17

Jess cayó en la cama y Alistair la siguió de inmediato, colocándose encima de ella. La caída los sorprendió a ambos y el pene de él se hundió en su interior en cuanto tocaron el colchón. Jessica gimió y una fina capa de sudor le cubrió el cuerpo. Alistair gruñó y se sujetó de la colcha a ambos lados de la cabeza de ella para volver a moverse. Su embate fue poderoso y deslizó a Jessica por encima de la seda hasta que sus hombros toparon con los antebrazos de él.

—No —gimió ella al borde del clímax.

Si se lo permitía, en cuestión de segundos Alistair le arrancaría el primer orgasmo de muchos. La cabalgaría sin darle tregua, retrasando su propio placer hasta que estuviese temblando, loca de deseo. Los desnudaría a ambos cuando Jessica estuviese demasiado agotada como para moverse y después volvería a hacerle el amor durante horas, derribando todas sus defensas con absoluta determinación.

Alistair se detuvo y la miró con tanto ardor que a Jessica le quemó la piel.

—¿No?

Ella se apoyó sobre los codos.

—Deja que yo te haga el amor.

Él se incorporó, quitándose el chaleco, el pañuelo y la camisa sin salir de su cuerpo, aunque no tuvo más remedio que hacerlo para desnudarse de cintura para abajo. El sexo de Jessica intentó retenerlo y él respiró entre dientes al apartarse.

Ella se permitió unos segundos para admirar el perfecto cuerpo de Alistair desnudo. Nunca se cansaría de mirarlo. Era alto y delgado, pero tan fuerte que los músculos se marcaban bajo su piel perfecta. Su mirada lo recorrió desde los hombros hasta los pies y luego volvió a subir, acariciándolo, amando cada centímetro de su piel.

Alistair no se movió lo más mínimo y sin mostrar ni un ápice de vergüenza, dejó que lo contemplase. Cuando sus miradas se encontraron, Jessica estaba sin aliento y embriagada de deseo.

—Eres exquisito —susurró, levantándose de la cama. Se acercó a él y le rodeó la cadera con un brazo, depositando un beso encima de su corazón—. Y no tienes precio.

Alistair le devolvió el abrazo con tanta fuerza que casi la dejó sin aire.

—Y tuyo, Jess. No lo dudes nunca.

—Me alegro, porque estoy locamente enamorada de ti —contestó, con la mejilla pegada a su pecho, inhalando aquella esencia tan masculina propia de él.

A Alistair se le aceleró el corazón al oír sus palabras, demostrándole lo que Jessica ya sospechaba; que sus miedos lo estaban afectando y que lo llevaban a aferrarse a ella como si temiese perderla en cualquiera momento. Algo imposible, teniendo en cuenta lo unida que se sentía a él. Pero Alistair no lo sabía.

—Me gustaría que me dijeses esas cosas más a menudo —le dijo, emocionado.

Y, como siempre, su brutal sinceridad y la vulnerabilidad que demostraba en su presencia, la hicieron sentir mal por ser tan reticente a comportarse igual con él.

—No sé cómo hacerlo.

Giró la cabeza hacia un lado al notar que él empezaba a desabrocharle los botones de la espalda del vestido.

—Es imposible que lo hagas mal. —Alistair le dio un beso en el hombro y luego la mordió, clavándole los dientes hasta estar a punto de hacerle daño. Ese acto tan primitivo la excitó—. ¿Nunca hablabas de tus sentimientos con Tarley?

—Nunca hablábamos de eso. Estaban sencillamente allí, entre nosotros, ambos los dábamos por hecho y nos sentíamos cómodos así.

Alistair la apartó un poco para poder aflojarle el corsé.

—A mí no me basta con eso.

—Me estoy enamorando de ti tan rápido, tan profundamente… —le confesó, alterada—. No puedo detenerlo ni moderarlo. Me da vueltas la cabeza. Me asusta lo que siento y tengo miedo de que sea tan intenso que te asuste a ti también.

—Dime qué te da miedo, yo lo hago.

Jess cerró los ojos, consciente de que todavía tenía mucho que aprender sobre él. Era culpa suya que supiese tan poco de lo que lo había llevado a ser el hombre que era; ella no le hacía tantas preguntas como él. A Jessica la habían enseñado a no mostrar curiosidad, pero iba a tener que olvidarse de todo lo que le habían enseñado si de verdad quería hacer feliz a Alistair.

—Lo intentaré. Tú expresas lo que sientes con mucha naturalidad. —El vestido se arremolinó a sus pies—. Te envidio.

Alistair le quitó el corsé, la camisola y la ropa interior sin ninguna dificultad, dada la práctica que había adquirido últimamente.

—¿Alguna vez…? —Jess se aclaró la garganta—. Tiene que haber habido alguien que te importase.

—¿Tiene? —preguntó él, dando un paso hacia atrás.

Lo miró de reojo. Alistair esperó y Jessica comprendió que la estaba esperando a ella, obedeciendo lo que le había pedido antes, cuando lo había detenido.

—Túmbate en la cama.

Alistair se dispuso a cumplir sus órdenes y, en un abrir y cerrar de ojos, se tumbó con movimientos gráciles y elegantes. Se colocó parcialmente reclinado sobre los cojines, con las piernas extendidas delante de él, sumamente cómodo con su desnudez.

Jessica fue hasta el lado de la cama intentando decidir por dónde empezar. La erección de Alistair era una tentación imposible de resistir, dura y gruesa, inclinada hacia su ombligo, pero a ella le gustaba todo de él.

—¿Quién era? —le preguntó, sintiéndose celosa de la mujer fantasma, de todas las mujeres de su pasado que lo habían visto así.

—Estás muy segura de que existió.

—No empezaste tu vida sexual siendo Lucien, así que es imposible que yo sea la única mujer que te ha conocido carnalmente como Alistair.

Él se cogió el pene con la mano y empezó a masturbarse despacio; su mirada no podía ocultar que estaba intentando provocarla.

—No tienes vergüenza —le dijo ella con la voz ronca, subiéndose a la cama.

—Estás desnuda. Mi miembro se muere por ti.

Y Jessica se moría por él. Ya no estaba al borde del orgasmo, pero a Alistair le costaría muy poco volver a llevarla hasta allí.

Él alargó una mano para tocarla, pero ella negó con un gesto.

—Quiero que te quedes quieto y que dejes que te haga lo que quiera.

—¿Que me quede quieto? ¿Te has vuelto loca?

—Te ataré si es necesario.

—Jess… Maldición —gimió frustrado—. Han pasado siete días. Deja tus juegos para más tarde, para cuando esté más receptivo.

Ella le rodeó el pene con la mano y se quedó sin aliento al notar el calor y la dureza del miembro de él. Los tendones del cuello se le marcaron y Alistair apretó los dientes al notar que ella lo acariciaba con más delicadeza de la que había utilizado él. Jessica se lamió los labios.

—No —dijo él—. Estoy demasiado excitado como para disfrutar de tu boca como es debido.

—De acuerdo. —Se colocó a horcajadas sobre él y colocó su sexo justo encima de su erección. Chasqueó la lengua para reñirlo al notar que la sujetaba por la cintura—. No me toques.

—Maldita sea. ¿Cómo voy a darte placer si no puedo tocarte?

Jessica sonrió.

—Ése es el quid de la cuestión.

Alistair abrió la boca para quejarse, pero se quedó sin palabras cuando ella se colocó justo encima de su pene y empezó a bajar. Un gemido de placer se escapó de los labios de Jessica. Los músculos de las piernas le temblaron a medida que fue bajando y deslizándose el miembro hacia su interior. Éste entró despacio pero inexorable, y un pálpito sacudió las extremidades de Jessica.

Alistair se arqueó hacia arriba y, abrazándose a ella, escondió el rostro entre sus pechos. Sus caderas ya se estaban moviendo, describiendo círculos, y la sujetó con los brazos mientras la penetraba hasta lo más hondo, buscando, y encontrando, aquel lugar que la hacía enloquecer.

—Túmbate —le dijo Jessica, luchando contra el deseo egoísta de sucumbir y dejar que él llevase la voz cantante.

—Déjame que te ayude a correrte —susurró Alistair con crudeza—. Déjame…

—Todavía no. —Se estremeció al notar que él le cogía las caderas para acompasar su ritmo al suyo, aplicándole al mismo tiempo presión en el clítoris—. Para. ¡Me lo has prometido!

Alistair soltó una maldición y se detuvo; su enorme cuerpo quemaba la piel de Jessica.

—Dios, Jess. ¿Qué me estás haciendo?

—Quiero ser yo la que te ayude a correrte —le dijo, soltándole los brazos que él tenía a su alrededor—. Y quiero mirarte cuando lo hagas.

Alistair se desplomó sobre las almohadas con un gemido. Con los ojos cerrados, se pasó las manos por el pelo. Tenía unos brazos preciosos. Cada vez que ella lo veía flexionar los bíceps, su sexo se apretaban alrededor del rígido pene de él. Alistair volvió a maldecir y los músculos del abdomen se le tensaron al máximo.

Jess se agachó y acercó los labios a los suyos. Él creía que los orgasmos eran algo sumamente privado y se aseguraba de no compartir los suyos con ella. Primero hacía todo lo posible para que Jessica estuviese exhausta de placer y apenas lúcida y entonces cedía al clímax y escondía el rostro en el cuello de ella, o en su pelo, y la abrazaba con todas sus fuerzas, para así esconderse también. Incluso cuando Jessica le daba placer con la boca, Alistair echaba la cabeza hacia atrás, impidiéndole que lo viera.

Le cogió la cabeza con las manos y la ladeó para darle el beso que él necesitaba. Engulló la respiración de ella y deslizó su lengua junto a la suya. A Jessica se le puso la piel de gallina y sus pezones suplicaron que Alistair les prestase la misma atención. Los besos de éste eran indescriptibles, la emoción que se escondía tras ellos bastaría para romperle el corazón. La besaba con tanta pasión, pegando sus labios a los suyos, acariciándola con la lengua con sumo erotismo.

Notó cómo el pene de él se excitaba y endurecía aún más en su interior. Le dio un vuelco el corazón al pensar que Alistair podía alcanzar el orgasmo sólo besándola. Él interrumpió el beso y se apartó con la respiración entrecortada, luchando contra lo inevitable.

Cogiéndolo de las muñecas, Jessica le apartó las manos y se irguió. Luego entrelazó los dedos con los suyos y se arqueó, acariciándole el miembro con los labios de su sexo. Volvió a bajar muy despacio, apoyándose en los brazos de Alistair, manteniéndolos ocupados para que él no pudiese esconder el rostro detrás.

Él respiraba entre los dientes y sus ojos azules se habían oscurecido tanto que parecían zafiros. Estaba acalorado, tenía los labios hinchados de los besos de Jessica, y el pelo, despeinado por sus dedos. Ella nunca había visto a nadie tan hermoso en toda su vida.

Se le hinchó el corazón e incluso le dolió el pecho. Movió las caderas y se levantó de nuevo; luego volvió a bajar. Oyó los sonidos provocados por los fluidos de su cuerpo, que evidenciaban lo excitada que estaba. Observó a Alistair entre las pestañas, buscando pistas para entender mejor su placer. Cuán de rápido tenía que acariciarlo, cómo de profundo, qué ángulo conseguía que se le perlase la frente de sudor.

—¡Jesús! —exclamó él, cuando los movimientos de Jessica se tornaron más violentos y su cuerpo tembló con cada impacto.

Estaba en lo más profundo de su cuerpo, su pene tocaba el final del sexo de ella. La tensión que recorría su musculoso cuerpo era tangible.

Jess le apretó las manos con más fuerza y empezó a cabalgarlo con intensidad, subiendo y bajando con rapidez, apretando las piernas al subir y aflojándolas al bajar. Consiguió llevar a Alistair a aquel lugar de su interior que hacía que él sacudiese la cabeza de un lado al otro y que patease nervioso debajo de ella.

—Espera… —intentó sentarse—. Maldita sea… ¡Para un poco!

—Déjate ir —le pidió Jessica sin aliento, deslizando una mano por detrás, entre las piernas de él, para atormentar el pesado saco de sus testículos—. Yo te cogeré.

—Jess…

Se soltó las manos que Jessica le retenía y la cogió por las caderas. La mantuvo inmóvil y se impulsó hacia arriba, moviéndose a tanta velocidad que lo único que pudo hacer ella fue sujetarse de sus antebrazos y dejar que se desahogase.

Gritó como un animal al notar que le arrancaba las primeras gotas de semen y la soltó de golpe. Dejó caer las manos a ambos lados del cuerpo para sujetarse de la sábana. Arqueó la espalda y echó el cuello completamente hacia atrás. La ferocidad de su orgasmo fue magnífica, y oírlo pronunciar su nombre entre dientes, todavía más.

—Sí —lo animó ella, moviéndose encima al ritmo del orgasmo de él, conteniendo el suyo propio para no perderse ni el más pequeño detalle.

Se quedó hipnotizada viéndolo sentir placer, atónita de que ella fuese capaz de hacerle sentir tanto con un acto que en el pasado había carecido absolutamente de importancia para él.

—Dios… Eres hermoso.

Y completamente vulnerable. Desprotegido. Las emociones atravesaban su rostro sin censura; el doloroso éxtasis, la necesidad, el amor… Incluso la rabia.

Alistair los tumbó a los dos e intercambió sus posiciones. Jessica quedó en el borde de la cama y él empezó a mover las caderas antes de que ella pudiese reaccionar; su duro miembro arrancó un orgasmo a su sobreestimulado cuerpo y Jessica gritó de placer. Se sujetó de los costados de él y separó las piernas, dispuesta a aceptar todo lo que quisiera darle.

Su boca cubrió la de ella, silenciando los gemidos de ambos al alcanzar un clímax casi violento.

—Te amo —exhaló Jessica dentro de aquel beso casi frenético, incapaz de seguir callando, y negándose a hacerlo, el sentimiento que se escondía detrás de besos como aquél.

Como respuesta, Alistair la abrazó, dejándola sin aire.

A Alistair, cuya existencia acababa de tambalearse, le pareció que el balanceo del barco era muy apropiado. Seguía pasando los dedos por el pelo de Jessica mientras no podía dejar de pensar en las dos palabras que estaba seguro de que ella le había dicho.

Sabía por experiencia que las mujeres decían esas cosas en los momentos de pasión y por eso no se las tomaba en serio. Y también sabía que Jessica se había sentido embriagada de poder al comprender lo fácil que le resultaba desnudarlo en cuerpo y alma. Alistair no podía evitarlo cuando estaba con ella, no tenía ni idea de cómo impedírselo.

Y ahora ella permanecía muy quieta, acurrucada a su lado, mientras la piel de los dos se iba enfriando y sus respiraciones se acompasaban. Por un instante, Alistair se sintió bien y completamente saciado, pero luego desapareció cualquier distracción de la angustia que estaba sintiendo.

¿Por qué Jessica no le decía nada? ¿Por qué no repetía lo que acababa de decirle?

Empezó a hablar sólo para conservar la cordura.

—Me inicié sexualmente como la mayoría de los jóvenes adolescentes: con cualquier mujer hermosa que estuviese dispuesta.

—Dios santo —se rió ella en voz baja—. Supongo que las chicas caían rendidas a tus pies sin que tuvieras que hacer nada.

A pesar de que había sido así, Alistair no dijo nada, porque no quería que Jessica tuviese celos de algo que en realidad no lo merecía.

—Mi hermano mayor, Aaron, me llevó con él una noche. Yo tenía casi quince años y quería ser un hombre de mundo, como él. Terminamos en una fiesta que se organizaba en el pequeño salón de la casa de una cortesana.

Jessica levantó la cabeza y lo miró.

—¿Con catorce años?

—Casi quince —le recordó Alistair—, y no era muy inocente, si es que alguna vez lo fui. Acuérdate de que mi madre se había visto obligada a explicarme por qué Masterson ni siquiera soportaba mirarme.

Jessica cruzó los brazos encima del abdomen de él y apoyó el mentón en ellos.

—Masterson es la única persona del mundo que tiene ese problema.

Alistair le deslizó los dedos por la delicada mandíbula.

—En la fiesta había una cortesana que se fijó en mí y yo me fijé en ella.

—¿Qué aspecto tenía?

—Era muy delgada. Y rubia. De aspecto delicado, con los ojos de un azul pálido que se oscurecían según su humor y que a veces podían parecer grises.

—Oh… —Los de Jess se volvieron letales—. Soy afortunada de cumplir con todos tus requisitos.

Él reprimió una sonrisa para no meterse en líos.

—A decir verdad, mis gustos los decidiste tú cuando te conocí dos semanas antes de ir a casa de la cortesana. Era ella la que cumplía con todos los requisitos.

Jessica lo miró, confusa, pero al comprender lo que le estaba diciendo le cambió el semblante.

—Me temo que la chica fue una pobre sustituta —siguió Alistair, desviando la mirada hacia la pared que había detrás del hombro de Jessica—. Y distaba mucho de ser tan refinada como tú. Esa joven hacía mucho tiempo que había perdido la capacidad de preocuparse por nadie que no fuese ella, cosa que a mí ya me convenía. No hacía falta que me gustase como persona para poder follármela.

A Jess le molestó que hablase mal, pero se mordió la lengua.

—Durante un breve período de tiempo, nuestra aventura fue perfecta. Ella perdió parte de su hastío, porque le gustaba enseñarme cómo hacerle bien el amor a una mujer, y yo era un alumno de lo más aplicado. Me enseñó a concentrarme en la parte mecánica del acto y supongo que lo hizo para que no me encariñase demasiado con ella.

—¿Y funcionó?

—Al cabo de un tiempo —contestó él, quitándole importancia—. Quizá no lo suficiente, porque un día llegué y la encontré con una amiga. Otra cortesana. Quería que me acostase con las dos y lo hice.

Jessica lo rodeó con los brazos, deslizándolos por debajo del hueco que dejaba la espalda de Alistair entre el cabezal y su cuerpo.

—Y pronto en lugar de una amiga pasaron a ser dos —dijo—. A veces, ella ni siquiera participaba y se limitaba a mirar. Y también trajo a otros hombres; le gustaba tener dos o más miembros dentro al mismo tiempo.

—Dios santo —susurró Jessica, con los ojos completamente abiertos—. ¿Y por qué ibas? ¿Por qué no dejaste que siguiese sola con su perdición?

—¿Para irme adónde? ¿A casa? Mi presencia creaba una tensión prácticamente insoportable entre Masterson y mi madre. Él la hacía muy desgraciada cuando yo estaba cerca. Y, además, nunca participé en nada en contra de mi voluntad. No fue horrible, Jessica. A esa edad yo casi siempre estaba excitado y los juegos de cama de esa mujer me daban la oportunidad de aliviarme.

Mantenía adrede un tono de voz relajada, pero ella debió de darse cuenta de los sentimientos que intentaba ocultar, porque le acarició el estómago con la mejilla y pasó la nariz por la delgada línea de vello que le recorría el vientre.

—No tendría que haberte presionado tanto hoy —murmuró—. Lo siento.

—No puedo aceptar que te disculpes por haberme regalado el mejor orgasmo de toda mi vida —se rió él.

Jessica retiró los brazos del cuerpo de Alistair y se incorporó en la cama.

—El mejor orgasmo, de momento —matizó, sentándose a horcajadas encima de él y abrazándolo por los hombros—. A partir de ahora, me dedicaré a darte más y más placer cada vez que hagamos el amor.

El pene de Alistair palpitó al iniciar su recuperación. En ese sentido, Jessica lo había dejado completamente seco.

—Todavía no —le dijo ella, con los labios pegados a su oído—. Deja que te abrace; te prometí que lo haría. No hace falta que siempre recurras al sexo para demostrarme cómo te sientes.

La emoción que asaltó a Alistair fue demasiado grande. Hizo que le escocieran los ojos y que se le cerrase la garganta. Colocó las manos en la cama para ocultar que le temblaban.

—¿Fue la única mujer por la que sentiste algo?

—Si así es como quieres llamarlo.

—¿Y tú, cómo quieres llamarlo? ¿Lujuria?

—No tengo ni idea. Pero sé que jamás fue nada parecido a esto.

—Pero hubo mujeres que te amaron. —No fue una pregunta.

—Si las hubo, llegaron a lamentarlo. Los inconvenientes de tener una relación conmigo superaban con diferencia las ventajas.

Ella posó los dedos en la nuca de él y le masajeó los músculos.

—No tienes por qué avergonzarte de nada de lo que hiciste.

—No sabes lo que hice.

—Te conozco. Te amo y no voy a arrepentirme de ello.

Alistair se quedó horrorizado al notar que se estremecía de pies a cabeza. Jessica se le había metido tan dentro que incluso era capaz de ver lo que él lograba ocultar en la superficie.

Dios, no quería que ella viese…

—Eso tampoco lo sabes —replicó decidido.

—Tendrás que confiar en mí, Alistair, tendrás que confiar en mi palabra.

Aflojó el abrazo y se apartó un poco para darle la oportunidad de irse, si huir era lo que quería.

Y, a decir verdad, Alistair estuvo tentado de hacerlo. Había hecho cosas en su vida que lo convertían en un hombre inaceptable… El mero hecho de haber nacido el último hacía que no fuese adecuado para ella. Jessica había sufrido mucho para convertirse en la mujer refinada, elegante e irreprochable que era ahora. Y si él la cortejaba, destruiría esa aceptación social por la que había trabajado tanto. Si pudiera, la mantendría prisionera en su cama, el único lugar donde estaba seguro de que podía hacer que se olvidara de todo excepto del placer que él podía darle.

La abrazó con fuerza y trató de ser dulce a pesar de lo violento que se sentía. Jessica necesitaba ternura y protección y él era como un carnero salvaje, un carnero que utilizaba su cornamenta para derribar las defensas que ella se había obligado a levantar al haber sido maltratada de pequeña.

—Confío en ti —le dijo, emocionado—. ¿Acaso no te lo cuento todo?

—Me cuentas todas las cosas malas. —Jessica se apartó para mirarlo—. Y me las dices como si me desafiaras a dejarte.

Mejor entonces que más adelante. Con cada día que pasaba, ella se le hacía más y más indispensable. Pronto dejaría de ser capaz de respirar si no la tenía a su lado. Había veces en que Alistair ya se sentía así.

Jessica le dio un beso en la comisura de los labios y luego en el lado opuesto.

—Sigue siendo constante y me quedaré contigo.

—Tú eres lo único que deseo —gimió, al notar que ella se movía sensualmente encima de él.

—Demuéstramelo —suspiró Jessica.

Como siempre, Alistair aceptó el reto.

Él conocía sus puntos fuertes: podía desconectar de su conciencia, se le daba muy bien hacer dinero, era atractivo y muy bueno en la cama. Y aunque tenía muy poco que ofrecerle a una mujer como Jessica, lo que tenía se lo ofrecería a raudales y rezaría para que fuese suficiente para poder conservarla a su lado.