Qué estás haciendo aquí? —preguntó Palatina mientras Tekraea y los demás salían de la cueva detrás de nosotros. Quien estaba más cerca debía de ser Telesta, de complexión más menuda pero montada también en un espléndido caballo. Los demás quizá fuesen guardias. Llevaban un arco a la espalda y carcaj con flechas en la montura.
—Fuiste descuidada —dijo Mauriz tendiendo las riendas de su caballo al guardia más cercano—. Os seguían.
—¿Nos seguían? —preguntó Persea—. ¿Quién?
—Sacri, quizá un grupo numeroso. Matamos a dos, pero eso no quiere decir que fuesen solos. Midian sabe que habéis dejado la ciudad. Por todos los Elementos, ¿qué es lo que estáis haciendo?
—Intentando enmendar tus errores —replicó Persea antes de que Palatina pudiese decir nada—. Esto no tiene nada que ver contigo.
—Me temo que sí —repuso Mauriz dirigiéndose a nosotros. Noté el brillo del metal bajo su capa. Una armadura thetiana a medida, según Palatina casi la única armadura del mundo que podía resultar cómoda, pero de muy difícil confección y ostensiblemente costosa para cualquier extranjero.
—Palatina es mi amiga. No deseo ver cómo ella ni Cathan caen en manos del Dominio. E imagino que tampoco vosotros. ¿Qué estáis haciendo aquí?
—Persea tiene razón. Intentamos enmendar vuestros errores —declaró Palatina con cierto enojo, aunque pude advertir que no estaba tan furiosa como lo habría estado si hubieran sido otras personas las que hubieran aparecido de forma tan inconveniente. ¿Acaso su amistad con Mauriz iba a interponerse otra vez? Se suponía que debíamos ser neutrales, partidarios sólo de la faraona y de nadie más. ¿Qué sentido tendría todo si gente de las más diversas facciones acababa involucrándose? En especial Mauriz y Telesta, cuyo plan había motivado principalmente la huida de Ravenna.
—Nosotros estamos haciendo exactamente lo mismo —intervino Telesta—, es probable que el Dominio os haya estado siguiendo hasta aquí, y os superan considerablemente en número.
—Existe algo llamado discreción —dijo Palatina, irritada—. No creo que matar a los que nos persiguen sea el modo de mantener en secreto lo que hacemos. ¿Qué le dirán los inquisidores a Midian? ¿Quizá: «No se preocupe, su gracia, perdemos sacri todo el tiempo en estas montañas, no se moleste en averiguar por qué los que envió no han regresado»? ¿Nos habéis estado espiando en la ciudad?
—Sólo os hemos seguido desde que os habéis marchado del palacio —contestó Mauriz—. Lamento mucho nuestra indiscreción pero estoy seguro de que no confiáis en el Dominio más que nosotros.
En su elegante rostro semioculto bajo la capucha no había la menor señal de disculpa.
—Pero has confiado en Tekla —afirmé mordazmente—. ¿Un mago mental que sabes que trabaja para el emperador, y al que crees cuando dice que está de tu parte? Me parece muy buena idea. —Nos ayudó a huir de Ral’Tumar—. Y ayudó al emperador contándole todos vuestros planes. No vengáis a decirnos ahora que corremos peligro cuando probablemente existe una orden de arresto contra vosotros en Selerian Alastre.
—Eso lo veremos —bramó Mauriz sin más y luego se volvió hacia Palatina señalando las montañas y el paisaje que nos rodeaba—. ¿Qué estáis haciendo vosotros en este lugar apartado y salvaje? Sé que tiene algo que ver con Alidrisi, pero ¿de qué se trata? —No tiene nada que ver contigo— afirmó Tekraea, y noté cómo muchas cabezas asentían respaldándolo.
—Parece que no comprendéis nada —comentó Mauriz con cierto fastidio en la voz—. Hemos cabalgado todo este trayecto para eliminar a cualquiera que os estuviese siguiendo y hemos matado a dos sacri por ese motivo. Ahora estamos implicados, os agrade o no. —El quid de la cuestión es que no hay nadie más supuestamente involucrado— declaró en un susurro Palatina, haciéndose eco de mis propios pensamientos. —Lo único que habéis conseguido es incriminaros a vosotros mismos, y nuestros planes no os ayudarán lo más mínimo.
—Pero si, como dice Cathan, el emperador está enterado de todo lo que sucede, tampoco es seguro permanecer en Tandaris sin hacer nada.
—Eso es una tontería —replicó Persea con voz inexpresiva colocándose junto a Palatina y encarándose a los thetianos—. Habéis venido aquí a causar problemas y lo estáis logrando. Nadie os cree, y mucho menos los que sabemos por qué habéis venido y qué perjuicio habéis ocasionado.
—Sea como sea —respondió Mauriz—, cualquier cosa que hayáis planeado ya ha salido mal. No podéis libraros de nosotros, pero sí podemos ayudaros.
—¿Ayudarnos a qué? Sois impopulares entre el Dominio, la faraona, el virrey y el emperador. Os las habéis arreglado para ofender a todos los que poseen algún tipo de poder o relevancia en toda esta isla, así como a mucha más gente, y no por eso habéis logrado ni siquiera uno de vuestros objetivos originales. Lo único que habéis conseguido es llamar la atención. Lo único que habéis hecho es llamar la atención.
—Sí, y en uno o dos días el Dominio empezará a preguntarse qué le ha sucedido a su gente. Han desaparecido de la faz de la tierra y, por ahora, lo que sea que estéis planeando no se verá interrumpido. Hemos venido para quedarnos. Somos seis y mucho mejores arqueros que todos los que existen en Qalathar. Además, por lo que hemos podido ver de vuestros preparativos, estáis planeando algo muy importante, y algo de lo que no deseáis que el Dominio se entere.
—Tal como habéis señalado, compartimos varios enemigos comunes —añadió Telesta.
—No nos quedemos bajo la lluvia —dijo Palatina—. Entrad los caballos si es que hay espacio.
Sorprendentemente, hubo sitio para todos, aunque tuvimos que apiñarnos para caber sentados en los empapados bordes de piedra. Los cuatro guardias tomaron asiento con serenidad en un rincón mientras los demás discutíamos.
—Escuchad —declaró Palatina—, voy a consultar con ellos si están de acuerdo en que aceptemos vuestra ayuda, así que, mantente quieto, Mauriz.
—Bien —aceptó él y se recostó contra la dura roca de la caverna, observando con una mirada fría y carente de emoción. Palatina lo ignoró y se dirigió a nosotros.
—Habéis oído lo que han dicho esos dos. Para quienes no los conocen, uno de ellos es Mauriz Scartaris y la otra Telesta Polinskarn. Son republicanos thetianos, cuyo objetivo declarado es derrocar al emperador por cualquier medio. Mauriz es un viejo conocido mío. No están colaborando con el Dominio, eso os lo puedo asegurar. Cathan es demasiado valioso para ellos y no se arriesgarían a fastidiarnos ni a él ni a mí más de lo que ya lo han hecho.
En el rostro de Mauriz se dibujó un fugaz gesto de sorpresa al escuchar eso, pero no dijo nada.
—Por desgracia —prosiguió Palatina—, no son muy populares tampoco entre la gente que a nosotros nos importa. De hecho, son parte del motivo por el que estamos aquí y no cómodamente instalados en Tandaris. —Palatina había sido todo lo discreta que había podido, evitando revelar el nombre de Ravenna—. Lo que ella quiere decir —la interrumpió Persea— es que esa única persona en particular no confía en ellos y los aborrece con intensidad.
—Es cierto —admitió Palatina—, pero ellos están aquí y, tal como han afirmado, no podemos hacer nada para remediarlo. E incluso si exagerasen un poco, siguen siendo thetianos y dominan el arco como demonios.
—No funcionará, Palatina —disentí—. ¿Qué sucederá si llegamos con ellos? Recuerda por qué hemos venido.
—No deberíamos decirle nada a esos thetianos —sostuvo Tekraea mirando con furia a Mauriz—. Como habéis dicho, representan justo lo que nosotros rechazamos. Quizá ahora sean sólo ellos, pero con el tiempo nos superarán en número y lograrán lo que quieren.
—¿Tiene esto algo que ver con aquella amiga de la faraona? —aventuró Mauriz—. No tenemos ningún interés en la política interna de Qalathar.
—Excepto cuando intervenís para conseguir vuestros fines —replicó Persea—. Como ya habéis hecho antes, haciendo que Ravenna se fuera. —No me digáis que ya habéis renunciado al plan que os trajo aquí —le lanzó Palatina a Mauriz.
—No, no lo hemos hecho, pero debo reconocer que el respaldo a la faraona es mucho mayor de lo que creíamos. Palatina, estabas colaborando con nosotros, no finjas que no. Y tú también, Cathan. Noté cómo Bamalco y un par de los otros comenzaban a mirarnos con suspicacia.
—¡Basta! —interrumpió entonces Persea—. Si habéis venido para ayudar, hacedlo. Lo único que conseguís por ahora es generar más conflictos. Cathan y Palatina están con nosotros —les dijo a los otros—. Pudieron haber seguido a Mauriz y a Telesta pero no lo hicieron. Cathan jamás haría nada que perjudicase a Ravenna, así que no les hagáis caso. Mauriz, Telesta, si juráis mantener el secreto y colaborar con nosotros, podríamos ayudaros en el futuro.
—Muy bien —aceptó Mauriz—. ¿Estáis todos de acuerdo? Hubo alguna resistencia, pero Persea había sido la crítica más acérrima de los thetianos y, cuando ella cedió, la discusión pareció llegar más o menos a su fin. Mauriz, Telesta y sus guardias, que sin duda encontraban esa cuestión demasiado melodramática, juraron ayudarnos en todo lo que pudieran por el honor de su clan. Quizá los juramentos fuesen en cierta manera infantiles. Con todo, y aunque el Dominio clamaba ser capaz de absolver a cualquiera que rompiese un juramento, una promesa semejante parecía tener mayor peso que un simple apretón de manos.
—Mauriz, no tenemos mucho tiempo —explicó Palatina después de jurar todos—. Esperamos a Alidrisi porque pensamos que él retiene a Ravenna en algún lugar siguiendo una de las bifurcaciones del camino. Pretendemos vigilar la primera y las dos desviaciones siguientes para ver cuál coge y, cuando lo haga, ascender por allí e intentar llegar hasta Ravenna. ¿Está claro?
—Pasamos a Alidrisi en el camino hace unas dos horas —indicó Telesta—. Eso no nos deja mucho tiempo.
—Gracias a vosotros —murmuró Tekraea.
Ya que habían cabalgado más duramente y de prisa que nosotros, no tenía ningún sentido enviarlos a vigilar cualquiera de las bifurcaciones más lejanas. Mauriz y dos de sus guardias nos acompañarían a nosotros hacia las que estaban a seis kilómetros, mientras que Telesta y los otros permanecerían en la cueva junto a Persea y el explorador. Esta vez nadie vaciló. Sacamos los caballos a toda prisa y montamos. La lluvia era ahora más fuerte o así me lo pareció tras estar un rato fuera. Y nos quedaban por cabalgar otros seis o quizá ocho kilómetros, cada vez en peores condiciones.
—Nosotros estaremos en ese bosque —dijo el explorador señalando los oscuros árboles del otro lado del camino—. Vosotros meteos bajo los árboles siempre que podáis, quizá incluso encontréis algún sitio seco; hay ejemplares inmensos.
—¡Gracias y buena suerte! —respondió Palatina mientras llevábamos los caballos hacia el camino e iniciábamos la marcha. Llegué a distinguir el sonido de las últimas palabras pronunciadas por Persea. Luego nos alejamos y el ruido de la lluvia y de los cascos nos impidieron oír nada más.
Los seis kilómetros de trayecto por un sendero resbaladizo y desolado rodeado de colinas, bosque y montañas, bajo un cielo que parecía cada vez más negro y ominoso, se hicieron casi eternos. Yo ya había olvidado la sensación de estar en el exterior bajo una tormenta, y la que se avecinaba daba todas las señales de ser muy dura. El terreno podía ser traicionero al ascender las montañas, y la idea de escalar muros o cualquier otra cosa se me hacía desalentadora. Una incómoda realidad había alterado los planes de la tarde previa, y el destino había querido que ahora los dos problemáticos thetianos nos acompañaran.
¿Cómo podría convencer siquiera por un momento a Ravenna de que confiase en mí si Mauriz y Telesta iban con nosotros? Ella se había marchado debido a sus planes, y ahora estarían allí cuando la rescatásemos, si es que rescatar era la palabra adecuada. Alidrisi podría haber urdido un montón de mentiras sobre mí, aduciendo que yo aún estaba aliado con los thetianos. ¿Y por qué no habría de estarlo?, ¿no me había mostrado demasiado débil para tomar una posición en Ral’Tumar? Mauriz y Telesta habían ganado más o menos por omisión. Desde entonces, todo lo que sabía Ravenna le llegaba de labios de Alidrisi. Intenté distraerme pensando en el Aeón, oculto de tal modo que sólo una persona en el mundo sería capaz de encontrarlo. O quizá escondido de una forma que, incluso si alguien sabía dónde se encontraba, no pudiese llegar a él. En ese caso, sin embargo, ¿cómo había conseguido salir la tripulación? Incluso, aunque fuesen unos pocos marineros, tuvieron que salir de él, y si el buque fue escondido con magia o en un sitio al que sólo un jerarca podía acceder, debía de existir por necesidad una salida. Y si una tripulación mínima había podido abandonar el buque, entonces quizá yo pudiese entrar. Dos mentes tenían que ser mejores que una para pensar en el
Aeón. Y sin la ayuda de Ravenna no tenía ningún sentido intentarlo. Podría ver las tormentas y predecir dónde y cuándo estallarían, pero de ningún modo podría controlarlas por mi propia cuenta.
Ya propósito, ¿cómo llegaría al Aeón cuando diese con él? Siempre suponiendo que estuviese escondido en algún oscuro rincón del océano. Necesitaría una manta para alcanzarlo, y una tripulación… Por otra parte, semejante travesía debía ser mantenida en secreto. Sería imprescindible dar con personas que supiesen cómo controlar un monstruo semejante, pero que a la vez resultasen dignas de confianza. Y que pudiesen ocultarlo de las curiosas miradas del emperador y del Dominio.
No había oído nada más acerca de la búsqueda del Aeón por parte del emperador, pero lo cierto es que tampoco esperaba que eso ocurriese. Sería una misión secreta, en la que sólo los altos mandos de la Marina o quizá sólo los agentes del emperador sabrían qué buscaban. Orosius no quería que nadie más se apoderase de la nave, y los cambresianos o los tanethanos estarían dispuestos a hipotecar todas sus ciudades con tal de tener el Aeón.
Aun así, no estaba más cerca de encontrarlo que dos semanas atrás, y ni siquiera tenía la menor idea de dónde buscarlo. Sólo la esperanza de que Ravenna hubiese analizado el asunto desde una óptica diferente, descubriendo cosas que a mí se me hubieran pasado por alto. Su mente no funcionaba como la mía: ella me superaba en el pensamiento abstracto.
Tardamos cerca de una hora en llegar a los siguientes desvíos. Ambos nacían en la parte externa de una ancha curva donde el terreno se alzaba con suavidad hacia la ladera de la montaña. Un gran peñasco se elevaba enfrente de nosotros, descorazonador y autoritario. Más allá de éste se sucedían más y más montañas, cuyos picos se perdían en la niebla gris. Había allí dos valles, uno de ellos orientado más o menos hacia el oeste, según me pareció en dirección a la ensenada. Debía de ser Matrodo. El otro formaba un ángulo con el primero y lo separaba del camino una muralla de acantilados y riscos de casi un kilómetro de extensión.
Miré hacia el otro lado, en dirección al bosque, y distinguí lo que había dicho el explorador: un grupo de cedros centenarios sobresaliendo altivos entre la maleza. El arroyo ancho y superficial que había corrido a nuestro lado durante los últimos tres kilómetros separaba los árboles del camino. Sus aguas eran rápidas, pero esperábamos que no fuesen demasiado fuertes para los caballos. —Tenemos unos pocos minutos hasta que llegue Alidrisi— anunció Palatina deteniéndose y desmontando junto al inicio del segundo camino. —Es aquí donde el explorador encontró huellas de cascos, de modo que conviene echar una ojeada. —¿Dónde está ese sitio donde se puede esconder un carruaje?— preguntó Tekraea.
—Es posible conducir un carruaje por esta pendiente —aseguró Mauriz estudiando los alrededores. Descendió de su montura y le dio las riendas a uno de los guardias—. Bien, venid conmigo. Subimos por la bifurcación, pisando con cuidado las piedras dispersas para no dejar rastro. La marcas estaban exactamente donde las había descrito el explorador, aunque no había ninguna en el camino.
—Allí se podría ocultar un coche de caballos —dijo Mauriz nada más llegar a la cima de la colina. El sendero mostraba un declive un poco más abajo, y en un lado, oculto en parte, había un espacio abierto cubierto de piedras sueltas. Aquí y allá, junto al borde del camino, había huellas de cascos e incluso las de algo que podría haber sido la rueda de un carruaje.
—Deben de haber regresado para borrar las huellas —opinó Palatina—. Ocultan el carruaje aquí y luego… ascienden por el camino.
No era más que una senda polvorienta que subía abruptamente durante un trecho, dibujando un amplio zigzag ascendente en una de las laderas de la colina. El valle a nuestras espaldas no parecía nada fuera de lo común, y sus límites se perdían entre la lluvia y las nubes. Quizá teníamos algo que agradecer: incluso si alguien pudiera distinguirnos desde la ruta principal en condiciones normales, el tiempo que hacía era demasiado malo para permitirlo. —No veo que nadie se aproxime— informó Tekraea. —Y nos espera otra cabalgata en caso de que cojan este desvío.
—Será mejor que nos ocultemos en el bosque. Alidrisi podría estar cerca muy pronto.
Volvimos junto a los guardias y guiamos a nuestros reticentes caballos en dirección al río. Mauriz me adelantó en su semental, salpicándome las piernas mientras cruzaba el agua con facilidad. El resto de nosotros tuvo más dificultades. Mi caballo estaba incómodo pero mantuvo el paso y alcanzamos la enlodada orilla del otro lado sin mojarnos demasiado. Allí estaba muy oscuro y parecía chorrear agua desde todas las ramas, dirigidas por alguna fuerza invisible y malévola allí donde no cubría mi capa impermeable. —Aquí— llamó Mauriz, aunque apenas podía verlo.
Unos veinte metros adentrándonos en el bosque había una especie de refugio entre dos árboles altos y tupidos y un grupo de otros más pequeños que formaban una especie de techo. También allí estaba mojado, pero no tanto como podría haberlo estado. Percibí el suave aroma de los cedros humedecidos. —Amarrad los caballos a este árbol— dijo Mauriz sacando de en medio una rama caída. —No les agradará, pero tampoco a nosotros luego.
Yo ya había desmontado y conduje el caballo hasta la rama baja que Mauriz había indicado. Las botas se hundían en el lodo y la capa se me enganchó en una puntiaguda rama. —Soy masoquista— dijo Bamalco mientras permanecíamos en la parte más seca que pudimos encontrar y esperábamos con la mirada fija en el camino. —¿Alguien quiere comida? Ojalá tuviese aquí algo que pudiese mantener caliente el café, me sentiría mejor si tomara un poco. —¿Coñac thetiano especiado?— ofreció Mauriz. —Es medicinal. Recordé que eso era lo que habíamos bebido en la habitación de Palatina la noche en que el generador de éter del palacio dejó de funcionar. Me alegró volver a beber un trago; me calentó la garganta y el pecho. Debía esperar unas pocas horas antes de beber más: con las especias disimulando el sabor del alcohol no podía determinar lo fuerte que era el coñac.
—Medicinal —le dijo Palatina a Mauriz cuando la botella ya había pasado de mano en mano—. Ya tenías ese coñac en Selerian Alastre. ¿Cómo podía ser medicinal allí?
—Lo es para mí —respondió Mauriz—. Me mantiene despierto mientras el presidente pronuncia sus monótonos discursos. ¡Por Thetis, cada vez es más aburrido! En ocasiones desearía que hubiésemos elegido a uno de los personajes excéntricos. Creo que si el presidente interpretase marchas fúnebres en las reuniones, sería mucho más ameno y vital.
—¿Aún recita poesía Flavio Mandrugor en la sala de la Asamblea?
—Me temo que sí, aunque se le ha visto un poco afligido desde la muerte de su compañero de entrenamiento, el presidente Nalassel. Yo casi no me acerco por allí, salvo cuando debaten algo relacionado con mi región. He de hablar con el presidente durante largo tiempo, lo que no es una buena idea. Y no sucede nada realmente: todas esas mociones vienen y pasan al olvido —afirmó y añadió en un susurro—. Tu padre debe revolverse en su tumba cada vez que se reúne la Asamblea. Creo que hasta a ti te sorprendería lo decadentes que son. —Lo dudo— repuso Palatina con tristeza. —Creo que cuando yo estaba allí ya había alcanzado el nivel en el que todo deja de tener importancia, en el que todo empeora más y más sin remedio, pues nadie le presta atención. —Es posible. Quizá tenga su parte positiva estar aquí en el bosque, bajo la lluvia. Uno vuelve a sentirse vivo. No me extrañaría que hubiese una reunión del Consejo en este preciso momento, y que todos estuviesen diciéndole con el mayor recato al presidente que hacer esto y aquello son grandes prioridades y que así continúen durante media hora. Luego todos guardarán sus papeles en las carteras y regresarán a casa en busca de placeres terrenales. ¡Una nueva tarde de placeres para todos!— anunció como si fuese el presentador de un espectáculo circense. —El presidente del clan Decaris estará ahora en una de sus famosas orgías, ¡aunque las de los Thamharoth y los Vermador no se quedan atrás! ¡Acaba de llegar un cargamento de tinto añejo tanethano y las tabernas que rodean la bahía pretenden que se acabe en una sola noche! Algún militar incompetente de la flota norteña, a quien no le queda un solo pelo en la cabeza, está montando una lujosa y nueva producción de E Pescliani con un reparto multitudinario, que será representada durante un mes en el teatro de la Ópera del Cielo Marino, o si prefieres un espectáculo religioso, los derviches Khemior están actuando en la Antesala del Océano.
De pronto había en su voz la misma pasión y tristeza que se apoderaban de Palatina en las raras ocasiones en que hablaba de su hogar, con una intensidad que rozaba el autoescarnio. No se odiaban a sí mismos, sino lo que representaban. Noté que ni Tekraea ni Bamalco intervenían con alguna frase mordaz.
—Se está mejor fuera de Thetia, debo admitirlo —continuó Mauriz tras una larga pausa. Luego se volvió hacia mí—. Debe de sonarte increíble el modo en que nos referimos a Thetia, pero espero que comprendas por qué deseamos tu ayuda. Cada vez que veo la Asamblea pienso: «¿por qué molestarme?». Pero entonces me
Digo que todo cambio será para mejor, pues me resulta imposible pensar que la situación actual pueda alargarse mucho tiempo. Era extraño cómo Palatina había conservado su acento pese a los dos años pasados fuera de Thetia, mientras que Mauriz, que había vivido toda su vida allí, tenía mucho más pulido su acento del Archipiélago.
—Mauriz, creo que gran parte de vuestros problemas se deben a que no sabías con quién estabas hablando —comentó Palatina alzando la voz para que superase el ruido de una repentina ráfaga de viento que zarandeaba los árboles en todas direcciones—. No podíamos decírtelo, pero cada vez que te reunías con nosotros cavabas tu propia tumba y cada vez más profunda. Cathan estaba en desacuerdo con tus intenciones y a Ravenna… intentabas involucrarla en un plan que le hubiese quitado su propio trono. —Ella…— Por primera vez Mauriz parecía atónito. Pese a todo el poder de su clan y todas sus pretensiones, nada le había puesto sobre aviso para evitar el error que había cometido. —¿Ella es la faraona?
—Sí. Por eso estamos aquí, para liberarla de Alidrisi. —Luego se volvió hacia los demás—: Más vale que lo sepa ahora. Se enteraría de cualquier manera.
Bamalco asintió con expresión inescrutable. Tekraea parecía malhumorado.
—E intentáis rescatarla. Ya veo por qué os oponíais al plan. Por Thetis, ni siquiera me habíais advertido.
—Porque de haberlo hecho habrías enviado a Ravenna a otro sitio —intervine—. Habrías hecho exactamente lo que hizo Alidrisi: recluirla en algún lugar remoto donde ella no te causara problemas. No creo que Ravenna se alegre de volver a verte.
—No, supongo que no —aceptó Mauriz, cuyo rostro había recuperado la máscara de imperturbabilidad que lo caracterizaba—. Repito, creo que hemos subestimado la fuerza de la resistencia. Pero aquí tenemos una oportunidad que nadie ha tenido antes y no pienso desperdiciarla.
—Yo soy tu oportunidad —exploté—. Pero ni deseo ni pretendo convertirme en jerarca. Cuentas con mi apoyo si quieres derrocar al emperador, pero puedes hacerlo de otro modo. Tu intención era tratarme del mismo modo que todos hicieron con Ravenna. La diferencia reside en que su pueblo la necesita. El tuyo no me necesita, y en su mayoría apenas recuerda lo que se supone que debo ser.
—En eso te equivocas. Has oído lo que dije unos minutos atrás. Nuestro país merece todas las oportunidades que podamos darle. Telesta estará de acuerdo contigo en que el Dominio tiene mucha culpa y debe pagarla. ¿Pero no podéis ver que una Thetia fuerte podría cambiar las cosas e incluso asegurar un cambio en el Archipiélago? —¿Por qué habríais de proteger al Archipiélago? Lo único que deseas es utilizarme contra Orosius, y cuando ya lo hayas hecho y Thetia sea una república, volveré a ser prescindible. No tendrás necesidad de mantener tus promesas de ayudar al Archipiélago. Quizá te justifiques diciendo que todavía te queda mucho que hacer en tu propia patria, pero sea cual sea la excusa, jamás harás nada—. El Dominio no apoya a los republicanos —objetó Palatina—. Odian el concepto de república porque se opone totalmente a su sistema. Una república thetiana debería luchar por su supervivencia tanto en casa como en el extranjero. Eso incluye al Archipiélago. —Me gustaría creerte— afirmé —, pero dudo que las cosas sucedan de esa manera. No tenéis ningún interés en echar al Dominio del Archipiélago, a menos que deseéis conquistar estas tierras. En una república, es probable que estéis demasiado ocupados discutiendo.
—¿Como hicimos anoche? Estamos aquí, ¿no? Y tú eres el que quiere derrocar a Orosius. ¿Preferirías que hubiese otro emperador cuyo hijo o nieto siguiese la misma senda o una república que lo impida?
—Recuerda lo que dijiste sobre los jueces —intervino Bamalco, muy serio—. Se odian entre sí. Ha pasado un año entero sin que hayan hecho nada porque intentan deshacerse el uno del otro.
—Pero habéis tenido años buenos para equilibrar las cosas. Nosotros llevamos siglos de mal en peor —aseguró Mauriz y luego pareció desconcertado—. ¿No oís unas ruedas?
Nos movimos unos cuantos metros hacia adelante, acercándonos tanto como pudimos al límite del bosque sin ser vistos, y esperamos allí. Por todos lados me llegaba el sonido de la lluvia, y noté cómo el agua se abría paso por mi capa. El río estaba crecido y turbulento, y más allá estaba el camino, aún vacío. Desde allí era posible ver las dos bifurcaciones, pero…
Y entonces lo oímos. El golpeteo de los cascos y el deslizarse del carruaje, que, a juzgar por el sonido, parecían avanzar a poca Velocidad. VI dos… cuatro jinetes. Luego los caballos que tiraban del coche y a éste, de color negro y sin ningún rasgo distintivo salvo una insignia en la puerta que resultaba ilegible en la distancia. Las ruedas estaban llenas de barro.
—Ése es Alidrisi —susurró Bamalco—. No cabe duda. ¿Se detendrían o seguirían adelante? Los observé pasar de largo la primera bifurcación y sentí que el corazón me golpeaba contra las costillas mientras se aproximaban a la segunda. Entonces aminoraron la marcha y giraron. Cerré los ojos y dejé escapar un mudo suspiro de alivio. Luego observé cómo el cochero conducía el carruaje con lentitud por la suave pendiente y después daba la vuelta a una curva. Me pregunté cómo conseguiría bajar luego por ella con seguridad. Entonces, carro y jinetes se perdieron de vista, aunque todavía pude oír durante un rato los casos y las ruedas. Luego el ruido cesó y todo volvió a estar en calma, salvo por el repiqueteo de la lluvia.
—Es probable que deje a su gente junto al carruaje para vigilarlo —aventuró Tekraea— mientras él cabalga solo. Ahora no nos queda otra que permanecer aquí durante horas.
—Eso haremos —confirmó Bamalco—. Sabemos adonde se dirigen y tenemos que esperar a que recorra entre ocho y quince kilómetros hacia lo alto del valle, hable con Ravenna y luego descienda nuevamente.
—Este valle es Matrodo, el más extenso, así que recorrerá unos dieciséis kilómetros.
—O sea que, cuando Alidrisi regrese, ¿nosotros subiremos a ese valle en medio de la oscuridad? —preguntó Mauriz con incredulidad—. Estáis locos. Sólo el cielo sabe lo mal que está el sendero. Y, por otra parte, ¿cómo esperáis localizar el escondite?
—Además de otros talentos, Cathan es un mago de la Sombra —respondió Palatina—. Otra de las cosas que nunca te preocupaste de averiguar. Dice que encontrar el escondite en la oscuridad le resultará todavía más sencillo.
—Lo que encontraremos en la oscuridad es nuestra propia muerte —insistió Mauriz—. Ya sabéis —dijo tras una pausa—, si yo fuese Alidrisi e intentase no dejar rastro, tomaría tantas precauciones como pudiera. Incluyendo aparcar el carruaje en un camino y luego coger otro. ¿No haríais vosotros lo mismo?
Por un instante todos nos miramos atónitos, preguntándonos por qué no se nos había ocurrido antes. Quizá porque no teníamos Una mente tan artera y suspicaz como la de Mauriz.
—Eso implica que debemos averiguar qué camino cogió, y de prisa —indicó Palatina—. Ya no parece buena idea que nos quedemos en el bosque. Sin duda habrá centinelas vigilando el camino y será muy difícil cruzar la corriente sin ser vistos.
—No podrán borrar las huellas de su caballo durante todo el ascenso, ¿verdad? —pregunté—. No, y es probable que debamos subir un buen trecho de cada uno de los dos senderos para descubrir cuál es el correcto. —A menos que sea más astuto que nosotros, en cuyo caso estamos perdidos.
—No tiene sentido discutir —dijo Mauriz—. Ahora debemos esperar.