Jessica se despertó la mañana siguiente con lo que parecía ser una migraña. El incesante y persistente zumbido que tenía en la cabeza, acompañado de aquel mal sabor de boca, le dio ganas de vomitar. Intentó contener las náuseas, pero fracasó. Además, todavía notaba cierta incomodidad entre las piernas. Los recuerdos de la noche anterior primero le dieron calor y luego remordimientos. ¿Cómo era posible que hubiese perdido tanto el control? Y, aunque las manos y los labios de Alistair la habían enloquecido de deseo, ¿cómo había sido capaz de hacer aquel comentario tan de mal gusto que lo había obligado a abandonar enfadado su cama?
Ella sabía la respuesta: Alistair Caulfield siempre había tenido un efecto muy peculiar en su persona. Cuando estaba con él, dejaba de ser ella misma y se convertía en una mujer desconocida. Y le resultaba difícil decidir si quería ser o no esa mujer. ¿Le sería posible serlo si al mismo tiempo se sentía tan confusa, avergonzada y culpable?
Beth, como siempre, apareció en el momento oportuno. Le preparó un barreño con agua caliente para que pudiera bañarse y le trajo un plato con galletas, lo que consiguió tranquilizar el alterado estómago de Jess.
Al llegar la noche, se sentía lo bastante recompuesta como para ver a Alistair. Sabía perfectamente lo que era la ira de un hombre, así que se aseguró de que no estuviese solo y fue a su encuentro a la hora de la cena, cuando estaba en compañía del resto de los caballeros en el camarote del capitán.
Durante la cena, Alistair fue muy meticuloso y evitó mirarla o hablar con ella siempre que pudo y Jess se reafirmó en la decisión que había tomado. Sin embargo, le resultó doloroso sentir aquel distanciamiento entre los dos.
Pero quizá fuera mejor así. Si desalentaba su interés, entonces ella dejaría de sentir aquel tormento que no cejaba desde que había vuelto a verlo.
Lo que él le había pedido, que fuese su amante, se alejaba tanto de lo que Jess era capaz de ofrecer sin traicionarse a sí misma que ni siquiera podía planteárselo. Sin embargo, era más que evidente que Alistair era muy capaz de minar sus defensas. La compostura que ella quería mantener tenía que originarse en él y, aunque Jessica lamentaba tener que hacerle daño para conseguirla, lo mejor para ambos sería que no volviesen a estar juntos a solas.
Se disculpó en cuanto le fue posible. Y, cuando los hombres se pusieron en pie para despedirla, Alistair le dijo:
—¿Me concedería el honor de acompañarla a cubierta, lady Tarley? Quizá el aire fresco la ayude a recuperarse.
Nerviosa, consiguió sonreírle un poco al aceptar la invitación. Abandonaron el camarote junto con el contramaestre, que en seguida siguió por el pasillo, dejándolos a solas.
Jessica se detuvo frente a la puerta de su habitación.
—Deja que coja un chal.
—Toma —contestó él, desabrochándose los botones de la chaqueta.
Jessica protestó y apartó la mirada del torso de él.
—¡Un caballero jamás se deja ver en mangas de camisa!
—Tú eres la única persona de este barco que se quejaría de tal ofensa, Jessica —respondió él, deliberadamente mordaz— y después de lo que ocurrió ayer, me parece absurdo que los dos finjamos seguir las normas de decoro.
A ella le dio un vuelco el corazón al ver su severa expresión. Sus ojos azules resplandecían con el brillo del diablo y el modo en que apretaba la mandíbula le dijo que no sería fácil hacerle cambiar de opinión. ¡Qué bien conocía ella ese gesto de ira contenida! Nunca auguraba nada bueno.
—Quizá sería mejor que hablásemos en otro momento.
—Hay ciertos temas que tenemos que aclarar cuanto antes.
A pesar de su mal presentimiento, Jess accedió a los deseos de Alistair y lo acompañó por el pasillo. Una maravillosa sensación de calidez se extendió por su cuerpo cuando él le colocó su chaqueta sobre los hombros. Su olor atormentó sus sentidos con aquella esencia innegablemente masculina. Era un hombre muy viril y el cuerpo de Jessica se excitó al recordar los acontecimientos de la noche anterior.
Subieron la escalera hacia cubierta. Caulfield se detuvo en un claro libre de mástiles y de cuerdas y, con un gesto impaciente, les indicó a dos marineros que estaban trabajando por allí que se fueran.
Luego se acercó a ella de un modo que la inquietó y excitó al mismo tiempo. Alistair era enormemente atractivo. Sus facciones clásicas resaltaban a la luz de la luna, que lo rodeaba de un halo plateado. Podría haber sido una estatua de un héroe clásico de una época pasada, de no ser por el aire que vibraba a su alrededor. Alistair Caulfield estaba vivo de una manera en que Jessica nunca lo había estado.
—Yo no sé hacer esto —dijo nervioso, pasándose las manos por el pelo.
—¿El qué?
—Bailar alrededor de la verdad, fingir que las cosas no son como son, utilizar las normas de educación como escudo.
—Seguir las normas de educación es como bailar —reconoció ella en voz baja—. Nos proporciona los pasos necesarios para establecer una relación entre dos individuos dispares durante el período de tiempo que están juntos, para obtener un fin común. Proporcionan una base con la que pueden empezar a trabajar unos desconocidos.
—No estoy interesado en bailar, ni en que seamos unos desconocidos. ¿Por qué te quedaste?
—¿Perdona?
—No te hagas la tonta. ¿Por qué te quedaste en el bosque aquella noche?
Jessica aferró las solapas de la chaqueta de él y se la cerró sobre el pecho. No porque hiciese frío, sino porque se sentía demasiado expuesta.
—Tú me pediste que me quedara.
—Ah. —La boca de Alistair esbozó una mueca cruel—. ¿Obedecías cualquier orden mía?
—Por supuesto que no.
—¿Por qué obedeciste precisamente ésa?
—¿Por qué no? —Ella también lo desafió, levantando la barbilla.
Alistair se acercó más.
—Eras inocente. Tendrías que haberte horrorizado. Deberías haber salido corriendo.
—¿Qué quieres que te diga?
Él la cogió por los codos y la levantó, hasta ponerla de puntillas.
—¿Has pensado alguna vez en esa noche desde entonces? ¿Pensaste en ella cuando estabas en la cama con Tarley? ¿Te ha atormentado ese recuerdo?
Jess se asustó al ver lo mucho que se acercaba Alistair a la verdad con esas preguntas.
—¿Por qué es tan importante?
Él levantó una mano y la sujetó por la nuca para colocarle los labios en la posición que quería. Las siguientes palabras salieron de su boca y humedecieron la de ella.
—Yo recuerdo cada segundo de los que estuviste allí de pie. Recuerdo cómo te subían y bajaban los pechos cada vez que tomabas aire. Recuerdo el modo ardiente en que te brillaban los ojos. Recuerdo que te llevaste la mano al cuello para contener los gemidos de placer.
—Nos están viendo —susurró entre dientes, temblando de miedo y de deseo.
No podía creerse que respondiese de aquel modo a las brutales caricias de Alistair. A ella más que a nadie en el mundo tendrían que parecerle horribles. Le daba miedo pensar que quizá una parte de su cerebro estuviese entrenada para buscar a alguien que la tratase así.
—No me importa.
Aturdida por su propia confusión, Jessica dijo sin pensar:
—Quizá tu estilo de matón les guste a muchas mujeres, pero te aseguro que a mí no.
Alistair apartó las manos tan rápido que ella casi se cayó.
—Cariño, te aseguro que sí te gusto. Ahora mismo me deseas con la misma intensidad que hace siete años.
Jessica se asustó y retrocedió, y una emoción oscura y dolorosa cruzó por el rostro de Alistair antes de que éste pudiese darse media vuelta. Soltó una maldición y habló sin volverse.
—He intentado olvidar esa noche, pero me resulta imposible.
Jess apartó la vista de la rígida espalda de él y dejó que la fría brisa del mar le refrescase la cara.
—¿Por qué te atormenta tanto el recuerdo de esa noche? Siempre has contado con mi discreción.
—Y siempre te he estado agradecido por ello.
Con el rabillo del ojo, Jess vio que Alistair se metía las manos en los bolsillos de los pantalones.
—A partir de entonces —dijo él de nuevo—, pasaste años evitándome. ¿Por qué, si lo que sucedió en el bosque no te importaba?
—Sé algo de ti que no debería saber y eso me hacía sentirme incómoda.
—Yo te hacía sentir incómoda —la corrigió—. Todavía lo hago.
Tanto si era consciente de ello como si no, Jess era perfectamente capaz de reconocer a una persona atormentada. Percibió el turbulento deseo que Alistair sentía por ella y se asustó. Y quizá lo que la asustó no fue la intensidad de la emoción de él, sino la suya propia.
Alistair se movió y se colocó delante de ella, ocupando todo su campo visual.
—Cuanto más intentas alejarte de mí, más decidido estoy a hacerte mía. Sí, sabes algo de mí, algo que sólo existe entre tú y yo. Y eso tendría que unirnos más, no separarnos.
—¿Unirnos como ahora, para tener conversaciones como ésta?
—Unirnos como anoche, pero sin que tuvieses que beber dos copas de más. Aunque ninguno de los dos hubiésemos tenido intención de cruzar la línea que trazamos hace siete años, ahora la hemos cruzado y ya no hay vuelta atrás. Yo te pedí que te quedases y tú no te fuiste. Compartimos un momento único y completamente alejado de nuestras vidas, tanto de las de antes como de las de ahora. Tú te aferras a las convenciones sociales, a las normas de educación y a las reglas de conducta igual que a los chales que siempre llevas, pero tú y yo estamos por encima de esas limitaciones. El destino ha conspirado para que estemos juntos, y yo, para variar, estoy harto de luchar contra él.
La posibilidad de que estuviesen destinados a ser amantes era en sí misma reconfortante. Jessica sentía como si le hubiesen quitado la capacidad de decisión de las manos y la hubiesen liberado de asumir las consecuencias de cometer tal acto. Era un modo muy cobarde de ver las cosas, sin embargo, a ella le dio valor.
Tomó aire y dijo de corrido:
—Siento lo que te dije ayer por la noche antes de irte. Yo… quería que te quedases…
—Me prostituí por dinero —la interrumpió él, brusco—. Necesito que sepas por qué.
En cuanto las palabras salieron de sus labios, Alistair se sintió profundamente aliviado y acto seguido se tensó. Desnudar su alma era algo que siempre había evitado a toda costa.
Jessica ladeó la cabeza y un rizo rubio le resbaló por el hombro. Se sujetó las solapas de la chaqueta y apretó los labios. Había perdido a un marido al que había querido profundamente y, sin embargo, Alistair la había obligado a dejar de pensar en eso para centrarse en lo que él sentía por ella. Incluso en esos momentos, la pálida tez de Jessica dejaba claro que estaba de luto. Alistair odiaba ver otra prueba más de la existencia de ese hombre con cuya conducta impecable y moral ejemplar jamás podría competir.
—Cuéntamelo —le pidió ella—. Explícamelo para que pueda entenderlo.
Él empezó a hablar antes de que se disuadiese a sí mismo de hacerlo.
—Por petición de mi madre, mi padre me dio una parcela de tierra en Jamaica. Lo único que la finca tenía de destacable era su tamaño insignificante y la escasez de cosechas aprovechables. No tenía esclavos, ni edificios, ni ningún tipo de maquinaria. Mi madre también se encargó de que su señoría me diese un barco y él se las ingenió para encontrar el navío más decrépito que he tenido la desgracia de ver. Me tentó con la posibilidad de convertirme en alguien y al mismo tiempo no me proporcionó los medios necesarios para conseguirlo.
—No me imagino lo doloroso que tiene que ser que te pase eso, sabiendo que tu porvenir depende de ello.
—Tú nunca tendrás que verte en esa situación, gracias a Dios. Pero quizá puedas entender por qué me vi obligado a vender lo único que tenía para conseguir el dinero necesario para prosperar.
—Por eso tenías fama de aceptar cualquier apuesta.
Alistair asintió.
—Cualquier carrera, cualquier juego. Cualquier cosa que pudiese hacerme ganar dinero. Y tuve suerte de resultarles bastante atractivo a las mujeres.
—Enormemente atractivo —reconoció ella—. Pero eras muy joven.
—Y sin embargo lo bastante mayor como para saber que no podía permitirme tener ideales —terminó él, serio. Nunca se había permitido pensar demasiado en la decisión que había tomado. Si la falta de misericordia era necesaria para sobrevivir, él no se sentía culpable por haber hecho cualquier cosa que fuese necesaria para lograrlo—. Y en algunos aspectos mi juventud fue una ventaja. Era joven, tenía un fuerte apetito sexual y poco criterio.
Lo último lo dijo con más rencor del que había querido dejar entrever, pero estaba al límite y se sentía el estómago encogido del miedo que tenía a que Jessica no pudiese soportar su pasado.
—Al principio me gustó. Tenía todo el sexo que deseaba, que era una cantidad más que considerable, con mujeres de mundo que sabían lo que querían. La primera vez que me dieron un regalo caro me cogió por sorpresa. Ahora sé que algunas lo hacían porque se sentían culpables por haber estado con un hombre al que le doblaban la edad, pero en esa época me pareció un juego: ¿qué podía sacarles a cambio de hacerles algo de lo que yo también disfrutaba inmensamente? Y también aprendí todos los secretos del cuerpo de una mujer; cómo interpretar sus reacciones, cómo escucharlas y cómo volverlas locas de deseo. Dar placer es un arte y me di cuenta de que podía aprenderlo y convertirme en un maestro, igual que si fuese cualquier otra técnica.
—Está claro que fuiste un alumno aplicado —susurró Jess.
—Las mujeres hablan mucho —continuó él, adusto, incapaz de adivinar cómo estaba reaccionando ella a su brutal y sincera confesión—, en especial de las cosas que les gustan. Y como con cualquier otro producto, cuanta más demanda, más alto es el precio. Vi que podía conseguir dinero y pensé que sería un idiota si le daba la espalda a aquel modo de ganarme la vida, sobre todo teniendo en cuenta mis circunstancias. Y al cabo de un tiempo, a cualquiera deja de importarle cómo se siente respecto a lo que hace. Aprendes a dominar tu cuerpo a pesar de las circunstancias.
Jessica tardó muchísimo rato en volver a hablar; cuando por fin lo hizo, dijo:
—Soy una idiota. Jamás se me ocurrió pensar que tú…, que no estuvieses disfrutando con lo que hacías. Al fin y al cabo, lady Trent es muy atractiva.
—Algunas lo eran, otras no. Algunas sólo eran atractivas por fuera. Sea como sea, cuando vendes algo, ya no te pertenece. Pierdes el derecho de negarte o de exigir nada y si quieres que hablen bien de ti y tener más clientes no te atreves a poner pegas ni a ser quisquilloso. Cuando comprendí que me había convertido en un objeto que cualquiera podía usar a discreción, dejé de sentir el poco placer que había sentido antes. Se convirtió en un trabajo como cualquier otro, aunque quizá más lucrativo.
—¿Y qué me dices de tu familia? ¿No podrían…?
—Acepté el jodido barco y la propiedad en Jamaica. Mi orgullo no me impidió decir que sí. Créeme, si hubiese podido pedirle ayuda a alguien, lo habría hecho.
Esperó que Jessica le preguntase por qué no había podido acudir a su padre, y se preguntó cómo le respondería cuando lo hiciese. Jamás le había confesado a nadie tantas cosas acerca de su sórdido pasado. Y compartirlo con ella, con la mujer que lo atraía a un nivel que iba más allá de lo visceral, era una tortura. Alistair quería ser el hombre que Jessica desease por encima de cualquier otro y, sin embargo, estaba muy por debajo de lo que ella podía aspirar.
—Hiciste lo que tenías que hacer —dijo Jessica con tal convicción que Alistair se quedó atónito—. Sé lo que es tener que convertirse en cualquier cosa que sea necesaria para sobrevivir.
Con qué facilidad había asumido su confesión. Apenas podía creérselo.
Dio un paso hacia ella, incapaz de soportar la distancia que había entre los dos.
—¿Puedes estar conmigo a pesar de ello? ¿Puedes ignorar mi pasado? Por mucho que quiera lo contrario, mis manos te mancillarán, pero también te darán mucho placer. Te adorarán. Nunca he deseado nada como te deseo a ti.
—Te acepto, Alistair. De verdad. —Respiró hondo—. Pero en cuanto al resto…
—Sigue —le pidió él, emocionado.
—No soy mejor que esas otras mujeres que te utilizaron para su propio placer. —Tenía las pupilas dilatadas y oscuras, su precioso rostro delataba su tormento—. Quería poder darte órdenes igual que lady Trent, pero no porque esa clase de relación me parezca más segura, sino porque me excita pensarlo.
La sangre se le acumuló en el miembro tan de golpe, que Alistair tuvo que cambiar de postura. La honestidad de Jessica lo enardeció tanto como la imagen de ella utilizándolo para darse placer.
—Jessica.
Ella se apartó de repente y lo esquivó para acercarse a la borda, a la que se aferró con tanta fuerza que se le pusieron los nudillos blancos.
Alistair la siguió y se le colocó detrás, con una mano a cada lado de su cuerpo. Jessica mantenía la columna dolorosamente recta y de ella emanaba mucha tensión. Él inclinó la cabeza y le dio un beso en el pelo. De algún modo tenía que hacerle entender que si estaba tan alterada era porque también sentía algo.
—¿Es mi sumisión lo que deseas? ¿Te excita imaginarte obligándome a darte placer?
—¡No! —Notó que él tragaba saliva—. Quiero que estés conmigo porque quieras estarlo, pero al mismo tiempo me siento abrumada. Necesito recuperar el control…
—¿Acaso crees que lo tengo yo? Lo que sucede entre nosotros nunca ha sido seguro y nunca lo será. Tienes que aceptar nuestra atracción como lo que es, con todos sus defectos y dificultades. Tienes que confiar en que merecerá la pena, pase lo que pase.
—No creo que pueda.
—Inténtalo.
Jessica se dio media vuelta entre los brazos de él y lo miró.
—Perdóname por haber sido tan injusta. Sólo quería que te quedases. Lo deseaba tanto que hablé sin pensar.
Alistair le cogió un rizo entre dos dedos y se lo acarició.
—Nunca te disculpes por desearme. Pero permíteme que te deje clara una cosa: me entrego a ti sin máscaras. Tú no tendrás a Lucius, jamás. Ese hombre ya no existe y para ti no ha existido nunca.
En esa época, Alistair se dijo que utilizaba su segundo nombre para proteger su identidad, pero la verdad era que lo hizo para protegerse a sí mismo y para distanciarse de la degradación que suponía aceptar dinero a cambio de dar placer a mujeres que sólo lo querían porque con él no corrían el riesgo de causar un escándalo o de sufrir el ostracismo social.
Aunque algunas lo habían deseado por su belleza o por su cuerpo, la mayoría querían algo completamente distinto. Querían tener un amante famoso por aceptar cualquier apuesta…, por correr cualquier riesgo… Un hombre capaz de hacer cualquier cosa por dinero. Esas mujeres se sentían menos depravadas porque creían que, como habían pagado, podían cometer todas las bajezas que quisiesen.
—Lo entiendo —asintió ella.
Alistair apoyó la frente en la suya; se moriría si Jessica le pidiese esa parte de él y no podría soportar tener que dársela.
—Tú nunca has estado con él, ¿sabes? Esa noche, en cuanto te vi, sólo estábamos tú y yo. Lucius se quedó cumpliendo con lady Trent. Yo estaba contigo.
—Mejor —suspiró ella—. A él no lo quiero. Ahora sé que cuando te ofrecí pagarte se lo estaba ofreciendo a él. Después de que el que me había tocado… hubieses sido tú. Lo siento.
Su mirada era honesta y sincera y estaba llena de tristeza y de remordimientos. Y quizá también de lástima, algo que Alistair no quería que Jessica sintiese jamás por él.
—Te daré todo lo que quieras. Libremente. Sólo tienes que pedírmelo. —Deslizó una mano por debajo de la chaqueta que le había prestado y se la colocó encima de la cadera—. Cuéntame con detalle lo que has imaginado.
—¡No! —exclamó, tan horrorizada que lo hizo sonreír—. Es indecente.
Él se inclinó un poco más y le lamió el lóbulo de la oreja.
—Confía en mí —le recordó, haciéndola estremecer—. Yo he confiado en ti, te he contado algo que sólo puede hacer que pienses mal de mí…
—No, yo no te juzgo por tu pasado.
—Y significa mucho para mí que pienses eso. Deja que te compense. Dime qué deseas.
—No deberías tomarte tantas libertades. —Miró a su alrededor y vio a alguien en cubierta—. Aquí no tenemos intimidad.
—¿Puedo ir a tu camarote esta noche?
Esperó una eternidad su respuesta, que no llegó a recibir. En vez de contestarle, Jessica se puso todavía más nerviosa; jugó con las solapas de la chaqueta y se balanceó sobre los pies. Como no quería volver a asustarla ni a pedirle demasiado antes de tiempo, Alistair se apartó.
—Mi camarote está dos puertas más allá del tuyo, en el lado opuesto —le dijo—. Puedes venir si quieres.
Jessica lo miró atónita.
—No seré capaz.
Alistair le sonrió. Quizá no, pero la espera ya valdría la pena.