CAPÍTULO XXVII

¿Armas? ¿Vuestras armas?

—Las armas de mi padre —respondí con firmeza paseando la mirada por el círculo de personas sentadas o apoyadas en diversos asientos y muebles. La sala era realmente demasiado pequeña para acogernos a los nueve, pero era la mejor que pudimos encontrar fuera del palacio en la que nadie pudiese oírnos—. Las armas que Lachazzar quería coger.

—¿Por qué no nos lo habías dicho? —replicó Persea, pero Bamalco la interrumpió.

—Eso no importa. Lo que yo deseo saber es por qué alguien nos vendería armas siendo un asunto tan peligroso. En especial si tienes que hacerlo a través de una gran familia.

—¿Quiénes conocéis a la familia Canadrath?

Casi todos asintieron. Sólo Tamanes y uno más negaron con la cabeza.

—Es la familia que más comercia con nosotros —dijo Laeas—. Se trata, más o menos, de la tercera familia más importante de Taneth, ¿verdad? Sé que cuentan con bastantes familias que colaboran con ellos.

—Sus colores son rojo y blanco —advirtió Bamalco titubeando—. Tienen muchos negocios aquí y algunos en Océanus. ¿Son vuestros socios comerciales?

—No, ésa es la familia Barca, pero ésta planeaba firmar una alianza con los Canadrath cuando yo zarpé. La familia Barca es demasiado pequeña todavía para ampliar su campo de acción.

—¿Podremos hacernos con esas armas? —preguntó Persea, y muchos comenzaron a hablar a la vez—. ¿De quién es la idea?

—Hemos comenzado a fabricar armas hace poco —expliqué cuando se callaron—. Según el contrato original con Hamílcar, él debía llevarlas a Taneth y venderlas allí, pero al parecer ahora la mayor parte de las armas vendidas en Taneth terminan en manos de los haletitas. Canadrath no quiere que se produzca una cruzada, pues lo arruinaría, y los Barca no desean ni mucho menos que los haletitas tengan mejores armas ni más poder de los que ya poseen. En especial desde que Eshar ha estado haciendo amenazadores movimientos en Taneth.

—¿Es decir que Canadrath no tiene interés en que las armas vayan a ninguna otra parte? —dedujo Bamalco—. Sí, por supuesto —aseguró Palatina.

—Eso está bien —enfatizó él—. Pero ¿para qué enviarlas aquí? —Para que existan mayores probabilidades de supervivencia si surgen problemas en el Archipiélago, y— añadí con cautela —porque a los Canadrath les conviene que salga perjudicado el Dominio, ya que éste no favorece sus negocios. —¿Qué sucedería con la prohibición de vender armas a Qalathar?— El plan era que si lográbamos un acuerdo aquí, buscaríamos luego un intermediario en Thetia, uno de los clanes más activos al que no le preocupen las ilegalidades. Estoy seguro de que se podría organizar un pequeño contrabando.

—¿Un pequeño contrabando?, ¿de veras? ¿Llamas a varias toneladas de armas un pequeño contrabando?

La expresión de Tekraea era casi de felicidad. No estaba muy convencido de vivir con comodidad el papel de traficante de armas, ni siquiera teniendo en cuenta que el objetivo era que esas armas fuesen utilizadas contra el Dominio. De hecho, se trataba de comerciar con la muerte, pero no menos cierta era la muerte que el Dominio ocasionaría si no hacíamos nada por evitarlo.

—¿Y el pago? —preguntó Bamako alzando una ceja. Éste resultó ser la mente comercial, pues se había criado en el ambiente mercantil de Mons Ferranis—. Odio sacar el tema, pero no tenemos grandes sumas de dinero a nuestra inmediata disposición.

—Ya habrá tiempo de acordar ese punto. —¿De dónde creen que sacaremos el dinero?— preguntó Tamanes. —La idea es buena, pero sólo individuos como Alidrisi contarían con recursos suficientes para financiar algo así. O el virrey… ¿Habéis hablado con él?

—Si personas de esa clase supiesen de las armas, se apoderarían de ellas o rechazarían la idea desde el principio de forma taxativa —sostuvo Bamalco—. Pero de cualquier modo carecemos de la suma de dinero que tu padre y Canadrath podrían pedirnos. —Eso no es cierto— protestó Palatina. —Hay una persona que podría reunir esa cantidad gracias a su enorme influencia sobre la gente.

—¿A quién te refieres?

—A la faraona —afirmó Palatina. En ese punto estábamos corriendo un cierto riesgo, pero ella se había pasado toda la noche pensando después de que yo le consulté, y ambos habíamos decidido que se podía hacer. Si Ravenna estaba de acuerdo, claro. Supuse que, dado lo que estaba haciendo el Dominio, convencerla no representaría ningún problema. Ocultar el hecho de que Ravenna era la faraona y no su ayudante como todos pensaban, sería bastante más difícil. Yo estaba decidido a mantener en secreto su identidad tanto tiempo como fuese posible, y Ravenna misma me había hecho prometerlo. Por eso ni siquiera se lo había contado a gente de tanta confianza como Laeas o Persea.

—Ninguno de nosotros tiene contacto directo con la faraona —repuso Tamanes, pero Persea lo interrumpió.

—Nosotros sí, Cathan. Pero debo preguntarte si hay otro motivo en todo esto.

—Sí, pero no es el fundamental. Ravenna iba a ser de todos modos nuestro principal vínculo con vosotros cuando llegásemos al Archipiélago. Ése es el motivo por el que ella vino en un principio.

—¿Ravenna? —preguntó Tekraea con desconcierto en su rostro—, ¿qué quieres decir?

—Ella es una amiga cercana de la faraona, eso fue lo que despistó al Dominio en Lepidor —intervino esta vez Laeas, a quien le había sido adjudicado uno de los asientos propiamente dichos, pues era demasiado corpulento para sentarse en las mesas o en los brazos del sofá. Empezaba a hacer mucho calor, pese a que el salón se encontraba en lo alto de un edificio y había corriente. Probablemente por eso la familia de Tekraea nunca lo utilizaba.

Bamalco alzó los brazos pidiendo silencio cuando estalló otro barullo de voces. Todos estaban muy excitados e inquietos. De hecho, estaban nerviosos. Allí no nos protegían los guardias ni los muros del palacio, y los inquisidores tenían derecho a entrar en las casas en busca de herejes ocultos.

—¿De modo que en tu opinión esa tal Ravenna podría convencer a la faraona de llevar adelante el plan? —preguntó Bamalco—. ¿Es eso lo que dices? Tampoco la faraona tiene dinero.

—Pero sí la influencia —explicó Palatina—. Es mayor de edad, y por lo tanto puede dar órdenes y debería ser obedecida. El problema es que siempre se encuentra bajo el poder de otros, personas como Alidrisi o el virrey. Ahora sé que algunos los veis con buenos ojos y los respaldáis, pero ¿podéis afirmar con honestidad que lo mejor para la faraona es ser controlada por cualquiera de ellos? Ambos tienen sus propios objetivos. ¿Alguno de vosotros desearía que ella llegase al trono sólo porque el clan Kalessos la ha colocado allí? Eso le daría demasiado poder a Alidrisi. Y Sagantha, perdón, el virrey, estaría en una situación semejante si fuese su gente la que la elevase al poder.

—¿Nosotros? —preguntó Tamanes con incredulidad—. ¿A eso queréis llegar?, ¿pretendéis que la faraona llegue a reinar gracias a nuestro apoyo?

—No sólo al vuestro. Todos los que estáis aquí tenéis algún grupo de amigos que apoyan a una u otra facción, pero todos partidarios de la faraona, por muy inconcreta que sea su figura para ellos. Sabemos que existen personas incapaces de actuar con comodidad porque quedarían demasiado expuestas ante los inquisidores, por ejemplo los oceanógrafos. Pero si todos colaborásemos en pos de los mismos fines, a través de gente que está en contacto con la faraona, ella acabaría teniendo una base de partidarios propia en la que apoyarse.

—Por otra parte, todo esto es bastante típico de ella —dijo Laeas a todos, señalando a Palatina, tras el silencio que sobrevino—. Ella fue letal en la Ciudadela e hizo que todos los demás pareciésemos novatos.

El escepticismo se reflejaba en la mayoría de los rostros. —¿O sea que estáis proponiendo seriamente… crear… convertirnos en una facción de la faraona?— balbuceó Tamanes, intentando aclarar sus ideas.

—Exacto. ¿Por qué si no os lo estaríamos diciendo? ¿Es que alguno de vosotros no desea ver a la faraona en su trono? Ella tiene a su favor a todo Qalathar, pero sencillamente nadie está actuando con decisión para ella. Todos trabajan para Alidrisi, Sagantha o quien sea, pero después de tanto tiempo en el exilio ella carece de seguidores propios.

—Pero ¿cómo podríamos reunir a tanta gente partidaria de la faraona? —preguntó un amigo de Tamanes a quien yo no conocía—, ¿cómo evitaríamos a los espías?

—Y además ¿qué podríamos sacar en limpio de este plan, suponiendo que lográsemos formar la facción y que la faraona obtuviese el dinero para las armas? ¿Qué sucedería entonces? ¿Nos lanzaríamos contra los sacri? —añadió otro orador desconocido—. ¡Tenemos una posibilidad de defendernos y vengarnos! —exclamó Tekraea con los ojos encendidos—. ¡Una oportunidad de hacerles daño!

Unas tres o cuatro personas comenzaron a hablar al mismo tiempo por encima del sonido monótono de la lluvia, que golpeaba contra las pequeñas ventanas en cada extremo de la habitación. Palatina pidió en voz alta un poco de orden, pero todos parecían convencidos de que ella ya había terminado su discurso y que era el momento de iniciar el debate general.

—¿Ves lo que digo de la gente del Archipiélago en general? —me susurró dejando caer los brazos en señal de derrota—. Los thetianos somos igual de necios.

Sólo se callaron cuando Laeas dio varios golpes con el puño sobre una mesa cercana. Palatina era demasiado cortés para hacer eso.

—Estamos ante la primera idea ambiciosa que alguien plantea aquí en mucho tiempo —sostuvo con irritación y poniéndose de pie para colocarse entre Palatina y yo, que nos hicimos a un lado para dejarle espacio—. Así que dejad de buscarle inconvenientes. En caso de que no lo sepáis, esta mujer es Palatina Canteni. Su padre era el presidente Reinhardt Canteni, el único líder decente de un clan thetiano en más de treinta años, y ella ha tenido como tutor al almirante Tanais en persona. Por si no fuese suficiente, Palatina es descendiente de Carausius. Así que callaos todos, dejad de discutir y escuchadla.

Palatina inclinó la cabeza en señal de agradecimiento a Laeas, que volvió a sentarse. Ahora la sala enmudeció por completo.

—Primero, vayamos paso a paso. No nos abrumemos yendo en todas direcciones y hablando con todo el que se nos cruce. Lo más urgente y fundamental es encontrar a Ravenna. Podría estar con la faraona, o podría no estarlo, pero Alidrisi la considera importante y este donde esté no le quita ojo. ¿Alguien tiene idea de dónde se encuentra Ravenna?

Se produjo un largo silencio, y Laeas y Tekraea fijaron la mirada en Persea. La vi moverse con inquietud, claramente incómoda, pero nadie dijo nada. Por fin ella estalló:

—Sí, creo que yo lo sé. Sólo desde hace un par de días. Cathan, no lo sabía cuando hablé contigo.

—¿Dónde está?, ¿en Kalessos?

—No, más lejos. Me consta que Alidrisi tiene una o dos edificaciones en ruinas cerca de la ensenada, en la costa de la Perdición. Sus mozos de cuadra y el personal de sus establos se quejan del estado de los cascos de los caballos cada vez que él regresa de Kalessos. Y les sorprende siempre que se las componga para dejarlos cojos siendo un jinete tan hábil y experimentado. La cuestión es que incluso un incompetente puede cabalgar desde aquí hasta Kalessos sin que el animal se lastime, pero en las montañas todo es diferente.

—¿Se encuentran muy lejos sus tierras?

—Puedes ver las montañas desde aquí. El camino principal corre por el este cruzando las colinas y luego vira al sur cuando llega al borde de Tehama. Existen caminos en las pendientes a lo largo de todo el estrecho, por lo general en muy mal estado porque nadie vive por allí. No sé con seguridad cuál de esos caminos coge Alidrisi, pero supongo que a caballo se tardará unas tres o cuatro horas. Sería mucho más rápido yendo por mar, pero es imposible navegar en esa dirección.

—Debe de ser un sitio accesible o no iría allí con tanta frecuencia —advirtió Laeas—. Va incluso con mal tiempo. —Con el mal tiempo habitual, querrás decir— interrumpió Bamalco mirando por la ventana. —Creo que las tormentas que sufrimos últimamente son demasiado fuertes para intentar una larga cabalgata. ¿Es cierto que no hay ningún acceso por mar? —Ha de haber existido uno— respondió Tamanes —, pues subsisten los restos de un puerto de Tehama cerca del extremo de la ensenada. Sin duda hubo un canal seguro hace unos cuantos años, pero cuando la flota thetiana destruyó el puerto debió de hacer estallar la apertura del canal, para que nadie lo volviese a utilizar. —Un pueblo vengativo en ocasiones, el thetiano— comentó alguien —, sin ofender a Cathan ni a Palatina.

—¿Cómo consiguieron los thetianos ir más allá de la costa de la Perdición? —pregunté, momentáneamente distraído—. Tamanes, has dicho que la costa se encuentra a ambos lados de la ensenada, de modo que tiene que existir una ruta establecida por la gente de Tehama.

—Al parecer, Carausius hacía de guía —informó Tamanes—. Aunque ignoro qué implicaba eso exactamente.

—¿Existe o no una ruta para penetrar en la ensenada y alcanzar los acantilados desde el mar? —exigió Palatina—. Eso es lo importante ahora. —Si existe, es demasiado peligrosa en la actualidad para navegar por ella— afirmó Tamanes negando con la cabeza.

—Bien, entonces deberemos llegar por tierra. Se trata de una villa o una fortificación sobre o cerca de los acantilados, elevada y fácil de defender, ¿verdad?

—Ha de estar custodiada, sin duda, por guardias del clan Kalessos —asintió Persea.

—¿Cuántos guardias vigilarán a esa tal Ravenna si no está con la faraona? —dijo Tekraea—. Si yo fuese Alidrisi, las pondría juntas, de eso estoy seguro. Y recordad que ella no es una prisionera.

—Pero tener dos sitios sería mucho más seguro. Si alguien llegase, podrían llevar a la persona que custodian al otro lugar.

—No estamos hablando por hablar en este momento, ¿no? —protestó Palatina—. Dos escondites requerirían más guardias, lo que implica dar más explicaciones, conseguir más comida y gastar más dinero. Un refugio y unos pocos guardias es lo más seguro, y un par de personas de confianza. De algún modo han de recibir provisiones regularmente, lo que implica que emplearán un carro o un par de mulas. Tiene que ser un sitio bien construido y cálido para habitarlo en esta época del año. Y un lugar donde no viva nadie más alrededor, pues Alidrisi guarda la prenda más preciosa de Qalathar.

»Debemos averiguar dónde se encuentra exactamente —prosiguió Palatina—. No podemos vagar sin rumbo por las montañas. La mayoría de su gente, quizá toda la que está aquí, ignora la existencia de ese refugio, pues lo contrario resultaría muy peligroso.

—Me parece improbable que encontremos a la faraona o a su compañera con tanta facilidad —volvió a hablar Bamalco—. He seguido tu razonamiento, pero ¿crees que Alidrisi la escondería en un lugar tan obvio? Es demasiado ideal: un castillo en ruinas en la costa de la Perdición en una zona desierta y a kilómetros de cualquier otra parte.

—¿Qué sitio sería más apropiado? La ciudad no, pues existiría un riesgo demasiado grande de que la descubriese la Inquisición u otras personas. Además, la ventaja de las montañas es que dispondría de innumerables vías de escape. Si alguien intentase capturarla, hay senderos, caminos de cabras y cientos de lugares donde esconderse. La ciudad no tiene escondites, igual que una nave o una isla pequeña.

—Pero, si están las dos juntas, ¿por qué no contactar directamente con la faraona? —preguntó Tekraea—. Ravenna nos reconocerá, podrá explicarle que estamos de su lado y entonces podremos ocultar a la faraona nosotros mismos.

—¿Realmente podemos hacerlo? —replicó Persea—. Quizá no te guste que Alidrisi la tenga a su cuidado, pero él puede protegerla. Es un hombre poderoso y tiene casas seguras de todos los tipos imaginables. Si nosotros nos apoderásemos de la faraona, Alidrisi movería cielo y tierra para recuperarla. Pero ¿crees que haría lo mismo por su compañera?

Por un instante, la reunión se convirtió en un absoluto caos, y Laeas alzó la cabeza con resignación mientras Palatina lo miraba con atención. Tamanes y Persea discutían con furia, Bamalco intentaba conseguir que ambos hablasen de manera razonable, y Tekraea defendía ante todo el que quisiese escucharlo que lo más evidente era rescatarlas a ambas de las corruptas manos de Alidrisi.

Palatina me cogió de una manga alejándome de los demás. Nos apartamos para hablar en un rincón entre la puerta y un enorme arcón de madera cubierto de telarañas. El aire estaba lleno de polvo y no pude evitar estornudar.

—Estamos metiéndonos en un pozo cada vez más y más profundo, Cathan. Esto no avanza como debería. La idea les gusta pero todo resulta demasiado artificial: rescatemos a la amiga de la faraona para que ella pueda hablar con ésta y ella persuada a Alidrisi de que nos dé dinero para comprar armas… ¿para qué?

—Ya lo sabes…

—Por supuesto que lo sé, pero estamos tratando con personas inteligentes. En Thetia todos estarían en la universidad o ascendiendo en la jerarquía de sus clanes. Como estamos en Qalathar, centran su energía contra el Dominio.

—¿Qué es lo que intentas decirme? —le pregunté, temiendo su respuesta.

—Díselo. Ella es lo que es y no podemos cambiarlo. En algún momento ha de salir a la luz y tiene que suceder pronto.

—Siempre quieres contarle a la gente lo que desea saber. Era a ti a quien le preocupaba una posible traición en Ral’Tumar, no a mí. Y tenías razón.

—Has pasado de ser demasiado confiado a no confiar en nadie.

Nadie nos estaba oyendo, pero el orden parecía volver lentamente, con Bamalco presidiendo un improvisado debate entre tres o cuatro más.

—Si lo digo, romperé la promesa que le hice a Ravenna.

—Ella ya ha desconfiado de ti huyendo en Ilthys —replicó ella sin rodeos.

—Palatina, no conocemos a la mitad de las personas que están aquí. Si sólo uno de ellos fuese capturado o, Thetis no lo permita, trabajara como espía para Sarhaddon o Midian, el Dominio descubriría lo que lleva veinte años buscando. Ravenna ha sobrevivido porque se ha mantenido el secreto.

—Y porque está en manos de gente como Alidrisi, Cathan. Si Ravenna te ayuda a dar con el Aeón, habrá un sitio seguro donde ningún inquisidor podría encontrarla ni en un millar de años. Pero ella debe intervenir en esto, y nunca te perdonará que la pongas en una situación todavía más complicada que la actual.

—He fallado a su confianza en mí en tantas ocasiones… —afirmé con tozudez—. No volveré a hacerlo nunca.

—Ninguno de vosotros dos confía de verdad en el otro, y sabes por qué. No podemos resolver ese dilema ahora. Y os queráis o no, representáis nuestra mayor esperanza. Ambos. Habéis acordado ser compañeros, los primeros magos de la Tormenta, y aunque eso no cambie en nada vuestros sentimientos, ese lazo debe continuar.

—Muy bien, entonces díselo. Permite que la noticia se difunda.

—Ése ha sido un comentario digno de tu hermano —espetó Palatina, y regresó junto a los demás.

—¿Puedo decir una cosa? —le dijo Palatina a Bamalco interrumpiendo el debate.

—Has perdido tu turno —comentó él con una media sonrisa.

—Os pido disculpas a todos. Debemos haceros una confesión que aclarará un poco las cosas y lamentamos de verdad que os hayáis confundido por nuestra culpa. Dudáis de todo cuanto os hemos dicho, en especial de todo el esfuerzo por rescatar a la compañera de la faraona y no a la faraona en persona. Lo que os diré rompe una solemne promesa que hemos hecho tanto Cathan como yo y deseo que todos vosotros, de forma individual y con los demás por testigos, juréis no revelarle a nadie lo que os vamos a contar. ¿Estáis de acuerdo?

Se produjo un murmullo general de asentimiento, y los dos recorrimos el salón tomando a cada uno de los presentes el juramento por los ocho Elementos de mantener el secreto. Eso no nos protegería de un posible traidor, pero deseé por el bien de todos que sellase los labios de cualquiera que no fuese un agente del Dominio. Llevamos a cabo la ceremonia del modo más lento y solemne que nos lo permitió esa habitación asfixiante atestada de personalidades tan fuertes. Mientras lo hacíamos, el ambiente general se tranquilizó, la gente se relajó y se estableció la calma.

No obstante, ni uno de los reunidos juró sólo por los ocho Elementos. Todos añadieron una promesa por el honor de su clan o por el de su ciudad (dos sostuvieron con seriedad que su hogar era Poseidonis) y, en el caso de Tamanes, por su lazo con el Instituto Oceanográfico.

Cuando Palatina acabó de realizar su propio juramento, rompiendo a su vez otro, aunque ella no se había comprometido con Ravenna en los mismos términos que yo, se produjo el primer silencio total de aquella noche. Entonces hice el mío. —Juro en el nombre de Thetis, madre del Mar; Tenebra, señora de las Sombras; Hyperias, señor de la Tierra; Althana, compañera del Viento; Phaethon, portador de la Luz; Ranthas, señor del Fuego y uno entre ocho, y por Ethan de los Espíritus, y Cronos, que ve el pasado y el futuro, así como por el honor de mi clan, que mantendré en secreto lo que se diga esta noche por todas las almas vivientes y las de los moribundos. Y os pongo por testigos de que al hacerlo rompo una promesa formulada a los moribundos y que me retractaré hasta que veáis que la persona a quien he traicionado su confianza me perdona. Cuando acabé retrocedí unos pasos para que Palatina volviese a ocupar el centro de la sala, agradecido de no haber percibido la condena en el rostro de ninguno y preguntándome por qué sólo Persea parecía comprender la relevancia de lo que acababa de decir.

Aunque un poco básico, mi juramento había sido por los moribundos, pues se consideraba que los condenados a la pena capital iban a morir pronto. Aún podía recordar cada palabra pronunciada aquella terrible noche en las celdas, y había mentido a mis amigos y a mi familia para mantener el secreto de Ravenna. Ahora estaba a punto de presenciar cómo Palatina rompía por mí el juramento en una habitación llena de desconocidos. Y lo hacía para proteger a Ravenna, que era exactamente el motivo por el que ella me había hecho prometer silencio. Todavía podía sentir las cenizas en la boca.

—La faraona no tiene ninguna compañera —dijo Palatina con sencillez—. Algunos de vosotros habéis conocido a Ravenna, otros no. Ella es la faraona de Qalathar y nieta de Orethura. Deseamos contar con vuestra ayuda para rescatar a la faraona de Qalathar de sus enemigos y de los que fingen ser sus amigos.

Esta vez el rumor fue tan potente que temí que nos oyesen en el templo.

—De modo que estaba aquí… —afirmó Persea, incrédula. La sorpresa era evidente en todas sus caras—. Ella hubiese muerto antes de permitir que el Dominio la utilizase de títere.

—Igual que nosotros —sostuvo Tekraea con coraje—. ¡Daré mi vida por ella y le brindaré toda mi ayuda! ¿Por qué no la servimos a ella como los guardias sirven a su inútil emperador?

—Pues entrégale tu vida cuando la encontremos —intervino Laeas con amabilidad—. Por ahora habéis hecho un juramento. ¿Alguien tiene alguna duda sobre lo que se ha dicho? Si no es así, entonces escuchad a Palatina. Ya hemos acordado qué vamos a hacer. Ahora debemos decidir cómo lo haremos. ¿Palatina?

—Existen dos caminos. O bien probamos con una o dos personas, confiando en su sigilo, o bien participamos todos, lo que es más difícil pero también nos ofrece más oportunidades. Y es preciso que demos por sentado que tienen maneras de escapar fácilmente, de modo que si ven enemigos puedan dejar el lugar a tiempo.

—Alidrisi se marchará mañana, regresa a Kalessos —informó Persea—. Cathan pensaba seguirlo por su cuenta, pero quizá podamos ir todos.

—Eso sería demasiado evidente, notaría que lo sigue un montón de gente a caballo. No podemos llamar la atención. Incluso un único jinete siguiéndolo debería contar con una excusa apropiada, pues si no lo tenemos siempre a la vista, corremos el riesgo de perderlo.

—¿Serviría que alguien lo esperase en el camino? —propuso Laeas—. No sé cuántos senderos hay allí, pero no pueden ser más

De media docena. Si colocamos a alguien oculto en cada una de las desviaciones, el que lo vea podría seguirlo ascendiendo el valle. ¿Funcionaría algo así?

—Quizá —opinó Persea—. Pero será todavía más difícil justificar la presencia de otro jinete. Quizá en el camino principal, pero no en las montañas. Si Alidrisi sube por las laderas, tendrá que dejar ¿el carruaje. Además, andará por terreno conocido, mientras que para cualquiera de nosotros serán lugares extraños. Y no sería raro que tuviese centinelas apostados en distintos puntos del trayecto. —¿Y si tan sólo observamos qué camino coge?— sugerí. —Es cierto, eso implica tener que buscar más, pero sin correr el riesgo de ser descubiertos. Cuando lo supiésemos, subiríamos todos para dar con el sitio exacto.

—Olvidas que probablemente nos vean llegar. Y no deben saber que los estamos buscando. —Robad los caballos de Alidrisi y fingid ser él y sus guardias de Kalessos— aventuró Tekraea. —Los centinelas no distinguirán la diferencia hasta que no estéis muy cerca.

—Para que eso funcione debemos saber dónde se encuentra el ¡refugio —señaló Bamalco—. No engañaría a nadie que alguien que quiere pasar por Alidrisi comience a buscar su propio escondite. —Cathan, ¿no me dijiste en una ocasión que sabías cómo localizar a Ravenna?— preguntó Palatina. —Fue hace unas dos semanas, creo que era algo relacionado con la magia.

—Eso sólo hubiera funcionado con una carta suya. En cuanto la hubiese tocado sabría de inmediato dónde la había escrito. Pero no podemos hacer que Alidrisi le lleve una carta.

—¿No hay otra manera?, ¿algo que puedas hacer para saber dónde está?

Pensé un momento; tenía que haber algo de lo que nos habían enseñado en la Ciudadela que pudiera servirnos. Pero nuestros profesores siempre habían insistido en que no era conveniente hacer magia si alguien podía detectarla. Dejaba un débil resto en nosotros y en los sitios donde se había hecho. Éste, si era lo bastante fuerte, podía detectarse a varios kilómetros de distancia.

—¿A cuánta distancia de aquí se encuentran las montañas? —Las más cercanas están a cuarenta kilómetros, y a unos sesenta y cinco las que comunican con el último camino propiamente dicho.— Entonces, si descubriésemos cuál de los senderos coge, yo podría encontrar el lugar por la noche —afirmé con cautela, consciente de que me estaba comprometiendo a mí mismo—. Soy un mago de la Sombra, la oscuridad no es para mí ningún problema.

Noté entonces el desconcierto en varios de ellos. Estaba claro que Persea y Laeas no se lo habían contado a la mayoría. Debía de estarles agradecido por eso, sobre todo considerando cómo habían castigado nuestra magia Sarhaddon y sus secuaces. Y en especial la magia de la Sombra. La gente teme a la oscuridad.

—¿Cuántos podríamos acompañarte?

—Ese es el inconveniente. Yo puedo abrirme camino en una oscuridad absoluta, pero debería guiar a quien viniese conmigo, y podría resultar muy arriesgado si para acceder al sitio exacto es preciso escalar.

—Eso podría arreglarse —declaró Palatina—. Sé con qué facilidad puedes escalar muros verticales, de modo que podrías subir, descender y ayudar a los demás, que te estaremos esperando abajo…

—A algunos de nosotros —interrumpió Bamalco—. Necesitamos tener preparado un lugar seguro para esconderla más tarde, y también es necesario hacerse cargo de eso. Si la recogemos por la noche, hará mal tiempo, por lo que cuantos menos seamos en el camino, mejor. Podrían encender alguna luz al regresar y vernos alguien incluso a esas horas. ¿Dónde podemos encontrar una casa segura? No importa si es un escondite a largo o corto plazo, pero debe ser algún sitio fuera del alcance de Alidrisi o del virrey.

—Es probable que encontremos algo a largo plazo —afirmó Palatina—, pero antes debo hablar con Ravenna. En cuanto al escondite inmediato, quizá pueda echarnos una mano la familia Canadrath. Ravenna no lleva ningún cartel que ponga «faraona» y sólo corre peligro con gente que pudiese reconocerla. Alidrisi no la descubrirá echando los perros tras ella, será muy cuidadoso, y discreto.

—De cualquier modo, ¿cómo resolveremos lo de la noche? La ciudad cierra las murallas hasta el amanecer y no podremos volver a entrar hasta la mañana siguiente.

—Nada de aldeas ni de hostales —remarcó Palatina de inmediato—. La gente podría comentar. A menos que la familia de alguno de vosotros se encuentre en medio de la nada…

Ninguno de los presentes provenía de una familia de campesinos, lo que no resultaba sorprendente teniendo en cuenta lo escasas que eran las tierras cultivables en Qalathar.

—Una cabaña de leñadores —propuso uno de los desconocidos—; no trabajan en invierno. Sus cabañas han de estar vacías y no habrá nadie para hacer preguntas.

—Gracias —dijo Palatina—. Ahora sólo quedan por definir los pequeños detalles, como los caballos, las provisiones y qué hará cada uno exactamente. Hemos de planear hasta el mínimo detalle y no dejar margen de error. Perdición no es una amable compañera de paseo.