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19.50 HORA5, 14 DICIEMBRE 2531 (CALENDARIO MILITAR) / A BORDO DEL POINT OF NO RETURN, POSICIÓN CONFIDENCIAL
Kurt despertó en cama, con un osmótico IV en el brazo y los monitores situados a poca distancia de él mostrando sus signos vitales, composición sanguínea y niveles de saturación del oxígeno cerebral.
Supuso que estaba en un hospital, aunque no había botón de llamada ni evidencia de que existiera una puerta. También había una cámara instalada en una esquina del techo. Percibió el familiar repiqueteo subsónico a su alrededor, y se relajó. Estaba en una nave espacial. Aunque prefería tener las botas sobre la tierra, cualquier lugar era mejor que el vacío total.
Bajó la barandilla y pasó las piernas por encima del borde de la cama. Sintió un ramalazo de dolor que ascendía por el costado. Costillas rotas; le había ocurrido muchas veces. Su piel pálida estaba cubierta de contusiones; éstas aparecían especialmente amoratadas en los hombros, estómago y cintura. Escudriñó su imagen en el espejo en busca de heridas, y luego se pasó la mano por el abundante pelo negro que adornaba su cabeza y rostro. Estaba intacto… pero ¿cuánto tiempo había estado inconsciente?
La pared se deslizó a un lado y entró un hombre que empezaba a quedarse calvo. Curiosamente, vestía un uniforme del ejército que llevaba prendida la insignia del águila de un coronel. Sus ojos oscuros se clavaron en Kurt.
—¡Señor! —Kurt empezó a incorporarse y a saludar.
—Descanse, soldado —dijo el coronel.
Kurt se detuvo en seco. Abrió la boca para corregir el error del coronel, pero se quedó callado. A los suboficiales navales jamás se les llamaba «soldados», pero Kurt sabía por experiencia que los oficiales, del ejército o de donde fuera, jamás agradecían que se les corrigiera a menos que hubiera vidas en juego.
La prolongada mirada fija del coronel lo hizo sentir incómodo. De hecho, varias cosas contribuían a su desazón. Estaba en una nave del UNSC recibiendo cuidados médicos, pero ¿cómo había llegado allí, y por qué se interesaba por él un coronel del ejército?
—Soy James Ackerson —se presentó el coronel, y a continuación hizo algo curioso: le tendió la mano para estrechar la suya.
Eso no era algo frecuente pues, por lo general, nadie quería tocar a un Spartan, y mucho menos estrecharle la mano.
Kurt aceptó la mano de Ackerson y la apretó con delicadeza.
Ackerson. Kurt conocía aquel nombre. Había habido conversaciones entre la doctora Halsey y el Jefe Méndez en las que el nombre de Ackerson había salido a relucir una docena de veces, y por la inflexión de sus voces y su lenguaje corporal Kurt pensó que no era precisamente su amigo.
El Spartan era consciente de que todos en el UNSC tenían el mismo objetivo básico: proteger a la humanidad de toda amenaza. Sin embargo, no todos estaban de acuerdo en cómo debía llevarse a cabo tal encargo…, lo que daba origen a conflictos internos. Kurt lo comprendía del mismo modo que comprendía los preceptos básicos de un motor translumínico Shaw-Fujikawa; captaba los principios teóricos subyacentes, pero los matices y la aplicación real de ese conocimiento seguían siendo un misterio para él.
Lo más probable era que aquel coronel estuviera destinado de forma permanente a la ON1 como oficial de enlace. A menudo reclutaban civiles, oficiales de otras ramas del estamento militar o a cualquiera que necesitaran para llevar a cabo su tarea.
Un coronel del ejército tenía aproximadamente el mismo rango que un capitán de la marina, de modo que aunque Kurt se mostraba cauteloso, también tenía que ser cortés, e incluso aceptar órdenes de Ackerson mientras no entraran en conflicto con órdenes anteriores.
—Si se encuentra lo bastante bien, vístase.
El coronel Ackerson indicó con la cabeza la mesilla de noche sobre la que había un uniforme pulcramente doblado.
Kurt se puso en pie, retiró el parche osmótico IV, y se vistió.
—Spartan-051, ¿cómo se llama? —preguntó Ackerson.
—Kurt, señor.
—Sí, pero Kurt ¿qué? ¿Cuál es su apellido?
Kurt sabía que había tenido otro nombre antes de su adiestramiento. Aquello, no obstante, formaba parte de una vida que en aquellos momentos parecía más un sueño que algo real.
Y aquel otro nombre era simplemente una sombra en su mente, como lo era la familia que lo había acompañado. Sin embargo, se esforzó por recordar.
—No importa —dijo Ackerson—. Por el momento, si le preguntan, use el apellido… —Meditó unos instantes—. Ambrose.
—Sí, señor.
Kurt se abotonó la camisa. El uniforme carecía de la insignia Spartan que mostraba un águila sujetando un rayo y unas flechas. En su lugar lucía el emblema de unas manos que se estrechaban perteneciente al núcleo logístico del UNSC. Mostraba la solitaria estrella de cabo primero y dos galones de combate por Harvest y por la operación TREBUCHET.
—Sígame.
Ackerson salió a un pasillo estrecho y condujo a Kurt a través de tres intersecciones.
Muchos oficiales de la marina pasaron junto a ellos, pero ninguno saludó. En su mayoría se mostraban reservados, con la mirada gacha. Y mientras que unos pocos saludaron con la cabeza a Kurt, nadie dirigió siquiera una mirada a Ackerson.
La inquietud de Kurt ante aquella situación tan curiosa se volvió palpable.
Hicieron un alto ante una puerta presurizada custodiada por dos marines que saludaron. Kurt devolvió el saludo con marcialidad y Ackerson les dedicó un gesto superficial que era un saludo a medias.
El coronel colocó la mano sobre un lector biométrico y rostro, retina y palma fueron escaneados simultáneamente.
La puerta se abrió con un siseo.
Kurt y Ackerson pasaron al interior de una habitación tenuemente iluminada de veinte metros de ancho ocupada de pared a pared por monitores. Señales espectroscópicas, cartas estelares y pulsaciones de Slipstream fluctuaban veloces en las pantallas. Había varios oficiales y dos IA holográficas que consultaban con ellos en tonos quedos.
Una IA era una figura envuelta en una túnica gris. Un espectro. La otra era una colección de ojos, bocas y manos gesticulantes sin un cuerpo… que Kurt recordó vagamente de una de las lecciones de arte de Deja como un ejemplo del arte cubista.
Ackerson lo hizo cruzar rápidamente la habitación hasta otra puerta. Tuvo lugar un segundo escaneo biométrico y entraron en un ascensor.
Se produjo un movimiento descendente, luego un instante de caída libre en gravedad cero, y a continuación regresó la sensación de gravedad. Las puertas se abrieron ante una pasarela que se extendía sobre una negrura total hasta una pared lisa.
El coronel se acercó a ella, apareció una juntura, y entonces las dos secciones se separaron.
—El personal subalterno llama a esta habitación «el Ojo de Odín» —dijo Ackerson—. Le ha sido concedida temporalmente una contraseña de alto secreto para permitirle el acceso. Cualquier cosa que se diga aquí dentro es igualmente información secreta y no revelará ninguna de nuestras conversaciones a menos que se faciliten las contraseñas apropiadas. ¿Comprendido?
—Sí, señor —respondió Kurt.
No obstante, a Kurt su instinto le decía que no entrara en aquella habitación. En realidad, el Spartan deseaba estar en cualquier otra parte excepto en aquella habitación. Pero no se podía negar.
Entraron.
Las puertas se cerraron detrás de ellos; la juntura desapareció.
La habitación tenía las paredes cóncavas y blancas, y a los ojos de Kurt les costó mucho concentrar la mirada.
—Su contraseña secreta es «Halcón Cuarenta» —indicó Ackerson—. Ahora, hable libremente aquí dentro. Yo, desde luego, lo haré.
Señaló con la mano una mesa circular negra en el centro de la estancia y ambos se sentaron.
—Señor, ¿dónde estoy? ¿Por qué estoy aquí?
Sus palabras parecieron evaporarse mientras las pronunciaba, amortiguadas por el aire sospechosamente inmóvil de la extraña habitación.
—Desde luego —murmuró Ackerson—. Su recuperación no es completa. Ya me habían advertido de eso. —Suspiró—. Nos hemos tomado un gran número de molestias para liberarlo de las operaciones normales de la Agencia Naval de Armamento Especial…, de su misión de reconocimiento en la estación Delphi.
Kurt recordó la explosión de su mochila propulsora; parpadeó y vio durante una milésima de segundo la mareante masa nebulosa de las estrellas en su visor facial.
—Mi equipo —dijo—, están…
—Perfectamente —lo interrumpió Ackerson—. Sin lesiones.
Kurt aspiró, sintiendo el dolor de su costilla rota. El no estaba exactamente sin lesiones.
Algo cambió en la expresión del coronel. La sombría mirada fija y su dureza se suavizaron de un modo casi imperceptible.
—La Sección Tres le ha dado nuevas órdenes —dijo el coronel en voz más baja, y empujó un lector óptico a través de la mesa en dirección a Kurt.
Kurt presionó la tecla biometrica y la pantalla se encendió. Aparecieron advertencias cifradas y luego vio su notificación de traslado bajo las órdenes del coronel Ackerson. Se habían cumplimentado los campos habituales de asignación de emplazamiento, protocolos de derivación y verificación de historial.
—Ahora forma usted parte de una subdivisión de la división Beta-5 —le informó Ackerson—, una célula sumamente secreta dentro de la Sección Tres. Todo lo sucedido en la estación Delphi se organizó para traerlo aquí con el mayor secreto para una nueva misión.
¿Fue algo organizado lo sucedido en la estación Delphi? ¿Dispuesto por una subcélula de la Sección Tres? Algo parecía no encajar de un modo que Kurt no conseguía precisar exactamente.
Pero parte de ello tenía sentido ahora. El mecanismo de transmisión Shaw-Fujikawa a medio desmantelar del lugar era el señuelo perfecto y la excusa ideal para el mal funcionamiento de una mochila propulsora. El eco en el sensor que el Circunference había captado durante el salto al interior del sistema era realmente otra nave patrulla, la nave que había recogido el cuerpo agotado de Kurt… tras haber sido propulsado a una, no tan fortuita, trayectoria fulminante. Aunque lo contrariaba el modo en que lo habían reclutado, tuvo que admitir la suprema elegancia del plan de extracción.
—Lo han clasificado como desaparecido en combate —dijo Ackerson—. Se le da por muerto.
Algo helado se aferró al estómago de Kurt, pero, no obstante, controló sus emociones, intuyendo que en aquella ocasión tal vez no le servían de ayuda.
—¿Cuál es esa nueva misión, señor?
Ackerson lo contempló fijamente durante un momento, luego pareció mirar a través de Kurt y más allá de él.
—Quiero que adiestre a la siguiente generación de Spartans.
Kurt pestañeó, asimilando lo que el otro acababa de decir, sin comprender por completo.
—Señor, tenía la impresión de que al Jefe Méndez se le había vuelto a asignar hace años el desempeño de esa misión.
—La doctora Catherine Halsey pospuso indefinidamente la empresa de adiestrar SPARTANS-II adicionales —dijo Ackerson—. Existían otros candidatos dentro del parque genético, pero no estaban en sintonía con sus protocolos de restricción de edad. Y con la guerra, los fondos para su programa fueron… desviados.
Kurt siempre había supuesto que se estaba adiestrando a otros Spartans, que él y sus compañeros eran los primeros en lo que sería una larga estirpe de Spartans. Jamás se le había ocurrido pensar que ellos podrían ser los primeros y los últimos de su clase.
—Desde luego, Méndez se unirá a usted —añadió Ackerson.
—Será un honor servir a las órdenes del Jefe Méndez —respondió Kurt.
Una de las cejas de Ackerson se curvó bruscamente.
—Por supuesto.
Indicó con un gesto la placa de datos confidencial de Kurt.
—Lea. Se han perfilado nuevos protocolos de adiestramiento así como un régimen de acrecentamiento mejorado. Hemos aprendido muchas cosas de los desafortunados procesos médicos que la doctora Halsey tenía a su disposición.
Kurt cerró con fuerza las manos, convirtiéndolas en puños, al recordar el dolor de los injertos de hueso; igual que cristales rompiéndose en el interior de su médula, y el fuego que había recorrido cada uno de sus nervios a medida que los habían ido rediseñando para acrecentar su velocidad.
Mientras leía empezó a captar las posibilidades y retos del nuevo programa. Los nuevos biocrecimientos eran un salto cuántico por delante de los que él había recibido. Se preveían tasas de fracaso más bajas. Sin embargo, había sólo una fracción del presupuesto y tiempo de adiestramiento del programa SPARTAN original, y se reemplazaría la armadura MJOLNIR por algo llamado sistemas de blindaje de infiltración semipropulsados (SPI).
—Con estos nuevos candidatos —comentó Kurt— está intentando hacer más con menos.
Ackerson asintió.
—Se los enviará a misiones de mayor valor estratégico pero al mismo tiempo con menores posibilidades de supervivencia. Ahí es donde usted entra, Kurt. Necesitamos transmitir a estos candidatos todo su adiestramiento como Spartan y toda su experiencia en campaña. Tiene que hacer que estos Spartans sean mejores y adiestrarlos más de prisa. Este programa puede ser la clave para nuestra supervivencia en esta guerra.
Kurt volvió a echar un rápido vistazo al lector. El nuevo protocolo de selección genética ampliaba el parque de candidatos, pero existían referencias inquietantes a problemas de comportamiento en aquellos menos que ideales Spartans potenciales.
Pero aquella misión era vital para la guerra, Kurt lo intuía. Y tendría con él al Jefe Méndez. Sería agradable volver a trabajar bajo las órdenes de su antiguo profesor. ¿Podrían realmente ellos dos adiestrar a una nueva generación de Spartans?
—En diez años —dijo Ackerson—, con su asesoramiento y un poco de suerte, habrá un centenar de Spartans nuevos preparados para la guerra. Empleando a varios de estos Spartans nuevos para ayudar a adiestrar a las promociones siguientes, habrá miles de ellos en un plazo de veinte años. Con las mejoras proyectadas en tecnología, podríamos crear cien mil Spartans en treinta años.
¿Cien mil Spartans combatiendo por la humanidad? La imagen pasó por la mente de Kurt. ¿Era aquello posible?
Si bien no comprendía todas las ramificaciones, Kurt se dio cuenta entonces de la importancia del resultado final. No obstante, su sensación inicial de desazón permaneció. ¿Cuántos de aquellos nuevos Spartans morirían? Se armó de valor. Haría todo lo posible para asegurarse de que recibían la mejor preparación, el mejor equipo, de que eran los mejores soldados que la humanidad había producido jamás. Con todo, incluso así, ¿sería suficiente?
—¿Cuándo empezamos, señor? —preguntó tras inspirar profundamente.
—Se están construyendo nuevos complejos de adiestramiento —respondió Ackerson—. Supervisará la operación y simultáneamente iniciará la criba de candidatos. Tengo una abundante provisión de reclutas voluntarios para usted. —Introdujo la mano en el bolsillo y extrajo un caja diminuta que empujó a través de la mesa hacia Kurt—. Una última cosa.
Kurt abrió la caja. En el interior había las insignias con un galón plateado de un teniente de rango subalterno.
—Son suyas ahora. —Una leve insinuación de una sonrisa apareció en el rostro de Ackerson— No pienso permitir que mi mano derecha reciba órdenes de suboficiales instructores. Usted estará a cargo de todo el asunto.