El profesor Brunelli, como a pesar de sí mismo, es atraído por lo que ocurre. Suelta la soga, desciende del balcón, se desliza entre los cruzados.
ILEANA
Magnífico, Diego. ¡Muchachos, señoras! Otro voluntario para la cruzada. Les presento a Diego Cánepa. ¡Un aplauso de bienvenida! (Los cruzados se aproximan a los dos jóvenes, con un rumor entusiasta. Hay exclamaciones —¡Bravo! ¡Bienvenido!— y un prolongado aplauso). Aquí llega mi papá. Se va a llevar una sorpresa. ¡Hola, papá! Mira quién está aquí. Diego Cánepa, hijo del que ya sabes.
DIEGO
El atila número uno… Cómo está, profesor.
ILEANA
Trajo los dos balcones de Espaderos… Y, cáete de espaldas, va a trabajar con nosotros como voluntario. ¡Qué te parece!
PROFESOR BRUNELLI
Estupendo, Ileana. Déme esa mano, Diego. Ya me pareció ver en sus ojos un brillo inteligente, de hombre sensible. ¿Así que nos ayudará? Es una buena noticia. Compensa en algo la mala que les traigo.
Los cruzados lo rodean, inquietos.
DOÑA ENRIQUETA
¿La casa del Corsario, la de la calle de la Pelota?
PROFESOR BRUNELLI
Sí, doña Enriqueta.
DOÑA ROSA MARÍA
La echarán abajo, ¿entonces?
PROFESOR BRUNELLI
La Dirección de Preservación del Patrimonio Artístico y de Monumentos Históricos autorizó la demolición. Con los pretextos de siempre.