ILEANA
Eres Diego Cánepa, ¿no?
DIEGO
Hola. Traigo estos balcones para el profesor Brunelli.
ILEANA
Los de la calle de Espaderos. Mi papá me había prevenido. (A los cargadores). Pónganlos donde encuentren un hueco. (A Diego). Soy Ileana, la hija del profesor. Mi papá volverá ahorita.
DIEGO
Mucho gusto.
ILEANA
Despierta, vuelve a la tierra.
DIEGO
Es que nunca me hubiera imaginado un lugar así, en este barrio. Como el escenario de un cuento de hadas.
ILEANA
De brujas, dirás.
DIEGO
Bueno, tal vez. Todos esos balcones y amontonados de esa manera. Una ciudad de fantasmas, una pesadilla gótica. No sé con qué compararlo, la verdad. ¿Cuántos balcones hay aquí?
ILEANA
Setenta y seis. Setenta y ocho, con los que acabas de traer. Todo está tan desordenado por la falta de espacio. Ya no caben, tenemos que ponerlos unos sobre otros. Nos han ido acorralando. Apenas podemos respirar mi papá y yo, en ese rinconcito.
DIEGO
¿Ustedes viven aquí?
ILEANA
En el Rímac no sólo hay negros y cholos. También blancos muertos de hambre, como nosotros.
DIEGO
Era una simple pregunta. ¡Setenta y ocho balcones! Parece mentira. ¡Todo el virreinato! Trescientos años de historia en un corralón de Bajo el Puente.
PROFESOR BRUNELLI
(Reflexionando, dentro del recuerdo).
Cuatrocientos. Había, también, balcones republicanos de principios, de mediados y de finales del XIX. Hubiera podido ser el museo más original del mundo. «Cuatro siglos de Lima a través de sus balcones». No se te ocurrió, mi querido Diego, a ti que se te ocurrían tantas cosas.
DIEGO
¿Y esos muchachos y esas señoras?
ILEANA
Son los cruzados.
DIEGO
Caramba.
ILEANA
A mi padre le gustan las grandes palabras y los símbolos, como buen italiano. Tiene un sentido operático de la vida.
DIEGO
Eso parece: un decorado de ópera, Vaya, encontré la comparación que buscaba. ¿Eres italiana, también?
ILEANA
No, yo soy limeña. Como mi mamá.
DIEGO
¿También tiene ella la pasión de los balcones?
ILEANA
Murió cuando yo era de este tamañito. No la conocí, en realidad. Sólo por fotos. Y por una carta. Me la escribió cuando sintió que se moría, para que la leyera de grande. Pidiéndome que ayudara a mi papá. «Un hombre tan bueno pero sin ningún sentido práctico», me decía. Eso es lo que soy: el ancla de mi padre en este mundo. Sin mí, empezaría a levitar y desaparecería entre las nubes, de puro bueno que es.
DIEGO
Lo vi apenas un minuto, pero me bastó para saber que era un ser íntegro. ¿Y qué hacen los cruzados?
ILEANA
Ya lo ves: trabajan. O, como diría mi padre…
PROFESOR BRUNELLI
¡Libran la batalla de la cultura! ¡Quiebran lanzas por el ideal!
ILEANA
Porque los demoledores son sólo parte del problema. También quieren acabar con ellos las polillas y la humedad. Los curamos con un preparado de alcohol y alcanfor que mata los bichos sin dañar la madera y los barnizamos con una cera que los proteje[3] contra la corrosión.
DIEGO
Como a bebitos con resfrío, ni más ni menos. Una gota en cada agujerito. En ese balcón, que parece un colador, la pobre señora se va a tardar un año.
ILEANA
Somos apenas un puñado. No llegamos a veinte, cuando vienen todos, lo que ocurre rara vez.
DIEGO
(Bajando la voz).
¿Todos voluntarios? Quiero decir…
ILEANA
¿Crees que podemos pagar sueldos? Lo que gana mi papá, y los pocos donativos, se van en rescatar esos balcones de las manos de los atilas.
DIEGO
¡Los atilas! ¿Así lo llaman a mi viejo?
PROFESOR BRUNELLI
No todos eran tan generosos como el ingeniero Cánepa, lo admito. Los otros no nos regalaban los balcones. Había que comprárselos, regateando centavo a centavo. ¡Adiós, fenicios insensibles!
ILEANA
¿No te llama la atención que entre los cruzados sólo haya viejas y jovencitos?
DIEGO
Ya lo sabía. He visto fotos de las manifestaciones que hacen ustedes, cuando van a tumbar una casa antigua.
ILEANA
Mi padre dice que, en este país, el idealismo sólo se da en la primera y la tercera edad. Y que a nuestra generación el egoísmo no la deja ver más allá de sus narices.
PROFESOR BRUNELLI
¡Más allá de sus carteras, más bien!
DIEGO
Bueno, tú eres la excepción a la regla. La que salva el honor de la gente de nuestra edad.
ILEANA
Como hija del profesor Aldo Brunelli, qué me queda. Estoy condenada a ser idealista.
DIEGO
¿Sabes que estoy conmovido? Con todo esto, quiero decir. Con tu padre, sobre todo. Eso se llama tener convicciones, principios. Puede ser una quimera, pero lo que ustedes hacen es admirable.
ILEANA
Vaya, vaya. ¿No será que el hijo del atila número uno de la Lima antigua es también un idealista?
DIEGO
¿Podría echarles una mano en mis ratos libres?
ILEANA
De mil amores. Necesitamos voluntarios. Porque, además de curarlos y barnizarlos, hay que estudiarlos, clasificarlos, fotografiarlos. Y escudriñarlos milímetro a milímetro, pues cada uno de ellos es…
Profesor Brunelli e Ileana
(A coro).
¡Un cofre de tesoros! ¡Un arca de maravillas! ¡De enseñanzas, de sugerencias, de reminiscencias y perfumes históricos!
DIEGO
No parece que lo creyeras. Lo dices como burlándote.
ILEANA
¡Te equivocas! Yo creo todo lo que cree mi padre. Muchos piensan que está chocho. ¿No le han puesto los periódicos «el loco de los balcones»? En realidad, es el hombre más lúcido y más cuerdo, además del más generoso que hay en esta ciudad. ¿Es de veras, lo de venir a ayudarnos?
DIEGO
Me gustaría mucho.