1º de octubre

Camilo Monteverde, mi primo hermano, que está en París ahora, y yo no hablamos nunca de arte. En literatura se quedó en el naturalismo de Zola, que es para él la fórmula suprema. Sabe que lo considero de cuarto orden como escultor, a pesar de la fama de que disfruta en mi tierra, y no entiende mis versos, según confesión propia.

—Eso es música del porvenir, puro Wagner —me dice cuando lee algo mío—. Para mí el primer poeta contemporáneo de España es Campoamor… ése es claro y lo entiendo…

No hablamos de arte nunca. Hablamos de nosotros mismos, o mejor dicho, me habla él de él y de mí, dada la especie de pudor que me impide dejarle ver ciertos modos de sentir míos, de que se reiría. En cambio, exagera él un poco su cinismo; cuando me hace confidencias, toma la pose canaille, que diría un pintor, y me exhibe un personaje muy diferente del que conoce el público y muy parecido al que describe Luis Montes, que lo desprecia y lo odia con todas sus fuerzas y no le reconoce ni aun sus más positivos méritos.

—¿Tú siempre cazando el pájaro azul? —me decía antier en el cuarto de fumar—. Voy mil dólares de apuesta a que estás enamorado platónicamente y a que todo lo que he visto en tu casa lo has comprado y lo has pagado.

—No conozco otro modo de hacerse uno a lo que desea —le dije—. ¿Tú has encontrado otro?

—Ya lo creo; se lo hace uno regalar o se lo lleva. Aquí en París debe ser difícil el procedimiento mío; pero en mi tierra me ha surtido resultado completo. Todos los tapices, los muebles antiguos, las armas y los cuadros que tengo han salido de los conventos y de las iglesias. ¿Cómo?, me dirás tú. Pues haciendo tales bajezas para tenerlos; diciendo tales cosas respecto de ellos, que el dueño o la dueña, viejo que lo conoció a uno de muchacho, o muchacho que lo admira y quiere tenerlo contento, a las pocas vueltas manda la pintura, el broncecito, el objeto histórico, diciéndose: «Esto aquí no luce mayor cosa y en cambio Monteverde contará que es regalo mío…». ¿Es que tú no eres práctico? —continuó después de un silencio y como pensando en alta voz—. Tú te entusiasmas con las cosas, te enamoras de las mujeres, haces locuras por ellas, tienes la manía de trabajar y de saber. ¿Qué ha sido hasta ahora de tu vida?… Una cacería al pájaro azul… Mira: el secreto es, con el menor esfuerzo posible, lograr el mayor resultado posible, sin moverse casi y a punta de imbecilidad de los otros y de las otras, de adulaciones de uno a los que no las esperan y de insolencia con los que las esperan. Así, comienza a lloverle a uno todo del cielo, amigos, fama, dinero y mujeres. ¡Mujeres! —siguió en su monólogo, apurando a tragos largos una copa grande de whisky que se había servido—; ¡mujeres!, todas incoherentes: Jorge Sand y Cora Pearl, Sarah Bernhardt y Juana de Arco; ¡todas deliciosas, todas asquerosas, y todas mujeres! ¿Tú conoces la taberna de Rousselot en Montmartre?… ¡Qué vas tú a ir allá!… ¡Tú, el soñador de aristocráticos idealismos!…

—¿Y por qué me preguntas si la conozco? —le pregunté, riéndome…

—Porque antenoche me encontré ahí una maravilla, una de las muchachas que venden la cerveza. Es deliciosamente estúpida y estúpidamente deliciosa. Tú no entiendes de eso. Tú vas soñando siempre en alguna Dulcinea, como el caballero de la triste figura; yo soy más práctico… Los dos somos del mismo árbol, los Andrade aquéllos, ¿oyes?… con dos injertos diferentes, tú de Don Quijote… yo de Sancho; tú andas peleando con los molinos, soltando a los prisioneros, vistiéndote con el yelmo de Mambrino y buscando a Merlín, el encantador… Dime que no vives leyendo libros de caballerías…

Así llama a todos los que sean de ciencia un poco abstrusa, de novela psicológica, de poesía de alto aliento, de crítica sutil y personal.

—Yo me voy ahora para Normandía a comprar unas vacas; después iré a Inglaterra a buscar unos toros Durham. ¿Tú crees en mi pasión por el arte?… La escultura me importa un comino. Vente conmigo a Inglaterra.

—No puedo —le dije—; tengo mucho que hacer.

—¿Tú tienes mucho que hacer, viviendo en París, y a los veintisiete años, y con tus millones?… Pero entonces ya no tienes remedio…

Monteverde es un hombre práctico, indudablemente.