El siguiente Papa no pertenece ya a los pontífices del Renacimiento. Sin embargo, he decidido incluirlo en este capítulo de todos modos. En primer lugar por la proximidad cronológica con los anteriores, y en especial porque comparte con estos algunos de sus peores vicios. De todos modos, Pablo IV supone el último exponente de un tipo de Sumos Pontífices que durante siglos habían estado llevando las riendas de la Iglesia. No quiere decir esto que a partir de este momento los papas puedan ser considerados santos, ni mucho menos, pero ciertamente no encontraremos sucesos tan graves como los que hemos podido ver hasta este momento de la historia. Tras esta aclaración, les dejo con la vida de este pontífice, que se caracterizó en el breve mandato por su nepotismo, su odio hacia los españoles y, sobre todo, por su fanatismo y su trato hacia los judíos.
Giovanni Pietro Caraffa se convirtió en el papa Pablo IV en 1555, cuando era ya un anciano de ochenta años. Caraffa había nacido en Nápoles en 1476, en el seno de una noble familia. Desde muy joven se sintió atraído por la Iglesia, influenciado por un tío suyo que era cardenal. Durante el mandato de León X fue designado embajador en Inglaterra y España —donde ejerció como Vice-capellán de la corte—, pero más tarde, y gracias al nefasto Clemente VII, pudo regresar a Italia.
Fue nombrado cardenal en 1536, y unos años después, en 1542, pasó a presidir la nueva comisión en Italia de la terrible Inquisición. Mientras desempeñó este cargo desplegó toda la mano dura que le fue posible. Su fanatismo llegaba a tal grado que en una ocasión llegó a declarar: «Si mi propio padre fuera convicto de herejía, yo mismo cogería con mis manos la leña para la hoguera».
Una vez en el trono de san Pedro, Pablo IV retornó a uno de los vicios que había corrompido a los papas del Renacimiento: el nepotismo. Agració a tres de sus sobrinos con el cargo de cardenal, aunque fue uno de ellos, Carlos Caraffa, quien más abusó de su nueva condición, haciendo que su propio tío llegara a avergonzarse de sus acciones.
Enemigo de los judíos
Pero sin duda alguna, las actuaciones más despreciables que cometió el papa Caraffa durante los escasos cuatro años que ostentó la tiara están relacionadas con el injusto y vergonzoso trato que dio a los judíos italianos. Como si de un nuevo Torquemada se tratara, el Papa ordenó que todos los judíos que residían en los Estados Pontificios fueran recluidos en ghettos. Por si esto fuera poco, dispuso también que debían llevar un denigrante sombrero amarillo que advirtiera de su condición. Sin duda fueron decisiones deshonrosas para un «Santo Padre», que más que un predicador de un Evangelio de amor universal aparece ante la historia como una especie de pequeño Hitler.
Su pasado como Inquisidor había dejado huella, y se hizo notar durante su pontificado. No dudó en intensificar el empleo de la tortura durante los procesos inquisitoriales y fue un duro contra-reformista.
Pero además era tremendamente desconfiado, lo que le hizo sospechar de todos, incluso de sus más cercanos colaboradores. Por desgracia para algunos de ellos, esta desconfianza resultó fatal. El cardenal Morone fue encarcelado por orden del Papa en la fortaleza de Sant’Angelo, y no salió de allí hasta la muerte del pontífice.
En 1559, el último año de su vida, aún tuvo ocasión de dar un nuevo ejemplo de su fanatismo e intransigencia. Publicó un índice de libros prohibidos, un catálogo de obras que a su juicio resultaban muy peligrosas para la fe católica. Entre ellas, incomprensiblemente, había incluido algunos libros de la Biblia y escritos de varios Padres de la Iglesia.
Finalmente el papa Pablo IV dejó este mundo el 18 de agosto de 1559. Los romanos respiraron tranquilos, y como muestra del odio que le profesaban, derribaron la estatua que le representaba en el Capitolio, y echaron abajo los edificios de la otra «santa» institución que había presidido: el Santo Oficio.