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09.00 HORAS, 30 JULIO 2537 (CALENDARIO MILITAR) / A BORDO DEL POINT OF NO RETURN DEL UNSC, POSICIÓN SECRETA (CINCO AÑOS Y MEDIO DESPUÉS DEL ADOCTRINAMIENTO DE LA COMPAÑÍA ALFA)
Al teniente Ambrose y al Jefe Méndez los habían escoltado hasta aquella pasarela a través de una serie de pasillos y cámaras de alta seguridad biométrica que penetraban en las entrañas del crucero invisible Point of No Return.
Los oficiales de seguridad los habían dejado luego en posición de firmes sobre la pasarela y sellado la puerta que recordaba a la de una cámara de seguridad tras ellos. Bajo la rejilla de metal de la pasarela, las sombras engullían todo sonido.
Tres metros a la izquierda de Kurt había una pared blanca ligeramente curva. Sin puerta. Al otro lado estaba el Ojo de Odín, la sala de reuniones de alta seguridad en la que el coronel Ackerson le había hablado por primera vez sobre el programa SPARTAN-III.
—¿Cree que esto es alguna especie de examen de la Sección Tres? —susurró finalmente Méndez—. ¿O quizá a alguien no le gustan las noticias que recibe sobre los asquerosos resultados de la selección efectuada para los candidatos para la compañía Beta?
—No estoy seguro —respondió Kurt—. Las mejoras que solicité para la armadura SPI Mark-II excedían el presupuesto.
—¿Dónde oyó eso?
—La nueva inteligencia artificial habla mucho.
—Deep Winter —masculló Méndez—. Me pregunto si las IA escogen sus propios nombres, o si lo hace algún oficial de la Sección Tres.
Kurt estaba a punto de dar su opinión cuando advirtió que se había abierto una puerta en la curvada pared blanca. El coronel Ackerson estaba de pie en ella.
—Caballeros, únanse a nosotros —saludó, y a continuación retrocedió al interior de la sala brillantemente iluminada.
Kurt se dio cuenta de que el coronel no lo había mirado a los ojos. Aquello era siempre una mala señal.
Al cruzar el umbral, Kurt sintió que la estática reptaba por su piel. Las iluminadas paredes cóncavas de la estancia desorientaban, y Kurt se concentró en el centro de la semiesférica habitación, en la mesa de reuniones de color negro. Había dos oficiales sentados allí, mirando atentamente las pantallas holográficas que flotaban en el aire sobre su superficie.
Ackerson les hizo una seña para que se acercaran más.
Había una mujer sentada de espaldas a ellos; enfrente se sentaba un hombre de mediana edad.
El hombre tenía los cabellos grises y empezaba a quedarse calvo. La mujer parecía más vieja de lo que permitían las normas antes del retiro obligatorio. Su inclinación oesteoporótica, los brazos delgados y frágiles y los cabellos blancos que empezaban a desaparecer indicaban una edad sumamente avanzada.
Kurt se quedó petrificado al distinguir las insignias de una y tres estrellas en los cuellos de sus uniformes y se cuadró al instante.
—Vicealmirante, señora —saludó—. Contraalmirante, señor.
La vicealmirante no prestó la menor atención a Méndez y escrutó a Kurt.
—Siéntense —dijo—, los dos.
Kurt no reconoció a ninguno de aquellos oficiales de alto rango, y ellos no se molestaron en presentarse.
Hizo lo que le ordenaban, igual que lo hizo Méndez. Incluso sentado, no obstante, su espalda estaba tiesa como un palo, el pecho fuera y los ojos mirando al frente.
—Examinábamos la hoja de servicios de sus SPARTANS-III desde que iniciaron sus operaciones hace nueve meses —dijo la mujer—. Impresionante.
El contraalmirante señaló con un ademán los paneles holográficos flotantes que contenían informes postacción, instantáneas de campos de batalla repletos de cadáveres del Covenant, y reseñas de evaluaciones de daños en naves.
—La insurrección de Mamore —citó—, ese desagradable asunto en Nueva Constantinopla, acciones en el cinturón de asteroides Bonanza y las plataformas de la colonia Avanzada, y media docena de otras batallas; esto se puede interpretar como el historial de campaña de un batallón endemoniadamente bueno, no de una compañía de trescientos hombres. Condenadamente admirable.
—Eso sólo era una fracción del potencial del programa SPARTAN-III —continuó Ackerson, y sus ojos miraron a algún punto lejano.
—Lo siento, señor —intervino Kurt—. «¿Era?»
La vicealmirante se puso tensa. Estaba claro que no estaba acostumbrada a que sus oficiales subalternos hicieran preguntas.
Pero Kurt tenía que hacerlas. Era de sus hombres y mujeres de quienes hablaban. Había mantenido ojos y oídos alerta para recoger información sobre la compañía Alfa, y había cultivado fuentes de información fuera de la ONI, de la Sección Tres y de Beta-5. Ser el comandante del campamento Currahee tenía sus privilegios, y había aprendido cómo usarlos. Se las había ingeniado para seguir la pista de sus Spartans durante los últimos siete meses, hasta que sus fuentes callaron misteriosamente seis días atrás. Únicamente la IA Deep Winter había proporcionado una pista sobre su paradero: operación PROMETEO.
—Hábleme de los procesos de selección de la siguiente promoción de SPARTANS-III —pidió la vicealmirante a Kurt.
—Señora —respondió él—, operamos bajo el criterio de selección ampliado del coronel Ackerson, pero no hay suficientes correspondencias genéticas de la edad apropiada para alcanzar el número fijado para la segunda promoción.
—Sí hay suficientes correspondencias genéticas —lo corrigió el coronel Ackerson. Su rostro era una máscara inexpresiva—. Lo que faltan son datos para encontrar correspondencias adicionales. Necesitamos proscribir la protección genética obligatoria en las colonias exteriores. Esas poblaciones sin controlar son…
—Eso es lo último que necesitamos en las colonias exteriores —dijo el contraalmirante—. Apenas empezamos a controlar lo que es casi una guerra civil. Dígale a una colonia exterior que tienen que registrar los genes de sus hijos y todos irán a por sus rifles.
La vicealmirante juntó las puntas de sus marchitos dedos.
—Digamos que es parte de un programa de vacunación. Tomemos una muestra microscópica al inyectar a los niños. No hay porqué informar a nadie.
El contraalmirante mostró una expresión dudosa, pero no hizo ningún otro comentario.
—Siga, teniente —lo invitó ella.
—Hemos identificado trecientos cincuenta y siete candidatos —repuso Kurt—. Un poco menos de la cantidad con la que empezamos para la compañía Alfa, pero hemos aprendido de nuestros errores. Podremos graduar a un porcentaje mucho mayor esta vez.
Señaló con la cabeza a Méndez para conceder al suboficial su bien merecido reconocimiento. Méndez estaba sentado totalmente inmóvil y Kurt advirtió que lucía su cara de póquer.
Todos los instintos de Kurt gritaban que allí había algo que no iba bien.
—Pero —repuso el contraalmirante— eso no se acerca ni con mucho a la proyección de un millar para la segunda oleada.
Una breve mueca de disgusto apareció en los labios de Ackerson.
—No, señor.
La vicealmirante posó las palmas de las manos sobre la mesa y se inclinó hacia Kurt.
—¿Y si relajamos el criterio de la nueva selección genética?
Kurt tomó nota del uso implícito del «nosotros» en su pregunta. Hubo una variación sutil en la estructura de poder de la mesa. Con una sola palabra, la vicealmirante había convertido a Kurt en parte de su grupo.
—Nuestros nuevos protocolos de biocrecimiento van dirigidos a un conjunto genético muy específico. Cualquier desviación de ese conjunto incrementaría geométricamente el porcentaje de fracaso —replicó Kurt.
La idea de que docenas de Spartans fueran torturados y finalmente convertidos en tullidos mientras yacían impotentes en una enfermería lo llenó de repulsión, aunque consiguió reprimir el sentimiento.
La vicealmirante enarcó una despoblada ceja.
—Ha hecho sus deberes, teniente.
—No obstante, a medida que nuestra tecnología de acrecentamiento mejore —indicó Ackerson—, un día seremos capaces de extender los parámetros de selección, tal vez para incluir a toda la población en general.
—Pero no hoy, coronel —dijo el contraalmirante, y suspiró—. Así que volvemos a unos trescientos SPARTANS-I1I. Eso tendrá que ser suficiente de momento.
Kurt quiso corregirlo: eran trescientos Spartans nuevos más los de la compañía Alfa.
—Pasemos al examen de Alfa y de la operación PROMETEO —dijo la vicealmirante, y su rostro se ensombreció.
El coronel Ackerson carraspeó.
—La operación PROMETEO tuvo lugar en el emplazamiento industrial del Covenant designado como K7-49.
Un asteroide holográfico se materializó flotando sobre la mesa, una roca con grietas de lava líquida que dibujaban una telaraña sobre su superficie.
—Descubrimos K7-49 cuando el patrullero Razor’s Edge consiguió colocar una sonda de telemetría a una fragata enemiga durante la batalla de Nueva Armonía —explicó Ackerson—. A continuación siguieron a la nave a través del Slipspace, la primera y única vez que esta tecnología ha funcionado, debería añadir, y descubrieron esa roca a diecisiete años luz de la frontera exterior del UNSC.
La proyección se agrandó, mostrando imágenes a media altitud de fábricas sobre la superficie que vomitaban humo y ceniza, y mostró que las fisuras volcánicas eran canales por los que fluía metal fundido. Un tenue reticulado rodeaba el asteroide, luces diminutas parpadearon en los filamentos y unos puntos negros se aproximaron lentamente.
—La ampliación espectral —dijo el contraalmirante— nos mostró en qué usaban todo ese metal.
La imagen se acercó más. Los cuadros que formaban el reticulado tenían cien metros de lado, y los puntos negros dieron la impresión de ser los esqueletos de ballenas en órbita sobre K7-49; en realidad, una docena de buques de guerra del Covenant parcialmente construidos.
Kurt tuvo dificultades para creer lo que veía. Tantas naves. ¿Qué tamaño tenía la flota del Covenant? ¿Y sólo a diecisiete años luz de la frontera del UNSC? No podía ser más que un preludio de un ataque total.
—K7-49 es un enorme astillero orbital —explicó Ackerson—. Todo el aparente vulcanismo es artificial, creado por esto. —Volvió a teclear en su placa de datos y treinta puntos infrarrojos aparecieron en la superficie del asteroide—. Son reactores de plasma de alto rendimiento que licúan componentes metalúrgicos, que se refinan, moldean y luego transportan mediante haces gravitacionales para el ensamblaje final.
—La operación PROMETEO fue una inserción de alto riesgo en la superficie de K7-49 —intervino el contraalmirante—. Trescientos Spartans tocaron tierra a las 07.00 del 27 de julio. Su misión era inutilizar tantos de estos reactores como fuera posible; los suficientes para que los contenidos líquidos del complejo se solidificaran y bloquearan permanentemente su capacidad para producir aleación.
El coronel Ackerson dio entonces un golpecito al visualizador holográfico.
—El sistema STARS y la cámara del equipo grabaron el avance de la compañía Alfa.
Un puñado de los ardientes puntos infrarrojos sobre la superficie del asteroide llamearon y luego se enfriaron hasta volverse negros.
—La resistencia inicial fue de poca entidad —dijo Ackerson a la vez que pulsaba un botón y se abría una nueva ventana.
En aquella pantalla se movieron Spartans con sistemas de blindaje de infiltración semipropulsados; sus dibujos de camuflaje variaban frente al metal fundido y el humo negro de la fábrica. Kurt deseó que las mejoras que había sugerido para el software de la armadura SPI se hubieran implementado antes de la graduación de Alfa. Hubo una ráfaga de fuego de ametralladora contenido, y una bandada de obreros Grunts cayó muerta.
—Al cabo de dos días —continuó el contraalmirante—, siete reactores quedaron inutilizados y las unidades del Covenant allí existentes finalmente organizaron una fuerza de contraataque.
Nuevo material de vídeo hizo su aparición.
Los Jackals, con su aspecto de buitre, se movieron en pelotones a través de patios enormes y desfilaron por encima de arcadas. Estaban más organizados que sus homólogos Grunts, y actuaban en equipos de ataque, limpiando metódicamente un sector tras otro. Pero Kurt sabía que sus Spartans no se dejarían acorralar, que ellos serían los Hunters.
Treinta Jackals penetraron en un patio circular, donde los ingenieros se ocupaban de un estanque de arremolinado acero fundido. Los Jackals comprobaron todos los escondites y luego empezaron a cruzar, escudriñando con desconfianza los tejados.
Una serie de losas estallaron y derribaron a los Jackals. El fuego de francotirador acabó con los sorprendidos alienígenas antes de que pudieran colocar adecuadamente sus escudos protectores.
—La contraofensiva del Covenant fue neutralizada —prosiguió el contraalmirante—, y durante los tres días siguientes la compañía Alfa destruyó otros treinta reactores.
La enorme imagen infrarroja que mostraba todo el asteroide cambió. Dos tercios de la superficie se habían enfriado y adquirido un tono rojo apagado.
—Pero —dijo el contraalmirante—, una colosal fuerza de contraataque apareció en órbita y descendió a la superficie.
El coronel Ackerson abrió otras tres ventanas holográficas: los SPARTANS-III se enfrentaron a Elites en tierra, intercambiando disparos desde puntos a cubierto. Unas Banshees descendieron en picado desde lo alto de los edificios, dos Spartans se echaron los lanzamisiles al hombro y dispararon proyectiles tierra-aire, deteniendo en seco el ataque aéreo.
—El séptimo día —prosiguió el contraalmirante— llegaron refuerzos adicionales del Covenant.
El vídeo procedente de una cámara colocada en un casco mostró a una docena de SPARTANS-III que trastabillaban y caían sobre un paisaje humeante de metal retorcido. No había cohesión en la unidad. No había ningún equipo de dos hombres cubriéndose entre sí. En un segundo término, nublado por el intenso calor, los Elites ocupaban posiciones más ventajosas que proporcionaban mejor protección.
—Para entonces —continuó el contraalmirante—, se había destruido el ochenta y nueve por ciento de los reactores y se había producido un enfriamiento suficiente como para cerrar la operación. La compañía Alfa quedó aislada de su nave de exfiltración Calipso.
La ventana que mostraba a los SPARTANS-III se inclinó lateralmente cuando derribaron al propietario de la cámara del casco.
Ackerson hizo girar la pantalla holográfica noventa grados para enderezar la imagen.
Tres Spartans quedaban en pie, disparando ráfagas contenidas con sus MA5K desde detrás de una Banshee estrellada; luego abandonaron el refugio y echaron a correr… un segundo antes de que el aparato fuera destruido por un mortero de energía. Las etiquetas de identificación de la pane inferior de la pantalla identificaban a aquellos Spartans como Robert, Shane y, transportada entre ambos, Jane. Ella había sido el primer candidato en saltar aquella primera noche de entrenamiento.
En otra pantalla apareció la lectura biológica del equipo. La presión sanguínea de Robert y de Shane estaba próxima al límite hipertensivo. Las lecturas de Jane eran planas.
Verlos de aquella manera… fue como si alguien hubiera hundido una escarpia de metal en el pecho de Kurt. Un par de descomunales Hunters del Covenant cortaron la retirada a los Spartans y alzaron sus cañones lanzallamas de dos metros de largo.
Robert disparó su fusil de asalto contra ellos, pero la pareja ni siquiera pestañeó mientras los proyectiles rebotaban en sus gruesas armaduras. Shane tomó entonces su rifle de precisión y atravesó de un disparo la desprotegida región abdominal de un Hunter, y a continuación metió otros dos proyectiles en el vulnerable abdomen de su compañero. Ambos se desplomaron, pero todavía se movían, incapacitados sólo temporalmente.
Entretanto, equipos de combate de Elites aparecieron a ambos lados y lanzaron una andanada de disparos de agujas y proyectiles de plasma.
Robert recibió un disparo de plasma en el estómago…, que se quedó allí pegado, perforando la armadura SPI como si fuera de papel. Entre alaridos, consiguió recargar su MA5B y acribillar con fuego automático al Elite que le había disparado. La lectura biológica mostraba el corazón totalmente parado, pero todavía agarró una granada, tiró de la anilla y la lanzó hacia el grupo de ataque enemigo…, y luego cayó.
Shane hizo una pausa para mirar a Robert y a Jane…, luego se volvió de nuevo hacia el grupo de Elites y disparó en ráfagas de tres disparos cada una.
Aparecieron más enemigos que rodearon al solitario Spartan.
El rifle de Shane chasqueó, vacío, y él sacó entonces su pistola M6 y siguió disparando.
Un motor de energía estalló como un sol en miniatura a dos metros de distancia.
Shane salió volando por los aires y aterrizó boca abajo, totalmente inmóvil.
—Y eso es todo lo que tenemos —declaró el coronel Ackerson.
Kurt siguió con la mirada fija en la pantalla cubierta de estática, con el corazón latiendo desenfrenadamente mientras, en cieno modo, esperaba que la filmación volviera a ponerse en marcha y mostrara a Shane ayudando a levantarse a Robert y a Jane, y luego a los tres juntos alejándose cojeando del campo de batalla, heridos, pero vivos.
Kurt los había entrenado durante cinco años y había llegado a respetarlos. Ahora estaban muertos. Su sacrificio había salvado innumerables vidas humanas y, sin embargo, Kurt todavía sentía como si lo hubiera perdido todo. Quiso apartar la mirada de la pantalla, pero no pudo.
Aquello era culpa suya. Les había fallado. Su adiestramiento no los había preparado lo suficiente. Debería haber rectificado los fallos en sus trajes Mark-I PR y haberlos solucionado más de prisa.
Méndez alargó el brazo y dio un golpecito a la placa de datos del coronel.
La pantalla se quedó misericordiosamente en blanco y se apagó.
Ackerson le lanzó una mirada iracunda, pero éste no le hizo el menor caso.
—Reconocimientos recientes por parte de las naves de exploración teledirigidas muestran a todo el complejo sin actividad —dijo el contraalmirante—. No se construirán más naves en K7-49.
—Sólo para dejarlo claro —musitó Kurt, y luego hizo una pausa para aclararse la garganta—. ¿No hubo supervivientes de la operación PROMETEO?
—Es lamentable —repuso la vicealmirante con un levísimo tono de ternura en la voz—; pero volveríamos a hacerlo si se nos ofreciera una oportunidad semejante, teniente. Un complejo como ése a dos semanas de viaje de las colonias exteriores del UNSC… Sus Spartans impidieron la construcción de una armada del Covenant que habría tenido como resultado ni más ni menos que la masacre de billones de personas. Son unos héroes.
Cenizas. Eso era todo lo que Kurt sentía.
Dirigió una veloz mirada a Méndez. No había la menor emoción en su rostro; contenía a la perfección su dolor.
—Comprendo, señora —dijo Kurt.
—Bien —respondió ella. Todo rastro de piedad se había evaporado ya de su tono—. Lo he propuesto para un ascenso. Sus Spartans rindieron muy por encima de los parámetros previstos en el programa. Hay que elogiarlo por ello.
Kurt sentía que lo único que se merecía era un consejo de guerra, pero no dijo nada.
—Ahora quiero que se concentre y acelere el adiestramiento de los Spartans de la compañía Beta —siguió la mujer—. Tenemos una guerra que ganar.