2. SERGIO III (904-911). EL COMIENZO DE LA «PORNOCRACIA»

Cierta ramera sin vergüenza llamada Teodora fue durante algún tiempo el único monarca de Roma, y —vergüenza da escribirlo— ejerció su poder como un hombre. Tuvo dos hijas, Marozia y Teodora, que no sólo la igualaron, sino que la sobrepasaron en las prácticas que ama Venus.

Liutprando de Cremona, Antapodosis, capítulo XLVIII

En el mes de julio de 903, la cristiandad disfrutó de la consagración de un nuevo Papa, que tomó el nombre de León V. Pero este pobre hombre no dispuso de ocasión para demostrar su valía como pontífice, ya que apenas dos meses después, en septiembre, fue encarcelado por un usurpador, el presbítero de la iglesia de San Dámaso, que se autocoronó con el nombre de Cristóbal [24].

Lo que no podía imaginar este último era que él también acabaría con sus huesos en prisión, acompañando a León, cinco meses después. Ambos compartirían un mismo destino, al ser degollados por quien se convertiría en el siguiente Papa, otro pontífice indigno y terrible que tomaría el nombre de Sergio III.

Sergio había sido buen amigo del desequilibrado Esteban VI, el «desenterrador» de Formoso. Y como veremos, más o menos compartía con él la misma catadura moral. Este Papa posee el dudoso honor de haber iniciado una etapa papal que el cardenal de Cremona, Liutprand, bautizó como «pornocracia». Dicho término alude al hecho de que durante este periodo los pontífices resultaron ser, a todos los efectos, peleles manejados por ciertas mujeres que jugaron muy bien con las «cartas» de las pasiones personales.

Hasta su nombramiento, Sergio había sido obispo de Ceres y ostentaba además del título de conde de Túsculo. En realidad no era esta la primera vez que saboreaba las mieles del poder papal, ya que había sido elegido Papa en 897 por los enemigos del defenestrado Formoso —él mismo había tomado parte en el Sínodo del Cadáver y tras alcanzar el trono pontificio volvió a invalidar todas las decisiones tomadas por dicho Papa—, pero tuvo que ceder el trono a Juan IX [25], presionado por el poderoso y vengativo Lamberto de Spoleto. Sin embargo, una vez probado el dulce sabor del poder ya no pudo pensar en otra cosa que no fuera volver a sentarse en el trono pontificio. Fuese al precio que fuese. Por desgracia para sus antecesores el precio fue un bonito corte a la altura del gaznate; pontificio eso sí, pero gaznate al fin y al cabo.

Sergio III regresó al trono papal gracias a las estrategias de Teodora, una noble romana esposa del autonombrado cónsul, senador y duque Teofilacto. Teodora era una mujer ambiciosa, seductora y de mucho carácter. Su hija Marozia, como se verá más adelante, heredó las singulares cualidades de su madre, convirtiéndose en una de las figuras más importantes e influyentes de la época.

En el año 904, Teodora y Teofilacto consiguieron su objetivo, y obtuvieron la tiara para Sergio. Como avanzamos ya unas páginas atrás, Sergio regresó de su retiro, e hizo encerrar al antipapa Cristóbal junto a legítimo Príncipe de los Apóstoles, León V. Después de ser consagrado, el nuevo pontífice celebró un juicio contra sus antecesores, los declaró antipapas —al igual que a los demás pontífices que habían sucedido a su amigo Esteban VI— y ordenó que fueran ejecutados, cortándoles el cuello a ambos.

Poco tiempo después, Sergio no parecía tener suficiente con saborear las mieles del poder eclesiástico, por lo que buscó placeres más carnales, y retozó entre las sábanas pontificias con la joven Marozia, que había sido ofrecida al Papa por su madre.

Algunas fuentes —como el Liber Pontificalis, las crónicas del obispo Liutprand de Cremona y autores más modernos— aseguran que Marozia quedó embarazada de Sergio y su vástago se convertiría años más tarde en el pontífice Juan XI, a quien también tendremos ocasión de conocer; otros estudiosos, por el contrario, creen más probable que dicho hijo fuera de Alberico I. De cualquier modo, es posible que este detalle nunca sea aclarado.

El pontificado de Sergio resultó tan nefasto debido a su personalidad corrompida que incluso el emperador de Oriente, León VI, le reprendió, recordándole que debía actuar bajo otra moral dado el privilegiado y santo puesto que ostentaba. Pero a pesar de la reprimenda, el Papa no le hizo ningún caso…

Sergio III tuvo también algunas —aunque muy pocas— actuaciones positivas. Gracias a él se volvió a levantar la basílica de San Juan de Letrán que, como ya explicamos, se vino abajo a causa de un temblor de tierra durante los terribles sucesos relacionados con la exhumación del cadáver del papa Formoso. Además, ordenó la fundación de la abadía de Cluny, que tan importante papel jugaría años más tarde.