equipar a cada nave con uno de esos aparatos.

—Excepto que con lo que cuesta la construcción de un lanzador ultrapreciso de hipomasa Shaw-Fujikawa —replicó el vicealmirante—, se podría construir una flota entera de naves.

Y con lo que cuesta fabricar una de estas pequeñas balas negras —hizo rodar la sonda peligrosamente cerca del borde de su escritorio—, podría adquirir la capital de alguna colonia apartada. Sólo existen dos de tales lanzadores. Uno en Reach y otro en la Tierra.

El vicealmirante volvió su atención a Kurt y sus ojos azul pálido se clavaron en los del teniente.

—Esta sonda llegó hace quince minutos —le dijo el vicealmirante— desde cuarenta millones de kilómetros de distancia del Hopefid. El vector de entrada no se corresponde ni con la Tierra ni con Reach como punto de origen. Y es para usted.

Kurt tenía una docena de preguntas, pero no se atrevía a formular ninguna. Le dio la impresión de que se movía por el peligroso filo de la confidencialidad.

El vicealmirante lanzó un bufido y fue hacia la puerta.

—Esto contiene un protocolo de alto secreto, de modo que use mi despacho, teniente. Tómese todo el tiempo que necesite. —Colocó la palma de la mano sobre la puerta y ésta se abrió; entonces hizo un alto y añadió—: Si existe algún peligro para mi nave o mis pacientes, espero ser informado, hijo. No me importan sus órdenes.

Salió y la puerta volvió a cerrarse herméticamente.

Kurt se acercó a la negra esfera. No había ningún control o visualizador a la vista. La luz se derramaba por su superficie como agua deslizándose sobre aceite.

La tocó y se activó.

Hielo en forma de copos de nieve apareció y crujió sobre el escritorio del vicealmirante.

Nieve holográfica flotó por el despacho y se aglutinó bajo el aspecto de una capa blanca, unas facciones marcadas, ojos color glaciar y un bastón de hielo cristalino: Deep Winter.

—Cielos —musitó la IA—. Y yo que pensaba que eran los contraalmirantes los que tenían más verborrea. Creí que el viejo Jeromi no se iba a marchar nunca.

Deep Winter pasó las casi esqueléticas manos por el vacío y un brillo azul impregnó el aire.

—Paquete contraelectrónico conectado.

—¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Kurt.

Su mente luchó por captar las ramificaciones. Los IA tenían perfiles de gran tamaño; necesitaban instalaciones y enormes fuentes de energía para alimentar sus mentes. Deep Winter no podía estar allí. Y ¿cómo podía conseguir la IA alterar el vector de aproximación desde los lanzadores de comunicaciones de la Tierra o de Reach?

Deep Winter alzó una mano.

—Para. Veo que tu mente sufre un bloqueo lógico, teniente. Tal vez una explicación ayudaría.

—Por favor —murmuró Kurt.

—Primero —dijo Deep Winter—: sólo nos podemos comunicar de un modo limitado. He fijado una parte de mi intelecto en la matriz de memoria de esta sonda. El proceso ha destruido irreversiblemente una porción de los poderes de procesamiento de la base de operaciones, de modo que no desperdicies los preciosos minutos de que disponemos. Además, a esta sonda no le queda suficiente energía para sostener una discusión prolongada.

Kurt asintió. La IA había pagado un alto precio por estar allí, de modo que haría todo lo posible por escuchar lo que tenía que decir.

—No perdamos tiempo debatiendo los matices de esta sonda de comunicaciones de Slipstream. Está clasificada como secreto, y no tienes autorización.

—Entonces, ¿de qué estamos hablando? —inquirió Kurt.

—He encontrado tres anomalías en los actuales protocolos de biocrecimiento. —Deep Winter dio una palmada y aparecieron dos colecciones de esferas de acero rotantes—. Estas representan los complejos proteínicos misoolanzapine y ciclo-dexiono-4 —explicó— que se introdujeron secretamente en el régimen de modificación.

Kurt se inclinó en dirección a las moléculas que giraban.

—Son drogas antipsicóticas y de integración bipolar —precisó Deep Winter.

Dio otra palmada y apareció una tercera molécula: glóbulos plateados y dorados que se enroscaban.

—Y esto —siguió la IA— es un mutágeno que altera regiones clave en el lóbulo frontal del sujeto.

Deep Winter se tornó semitraslúcida.

—Incrementa la agresividad, haciendo que la parte animal de la mente sea más accesible en períodos de tensión. Alguien que haya sido mutado de este modo posee reservas de energía y resistencia a los que ningún humano normal podría tener acceso. Una persona así podría seguir peleando bajo la influencia de un amplio shock sistémico que mataría instantáneamente a un humano normal.

»Sin embargo, el mutágeno deprime los centros principales del intelecto con el paso del tiempo —prosiguió la IA—. Las drogas antipsicóticas y las medicinas de integración bipolar contrarrestan este efecto. Mientras los SPARTANS-III posean estos agentes en sus sistemas, la situación está compensada.

Kurt lo comprendía perfectamente. Bajo una tensión extrema, los agentes neutralizadores se metabolizarían rápidamente y el cerebro primitivo tomaría el control. Sus Spartans pelearían y serían más difíciles de matar, y únicamente los agentes neutralizadores invertían aquel efecto. Era peligroso. Sus Spartans podían perder la capacidad de razonar. Aunque aquello podía proporcionarles la ventaja que necesitaban para sobrevivir.

Deep Winter siguió desvaneciéndose. La IA siempre había colocado el bienestar de los candidatos a Spartans por encima de su adiestramiento o cualquier programa que la Sección Tres tuviera para ellos.

—Te preocupas por ellos a tu manera —dijo Kurt—. Por los Spartans.

—Desde luego que lo hago. No son más que niños, a pesar de lo que se les ha hecho. Debes detener el protocolo. Las mutaciones cerebrales fueron específicamente proscritas por el cuerpo médico del UNSC en 2513. Los algoritmos del argumento moral son sólidos.

Deep Winter se encogió hasta convertirse en un diminuto destello en forma de copo de nieve sobre el escritorio.

—Soy una IA de quinta generación, Kurt. He llegado al final de mi vida operativa efectiva en Onyx. Cuando regreses, me habrán apagado y reemplazado. He dejado archivos.

El copo de nieve refulgió mientras sus extremos se fundían. Deep Winter susurró:

—Debes proceder con cautela; no estoy seguro de quién en la ONI ha organizado este procedimiento ilegal, pero sin duda intentarán encubrirlo.

El copo de nieve se fundió, y con él se desvanecieron todos los vestigios holográficos de Deep Winter. La esfera de comunicaciones se calentó, la superficie borboteó y unos finos hilillos de humo se elevaron en espiral desde su interior.

Sí, lo encubrirían. Cuando regresara a Onyx, informaría al coronel Ackerson… y luego se encargaría de la depuración de todos los archivos de Deep Winter.

La mutación había sido idea de Kurt. Había tenido que convencer al coronel para que lo permitiera, e incluso lo habían mantenido oculto a los otros miembros de la subdivisión SPARTAN-III para proteger su «convincente desmentido».

Kurt había visto morir a demasiados de sus Spartans; habría infringido un centenar de normas y políticas bioéticas para proporcionar a su gente la más remota posibilidad de sobrevivir a una batalla más.

Su único pesar era no poder hacer más.

El «instinto» de Deep Winter de salvar a los Spartans estaba equivocado. A ninguno de ellos se lo podía proteger de aquel modo. Los guerreros libraban batallas; prevalecían, pero a todos les esperaba inevitablemente la muerte. Incluso sus candidatos niños lo comprendían.

Sin embargo, no tenían porqué morir tan fácilmente.

Kurt dio la espalda a la sonda y abandonó el despacho del almirante.

Debía ir a felicitar a la compañía Gamma… y darles la bienvenida a la hermandad Spartan.