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16.47 HORAS, 1 MAYO 2531 (CALENDARIO MILITAR) / III SISTEMA TAURI, CAMPAMENTO NUEVA ESPERANZA, PLANETA VICTORIA
John, SPARTAN-117, a pesar de hallarse embutido en media tonelada de blindaje angular MJOLNIR, se movía como una sombra por la penumbra del sotobosque.
El guardia del perímetro de la base Nueva Esperanza se llevó un cigarrillo a la boca, tomó una última calada, y tiró la colilla.
John arremetió contra él, un susurro apenas perceptible, y rodeó con el brazo el cuello del hombre, retorciéndolo hacia arriba con un chasquido.
El cigarrillo del guardia cayó al suelo.
Los grillos de las inmediaciones reanudaron su cantinela nocturna.
John tecleó su situación al resto del equipo Azul. Cuatro indicadores LED verdes parpadearon en su visualizador, indicando que el resto de los guardias del extenso perímetro habían sido neutralizados.
El objetivo siguiente era una entrada de mercancías, el punto más endeble del sistema de defensa de la base rebelde. La caseta de guardia tenía a dos hombres en el exterior, dos en el tejado y varios dentro. Más allá de ésta, no obstante, la base poseía unas impresionantes medidas de seguridad incluso desde el punto de vista Spartan: sensores sísmicos y de movimiento, una triple ronda de guardias, perros adiestrados, y en lo alto naves teledirigidas de la clase MAKO.
John hizo parpadear en verde su luz de situación: la señal para proceder a la fase siguiente.
El sol poniente apenas rozaba la línea del horizonte cuando los guardias del tejado del búnker se contorsionaron y desplomaron. Sucedió tan de prisa, que John no llegó a estar seguro de cuál había sido el primer blanco escogido por Linda. Al cabo de un instante, los dos del suelo también estaban muertos.
John y Kurt corrieron hacia la caseta de guardia.
Kelly salió disparada por delante de ellos, recorriendo los trescientos metros desde el bosque en la mitad de tiempo, y se encaramó al tejado de un solo salto. Abrió el conducto de ventilación y dejó caer granadas lumínicas aturdidoras.
Kurt se apostó ante la puerta y barrió con la mirada la parte posterior en busca de objetivos. John aguardó al otro lado de la puerta de seguridad de acero a prueba de balas, una mano en el pomo y un pie firmemente apoyado contra la pared.
En el interior sonaron tres golpes amortiguados.
John tiró con fuerza, arrancando puerta y marco del refuerzo de acero de la pared.
Kurt entró soltando ráfagas de tres disparos con la metralleta M7.
John lo siguió al interior al cabo de un instante y evaluó las posibles amenazas en un abrir y cerrar de ojos. Tres guardias habían caído ya, y detrás de ellos, hileras de monitores de seguridad mostraban un centenar de imágenes de la base.
Había otros siete hombres sentados ante una mesa de juego que intentaban librarse de los efectos de las explosiones lumínicas. Se pusieron en pie con las pistolas casi fuera de sus fundas.
Sin perder la calma, John disparó a cada uno en la cabeza, una vez.
Nada se movió.
Kelly se dejó caer frente a la puerta, luego rodó al interior con las armas listas para disparar.
—Sistema de seguridad —susurró John a la mujer y a Kurt.
Fred y Linda aparecieron al cabo de un instante, y juntos empujaron y encajaron la puerta en su retorcido marco.
—Todo bien fuera —indicó Fred.
Kelly se sentó ante la hilera de monitores y sacó una pantalla táctil, poniendo en marcha el paquete de software de infiltración del ordenador de la ONI.
Kurt pulsó unas teclas señalando con la cabeza la nota autoadhesiva situada bajo un monitor.
—Contraseña introducida —anunció.
—De acuerdo —murmuró Kelly—. También podemos hacerlo por el método fácil. Ejecutando un protocolo de bucle de monitor, obtendré una senda despejada hasta el objetivo.
Kurt entretanto se dedicó a echar un vistazo a varios ángulos de cámara y subsistemas en las pantallas.
—No ha saltado ninguna alarma —informó.
Hizo una pausa y contempló a un grupo de guardias que descargaban contenedores de munición de un Warthog. Un hombre hizo un movimiento torpe y dejó caer una lata. A lo largo del costado llevaba escrito: MUTA-AP-09334.
John no había ordenado un barrido de subsistemas, aunque tampoco lo había prohibido específicamente. Las acciones de Kurt podían disparar un indicador de peligro en el centro de control y mando de la base.
John tenía sentimientos encontrados sobre utilizar al Spartan-051, Kurt, como sustituto de Sam en el equipo Azul. Por un lado, era un Spartan sumamente capaz. El Jefe Méndez le había entregado automáticamente el mando del equipo Verde durante los ejercicios de adiestramiento, y Kurt había vencido a menudo en sus enfrentamientos con el equipo Azul de John; pero por otra parte, era, para ser un Spartan, indisciplinado. Dedicaba tiempo a hablar con cada Spartan, e incluso con el personal no Spartan que los adiestraba y abastecía. Para ser un soldado profesional en medio de dos guerras —una que combatía una rebelión consolidada, y la otra un enfrentamiento con una raza alienígena xenófoba tecnológicamente superior—, Kurt pasaba una considerable cantidad de tiempo haciendo amistades.
—Bucle instalado en el sistema de cámaras y en los detectores —anunció Kelly, y realizó un diminuto círculo con el índice—. Tenemos quince minutos mientras se efectúa la rotación y reabastecimiento de perros y naves teledirigidas. Así que sólo hay que ocuparse de los guardias.
—Adelante —dijo John a su equipo.
Kurt vaciló, los ojos fijos aún en los monitores.
—¿Qué? —preguntó John.
—Una sensación curiosa —musitó el otro.
Aquello preocupó a John. Todos habían llevado a cabo sus tareas impecablemente y no había ningún indicio de que el enemigo hubiera reaccionado a su presencia. Pero Kurt tenía fama de ser capaz de olfatear emboscadas, y John había sido la victima de la intuición de Kurt en varias ocasiones durante el adiestramiento.
John señaló con la cabeza el monitor, que no mostraba ninguna actividad que no fuera la normal.
—Explícate.
—Los guardias que descargan el Warthog —dijo Kurt—. Parece como si… se prepararan para algo. A los sistemas de seguridad y a las máquinas se las puede engañar, o amañar fácilmente para que se equivoquen —declaró—. ;A las personas? Eso no es tan fácil.
—Comprendo —repuso John—. Nos mantendremos alerta, pero debemos cumplir con el programa establecido. En marcha.
Kurt se puso en pie, volviendo la cabeza para lanzar una nueva ojeada al monitor mientras abandonaban la caseta de guardia.
Los Spartans se fundieron con una sombra tras otra, bordeando un almacén, pasando bajo barracones de oficiales, y finalmente, ya en el centro de la base, se aproximaron al extremo de otro almacén. El edificio estaba rodeado por tres vallas llenas de avisos que indicaban que el patio de grava situado al otro lado estaba minado.
Ocho guardias patrullaban el perímetro. Estacionado a un lado había un Warthog modificado; habían partido el vehículo por la mitad y le habían soldado una nueva sección central que daba la impresión de poder transportar diez hombres al combate. Sería suficiente.
John sacó una varilla diminuta y apuntó al edificio con ella. El contador de radiación parpadeó indicando cien veces por encima del nivel normal para aquel planeta.
Aquello confirmaba que su objetivo principal estaba dentro: tres cabezas nucleares FENRIS.
Combates recientes con el Covenant habían reducido el arsenal del UNSC de material de fisión hasta dejarlo casi a cero. Los insurgentes se habían enterado de ello (lo que indicaba que poseían también un buen servicio de inteligencia), y habían contactado con el mando central regional para ofrecer un cambio, afirmando poseer ojivas nucleares. Aseguraron tener personas afectadas por el síndrome de Borren y querer disponer de la pericia y medicinas que únicamente los médicos del UNSC podían proporcionar.
El mando central respondió que consideraría el asunto.
Lo había considerado, efectivamente, y enviado al equipo Azul a hacerse con aquellas ojivas nucleares, y si se presentaba la oportunidad, acabar también con cualquier líder rebelde.
John hizo señas a su equipo para que se alejaran, que se dispersaran alrededor del búnker y ocuparan posiciones para abatir de un disparo a los centinelas.
Parpadearon luces verdes de confirmación. La de Kurt lúe la última, con una palpable vacilación.
John efectuó una breve seña con la mano a Kurt y luego señaló el Warthog, indicando que preparara el vehículo para salir de allí.
Kurt asintió.
La «sensación» de Kurt de que algo no iba bien era contagiosa y a John no le gustó. Apartó a un lado sus incertidumbres. El equipo Azul estaba en posición.
Tomó el rifle de precisión que llevaba colgado al hombro y apuntó. Dio la señal y contempló como un centinela y luego otro se desplomaban silenciosamente. Linda había actuado con rapidez y eficiencia, como de costumbre.
John dio la señal para avanzar.
El equipo Azul entró con cautela, escudriñando cada rincón oscuro del edificio.
El lugar estaba vacío, a excepción de unos estantes de acero que sostenían tres contenedores de cabezas nucleares cónicas.
El contador de radiación de John ascendió de golpe, indicando que no contenían explosivos convencionales.
Señaló a Kelly y a Fred, al estante y luego al Warthog del exterior. Los dos Spartans asintieron.
La luz de confirmación de Kurt parpadeó roja.
Ningún Spartan mostraba la luz roja en una misión a menos que tuviera un buen motivo.
—Abortad —dijo John—. Todos fuera. Ahora.
Le embargó una sensación de mareo.
John vio como Linda, Fred y Kelly caían de rodillas.
Luego, la oscuridad se adueñó de él.
* * *
John despertó con un respingo. Le ardían todos los músculos y parecía como si le hubieran dado un martillazo en la cabeza. Eso era una buena señal: significaba que no estaba muerto.
Tensó los músculos para luchar contra una presión implacable.
Pestañeó para aclarar su visión borrosa y vio que estaba sentado apoyado contra una pared, todavía en el interior del búnker de alta seguridad.
Las cabezas nucleares seguían también allí.
Entonces, John vio a una docena de comandos en el almacén, vigilándolo. Mantenían en alto la metralleta calibre 30 que era tan popular entre las fuerzas rebeldes. Apodadas «fabricantes de confeti», eran espantosamente imprecisas, pero a quemarropa eso no tendría demasiada importancia.
El resto del equipo Azul yacía boca abajo sobre el suelo de hormigón, mientras unos técnicos con batas de laboratorio se agachaban sobre ellos y los filmaban en vídeo digital de alta resolución.
John se debatió en su armadura inerte. Tenía que llegar hasta su equipo. ¿Estaban muertos?
—No hace falta que forcejees —dijo una voz.
Un hombre con una larga melena gris se colocó ante el visor facial de John.
—O forcejea si lo deseas. Os hemos instalado collares inhibidores neurales a ti y a tus camaradas. Los que usa corrientemente el UNSC para los delincuentes peligrosos. —Sonrió—. Apuesto a que si no lo llevaras podrías, y lo harías, partirme en dos con esa milagrosa armadura propulsada.
John mantuvo la boca cerrada.
—Relájate —siguió el hombre—. Soy el general Graves.
John reconoció el nombre. Howard Graves era uno de los tres hombres que se creía que estaban al mando del frente rebelde unido. No era una coincidencia que estuviera allí.
—Padecéis de descompresión rápida; la enfermedad del buzo —dijo a John—. Usamos una placa antigravedad, una antigua tecnología que nunca dio los resultados esperados, pero que para nuestros propósitos funcionó estupendamente. Concentramos un haz que engañó a los sensores de vuestras armaduras para que pensaran que estabais en un entorno de diez ges. Aumentó la presión interna para salvaros la vida y os dejó momentáneamente inconscientes.
—Urdisteis todo esto por nosotros —dijo John con voz ronca.
—Vosotros, Spartans, habéis hecho bastante mella en nuestros esfuerzos por liberar los mundos fronterizos —replicó el general Graves—. La estación Jefferson en el cinturón de asteroides Eridanus el año pasado; nuestro destructor Origami, hace seis meses, nuestro complejo de fabricación de explosivos de alta potencia; seguido por el incidente en Micronesia y vuestra célula saboteadora en Reach. No lo creía hasta que vi el vídeo. Todo llevado a cabo por el mismo equipo de cuatro personas. Algunos decían que el equipo Azul era un mito. —Golpeó con el nudillo el visor facial de John—. A mí me pareces muy real.
John se debatió, pero era como si estuviera metido en una montaña de acero. El collar neural neutralizaba toda señal que descendiera por su columna vertebral excepto las autónomas, dirigidas al corazón y al diafragma.
Tenía que concentrarse. ¿Tenían todos los miembros de su equipo un collar? Sí. Cada Spartan lucía una gruesa abrazadera en la parte posterior del cuello, directamente encima del puerto interfaz de IA. Graves tenía una información excelente sobre el equipo que utilizaban.
Un momento. John inspeccionó a su paralizado equipo: Kelly, Linda y Fred. Kurt no estaba.
Graves había dicho «equipo de cuatro hombres». No conocía la existencia de Kurt.
—Tal como supones —prosiguió Graves— todo esto se hizo por vosotros. Juntamos nuestro material fisible y nos aseguramos de hacerlo con tan poco cuidado que incluso vuestra oficina de información naval lo advirtió. Previmos que enviarían al milagroso equipo Azul. Tal y como esperaba, sigue siendo muy fácil leer en las mentes de vuestros jefes.
Un joven comando se acercó, saludó y susurró nerviosamente:
—Señor, los sensores externos están desconectados.
—Sacad a los prisioneros de aquí —ordenó Graves, frunciendo el entrecejo—. Dad la alarma general. Vigilad estrechamente esas ojivas nucleares y decid a las naves de evacuación que…
Un zumbido inundó el aire y John divisó una masa borrosa de metal que giraba sobre sí misma entrando por la puerta. Dispuso de una fracción de segundo para darse cuenta de que se trataba de una mina antipersonal Asteroidea de ocho detonadores, con el disparador a presión bloqueado con un pedazo de grava…, justo antes de que detonara con un estallido atronador.
Restos de metal tintinearon en la armadura de John.
Todos los presentes en la habitación se inclinaron debido a la onda expansiva y la lluvia de metralla.
Seis comandos con múltiples cortes y sangrando por los oídos se pusieron en pie, empuñando las armas a la vez que sacudían las cabezas para eliminar la desorientación.
El Warthog modificado que había estado aparcado junto al búnker se estrelló contra la entrada.
Todo el almacén se estremeció.
Los comandos abrieron fuego y se abalanzaron sobre la puerta.
El Warthog se apartó. Luego, con un gemido, dio marcha atrás y volvió a embestir contra la entrada. Las paredes de chapa de acero chirriaron, se combaron, y con una lluvia de chispas el vehículo encajó su sección central en el edificio, igual que una reina termita embarazada.
Los comandos vaciaron los cargadores de sus fabricantes de confeti, abollando el blindaje del Hog. La parte superior de la sección central se deslizó a un lado y surgieron otras tres minas antipersonales Asteroidea que describieron un arco mientras giraban sobre sí mismas igual que el juguete de un niño —cada una aterrizó en una esquina del búnker—, y estallaron.
Fragmentos de metal al rojo vivo segaron a los comandos igual que una guadaña.
Kurt saltó al exterior y abatió a tiros a los tres hombres que aún se movían. Rápidamente se acercó a los Spartans y les quitó los collares.
Kelly rodó sobre sí misma y se incorporó. Fred y Linda se levantaron.
Kurt arrancó de un tirón el collar del cuello de John. Un violento hormigueo recorrió el cuerpo del Spartan, pero los músculos volvieron a responder a sus órdenes. Flexionó las extremidades. Los nervios no habían sufrido daños permanentes.
—Podemos olvidarnos del sigilo, ahora —dijo—. Kurt, conduce el Warthog. Kelly, Linda, Fred, cargad esas cabezas nucleares tan pronto como podáis.
Todos asintieron.
John se acercó al general Graves. Una esquirla de plancha de acero se había alojado en su cráneo.
Lamentable. Graves tenía información sobre el mando rebelde y secretos sobre la estructura del servicio de inteligencia de los que John apenas tenía idea. Habían subestimado enormemente las habilidades de aquellos hombres, y con la amenaza aún mayor del Covenant que se les venía encima, John se preguntó qué harían en última instancia los rebeldes. ¿Atacar a un debilitado UNSC mientras éste combatía a los alienígenas, o pelear contra el enemigo común de la humanidad?
Hizo caso omiso de la visión estratégica más amplia y se concentró en la táctica, ayudando a Kelly a manipular la última cabeza nuclear hasta colocarla dentro de la sección central blindada del Warthog.
Bajo el peso de las bombas y de cinco Spartans con armaduras, los amortiguadores del vehículo se hundieron hasta el fondo. John montó en la parte posterior y Kurt se puso al volante, y aceleraron lentamente alejándose del protegido almacén.
—Será mejor dirigirnos a toda prisa a la zona de recogida —ordenó John.
Kurt encendió la radio del Warthog, que zumbó con un parloteo confuso.
—«Unidad Uno no responde. Se informa de un tiroteo. ¡Hombre abatido! Rastreando APC. ¿Abrir fuego? ¡Confirmen… confirmen! Converjan todas las unidades. ¡Ahora!»
—¡Todos a la parte central! —gritó John.
El Warthog quedó salpicado de agujeros al recibir una andanada de proyectiles antiblindaje que perforaron el costado como si fuera papel y abollaron los contenedores de las ojivas nucleares.
—¡Detrás de las cabezas nucleares! —indicó Fred.
John, Kelly, Fred y Linda se acurrucaron tras los proyectiles. Irónicamente, las cabezas nucleares eran lo que les proporcionaría la mejor defensa. Los contenedores estaban superendurecidos con dos objetivos: para contener la radiación y retener la furia de un sol en miniatura durante menos de un segundo y para aumentar el rendimiento termonuclear.
John alzó la vista hacia el asiento del conductor. Kurt se agazapó aún más para ofrecer el menor blanco posible, arriesgando su vida para llevarlos a todos a lugar seguro.
El Warthog dejaba una estela de humo, pero su velocidad aumentó poco a poco hasta los cuarenta kilómetros por hora. Del motor surgió un traqueteo agudo. Un neumático se hizo trizas y el vehículo viró bruscamente a la derecha y luego a la izquierda.
Kurt recuperó el control y siguieron adelante.
El fuego antiblindaje perdió intensidad y a continuación cesó.
—¡Sujetaos! —dijo Kurt, y cambió a una velocidad inferior.
El Warthog pasó como un bólido a través de la barrera de tela metálica y alambrada extensible, recorrió la zona cubierta de grava y penetró en el bosque.
—Carretera 32-B hasta la zona de recogida —indicó Kurt.
Llamarla «carretera» era toda una exageración. Avanzaron dando tumbos y segando árboles, con el vehículo coleando y lanzando chorros de barro al aire.
—¡Naves teledirigidas! —anunció Kurt.
—Abrid la escotilla —ordenó John, y Kelly y Fred separaron los paneles del techo de la sección central.
John sacó la cabeza y distinguió a tres naves de ataque teledirigidas de la clase MAKO que volaban hacia ellos, cada una cargada con un grueso misil. Un impacto directo acabaría con el Warthog. Incluso un impacto cercano podía destruir un eje.
Linda asomó la cabeza, con el rifle de precisión ya en la mano y los ojos en la mira.
John y Linda abrieron fuego.
La nave que iba en cabeza echó humo y cayó entre los árboles. La siguiente ascendió en picado, cabeceando. Soltó el misil y viró para alejarse. Apareció una estela de humo, una cola de fuego, y un misil aceleró hacia ellos a una velocidad aterradora.
Linda apretó el gatillo, disparando proyectiles tan de prisa como recargaba la recámara. El misil empezó a girar sobre sí mismo… pero seguía manteniendo el rumbo hacia ellos.
—Punto de recogida a trescientos metros —anunció Kelly, consultando su tablilla—. El comité de bienvenida nos tiene en su punto de mira.
—Diles que tenemos el paquete —indicó John—, y que necesitamos que nos echen una mano.
—¡Entendido! —respondió ella.
El misil estaba a dos kilómetros de ellos…, acortando distancias con rapidez.
Al frente, el bosque se transformó en una ciénaga. Con un rugido huracanado, una nave Pelican de desembarco del UNSC se elevó por encima de las copas de los árboles y sus dos ametralladoras escupieron una nube de balas de uranio empobrecido en dirección al misil que se acercaba…, haciendo que se convirtiera en una flor de fuego y humo.
—Preparaos para la recogida, equipo Azul —dijo el piloto de la nave de desembarco a través de la radio—. Se acercan naves hostiles. Así que sujetaos fuerte y seguid los protocolos de vacío.
—Comprobad la integridad de los trajes —ordenó John.
Recordó a Sam y cómo su amigo se había sacrificado, permaneciendo en una nave del Covenant asediada debido a una brecha en su traje. Si una sola bala antiblindaje había abierto una brecha en sus MJOLNIR, se encontrarían en un apuro similar.
El Warthog, lanzando una espesa humareda negra, se detuvo con un traqueteo.
El Pelican se colocó encima y lo sujetó con fuerza.
Todo el equipo Azul envió luz verde y John se relajó; había estado conteniendo la respiración.
El Pelican alzó el Warthog cargado con Spartans y cabezas nucleares.
—Sujetaos bien —advirtió el piloto—. Llegan enemigos por el vector cero siete dos.
La aceleración tiró de John, pero éste se agarró con fuerza, sujetando las armas nucleares con una mano y con la otra apoyada contra el costado perforado del Warthog.
La transparente luz azul del exterior se oscureció hasta volverse negra y llenarse con el parpadeo de las estrellas.
—Nos reuniremos con el Bunker HUI en quince segundos —anunció el piloto del Pelican—. Preparaos para salto inmediato de Slipspace fuera del sistema.
Kurt abandonó con cuidado el asiento del conductor y pasó a la sección central para reunirse con ellos.
—Buen trabajo —le dijo Fred—. ¿Cómo supiste que era una trampa?
—Fueron los guardias que descargaban munición del Warthog —explicó él—. Lo vi entonces, pero no caí en la cuenta hasta que casi era ya demasiado tarde. Aquellas cajas de munición estaban marcadas como proyectiles antiblindaje. Todas ellas. Uno no necesita tanto antiblindaje a menos que tenga que enfrentarse a unos cuantos tanques ligeros…
—O a un pelotón de Spartans —lo interrumpió Linda, comprendiendo.
—Nosotros —observó Fred.
Kurt asintió con la cabeza repetidamente.
—Debería habérmelo figurado antes. Casi conseguí que nos mataran a todos.
—Quieres decir que nos salvaste a todos —replicó Kelly, y chocó su hombro contra el de él.
—Si alguna vez tienes otra «sensación» curiosa —dijo John—, cuéntamela, y haz que lo comprenda.
Kurt asintió.
John se puso a pensar en las «sensaciones» de aquel hombre, en su instintiva percepción subconsciente del peligro. El Jefe Méndez los había hecho entrenar muy duro a todos: lecciones de integración en equipos de combate, priorización de objetivos, combate cuerpo a cuerpo y tácticas en el campo de batalla formaban parte ahora de sus instintos integrados. Pero eso no significaba que impulsos biológicos subyacentes carecieran de valor. Muy al contrario.
John posó una mano en el hombro de Kurt mientras buscaba las palabras correctas.
Kelly, como de costumbre, expresó los sentimientos que John jamás podría expresar.
—Bienvenido al Azul, Spartan. Vamos a ser un gran equipo.