Con la muerte del papa Adriano I, Roma escogió nuevo pontífice y un día más tarde León III ya disfrutaba de la tiara papal. El nuevo Vicario de Cristo se apresuró en mostrar su reverencia hacia el hijo de Pipino, Carlomagno, enviándole una misiva acompañada por la enseña de Roma y las llaves de la tumba de San Pedro.
Aquel gesto de sumisión no agradó nada a los sobrinos del anterior pontífice y estos estuvieron a punto de sacarle los ojos al Papa durante una procesión. Habían intentado asesinarle, así que León consideró que lo más sensato era acudir en busca de la ayuda de Carlomagno, igual que Esteban había pedido la de su padre Pipino. El rey franco aceptó aquella llamada de auxilio y escoltó al Papa hasta Roma. Un mes después, el día de Navidad del año 800, León III le devolvía el favor y coronaba emperador a Carlomagno, iniciándose el Sacro Imperio Romano. Se restauraba así otra tradición mediante la cual el Papa tenía la potestad para coronar a reyes y emperadores.
Fue un nuevo aumento de los poderes pontificios, pero también un peligro en potencia para los sucesivos Santos Padres…