NUEVE

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16.20 HORAS, 24 AGOSTO 2541 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA ZETA DORADUS, CERCA DEL CAMPAMENTO CURRAHEE, PLANETA ONYX (CUATRO AÑOS DESPUÉS DE LA OPERACIÓN PROMETEO DE LA COMPAÑÍA ALFA DE SPARTANS-III)

Las balas acribillaron el polvo cerca de la cabeza de Tom, que se introdujo aún más en el agujero, pegándose al suelo todo lo posible.

La ironía era que el equipo Foxtrot lo había hecho todo siguiendo las normas. Tal vez ésa era la lección aquel día: ceñirse a las normas no siempre funciona.

Tom los había conducido a través del bosque, eludiendo francotiradores y patrullas de instructores aguardando para atacarlos. Les había resultado demasiado fácil.

Aquélla debería haber sido su primera pista: los instructores jamás les ponían las cosas fáciles.

Al llegar a campo abierto había comprobado el perímetro. Allí no había nadie. Había aguardado, no obstante, y comprobado y vuelto a comprobar. Era difícil distinguir a los instructores con su armadura de infiltración semipropulsada Mark-II incluso con los sensores de imágenes térmicas en los prismáticos de campaña.

Luego, Tom había conducido con cautela a su equipo a campo abierto en dirección al poste del que colgaba una campana. Ésa era la misión: hacer sonar la campana. Les habían dado dos horas para encontrarla y hacerla repicar para tener derecho a seguir con su adiestramiento como Spartans.

Había cuatrocientos dieciocho candidatos y sólo trescientas plazas. No todos ellos podían ser Spartans.

Su error había sido conducir a todo el equipo a campo abierto. Estaban todos demasiado impacientes.

Las prisas les hicieron caer en una emboscada.

Fuego de ametralladora procedente de las copas de los árboles cayó sobre ellos. Adam y Min, situados en posiciones laterales, quedaron eliminados inmediatamente.

Sólo Tom y Lucy habían conseguido llegar al fangoso agujero, que era justo lo bastante profundo como para impedir que los alcanzara un disparo.

—Esto es una locura —escupió Lucy a través de su rostro embarrado—. Tenemos que hacer algo.

—Tendrán que quedarse sin munición tarde o temprano —dijo Tom—. O uno de los otros equipos aparecerá y nos sacará de este atolladero.

—Ya lo creo que lo harán —replicó Lucy—. Después de que sean ellos los que hagan sonar la campana. —Miró hacia los árboles, entrecerrando los ojos—. Tiene que haber un modo de salir de esto. Ahí arriba hay torreras de ametralladoras automatizadas. Es por eso que no aparecieron en las lecturas térmicas.

Aquello era lo que el teniente siempre decía sobre las máquinas: «Engañan fácilmente al que está desprevenido… pero también son fáciles de romper».

Las armas no los matarían…, pero lo que sí era seguro es que los detendrían en seco. Con sólo un chándal gris y botas ligeras para protegerse, los proyectiles aturdidores golpeaban tan fuerte que entumecían todo lo que alcanzaban: piernas, torso, brazos, o que Dios te ayudara si te daban en la cabeza, la entrepierna o en un ojo.

—¡A la mierda! —exclamó Lucy, y se colocó en cuclillas.

Tom la agarró del tobillo, la tiró al suelo y le asestó un puñetazo en la barriga.

Lucy se dobló hacia adelante, pero se recuperó con rapidez, rodó encima de Tom y lo sujetó con una llave estranguladora.

Tom se desasió de la llave y alzó ambas manos.

—Vamos —dijo—. Una tregua. Tiene que haber un modo de salir de esto…, un modo sin que nos abatan de un disparo.

Lucy le lanzó una mirada feroz, pero luego dijo:

—¿Qué tienes en mente?

* * *

—¿Qué sentido tiene este «ejercicio», teniente? —preguntó Deep Winter.

La proyección holográfica de la IA en forma de anciano dio un paso en dirección a la hilera de monitores y tocó la pantalla que mostraba a un chico y una chica inmovilizados por fuego de ametralladora. Un crujir de hielo se extendió sobre el plástico.

El Jefe Méndez se puso en pie y asestó un manotazo a un mosquito, frunciendo el entrecejo mientras paseaba la mirada de un lado a otro entre las dos docenas de pantallas del centro de control del campamento Currahee. El sistema de aire acondicionado se había estropeado, y los uniformes tanto de Méndez como de Kurt estaban empapados de sudor.

—¿Nuestros candidatos van bien con sus estudios? —preguntó Kurt.

Deep Winter volvió su mirada azul glaciar hacia el teniente.

—Ya ha visto mis informes. Sabe que van bien. Desde que anunció que sus calificaciones eran un factor decisivo en el proceso de selección, prácticamente se matan cada noche para aprenderlo todo antes de caer rendidos. Francamente, no veo…

—Sugiero —replicó Kurt— que no te preocupes en buscar el sentido de mis ejercicios en el campo de batalla, y te concentres en mantener a los candidatos al día en sus estudios.

¿Qué podía saber una LA. sobre cómo eran las cosas en una misión auténtica? Con balas que silban tan cerca de la cabeza que uno más que oírlas las siente pasar. ¿O qué se sentía cuando a uno lo herían pero debía seguir adelante, sangrando, porque si no lo hacía, todo su equipo moriría?

La compañía Alfa había perdido su cohesión como equipo durante la operación PROMETEO, y Kurt se juró que eso no le sucedería a la compañía Beta.

Deep Winter hizo ondular su capa, y una ráfaga de nieve ilusoria se arremolinó por toda la sala de control. Probablemente, la IA estaba programada con protocolos de seguridad humanos, de modo que era natural que se sintiera preocupada.

—No sabemos de lo que son capaces —dijo finalmente Kurt a Deep Winter—. Y si nos ceñimos a la instrucción estándar, jamás lo sabremos. Pero si los colocamos en una situación imposible, tal vez nos sorprendan.

—Definición resumida de un Spartan —observó Méndez.

Eso era lo que la gente había dicho sobre los SPARTANS-II, que eran la crema genética de la cosecha y llevaban la armadura MJOLNIR. Podían hacer lo imposible, y hacerlo solos. Los SPARTANS-III, no obstante, tendrían que trabajar juntos para sobrevivir. Ser más una familia que un equipo de combate.

—Sin embargo —susurró Deep Winter—, esto es cruel. Se vendrán abajo.

—Preferiría que se vinieran abajo que dejar que salieran al campo de batalla sin haber experimentado jamás una situación táctica insoluble —replicó Kurt.

—Personalmente no creo que esos chicos puedan venirse abajo —dijo Méndez más para sí mismo que para Kurt o Deep Winter, la mirada firmemente clavada en aquellos momentos en Tom y Lucy—. Sólo tienen diez años y estos dos poseen tantas agallas que me asustan incluso a mí.

—Mirad —dijo Deep Winter—. ¿Qué hacen esos dos ahora?

—Creo… que lo imposible —dijo Kurt, sonriendo.

* * *

—Repasemos el plan una vez más —dijo Tom.

Lucy se acurrucó junto a él en el agujero de lodo.

—¿Por qué? ¿Crees que soy tonta?

Tom se quedó callado un instante.

—Esas torretas probablemente usan un radar para apuntar. De modo que las engañaremos.

—¿Y si usan sensores térmicos? —preguntó Lucy.

—Entonces espero que te acierten a ti primero —respondió él con un encogimiento de hombros.

Lucy asintió sombría y sopesó una roca cubierta de barro.

—De modo que arrojaremos estas cosas.

—En su cono de fuego —asintió Tom—. El pequeño ángulo hará que sea difícil seguirles la pista. Tal vez mantenga ocupados sus cerebros durante una fracción más de segundo.

—Y luego echamos a correr.

—Maniobras evasivas. Intenta no pisar a Adam y a Min.

—Entendido —dijo Lucy.

Tom sujetó su roca con más fuerza e hizo amago de lanzarla. Lucy y él hicieron entrechocar los puños.

Haciendo acopio de valor, se incorporaron a la vez… y arrojaron ambas rocas.

Tom oyó disparos, pero no se detuvo a mirar; corrió a la derecha, luego hacia la izquierda, rodó y dio volteretas y luego salió disparado como una flecha en dirección al límite de la vegetación.

Notó como la tierra cerca de él estallaba con diminutos resoplidos.

Sintió un aguijonazo abrasador en el muslo y perdió toda sensibilidad en la pierna. Siguió adelante apoyándose en el pie bueno, y aterrizó violentamente sobre el estómago en la maleza alta que crecía junto a las acacias.

Una ráfaga entrecortada de balas salpicó el suelo a unos centímetros de su cuerpo tumbado… pero ninguna lo alcanzó. Rió. Estaba justo dentro de su ángulo mínimo de tiro. Máquinas estúpidas.

Rodó sobre sí mismo y divisó a Lucy, jadeante y acurrucada sobre la hierba. Tom la saludó con la mano y a continuación señaló a lo alto, al interior de las copas de los árboles. Lucy le respondió alzando los pulgares.

Tom avanzó a saltitos sobre una pierna. Parte de la sensibilidad regresaba…, principalmente, la sensación de dolor, pero pisó con fuerza, ignorándolo. No podía permitir que lo obligara a aminorar la marcha. Los instructores podrían aparecer en cualquier momento.

Trepó al interior de las ramas más bajas de una de las acacias que se estremecía con las sacudidas de los disparos. Fue sumamente cuidadoso para eludir las espinas del tronco, y subió diez metros.

Una vieja ametralladora M202 XP descansaba sobre una plataforma conectada a un control de fuego automatizado y se movía a sacudidas de un lado a otro, aguardando a que se presentara un blanco.

Tom alargó el brazo y desconectó los cables del dispositivo de radar y luego el alimentador eléctrico. El arma se detuvo en seco.

Trepó a la plataforma y desatornilló los pernos de sujeción; luego empujó el arma fuera de la repisa. El arma emitió un satisfactorio ruido sordo al chocar contra el suelo embarrado.

El muchacho descendió del árbol. Agarró la ametralladora, limpió el cañón y arrancó lo que quedaba del control de fuego automático. Efectuó un disparo de prueba, lanzando una ráfaga de tres proyectiles contra el tronco del árbol.

—Formidable —dijo.

Lucy también había bajado de su árbol con una ametralladora en equilibrio sobre el hombro. Avanzó hacia campo abierto para ayudar a Adam y a Min a levantarse.

—Vamos —les dijo—, todavía tenemos una campana que hacer sonar.

Adam alzó a Tom y luego a Lucy para formar una escalera humana, y a continuación Min se encaramó e hizo repicar la campana.

Nada había sonado jamás tan celestial.

Volvieron a poner los pies en el suelo.

—Ahora vamos a pagarles con la misma moneda… —sugirió Tom—. Adam, Min, ocupad puestos de vigía… —señaló con el dedo— en esos árboles de ahí y ahí.

Asintieron y echaron a correr hacia los árboles.

—Tú, yo y estas cositas —dijo a Lucy, dando unas palmadas a su ametralladora—, nos instalaremos ahí. —Señaló un gran peñasco—. Yo estaré allí. —Indicó con la cabeza la maleza alta del borde del campo.

—¿Y qué harás? —preguntó ella.

—Bueno, hemos limpiado el terreno y hecho sonar la campana. Imagino que el resto de equipos llegarán aquí y harán sonar la campana en tiempo récord…

—Los instructores acudirán corriendo y disparando —dijo Lucy, sonriendo.

Los instructores del campamento Currahee eran una mezcla de suboficiales seleccionados cuidadosamente, médicos y los miembros descartados de la primera promoción Spartan. Los descartados siempre se tomaban muchas molestias para convertir en un infierno las vidas de los alumnos de la compañía Beta. Dos años atrás, el equipo Rayos X desapareció en unas maniobras rutinarias en el norte. Un gran número de niños dijo que allí arriba había espectros —ojos que flotaban en la jungla—, pero en realidad todos sabían que era cosa de los instructores. Incluso apareció la ONI y valló el lugar. Lo llamó «Zona 67» y declaró que se encontraba «totalmente prohibido acceder al lugar».

Era hora de enseñar a aquellos instructores que no podían intimidar a la compañía Beta impunemente.

Min silbó desde las copas de los árboles.

Los equipos Romeo y Eco aparecieron avanzando sigilosamente. Tom les hizo señas y les explicó el plan. Los equipos Zulú y Lima se unieron a ellos, y pronto dos docenas de reclutas estaban situados entre los árboles y la maleza, observando y aguardando.

Sólo habían pasado quince minutos cuando un silbido sonó a las tres y se produjo un leve movimiento en la maleza en los límites del terreno.

Tom hizo señas a su patrulla de reconocimiento para que retrocediera mientras Lucy maniobraba para conseguir una mejor visión. Tom corrió agazapado para efectuar la intercepción.

Distinguió tres blancos, con las armaduras SPI imitando bien la maleza, pero no lo suficiente como para ocultar la hierba aplastada a sus pies. Se volvieron de cara a Lucy.

Tom disparó apuntando a la altura de la rodilla, donde el blindaje era más endeble.

Tres contornos de aspecto humano aplastaron la hierba, gritando y revolviéndose mientras los proyectiles de goma los aporreaban.

Lucy se reunió con él y abrió fuego.

Cuando los gritos cesaron, Tom se acercó y les quitó la armadura, mostrando a tres instructores muy aturdidos.

No se habían identificado, de modo que según las normas de combate eran blancos legítimos. Adam corrió hasta ellos y ayudó a Tom y a Lucy a desvestirlos.

—Pistolas y MA5K, ambos con munición aturdidora —dijo Adam.

Lucy sostuvo en alto un doble puñado de granadas y sonrió.

—Granadas lumínicas.

—Bueno —repuso Tom, sonriendo de oreja a oreja—, esto se está poniendo realmente interesante.

* * *

La luna había salido y se había puesto. La hierba estaba húmeda de rocío y el estómago de Tom gruñía tan fuerte que éste pensó que podría revelar su posición en la oscuridad.

Cinco oleadas de instructores habían aparecido y sido neutralizadas por un equipo defensivo de reclutas Spartans ahora armado, blindado y totalmente equipado. Los instructores estaban atados en la parte central del terreno junto a la campana. Eran rehenes.

Tom y los demás Spartans trabajaban juntos como nunca antes lo habían hecho. E iban ganando. El muchacho estaba hambriento, mojado y helado, pero no se habría cambiado por nadie en toda la galaxia.

Oyó un susurro en la maleza y se dio la vuelta con la ametralladora apuntando a la altura de la cintura.

Allí no había nada, y tampoco había ninguna lectura térmica. Sin duda empezaba a estar nervioso.

Una mano se cerró con fuerza sobre su hombro mientras otra le arrancaba el arma de las manos.

El Jefe Méndez se alzaba junto a él. Y a su lado estaba el teniente Ambrose.

Tom casi esperó que Méndez le disparara allí mismo.

—Creo que ya es suficiente —gruñó Méndez.

El teniente se arrodilló junto a Tom y susurró:

—Buen trabajo, hijo.