El fallecimiento de Juan Pablo II, la posterior elección de Benedicto XVI, y los actuales casos de pederastia han puesto de rabiosa actualidad a la Iglesia Católica y a sus dirigentes. Durante varios días, millones de personas —católicas y no católicas— centraron su mirada en el pequeño Estado Vaticano.
Tras el largo papado de Karol Wojtyla, que llevó las riendas de la Iglesia durante veintiséis años, la celebración de un nuevo cónclave suponía para muchos —entre los que me incluyo— algo desconocido y fascinante al mismo tiempo. A lo largo de los días que transcurrieron desde la agonía final de Juan Pablo II hasta que finalmente la Cristiandad recibió a su nuevo pontífice, los medios de comunicación estuvieron «bombardeándonos» con miles de datos que, día tras día, nos iban desgranando y descifrando el protocolo y el ritual que aparecía ante nuestros ojos.
Fueron días también en los que la radio, la prensa y la televisión ofrecieron numerosos detalles sobre la vida de anteriores pontífices, en especial de aquellos que gobernaron la Iglesia Católica en el siglo XX.
La elección del cardenal Ratzinger como nuevo papa en su momento no escapó a la polémica. Su carácter conservador, su intransigencia frente a determinados asuntos y su trayectoria como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe significó para muchos que se había elegido como nuevo Vicario de Cristo «al peor de los posibles» candidatos.
Si finalmente resulta o no ser así, es algo que sólo podremos juzgar con el paso del tiempo. Sin embargo, la historia de la Iglesia, y más concretamente la de sus máximos dirigentes, ha dejado ejemplos más que suficientes de lo que podríamos llamar «malos papas» e, incluso, invirtiendo ambos términos, «papas malos».
Ese es, precisamente, uno de los objetivos de este libro. Repasar junto a usted, amigo lector, la vida de algunos pontífices cuyos actos resultan «peculiares», cuando no parecen ir en total contradicción con el mensaje de amor, respeto y tolerancia que reflejan los Evangelios que debían representar.
Resulta imposible dar una cifra concreta de cuántos de los 265 pontífices que ha tenido hasta el momento la Iglesia de Roma pueden ser calificados como «indignos». Pero lo que está claro, tras revisar lo que nos dice la historia, es que los papas no suelen ser tan buenos como pretenden la mayor parte de los católicos. De hecho, como comprobará usted mismo al avanzar en estas páginas, incluso algunos de los que han sido «galardonados» con la beatificación o la canonización cuentan en sus biografías con episodios que resultan, como poco, comprometidos.
Quisiera aprovechar también esta breve introducción para aclarar que este libro no pretende ser un alegato anticatólico. Soy consciente de que un trabajo de estas características puede resultar polémico, pero no es mi intención atacar las creencias de nadie.
Si a pesar de todo, algún lector se siente ofendido, le pido disculpas.
El libro que tiene ahora en sus manos es, simplemente, un modesto repaso histórico a la vida de unos hombres que, como tales, se vieron sujetos a las mismas pasiones que el resto de los mortales.
Prácticamente desde sus inicios, la Iglesia ha sido una institución provista de un gran poder temporal, lo que la convirtió en un oscuro y preciado objeto de deseo. Durante muchos siglos ocupar el trono de San Pedro significaba tener la potestad para coronar y deponer a reyes y emperadores. Y, del mismo modo, los papas actuaron durante mucho tiempo como auténticos monarcas terrenales y no como guías espirituales. Los papas se vieron atrapados por las mismas ansias de poder y entregados a los mismos apetitos carnales que sus colegas laicos.
Si continúa leyendo encontrará macabras historias sobre papas que profanaron los cadáveres de sus predecesores, relatos de pontífices que no dudaron en asesinar a sus rivales, intrigas, violaciones, masacres en nombre de Dios… y un sin fin de atrocidades que causarían el estremecimiento del más cruel de los asesinos.
Javier García Blanco