2. LAS PROFECÍAS DE SAN MALAQUÍAS

En 1595, veía la luz en Venecia un libro titulado Lignum vitae —«El árbol de la Vida»—, obra del monje benedictino Amoldo de Wion. Dicha obra, dedicada al rey español Felipe II, consta principalmente de un detallado repaso a la vida de varios benedictinos que, hasta la fecha de su redacción, habían alcanzado el título de obispo. Al llegar el turno de uno de ellos, y tras relatar episodios variados de su existencia, Wion añade sobre él:

Escribió algunos opúsculos. Hasta hoy, no he tenido la oportunidad de ver ninguno, excepto una profecía relativa a los soberanos pontífices. Como es muy breve, y que yo sepa no ha sido impresa todavía, y dado que a muchos les complacería conocerla, paso a copiar su texto.

La obra a la que hace referencia el monje francés es la célebre Profecía de san Malaquías, cuyo autor sería —supuestamente— el mismo santo que le da nombre. En concreto, la profecía es en realidad una lista de 112 lemas o frases crípticas escritas en latín. Dichos lemas se corresponderían a su vez con 112 pontífices, comenzando con Celestino II (1143-1144) y terminando con el último Papa, Pedro Romano, con el que supuestamente llegaría el fin del mundo o un suceso de gran importancia para la propia Iglesia católica, dependiendo de las distintas interpretaciones.

De resultar cierta, la profecía de san Malaquías tendría un interés especial en nuestros días, ya que tras la elección del papa Benedicto XVI —a quien le correspondería el lema De Gloría Olivae, «De la gloria del olivo»—, se supone que sólo quedaría un Papa, el ya mencionado Pedro Romano, y con él, el fin del mundo.

Pero antes de repasar algunos de los lemas más conocidos, y las distintas posturas acerca de la veracidad o falsedad de las profecías, es preciso que conozcamos un poco la personalidad de su presunto autor.

Un piadoso monje

Malaquías —su nombre real era Malacky O’Morgair— fue un monje irlandés que vivió en la primera mitad del siglo XII (1094-1148). Nació en la ciudad de Armagh, y desde muy joven sintió la llamada del sacerdocio. Después de abandonarlo todo, convivió durante un tiempo junto a un anciano eremita llamado Ismar, hasta que el obispo de la ciudad conoció su piadosa vida y decidió ordenarle sacerdote. En aquel entonces Malaquías tenía 25 años.

Desde aquel momento, el futuro santo dedicó todos sus esfuerzos a la evangelización de las zonas más humildes, hasta que a la edad de 30 años fue nombrado obispo de la ciudad de Down, más tarde arzobispo y por último recibió el cargo de Primado de Irlanda, el puesto eclesiástico más alto que se podía ostentar en su país. Algún tiempo después, en 1139, decidió visitar la Ciudad Eterna, y cuando se encontraba a mitad de camino, en tierras de Francia, aprovechó para visitar el monasterio de Claraval, donde conoció a su fundador, san Bernardo, a quien le uniría desde ese momento una gran amistad.

Finalmente, durante un nuevo viaje —esta vez a Francia— en 1148, unas fiebres le causaron la muerte, mientras estaba en compañía de su amigo Bernardo. Este escribiría algún tiempo después una biografía del monje irlandés, Malachiae Vita —«Vida de Malaquías»—, en la que se mencionan las supuestas dotes de videncia y otros portentos protagonizados por el monje, y que resulta de gran ayuda para conocer los pormenores de la vida de aquel benedictino, que terminó siendo canonizado por el papa Clemente III.

¿Predicciones acertadas?

Pero veamos ahora en qué consisten exactamente los célebres lemas de san Malaquías para que se hayan convertido en algo tan polémico. Ya expliqué antes que la misteriosa lista comienza con Celestino II, el siguiente Papa en ocupar el trono de san Pedro tras la redacción de la lista por el monje irlandés.

A Celestino le correspondería, por tanto, el primer lema, Ex castro tiberis —«De un castillo junto al Tíber»—. Y efectivamente, dicho Papa nació en un castillo situado a las orillas de aquel río. Hay que aclarar que la mayor parte de los lemas o claves latinas de la lista hacen generalmente alusión al emblema propio del pontífice o a algún hecho de la vida de este o de su reinado.

Veamos otros ejemplos. Avanzando en la lista encontramos Ex eremo celsus —«Elevado desde el desierto»—, que se corresponde con el papa eremita Celestino V (1294), de quien ya hablamos en su debido momento. En este caso el lema también parece coincidir a la perfección con el Papa en cuestión, ya que Celestino era un eremita que fue «elevado» desde su retiro hasta el pontificado.

Respecto al papa Benedicto XII (1334-1342), su clave latina dice Frigidus Abbas —«Abad frío»—, y da la casualidad de que desempeñó la labor de Abad del monasterio de Fuente Fría.

Tampoco escapan al escrutinio visionario los papas cismáticos, como el español Benedicto XIII, que fue Papa en Aviñón. El lema que le correspondería es Luna Cosmedina —«Luna de Cosmedin»—. En este caso resulta incluso más acertado, ya que este se llamaba Pedro de Luna, y fue cardenal de Santa María in Cosmedin.

Si nos centramos en los papas más recientes, los que gobernaron en el siglo XX, encontramos también algunas coincidencias interesantes, aunque salta a la vista que no son tan evidentes y claras como las anteriores, un detalle que explicaremos un poco más abajo. Sobre Juan XXIII, el Papa Bueno, Malaquías habría escrito el lema Pastor et Nauta —«Pastor y navegante o piloto»—. Los estudiosos de las profecías señalan que, efectivamente, Juan fue un pastor, y nauta podría aludir a que fue Patriarca de Venecia —la ciudad sobre el agua— o a que «pilotó» el Concilio Vaticano II.

A Juan Pablo I se le atribuye el lema De medietatae lunae —«De la mitad de la Luna» o «De la media Luna»—, lo que supuestamente coincidiría con que fue elegido cuando nuestro satélite estaba en la mitad de su ciclo, algo que también ocurrió durante su ordenación como sacerdote y como obispo. En esta misma variante «astronómica» se ha propuesto la explicación de que el dístico alude al breve «reinado» de Juan Pablo I, que se prolongó desde una media Luna hasta la siguiente. Además, los estudiosos de Malaquías han destacado también en este caso el hecho de que el nombre real de Juan Pablo I, Albino Luciani, podría hacer referencia al lema. Albino puede traducirse como «blanco/a», mientras que Luciani procedería del término Luce, en italiano «Luz». Así, su nombre podría interpretarse como «Luz Blanca», quedando identificado con la luz de la Luna. En cuanto al papa Wojtyla, las combinaciones son incluso más numerosas —y también más endebles—. Su lema sería De Labore Solis —«Del trabajo del Sol» o «De la fatiga del Sol»—. Muchos han querido ver una referencia a su país natal, Polonia, donde el Sol es más débil, a causa del clima. Otros han sugerido una interpretación relacionada con la delicada salud del pontífice, en especial en los últimos años. Finalmente, se ha propuesto como explicación que nació el día de un eclipse de Sol, cosa que también ocurrió el día de su funeral. La pega a esta última teoría es que dichos eclipses sólo fueron visibles desde otros continentes, y no en los que se encontraba Juan Pablo II.

¿Benedicto XVI = «La Gloria del Olivo»?

Como habrá podido apreciar el lector, en el caso de los últimos papas las interpretaciones para hacer coincidir los lemas con sus respectivos pontífices son cada vez más arriesgadas y menos evidentes que en los primeros.

Cuando finalmente falleció Juan Pablo II en 2005, las «apuestas» comenzaron a surgir. No fueron pocos los medios que dedicaron espacio y tiempo a contrastar la lista de papables con el lema De Gloria Olivae —«La Gloria del Olivo»—, en busca de alguien que encajara con el perfil.

Entre otros, fueron señalados como posibles candidatos a coincidir con la clave latina los siguientes cardenales: Martini —quien vive retirado en Jerusalén, ciudad directamente asociada al olivo—, Lutsiger —por su origen judío—, e incluso el cardenal Amigo, español y por lo tanto procedente de un país con gran relación con el olivo. Además, otra de las interpretaciones sobre el lema identificaba a «La Gloria del Olivo» con un periodo de paz a nivel mundial, o con un pontífice con un especial protagonismo en asuntos de paz. Y al final, como sabemos, salió elegido el cardenal Ratzinger, papa Benedicto XVI. Tras un primer momento de confusión, los intérpretes de las profecías de Malaquías siguieron rebuscando entre las posibilidades, y a posteriori encontraron algunas coincidencias. A saber: el nombre de Benedicto —Benito en otros idiomas— podía relacionarse con san Benito, fundador de la Orden de los benedictinos, que también son conocidos como «olívicos» u «olivareros». Por otra parte, se ha señalado también que Ratzinger fue hasta su nombramiento el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe —antiguo Santo Oficio o Inquisición—. Si revisamos el escudo de la Inquisición encontramos, efectivamente, una rama de olivo acompañando a una espada y una cruz.

In persecutione extrema

Y así llegamos al que sería el último lema de la profecía de san Malaquías. En realidad no se trata de un lema como los anteriores, sino de una frase —también en latín— de una extensión mayor.

In persecutione extrema sacrae romanae ecdesiae sedebit Petrus Romanos: qui pascet oves in multis tribulationibus: quipus transactis, civitas septicollis diruetur: etjudex tremendus judicavit populum.

O lo que es lo mismo:

«En la última persecución de la Santa Iglesia Romana, un romano llamado Pedro apacentará el rebaño en medio de grandes tribulaciones. Pasarán estas, Roma será destruida y el Juez terrible juzgará el mundo».

Como vemos no parece un futuro nada halagüeño, más si tenemos en cuenta que, dada la edad de Benedicto XVI, nada hace esperar que su pontificado sea excesivamente largo. Así que si tuviéramos que creer en la veracidad de las profecías de san Malaquías, estaríamos cerca de vivir una época terrible y convulsa o incluso el fin del mundo.

De todos modos, no debería el lector preocuparse demasiado —al menos no por lo que dice la profecía— si nos atenemos a las distintas críticas que los lemas supuestamente escritos por el santo irlandés han recibido desde hace siglos.

Dudas más que razonables

Una de las principales «pegas» a las que se enfrentan los defensores de la autenticidad de las profecías es la de su datación. Como ya expliqué, la lista fue publicada por Amoldo de Wion en 1595. Hasta ese momento, cinco siglos después de la vida de Malaquías, nadie había oído hablar de ellas.

Pero además, resulta también bastante sospechoso que Wion no aportase ningún manuscrito más antiguo de donde él habría copiado los lemas de Malaquías. Tenemos que hacer un acto de fe y creer en su palabra. Otro detalle que no ayuda a la credibilidad de la profecía es el hecho de que san Bernardo, buen amigo del irlandés y autor de su biografía, no mencione en ningún momento un hecho tan importante como la existencia de la lista sobre los papas, sobre todo teniendo en cuenta que sí menciona sus dotes visionarias y otros milagros:

Las disciplinas reconocieron que Malaquías gozaba del espíritu de la profecía… Si nos fijamos bien en los hechos llevados a cabo por él, nos daremos cuenta que entre ellos no faltan profecías, revelaciones, castigos de impíos, gracias de curación, conversiones, resurrecciones de muertos… Dios, que lo amaba, lo adornó con todas sus glorias.

La crítica a la verosimilitud de la lista publicada por Wion no es algo nuevo. De hecho, ya en el siglo XVII el jesuita francés Claude Francois Menestrier rebatió su autenticidad. Según Menestrier, la lista de los papas habría sido creada ex profeso en 1590, coincidiendo con la celebración de un nuevo cónclave, y con la intención de influir en el nombramiento del siguiente Papa. Según el jesuita, la profecía habría servido para intentar que el cardenal Simoncelli se alzara como sucesor de Urbano VII. El lema que correspondía al siguiente Papa era Ex antiquetate urbis —«De la ciudad antigua»— y Simoncelli era, «casualmente», de la ciudad de Orvieto, que en latín sería Urbs Vetus —«ciudad vieja»—. A pesar de todo, Simoncelli no salió elegido. Pero además, Menestrier apuntó otro detalle bastante acertado contra la autenticidad de la profecía: los lemas anteriores a la fecha de la publicación cuadraban perfectamente con los papas correspondientes, algo que no ocurría de la misma forma con los que vinieron tras su aparición —como hemos podido ver, por ejemplo, con los lemas de los papas del siglo XX, bastante más abiertos a la especulación.

Curiosamente, aquellos primeros 74 lemas que van desde Celestino II hasta Urbano VII (1590) —los más acertados—, aparecían acompañados en la obra de Wion por unos comentarios interpretativos, obra de un dominico de la época, Alphonsus Ciacconius, un especialista en la historia de los papas. Curioso, ¿no? Los críticos creen que pudo haber sido Ciacconius el autor de la «profecía» ya que, casualmente, era amigo del cardenal Simoncelli, a quien como hemos dicho le venía de perlas el lema Ex antiquetate urbis… Pero aún hay más. Se ha descubierto también que los lemas incluyen ciertos errores que, según algunos estudiosos, podrían tener su explicación en el hecho de que al autor de las falsas profecías copiase a un historiador contemporáneo llamado Panvinio, autor de un libro sobre la vida de los papas. Veamos lo que dice el clérigo francés Cristiani en su libro Nostradamus, Malaquías y Cía.:

En la lista de nuestra pretendida profecía no hay menos de ocho antipapas. De estos ocho, dos son representados como cismáticos: Nicolás V —no el verdadero—, en 1327, al que llama la profecía: corvus schismaticus, «el cuervo cismático», y Clemente VIII, llamado schismas barcinorum, «cisma de los barceloneses». (1424).

¿Por qué aparecen dos antipapas solamente de los ocho? (…). Es que el historiador contemporáneo de Wion, Panvinio, no había dado el nombre de antipapa más que a los dos personajes indicados. Se deduce de aquí que Wion sencillamente se ha reducido a copiar la lista de los papas de Panvinio. Y tan cierto es esto que incluso ha reproducido sus errores, doquiera que se hallaban. Panvinio, por ejemplo, había dicho que Eugenio IV perteneció a la Orden de los Celestinos. El pseudo-Malaquías se apodera de este detalle y fabrica su lema: lupa caelestina, «la loba celestina». Pues bien, Eugenio IV no fue Celestino, sino agustino. (…). Panvinio había cometido además otro error, a propósito de Clemente IV (1265-1269), y había visto en sus armas un dragón. El lema de Wion: draco depressus, «el dragón aplastado», tiene su origen en Panvinio, que había confundido en el escudo de este Papa el águila con un dragón.

Como vemos, todo parece indicar que la lista atribuida a Malaquías fue «fabricada» en fechas más tardías, y que parece tener pocas propiedades proféticas. Sin embargo, aún quedan algunas preguntas interesantes por responder: si todo fue una estratagema para conseguir la elección del cardenal Simoncelli, ¿por qué se publicó la lista cinco años después del cónclave si además no había tenido éxito?

Una influyente profecía

Dejando ya de un lado la supuesta veracidad o no de las profecías, más importante resulta el hecho de que estas fueran tomadas con un gran respeto por parte de creyentes e, incluso, por la propia jerarquía eclesiástica. Hasta tal punto es así, que podemos decir que la creencia existente en ellas llegó a decidir alguna elección papal.

Pocos años después de su publicación en la obra de Wion, numerosos sabios y religiosos de la época mostraron un gran interés por ella, llegando a publicarse numerosas obras que analizaban su contenido. Miembros de la Iglesia como el benedictino Henríquez, el dominico Giannini o el jesuita Lapide escribieron pequeños tratados sobre la cuestión, apostando por la veracidad de su contenido. A estos hay que incluir otros más críticos, como el ya mencionado Menestrier.

La ciudad de Roma fue testigo del gran interés del pueblo y la misma curia por las profecías, lo que motivó que se editaran numerosas obras que intentaban satisfacer el fervor popular.

Pero aquel «fenómeno Malaquías», que iba camino de convertirse en un best-seller —salvando las diferencias—, también tenía repercusiones a otro nivel más alto.

Cuando se produjo la elección del papa Clemente X en 1670, se realizaron numerosas inscripciones que aludían a él como De flumine magno —«del gran río»—, precisamente porque esa era la divisa que le correspondía en la lista de Malaquías. Aquella alegría por el nuevo Papa se veía aumentada por el hecho de que en este caso parecía coincidir con la clave latina: Clemente había nacido a la orilla del Tíber.

Algo similar ocurrió con el papa Alejandro VIII, cuyo lema debía ser Peonitentia gloriosa —«la penitencia gloriosa»—, lo que se interpretó como una alusión a la festividad que se celebraba el día de su elección, el 6 de octubre, san Bruno, cuya Orden cartujana era famosa por sus penitencias.

Más importante que estas interpretaciones es, sin duda, el hecho de que un Papa sea elegido teniendo en cuenta la lista de Malaquías. Ya vimos que sus críticos argumentan que esa pudo ser su finalidad real, aunque habría fracasado en el caso para el que fue elaborada. En otros cónclaves parece que tuvo más éxito. Al menos eso es lo que parece que ocurrió durante el celebrado en 1667, donde fue elegido Clemente IX.

Al Papa que saldría elegido de aquel cónclave le correspondía la divisa Sidus olorum —«el astro de los cisnes»—, y el futuro Clemente IX había sido alojado aquellos días en una estancia conocida como «estancia de los cisnes», debido a que había una pintura en la habitación que representaba a estos animales. No sabemos si aquella estancia le correspondió por casualidad o le fue otorgada por alguien que conocía bien las profecías y que estaba interesado en su nombramiento, pero lo cierto es que de una forma u otra, en aquel caso la creencia en los lemas de Malaquías decidieron una votación tan importante como aquella.