23

Era una verdad irrefutable que llevar máscara desinhibía bastante.

Hecho que Alistair pudo comprobar una y otra vez mientras estaba de pie junto a una columna dórica, en el salón de Treadmore, respondiendo a los invitados que lo saludaban.

En más de una ocasión estuvo tentado de meterse la mano en el bolsillo y tocar la carta que se había guardado, pero se contuvo. Las palabras de Jessica que contenía esa misiva le daban fuerza y paciencia para soportar a toda aquella gente que quería causarle buena impresión al futuro duque de Masterson.

Al parecer, no sabían que Alistair tenía muy buena memoria y recordaba bien a todos los que lo habían considerado un don nadie sólo por haber nacido en cuarto lugar. Se acordaba perfectamente de todas las mujeres que le habían pagado para que se las follase y lo habían hecho sentir sucio durante todo el proceso. Y no había olvidado a todos los que le habían hecho daño y habían herido su orgullo.

Mi amado y decidido Alistair:

Tu regalo y las palabras que lo acompañan me han atravesado el corazón y me lo han llenado de alegría. Cuando vuelva a verte, te demostraré lo agradecida que te estoy por ambos.

Y en cuanto al baile de máscaras, nada podrá mantenerme alejada de ti. Ni ahora ni en ningún otro evento en el futuro. Date por advertido.

Irrevocablemente tuya,

Jessica

A la izquierda de Alistair estaba Masterson, estoico y austero. A su derecha, su madre, desplegando sus encantos ante todos los que se acercaban a saludarlos. Sin embargo, no le había escrito a Jessica. Claro que él tampoco esperaba que lo hiciese.

—La hija de Haymore es adorable —murmuró Louisa, refiriéndose a la joven que se alejaba de ellos con el abanico.

—No me acuerdo.

—Pero si acabas de conocerla. Se ha bajado adrede la máscara para que pudieses verla.

Alistair se encogió de hombros.

—Confiaré en tu palabra.

La orquesta que había en el balcón superior marcó el inicio del baile con unas notas. El grueso de los invitados despejó la zona de baile y se reagrupó alrededor del salón.

—Empieza con una cuadrilla —señaló su madre—. Me gustaría que al menos le hubieses pedido a una de esas jóvenes damas que bailase contigo. Habría sido lo más educado.

—He sido extremadamente educado con todas.

—Eres muy buen bailarín y me gusta verte bailar. Y seguro que a todos los presentes también les gustaría.

—Madre —la fulminó con la mirada en cuanto la orquesta empezó a tocar—, no voy a permitir que todos los ecos de sociedad y las hojas de cotilleos especulen acerca de lo que se esconde tras mi elección de pareja de baile. No estoy en el mercado y me niego a dar la impresión de lo contrario.

—Pero ¡si ni siquiera les has echado un vistazo! —se quejó su madre con un susurro que quedó oculto tras la música—. Estás fascinado con una mujer hermosa y mayor que tú, una mujer de mundo. Puedo entenderlo, en especial teniendo en cuenta las circunstancias. Estoy convencida de que crees que su pericia para moverse por las complicadas aguas de la buena sociedad puede resultarte muy valiosa ahora, pero te pido por favor que lo reconsideres. Es viuda, Alistair y, por tanto, tiene más libertad que una debutante y podría serte útil fuera del matrimonio.

Él respiró entre dientes y luego soltó el aliento. Repitió el proceso otra vez para ver si así lograba contener la rabia que amenazaba con hacerle perder los estribos en público.

—Por el bien de los dos, voy a olvidar que has dicho eso.

Miró a su padre y vio que mantenía la mandíbula apretada, como si la conversación que estaba teniendo lugar delante de sus narices no fuese con él.

—¿Cuánto tiempo más tiene que durar esta hipocresía para que absuelvas a mi madre de sus pecados? ¿Acaso no ha sufrido bastante?

El duque siguió con la mirada fija hacia adelante y lo único que indicó que había oído a Alistair fue un tic en la mandíbula.

Él miró entonces a su madre y se quitó la máscara.

—Yo sí que he sufrido bastante, maldita sea. Toda mi vida he deseado tu felicidad, madre. Y he intentado facilitarte las cosas siempre que he podido, pero en lo que respecta a Jessica no voy a ceder.

Los ojos de Louisa brillaron por las lágrimas que no quería derramar. Verlas le hizo daño a Alistair, pero él ya no podía hacer nada más para ayudarla. Nada que estuviese en sus manos.

Un cúmulo de murmullos los rodeó en el mismo instante en que Alistair sentía un escalofrío recorriéndole la espalda. El anhelo por ver a Jessica se deslizó por sus venas, fiero y delicioso. Miró a su madre y vio que abría los ojos escandalizada ante lo que estaba sucediendo tras la espalda de su hijo. Alistair mantuvo la máscara entre sus dedos inertes y empezó a darse la vuelta despacio, saboreando la tensión que sólo sentía cuando Jessica estaba cerca de él.

Al verla sintió como si le hubiesen dado un puñetazo y se hubiese quedado sin aire en los pulmones. Iba vestida de rojo. Envuelta en seda, como si fuese un regalo. Llevaba los hombros al descubierto, dejando expuesta la piel blanca y las curvas de sus pechos, y su preciosa melena estaba recogida en una especie de maraña de rizos sueltos con cierto aire desaliñado. Era la viva imagen del pecado y la seducción, y del sexo. La mitad de los brazos le quedaba oculta bajo unos guantes largos blancos que no hacían nada para mitigar el aspecto descaradamente carnal de la mujer que los llevaba.

A pesar de que había gente bailando y, por tanto, eso quería decir que los músicos seguían tocando, él no oía ninguna nota, porque en sus oídos sólo resonaba el bombear de su propia sangre. Prácticamente todos los ojos estaban fijos en Jessica, que seguía avanzando por el lateral de la zona de baile sin detenerse. Cada paso que daba era sensual, erótico. Un movimiento que a Alistair lo atraía sin remedio.

Respiró hondo al notar que le quemaban los pulmones. Notaba una opresión en el pecho de las ganas que tenía de estar con ella. Sus ojos devoraron con avidez cada detalle en un vano intento de saciar el hambre que sentía de Jessica, después de varios días sin verla.

Llevaba un sencillo antifaz de color rojo, pero a medida que iba acercándose a él, iba aflojando las cintas que se lo sujetaban hasta que quedó colgando de sus dedos. Dejó que todo el mundo la viese bien mientras ella no apartaba ni un segundo la mirada de Alistair. Dejó que todo el mundo —aquellos nobles cuya censura él había temido que ella no pudiese soportar— viese el modo tan íntimo en que lo miraba. Sus ojos grises brillaban como si los iluminase una luz interior encendida por aquellas emociones que ya no se esforzaba lo más mínimo en ocultar.

Era imposible que alguien la viese y le quedase la menor duda de lo que sentía por él.

Dios, era tan valiente. Le habían pegado hasta dejarla sorda y la habían obligado a comportarse según los dictados de los demás y, sin embargo, esa noche se había acercado a Alistair sin la menor duda y sin la menor reserva. Sin miedo.

No había nadie más en el salón. No para él. No cuando ella lo estaba mirando de esa manera que decía más que mil palabras; Jessica lo amaba con todo su ser. Completa, irremediable e incondicionalmente.

—¿Lo ves, madre? —le preguntó en voz baja, completamente cautivado—. En medio de todas estas mentiras, no hay mayor verdad que la que tienes ahora delante.

Empezó a caminar hacia Jessica sin darse cuenta, atraído inexorablemente. Cuando estuvo lo bastante cerca como para oler su perfume, se detuvo. Apenas los separaban unos centímetros y las ganas que tenía de abrazarla, de pegarla a él, eran insoportables.

—Jess.

Abrió y cerró los dedos para reprimir la necesidad de tocar su suave piel.

Los bailarines dejaron espacio a su alrededor, boquiabiertos, pero Alistair no les prestó la menor atención.

El vestido de Jess era toda una declaración de principios y él jamás sería capaz de expresarle con palabras la gratitud que sentía. Aquélla no era la misma mujer que había subido a su barco. Jessica ya no creía que Alistair fuese «demasiado» y tampoco creía que no fuese la mujer adecuada para él.

Y Alistair la amó más entonces de lo que la había amado antes. Y seguro que al día siguiente la amaría más aún y al siguiente todavía más que el anterior.

—Milord —susurró ella, devorando su rostro con la mirada, como si hubiese estado tan desesperada por verlo como él lo había estado por verla a ella—. El modo en que me estás mirando…

Alistair asintió, consciente de que sus ojos revelaban todo lo que sentía en su corazón. Todo el mundo sin excepción sabía ahora que estaba loco por ella.

—Te he echado espantosamente de menos —le dijo emocionado—. La peor tortura que alguien podría infligirme es mantenerte lejos de mí.

Empezaron a sonar las primeras notas de un vals. Alistair aprovechó la oportunidad y cogió a Jessica por la cintura para llevarla a la zona de baile.

Alistair era la criatura más espléndida de todo el salón. Jess se había quedado sin aliento al verlo, impresionada por la masculinidad que desprendía vestido de fiesta. Llevaba pantalones y chaqueta negros y la sobriedad de su atuendo sólo servía para subrayar la perfección de su cuerpo y de su rostro. Con su pelo oscuro y resplandeciente y aquellos ojos azules brillantes como aguamarinas resultaba espectacular.

Alistair no necesitaba ningún adorno. Lo único que le hacía falta para fascinar a las mujeres era su sonrisa. Incluso los hombres se acercaban a él, atraídos por la seguridad en sí mismo que emanaba y por el poder que sabía sobrellevar tan bien.

Saber que aquel hombre tan increíble, tan innegablemente sexual, era suyo la dejó sin respiración. Y el modo en que él la miraba, con tanta ternura y deseo al mismo tiempo…

Dios santo. Tenía que estar loca para plantearse siquiera por un instante la posibilidad de dejarlo.

—¿Me estás pidiendo que baile contigo? —le preguntó, cuando él la llevó a la zona de baile.

—Tú eres la única pareja de baile que quiero tener, así que tendrás que complacerme.

Alistair la cogió por la cintura y luego le levantó el otro brazo. Se acercó a ella. Demasiado. Estaba escandalosamente cerca. A Jessica le encantó. Todavía no habían bailado juntos, pero ella se lo había imaginado muchas veces.

Alistair se movía con mucha elegancia y, si a eso se le sumaba su innata sensualidad, el resultado era que siempre representaba un placer mirarlo. Además, Jessica sabía lo que se sentía al tenerlo moviéndose dentro de ella. Sería una tortura estar entre sus brazos, tan cerca de su poderoso cuerpo, y tener que contenerse por culpa del decoro, con tantas capas de ropa entre los dos.

—Te amo —le dijo echando la cabeza hacia atrás para poder mirarlo—. No te dejaré escapar. Soy demasiado egoísta y te necesito demasiado.

—Voy a arrancarte este vestido con los dientes.

—Y yo que esperaba que te gustase.

—Si me gustase un poco más, ahora mismo lo tendrías arremangado hasta la cintura —contestó, con un brillo pecaminoso en los ojos.

Ella lo abrazó con más fuerza. Alistair olía deliciosamente bien. A virilidad y a sándalo, con algunas notas de cítricos. Jessica odió los guantes y a los cientos de invitados que tenían alrededor. Podría pasarse el resto de la vida sólo con él. Trabajando en silencio, escuchándolo tocar el violín, hablando con él de sus pensamientos y de sus sentimientos sin que nada los separase…

La música empezó a sonar con fuerza y Alistair esbozó una sonrisa e hizo girar a Jessica. Ella se rió encantada y fascinada por lo bien que se sentía estando en sus brazos, como si los hubiesen hecho para abrazarla a ella.

Alistair bailaba del mismo modo que hacía el amor, con intimidad, emanando poder y manteniendo un férreo control sobre cada paso con contenida agresividad. Sus muslos rozaban los de ella y la acercó a él hasta que apenas los separaron unos milímetros. Se movía al ritmo de la música, la abrazaba, la trataba como propia.

Cuando la miró, los ojos de Alistair se llenaron de intensidad y determinación, de calidez y ternura.

Hasta ese momento, Jessica no se había dado cuenta de lo mucho que necesitaba que él la mirase con amor.

—Todo el mundo puede ver lo que sientes por mí.

—No me importa, me basta con que tú puedas verlo.

—Lo veo.

Se movieron con las otras parejas a un ritmo un poco más acelerado, la falda roja de Jessica revoloteaba alrededor de los pantalones negros de Alistair. Ella se excitó tanto que se sonrojó. Se moría de ganas de sentir su boca sobre su piel, de oír cómo le susurraba eróticas promesas y amenazas que avivaban su deseo.

—¿Cómo está tu hermana? —le preguntó él, con una voz que evidenciaba el deseo que sentía por ella.

—Mejorando un poco más cada día. Al parecer, lo único que necesitaba era comer y pasarse todo el día en la cama, reposando.

—Eso es justo lo que yo también necesito. Contigo.

—Pero nosotros no reposamos cuando estamos en la cama, milord.

—¿Crees que dentro de cuatro semanas estará lo bastante recuperada como para prescindir de ti?

Jessica sonrió.

—Para cuando hayan leído las amonestaciones, Hester sólo me necesitará de vez en cuando.

—Me alegro. Yo también te necesito.

Jess no le preguntó por su madre ni por Masterson. Al llegar había visto la cara que ponía la duquesa mientras Alistair le decía algo. Fuera lo que fuese, él no había titubeado ni un segundo; ella ya sabía lo decidido que podía ser Alistair. En aquel instante, se reflejaba en su semblante lo que lo había hecho tan famoso en el pasado: su determinación y su audacia, era el semblante de un hombre que siempre aceptaba un desafío.

Cuando adoptaba esa expresión, todo el mundo sabía que jamás lograrían hacerlo cambiar de idea. No importaba cómo reaccionase su madre, Alistair estaba decidido y no iba a cambiar su decisión.

—Esta noche no puedo quedarme hasta muy tarde —le dijo Jessica—. No tengo ni la más remota idea de qué mantiene tan ocupado a Regmont, pero llega a casa cuando todo el mundo está ya acostado y se va antes de que bajemos a desayunar. Si no lo conociese, diría que me está evitando. Aparte de eso, alguien tiene que quedarse con Hester de noche y Aqueronte también me necesita.

Alistair inclinó la cabeza un poco más, hasta que sus labios estuvieron muy cerca.

—Me basta con esto por ahora. Necesitaba verte, abrazarte. Si no tienes ninguna objeción más, me gustaría cortejarte públicamente.

—Hazlo, por favor. —Sintió un cosquilleo en el estómago. La cercanía de Alistair la embriagaba de un modo como nunca podría hacerlo el clarete. Llevaba días sin beber y, aunque los efectos de la abstinencia habían sido duros al principio, empezaba a sentirse mejor. Más fuerte—. De lo contrario, mi reputación estará destrozada. Me tildarán de provocadora. Tienes que convertirme en una mujer respetable, milord.

—¿Después de lo mucho que me ha costado convencerte de que pecaras?

—Siempre pecaré por ti.

Alistair se detuvo al oír que la música cesaba, pero el corazón de Jessica seguía latiendo a toda velocidad. Él se apartó y se llevó la mano enguantada de ella a los labios.

—Ven, deja que te presente a mi madre y a Masterson antes de que te vayas.

Jessica asintió y, como siempre, dejó que él la guiase.

Alistair cogió el sombrero, el abrigo y el bastón que le ofrecía uno de los lacayos y se dirigió hacia la puerta para ir en busca de su carruaje. Cuando, media hora antes, Jessica se fue, la luz abandonó la fiesta y lo dejó sin ningún motivo para quedarse.

—Lucius.

Las firmes zancadas de Alistair titubearon un segundo. Tensó los músculos de la espalda y se dio media vuelta.

—Lady Trent.

Ella se acercó balanceando ligeramente las caderas y lamiéndose el labio inferior.

—Wilhelmina —lo corrigió—. Hay demasiada intimidad entre nosotros como para que nos andemos con formalidades.

Alistair conocía aquella mirada lasciva. Seguía siendo una mujer hermosa y todavía tenía unas curvas muy sensuales. Era una pena que estuviese casada con un hombre mucho mayor que ella.

A él se le revolvió el estómago de vergüenza y a su alrededor ya no tenía los muros que había levantado para protegerse. Jessica los había derribado todos, piedra a piedra, hasta demostrarle que era un hombre que valía la pena. Las decisiones que había tomado…, las cosas que había hecho con mujeres como lady Trent…, ahora lo ponían enfermo.

—Usted y yo jamás compartimos ninguna intimidad —le dijo—. Buenas noches, lady Trent.

Se fue de la mansión Treadmore a toda prisa y sintió un gran alivio al ver que su carruaje lo estaba esperando junto a la acera. Entró en él, iluminado por la suave luz de un quinqué, y se sentó en la banqueta de piel. El látigo resonó en el aire y el vehículo se puso en marcha por el camino. Se detuvo en cuanto llegó a la verja de hierro de la casa, que permanecía abierta para los invitados; la concurrida calle que cruzaba por delante de la mansión estaba atascada. Y seguiría así durante todo el camino de vuelta, Alistair lo sabía. Las calles de la ciudad estaban atestadas de carruajes que llevaban a miembros de la nobleza de una fiesta a otra.

Exhaló y se relajó y en su mente revivió el instante en que les había presentado a Jessica a su madre y a Masterson. Los tres eran actores tan expertos en las normas de la buena sociedad que Alistair no tenía ni idea de lo que opinaban unos de otros.

Los tres habían sido extremadamente educados y habían intercambiado las frases de rigor y comentarios sin importancia y se despidieron en el momento exacto para evitar un silencio incómodo.

Había sido demasiado fácil.

El carruaje se detuvo junto a uno de los pedestales ubicados en la entrada principal; encima del pedestal había la escultura de un león. Una silueta negra emergió de detrás del animal y abrió la puerta del carruaje.

El desconocido se topó con la afilada punta del espadín que Alistair llevaba oculto en el bastón.

Pero entonces una mano enguantada apartó la capucha del abrigo y dejó al descubierto la sonrisa de Jessica.

—Creía que ibas a atravesarme con algo mucho más placentero.

El arma desenfundada fue a parar al suelo del carruaje de golpe y Alistair metió dentro a Jess. Cerró la puerta tras ellos y se dijo que el cochero se había ganado un aumento de sueldo.

—¿Qué diablos estás haciendo?

Ella se lanzó encima de él y lo sentó de nuevo en la banqueta.

—Quizá tú te conformes con haber bailado conmigo, pero yo no. Ni mucho menos.

Se apartó de Alistair y echó las cortinas del carruaje. Luego se agachó un poco y se subió la falda de seda roja con impaciencia. Alistair vio las puntillas de su ropa interior y, acto seguido, ella se sentó a horcajadas encima de él.

—Jess —suspiró su nombre.

Alistair tenía la piel caliente, se notaba una opresión en el pecho y no podía coger suficiente aire. Los sentimientos que tenía por ella eran demasiado volátiles como para que pudiese atraparlos. Jess lo abrumaba, lo sorprendía, lo seducía con pasmosa facilidad.

—Tengo que decirte… Tienes que saber…, yo…, lo siento. —A Jess se le quebró la voz y él se quebró entero—. Siento haberme asustado. Siento haberte hecho daño o haberte hecho dudar aunque sólo fuese un segundo. Te amo. Y te mereces algo mejor.

—Tú eres lo mejor —le dijo él, emocionado—. No hay nadie mejor que tú.

Las manos enguantadas de ella se pelearon con los botones del pantalón de Alistair. Él se rió por lo bajo, feliz al verla tan impaciente. Colocó las manos encima de las suyas y dijo.

—Ve más despacio.

—Me muero por ti. El modo en que bailas… —Los ojos de ella brillaban en medio de la penumbra del carruaje—. Creía que se me pasaría cuando me fuese, pero va a peor por momentos.

—¿Qué es lo que va a peor? —le preguntó Alistair, porque quería oírselo decir.

—El deseo que siento por ti.

A él se le aceleró la sangre y se excitó.

—Entonces no tengo más remedio que llevarte a casa conmigo.

—No puedo. No puedo dejar sola a Hester tanto rato y tampoco puedo esperar tanto.

Al comprender que había entrado en su carruaje prácticamente para violarlo, Alistair casi perdió la razón. Estuvo tentado de tumbarla bajo su cuerpo y echarle el polvo que ella parecía necesitar, pero las circunstancias no eran las más apropiadas.

Justo al otro lado de las cortinas, los conductores de los carruajes se gritaban entre sí. Había personas paseando por la calle, riéndose y charlando. Estaban tan cerca del coche que tenían al lado que si él y el ocupante del otro vehículo sacaban la mano por la ventana, podrían tocarse los dedos.

—Tranquila —le dijo, acariciándole la espalda—. Haré que te corras, pero tienes que estar callada.

Ella negó con la cabeza con vehemencia.

—Te necesito dentro de mí.

—Dios. —Alistair apretó la mano con que le sujetaba la cintura—. Nos movemos a paso de caracol, Jess. Demasiado despacio como para que no se note el balanceo del carruaje. Y estamos rodeados por todas partes.

Ella se arqueó hacia él y le rodeó los hombros con los brazos.

—Piensa en algo. Ten imaginación. —Le acercó la boca a la oreja y se la lamió—. Estoy húmeda y desesperada por ti, mi amor, y eres tú el que me ha puesto así. No puedes dejarme en este estado.

Un estremecimiento sacudió a Alistair de la cabeza a los pies. Jessica no podría haberle demostrado más claramente que confiaba en él; sin embargo, la desesperación con que decía necesitarlo dejaba entrever que no sólo estaba en juego su placer físico.

Quizá todo aquello fuera un efecto secundario de haber conocido a su madre y a Masterson, que no lo aceptaban a él y tampoco a la mujer que amaba. El entorno familiar de Alistair era muy distinto al que Jessica había conocido con Tarley y prueba de ello era que Michael siguiese protegiéndola.

Lo ponía furioso pensar que Jessica pudiese estar preocupada y el motivo de dicha preocupación era todavía peor. Ella era el diamante de la buena sociedad, perfecta en todos los sentidos, excepto en uno que ella no podía controlar. Después de todo lo que había sufrido para llegar a convertirse en la esposa perfecta para cualquier noble, no se merecía que nadie la despreciase.

Alistair le sujetó la cara entre las manos y la echó un poco hacia atrás para mirarla directamente a los ojos.

—Jess.

Ella se detuvo al notar lo serio que estaba.

Él ladeó la cabeza, posó suavemente sus labios sobre los suyos y susurró:

—Te amo.