INGENIERO CÁNEPA
¿De balcones, dice usted?
PROFESOR BRUNELLI
Sí, ingeniero Cánepa, eso digo.
INGENIERO CÁNEPA
¿De eso viene a hablarme?
PROFESOR BRUNELLI
Ellos dan a Lima un sello de distinción y originalidad entre todas las ciudades del mundo. Esos balcones que usted se ha empeñado en echar abajo con sus bulldozers, monstruos que parecen salidos de una pesadilla de Hieronymus Bosch. Pero, claro, usted no sabrá quién es El Bosco.
INGENIERO CÁNEPA
En cambio, sé quién es usted. ¡Por supuesto! Usted es…
PROFESOR BRUNELLI
El loco de los balcones. En efecto, señor demoledor. Usted y yo seremos siempre enemigos. Pero lo cortés no quita lo valiente. Profesor Aldo Brunelli, a sus órdenes.
INGENIERO CÁNEPA
Mucho gusto. Éste es Diego, mi hijo. Otro demoledor en ciernes, pues acaba de recibirse de arquitecto.
PROFESOR BRUNELLI
Hola, joven.
DIEGO
Encantado, profesor.
INGENIERO CÁNEPA
Mi hijo es uno de sus admiradores. Lo cree un Quijote moderno.
DIEGO
¿Le vas a decir lo que tú piensas de él, papá?
INGENIERO CÁNEPA
Claro que sí. Yo le decía a Diego que usted no es un idealista sino un romántico.
PROFESOR BRUNELLI
¿Es incompatible ser idealista y romántico?
INGENIERO CÁNEPA
En mi opinión, sí. Un idealista quiere cambiar las cosas para mejor, perfeccionar la vida, elevar la condición de los hombres y de la sociedad. Yo soy un idealista, profesor. Un romántico es un iluso. Un soñador retorcido e impráctico, que sueña imposibles, como erigir casas en las nubes. Las casas se construyen en la tierra firme, profesor Brunelli.
PROFESOR BRUNELLI
Los balcones están en el aire, cerca de las nubes.
INGENIERO CÁNEPA
Me gusta que tenga sentido del humor. Yo también tomo las cosas con alegría. Bien, ya lo ve, aquí no nos sobra el tiempo. ¿Puedo saber el motivo de su visita?
PROFESOR BRUNELLI
Lo sabe de sobra: la casa de la calle de Espaderos. Una de las pocas sobrevivientes del XVII. Por esa mansión que usted ha comenzado a pulverizar pasaron virreyes, oidores, arzobispos, magistrados. Y parece que en ella escondieron sus amores el libertador Simón Bolívar y una mulata vivandera.
INGENIERO CÁNEPA
¡Pasaron, tuvieron! Tiempo pretérito. Ahora, esa mansión es un cuchitril subdividido con tabiques y esteras. Sin agua y sin luz. Donde los inquilinos se disputan el espacio con ratas y cucarachas. ¿Ha venido a pedirme que no eche abajo ese monumento a la mugre?
PROFESOR BRUNELLI
He venido a pedirle compasión para sus dos balcones. Están bien conservados. La celosía del que mira al poniente se halla intacta. Y la del otro, aunque dañada, se puede restaurar. Destruirlos sería un crimen de lesa cultura. No puede hacer semejante cosa a la ciudad que lo vio nacer.
INGENIERO CÁNEPA
Le voy a hacer un bien. Un edificio de doce pisos, moderno e higiénico. Donde los limeños vivirán y trabajarán en condiciones decentes, como hombres y mujeres del siglo XX. Su cruzada es simpática, lo admito. Pero usted no puede exigir que, por unos cuantos balcones, Lima renuncie al progreso.
PROFESOR BRUNELLI
Sólo le pido que no cometa un suicidio histórico. ¿No estamos rodeados de desiertos por el norte y el sur? Erupcione esos arenales de rascacielos. ¿Por qué levantar sus edificios precisamente donde, para construir el futuro, tiene que borrar trescientos años de pasado? Usted y sus colegas están robándole el alma a Lima. Matando su magia, su misterio.
INGENIERO CÁNEPA
Estamos dotándola de electricidad, de agua potable, de desagües. De viviendas y oficinas para esos limeños que se multiplican como conejos. Para vivir, se necesitan cosas concretas, profesor. De magias y misterios no vive nadie. Ya sé que no lo voy a convencer. Sepa, pues, que tengo todos los permisos. Municipales y ministeriales. Y el visto bueno de la Dirección de Conservación del Patrimonio Artístico y Monumentos Históricos.
PROFESOR BRUNELLI
¡La Dirección de Conservación del Patrimonio Artístico y Monumentos Históricos! Tamaño nombre para ese cubil de burócratas. ¿Le digo cuánto le costó el permiso? Conozco las tarifas del doctor-doctor Asdrúbal Quijano, historiador y arqueólogo que, bien remunerado, autorizaría la demolición de la catedral de Lima.
INGENIERO CÁNEPA
No sea tan severo. También los arqueólogos y los historiadores deben alimentarse y el Estado paga mal. Bueno, mucho gusto de haberle conocido, profesor.
PROFESOR BRUNELLI
No me voy todavía. Ya veo que he fracasado en mis exhortaciones. Hablemos de negocios, entonces.
INGENIERO CÁNEPA
¿De negocios?
PROFESOR BRUNELLI
¿Cuánto quiere por esos balcones? Véndamelos.
INGENIERO CÁNEPA
Son suyos. Se los regalo. ¿Qué va a hacer con ellos?
PROFESOR BRUNELLI
Por lo pronto, salvarles la vida. Después, restaurarlos de las inclemencias del tiempo y de los bárbaros. Luego, ya se verá.
INGENIERO CÁNEPA
¿Sabe que, aunque sus ideas me parecen anacrónicas, eso que hace me impresiona? A lo mejor tengo un alma romántica yo también.
PROFESOR BRUNELLI
Entonces, hágame el favor completo. ¿No podría, uno de los monstruos rodantes de su empresa, llevarme los balcones a mi corralón, en el Rímac?
DIEGO
Se los llevaré yo mismo, profesor. Le prometo descolgarlos de la fachada sin que sufran un rasguño.
INGENIERO CÁNEPA
¿Tiene usted un cementerio de balcones, allá, en el Rímac?
Pero el profesor Brunelli ya no lo escucha. Desconectado del recuerdo, sumido de nuevo en su monólogo, ha emprendido el retorno al viejo balcón
PROFESOR BRUNELLI
(Escalando ágilmente el muro, volviendo a manipular la soga).
Cementerio de balcones, cementerio de ilusiones, de sueños, de esperanzas. ¿No, Ileana?
INGENIERO CÁNEPA
(Hablando a un invisible interlocutor, con voz que se desvanece al igual que su persona y su despacho, en las sombras del olvido).
Eso sí, profesor Brunelli. Nos estamos despidiendo como amigos, ¿verdad? Entonces, no se le ocurra organizarme una manifestación con cartelitos, en la obra de Espaderos. Mi compañía tiene un plazo y no puedo permitir interrupciones, porque me multan. Si sus viejitas y sus niños románticos vienen a molestar, mis obreros los correrán a palos. Por lo demás, muy amigos, y aquí me tiene para lo que se le ofrezca.
El derredor se ilumina con una luz de mediodía, veraniega. Aparece el cementerio de los balcones, donde el profesor Brunelli ha ido acumulando los objetos antiguos que rescata. Los balcones se apiñan, unos sobre otros, en increíble desorden. Hay varias decenas, de todos los estilos y épocas, en distinto estado de conservación. Un grupo de señoras y jóvenes se afanan entre los balcones, limpiándolos, barnizándolos y clasificándolos, en un ambiente risueño y entusiasta. En un rincón del descampado, medio aplastada entre los trastos, se divisa la modesta casita donde vive el profesor con su hija Ileana. Desde lo alto del balcón rímense en el que ha decidido ahorcarse, el profesor Brunelli contempla el espectáculo, en su memoria, enternecido: ahí está Ileana, recibiendo a Diego Cánepa, que llega al descampado trayendo los dos balcones de la calle de Espaderos.
PROFESOR BRUNELLI
¡Adiós, viejitas! ¡Adiós, doña Enriqueta Santos de Lozano, alma noble, colaboradora eximia! ¡Adiós, doña Rosa María de Sepúlveda, matrona generosa, de la casta de las santas y las heroínas! ¡Adiós, caro Ricardo! ¡Adiós, queridísimo Panchín! Románticos como ustedes hicieron Machu Picchu y el Taj Mahal, los Uffizi y el Louvre. ¡Adiós, Ileana Brunelli, flor inocente cuya juventud sacrifiqué sin darme cuenta!
Parece que fuera a ponerse la soga en el cuello. Pero lo que ocurre a sus pies, en el cementerio de los balcones, captura su atención. Curioso, entretenido, observa.