DOS

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05.00 HORAS, 24 OCTUBRE 2531 (CALENDARIO MILITAR) / A BORDO DEL POINT OF NO RETURN DEL UNSC, ESPACIO INTERESTELAR, SECTOR B-042

El coronel Ackerson se pasó ambas manos por sus cada vez más escasos cabellos, y luego se sirvió un vaso de agua de la jarra que tenía sobre la mesa. La mano le temblaba. Resultaba irónico que su carrera militar hubiera llegado a aquello: una reunión secreta en una nave que técnicamente no existía, a punto de discutir un proyecto que, si tenía éxito, jamás afloraría a la luz pública.

Clasificado sólo para tus ojos. Palabras codificadas. Doble juego y deslealtades.

Añoraba tiempos pasados en que empuñaba un rifle, al enemigo se lo reconocía y despachaba con facilidad, y la Tierra era el más poderoso y seguro centro del Universo.

Aquella época ya sólo existía en el recuerdo, y Ackerson tenía que vivir en la oscuridad para salvar la poca luz que quedaba.

Se echó hacia atrás, apartándose de la mesa de juntas de ébano, y su mirada recorrió la habitación, una burbuja de cinco metros de diámetro cortada en dos por un suelo de rejilla de metal, con paredes de acero inoxidable pulidas hasta conseguir un brillo de reflejos blancos. Una vez sellada, se convertía en una jaula de Faraday, y ninguna señal electrónica podía escapar de ella.

Odiaba aquel lugar. Las paredes blancas y la mesa negra lo hacían sentir como si estuviera sentado en el interior de un ojo gigante, siempre bajo observación.

La «jaula», como se la llamaba, estaba en el interior de un capullo de capas aislantes ablativas y sistemas neutralizadores de interferencias electrónicas para proporcionar más seguridad, y todo ello instalado en la parte más recóndita de la nave de la flota del UNSC Point of No Return.

Construida por secciones y luego ensamblada en el espacio intergaláctico, el Point of No Return era el navío de la clase patrulla de mayor tamaño jamás construido. Tan grande como un destructor, era totalmente invisible al radar, y cuando sus motores deflectores funcionaban por debajo del 30 por ciento, era tan negro como el espacio interestelar. El Point of No Return era el centro de mando de campaña y plataforma de control de la Oficina de Información Naval del UNSC en tiempo de guerra, NavSpecWep (Agencia de Armamento Naval Especial) Sección Tres.

Muy pocos habían visto realmente aquella nave, sólo un puñado de personas habían estado a bordo en alguna ocasión, y menos de veinte oficiales en la galaxia tenían acceso a la jaula.

La pared blanca se retrajo y entraron tres personas. Sus botas golpearon con un sonido metálico el suelo de rejilla.

El contraalmirante Rich entró primero. Sólo tenía cuarenta años, pero sus cabellos eran ya canosos. Estaba al mando de las operaciones encubiertas en la Sección Tres, responsable a su vez de todas las operaciones de campaña a excepción del programa SPARTAN-II de la doctora Halsey. Se sentó a la derecha de Ackerson, echó un vistazo al agua y frunció el entrecejo. Sacó una petaca dorada y la destapó. El olor a whisky barato asaltó inmediatamente a Ackerson.

El siguiente fue el capitán Gibson. El hombre se movía como una pantera, con zancadas largas, indicio de haber pasado recientemente un tiempo en situación de microgravedad. Era el oficial superior a cargo de las operaciones paralelas de la Sección Tres, el homólogo del contraalmirante Rich en la ejecución de las tareas de limpieza.

Y por último, entró la vicealmirante Parangosky.

Las puertas volvieron a cerrarse inmediatamente tras ella sin dejar el menor resquicio. Sonaron tres nítidos chasquidos a medida que los cerrojos encajaban entre sí, y a continuación la estancia se sumió en un silencio artificial.

Parangosky permaneció en pie y evaluó al resto; su férrea mirada finalmente se clavó en Ackerson.

—Será mejor que tenga una razón realmente buena para arrastrarnos a todos aquí a escondidas, coronel.

Parangosky tenía un aspecto frágil y parecía más próxima a los ciento setenta años que los setenta que tenía en realidad, pero era, en opinión de Ackerson, la persona más peligrosa del UNSC. Era el auténtico poder en la ONI (la Oficina de Información Naval). Por lo que él sabía, únicamente una persona había conseguido cruzarse en su camino y sobrevivir.

El coronel Ackerson depositó cuatro placas de datos sobre la mesa. Escáneres biométricos centellearon en las franjas laterales.

—Por favor, almirante —dijo—, si tiene la bondad.

—Muy bien —masculló ella y se sentó.

—Eso no es nada nuevo, Margaret —rezongó el almirante Rich.

La mujer le lanzó una mirada taladrante, pero no dijo nada.

Los tres oficiales echaron un rápido vistazo al documento.

El capitán Gibson lanzó un suspiro colérico y apartó la placa.

—Spartans —dijo—. Sí, todos estamos familiarizados con su historial operativo. Muy impresionante.

Por la mueca de desagrado de su rostro, quedaba claro que «impresionado» no era como se sentía.

—Y —observó Rich— ya conocemos sus sentimientos respecto a este programa, coronel. Espero que no nos haya traído aquí para intentar de nuevo echar el cierre a los Spartans.

—No —respondió Ackerson—. Por favor avancen hasta la página veintitrés, y mis intenciones quedarán claras.

Examinaron su informe de mala gana. Las cejas del capitán Rich se enarcaron ostentosamente.

—Nunca antes había visto estas cifras: fabricación traje MJOLNIR, personal de mantenimiento, y mejoras recientes en sus plantas de microfusión. ¡Cielos! Se podría construir un nuevo grupo de combate con lo que Halsey está gastando.

La vicealmirante Parangosky no echó ningún vistazo a las cifras.

—Ya he visto esto antes, coronel. Los Spartans son el proyecto más caro de nuestra sección. No obstante, son el más efectivo. Vaya al grano.

—La cuestión es ésta —dijo Ackerson. El sudor le chorreaba por la espalda, pero mantuvo la voz tranquila. Si no los convencía, Parangosky podría aplastarlo, y se encontraría degradado a sargento y patrullando por algún polvoriento mundo fronterizo. O peor—. No estoy sugiriendo que echemos el cierre a los Spartans —prosiguió, y gesticuló ampliamente con ambas manos—. Al contrario, libramos una guerra en dos frentes: rebeldes que erosionan nuestra base económica en las colonias exteriores, y el Covenant, que, por lo que sabemos, está decidido a aniquilar a toda la humanidad. —Se irguió y su mirada se cruzó con las miradas de Gibson, Rich y, finalmente, con la de Parangosky—. Sugiero que necesitamos más Spartans.

Una sonrisa apenas perceptible apareció en los finos labios de la vicealmirante Parangosky.

—Estupideces —rezongó Rich, y tomó un trago de su petaca de whisky—. Es lo que me faltaba por oír.

—¿Qué es lo que quiere conseguir, coronel? —quiso saber Gibson—. Ha estado públicamente en contra de los SPARTANS-II de la doctora Halsey desde que ella inició el programa.

—Lo he estado —asintió Ackerson—. Y todavía lo estoy. —Señaló con la cabeza las placas de datos—. Pantalla cuarenta y dos, por favor.

Avanzaron hasta el lugar indicado.

—Aquí detallo los defectos del programa innegablemente «exitoso» de Halsey —continuó Ackerson—. Costes altos, un fondo de candidatos genéticos absurdamente pequeño, metodologías de adiestramiento ineficaces, producción de un número demasiado reducido de unidades finales…, por no mencionar su dudosa ética al usar procedimientos de clonación instantánea.

Parangosky hizo avanzar la pantalla.

—Y nos propone… ah, ¿un programa SPARTAN-III? —preguntó, y su expresión férrea no dejó traslucir ni un indicio de emoción.

—Considere a los SPARTANS-II como un prototipo para poner a prueba el concepto —explicó Ackerson—. Ahora ha llegado el momento de pasar a la modalidad de producción. Mejorar las unidades con tecnología nueva. Hacer un mayor número de ellas. Y hacer que resulten más baratas.

—Interesante —susurró ella.

El coronel tuvo la sensación de que lo estaba consiguiendo, así que siguió adelante.

—Los SPARTANS-II tienen una característica adicional que los vuelve indeseables para nosotros —dijo Ackerson—. Una presencia pública. Aunque están clasificados como alto secreto, se han filtrado historias por toda la flota. Sólo son un mito en este momento, pero la Sección Dos tiene planes para difundir más información y hacer público el programa muy pronto.

—¿Qué? —Rich se apartó violentamente de la mesa—. No pueden dar a conocer detalles de un programa secreto que…

—Para levantar la moral —explicó Ackerson—. Forjarán la leyenda del Spartan. Si la guerra con el Covenant va como está previsto, es evidente que necesitaremos medidas drásticas para mantener la confianza entre la tropa.

—Eso significa que estos Spartans tendrán que ser, qué, ¿protegidos? —inquirió Rich, incrédulo—. Si están todos muertos, eso convierte una campaña de operaciones psicológicas en algo más bien discutible, ¿no es cierto?

—No necesariamente, señor —observó Gibson—. Pueden estar muertos, pero no ser un secreto.

—Asumo, coronel —intervino Parangosky—, que esta cuestión de presencia pública no será un inconveniente para su programa para la serie tres.

—Correcto, señora. —Ackerson colocó las manos sobre la mesa e inclinó la cabeza; luego alzó los ojos—. Esta fue una conclusión a la que costó mucho llegar. Esta nueva fuerza de combate debe ser barata, muy eficiente, y estar adiestrada para llevar a cabo misiones que tradicionalmente jamás se contemplarían. Ni siquiera por parte de los superhombres de Halsey.

Rich puso mala cara ante lo que el comentario llevaba implícito y su frente se arrugó.

—Misiones suicidas.

—Objetivos de alto valor —replicó Ackerson—. Objetivos del Covenant. Las batallas que hemos ganado contra este enemigo han supuesto unas bajas inaceptables. Dado su número y su tecnología superior, disponemos de pocas opciones contra una fuerza así, excepto tácticas extremas.

—Tiene razón —admitió Gibson—. Los Spartans han demostrado su efectividad en misiones de alto riesgo, y aunque odio tener que admitirlo, son mejor que cualquier equipo humano que yo pudiera reunir. Si eliminamos los mandatos actuales del UNSC sobre seguridad y exfiltración, dispondremos de una oportunidad para frenar un poco al Covenant. Nos daría tiempo para pensar, hacer planes y dar con un mejor sistema de combate.

—Quiere canjear vidas por tiempo —susurró Parangosky.

Ackerson hizo una pausa, sopesando con cuidado su respuesta, luego dijo:

—Sí, señora. ¿No es ése el trabajo de un soldado?

Parangosky lo miró fijamente y Ackerson le sostuvo la mirada.

Rich y Gibson contuvieron el aliento, estupefactos.

—¿Hay otra opción? —preguntó Ackerson—. ¿Cuántos mundos son ahora un montón de cenizas? ¿Cuántos miles de millones de colonos han muerto? Si salvamos un solo planeta, si ganamos unas pocas semanas, ¿no vale eso un puñado de hombres y mujeres?

—Desde luego que sí —musitó ella—. Que Dios se apiade de todos nosotros. Sí, coronel, sí, lo vale.

Rich vació su petaca.

—Desviaré fondos para esta cosa a través de los lugares de costumbre, sin actas informatizadas. Hay demasiadas malditas IA actualmente.

—Me aseguraré de que consiga aprovisionamiento, instructores, y cualquier otra cosa que necesite, coronel.

—Y yo conozco una zona perfecta de acuartelamiento de tropas para poner esto en marcha —indicó Parangosky, e hizo una seña con la cabeza a Rich.

—¿Onyx? —inquirió, en un tono que era mitad pregunta, mitad afirmación.

—¿Conoce un lugar mejor? —preguntó ella—. La Sección Uno ha convenido ese lugar en un virtual agujero negro.

—De acuerdo —asintió Rich con un suspiro—. Le enviaré el expediente sobre el lugar, coronel. Le va a encantar.

Las aseveraciones de Rich no lo reconfortaron en absoluto, pero Ackerson mantuvo la boca cerrada. Tenía todo lo que quería… casi.

—Sólo una cosa más —dijo—. Necesitaré a un SPARTAN-II para adiestrar a estos nuevos reclutas.

—¿Y va a pedirle a la doctora Halsey que le preste uno? —rezongó el capitán Gibson.

—Tengo pensado otro sistema —respondió él.

—Necesita a un Spartan para adiestrar Spartans, desde luego —dijo Parangosky—, pero… —bajó la voz—, ándese con pies de plomo. Si esto se hace público, si la gente descubre que estamos creando «héroes desechables», la moral caerá en picado en toda la flota. Asegúrese de que nadie en la Sección Tres sabe lo de su entrenador SPARTAN-II ni lo de SPARTAN-III. Si alguien se entera, tendrá que desaparecer. ¿Entendido?

—Sí, señora.

—Y por el amor de Dios —recalcó ella, entrecerrando los ojos hasta convertirlos en simples rendijas—, Catherine Halsey no debe saberlo jamás. Su tierna compasión por los Spartans le ha conseguido demasiados admiradores en el mando central. Si esa mujer no fuera tan vital para la guerra, la habríamos enviado a casa hace décadas.

Ackerson asintió.

Los tres oficiales navales presionaron los pulgares sobre sus placas de datos y los archivos se borraron. Se pusieron en pie y, sin una palabra más, abandonaron la jaula.

Jamás habían estado allí.

Nada de aquello se había discutido jamás.

Cuando se quedó solo, Ackerson examinó sus archivos e hizo planes. El primer tema a tratar estaba ya en marcha: en la pantalla apareció el historial del Spartan-051.