Al martirizado Ponciano le sucedió como obispo de Roma Antero (235-236) y a este, San Fabián (236-250), que fue elegido, según Eusebio de Cesárea de forma supuestamente milagrosa: «Se había reunido el pueblo de Roma y eran muchos los candidatos, cuando una paloma se posó sobre la cabeza de Fabián, recién llegado a Roma del campo» [13].
Tras la muerte de Fabián, la Iglesia romana se demoró más de lo habitual en la elección del nuevo obispo. Mientras el clero y el pueblo se decidían, un presbítero llamado Novaciano decidió tomar las riendas de la iglesia mientras se llegaba a una decisión definitiva, seguramente con la esperanza de que fuera él el elegido.
Cuando finalmente los clérigos y la comunidad laica escogieron a Cornelio, Novaciano entró en cólera y renegó de aquella designación. No estaba dispuesto a consentir aquel desprecio así que, apoyado por sus partidarios, hizo que tres obispos del sur le consagraran a él como legítimo sucesor de Pedro con lo que logró arrastrar a buena parte de los fieles a su causa.
Y ahí comenzó la disputa. Cornelio acusó entonces a Novaciano de «bestia pérfida y malvada», asegurando que su elección había sido llevada a cabo por «tres obispos traídos de cierta parte de Italia, hombres rústicos y muy simples y cuando ya estaban ebrios y cargados de vino» [14]. Además de dedicarse bonitos piropos como estos, ambos contrincantes chocaban frontalmente en su concepción del trato que debían recibir los apóstatas. Cornelio aceptaba que los arrepentidos pudieran regresar a la comunidad cristiana, pero Novaciano, más intransigente, rechazaba esa posibilidad.
Finalmente el antipapa fue excomulgado durante un sínodo celebrado en Roma en 251 y en el que participaron sesenta obispos.